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Huellas N.08, Septiembre 1998

VIDA DE LA IGLESIA

La pasión por la verdad

Inmaculada Ríos Serrano

El próximo 11 de octubre será canonizada en Roma Edith Stein.
La búsqueda de la verdad, el encuentro con la Iglesia y el ofrecimiento de la vida en unas circunstancias difíciles


El 9 de agosto de 1942 moría en Auschwitz la carmelita alemana de origen judío Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein.
Su muerte está relacionada con el es­carmiento que el comisario del III Reich en Holanda había decidido dar a la Iglesia católica de este país, después de que sus obispos, a través de una pastoral conjunta, hu­bieran osado pedir a Dios "el con­suelo y la paz para el lacerado pue­blo judío". Que ésta fue la causa de su muerte viene confirmado por el hecho de que, si bien en un primer momento fueron detenidos por las autoridades alemanas en Holanda conversos judíos pertenecientes a otras confesiones religiosas, cuando se comprobó su no pertenencia a la Iglesia católica fueron puestos en libertad.

El origen judío
Edith Stein nació en Breslau (actual Polonia) el 12 de octubre de 1891, el Día de la reconciliación (Yom-Kippur), la fiesta más impor­tante del pueblo de Israel. Era la pe­queña de once hermanos de una familia hebrea creyente. Aunque siem­pre acompañaba a su madre a la sina­goga, ni la piedad de la Sra. Stein, ni la oración de sus familiares le llama­ban la atención. No por ello era apá­tica, todo lo contrario, ya desde pe­queña pensaba que su vida "estaba llamada a algo grande". De hecho su tensión y sus energías se volcaron apasionadamente en buscar una respuesta a sus preguntas, en buscar la verdad en lo que hacía - tanto si estu­diaba como si investigaba o si cui­daba de sus sobrinos o si acom­pañaba a su madre a la sinagoga -. Este profundo amor a la verdad la condujo hasta la conversión al catoli­cismo, recorriendo un camino intenso no exento de grandes sufrimientos.


¡Aquí está la verdad!
Edith era una mujer inquieta, que tomaba decisiones importantes asu­miendo enteramente las consecuen­cias que de ello derivaban. Dese­chaba todo lo que no fuese una ayuda en el camino hacia lo verda­dero. Estudió magisterio, después psicología y más tarde filosofía. Se topó 'por casualidad' con la fenome­nología y con Husserl, su máximo exponente. Aquí encontró Edith res­puesta a muchas de las preguntas que se hallaban en su interior, aun­que pasado un tiempo cayó en la cuenta de que la filosofía como cien­cia tampoco satisfacía plenamente sus ideales. En ese momento, el en­cuentro con dos fenomenólogos católicos y, más concretamente, la muerte de uno de ellos, Adolf Rei­nach, fue de vital importancia para ella, pues constituyó el primer im­pulso hacia el camino de la conver­sión. A finales de 1917, cuando le llegó la dolorosa noticia de que Rei­nach había caído en los campos de batalla de Flandes, Edith no dejaba de pensar en su viuda: ¿qué podría decir ella a una desconsolada esposa? Sin embargo, cuando fue a vi­sitarla, observó que la viuda no es­taba destrozada. En medio del sufrimiento estaba llena de una espe­ranza que le daba paz. Ante esta ex­periencia, sus argumentos racionales se quebraron y este encuentro con la esencia de la verdad la transformó.
En el verano de 1921 tuvo lugar el cambio que puso fin a su larga búsqueda. Edith pasaba una temporada con unos amigos fenomenólo­gos, el matrimonio Conrad-Martius, y una tarde fue a buscar algo para leer a la estantería. El título del libro escogido rezaba: Vida de Santa Te­resa de Jesús. Después de leer du­rante toda la noche, cuando final­mente cerró el libro dijo: "¡Aquí está la verdad!". Había descubierto que la verdad eterna brillaba en la Iglesia y no, como había creído hasta enton­ces, en la universidad. El 1 de enero de 1922 fue bautizada y el 2 de fe­brero del mismo año confirmada. Eligió como nombre de pila Teresa y manifestó su deseo de entrar en el carmelo, aunque todavía tendría que recorrer un largo camino hasta ingre­sar en la orden.

Un verdadero maestro
Aunque tenía una inteligencia bien formada e investigaba cada pro­blema hasta que la verdad aparecía, no cabe duda de que el encuentro con verdaderos maestros la marcó profundamente, de manera especial Husserl y el método fenomenoló­gico: partir de la realidad y no de la imagen caprichosa del sujeto salía en defensa del realismo frente al idea­lismo. En Husserl halló un maestro, una personalidad fascinante que orientaba la filosofía a la verdad de las cosas, hacia la que ella se sentía atraída como por un imán.
Edith tuvo la oportunidad de ser profesora de lengua y literatura en Espira. Le preocupaba ante todo la formación integral de la persona. Era para las alumnas no sólo maestra, sino una amiga, siempre tenía tiempo para los demás a pesar de sus numerosas ocupaciones. La fuerza para su gran actividad venía de la oración. En cierta ocasión escribió: «Yo no empleo ningún medio espe­cial para alargar el tiempo de tra­bajo ... Se trata sólo de tener ante todo un rinconcito tranquilo, donde poder tratar con Dios como si no hu­biese nada más, y esto a diario».
En 1931 Edith Stein abandona su actividad docente en Espira, y re­torna a las alturas de su carrera científica. Intentó en vano doctorarse en las universidades de Friburgo y Breslau, porque el antisemitismo multiplicaba las dificultades para una docente judía. Aceptó finalmente una plaza en la universidad de Münster, que hubo de dejar dos años después debido al creciente odio ha­cia los hebreos, que cada vez se ex­tendía con más fuerza en Alemania. Los problemas en la universidad pro­porcionaron que llevase a cabo su deseo de entrar en la orden carme­lita, ya no había ninguna razón para demorarlo más.

La paz de aquel que ya ha alcanzado su meta
El 15 de octubre de 1933 pudo ingresar como postulante. Una vez que Edith comunica la noticia a su familia, los hermanos tratan de cam­biar su decisión y la madre, desolada, le pregunta: «¿Por qué has tenido que conocer a Cristo? No pretendo decir nada contra Él. Puede que haya sido un hombre bueno, pero ¿por qué se ha hecho Dios?». No obstante la tra­gedia familiar que se había desenca­denado, ella estaba profundamente serena, anclada en el puerto de la di­vina voluntad. «Acude al carmelo con sencillez -comenta un amigo suyo -, como un niño a los brazos de su madre, sin arrepentirse ni un ins­tante de ese fervor casi ciego». No tenía otro deseo que poner sus dones a disposición de Dios, sin reservas. Deseaba para sí una vida enteramente modelada por el amor a Él. «Hay un largo camino - había dicho en alguna ocasión - desde la satisfacción propia de un "buen católico", que "cumple con su deber", lee un "buen periódico" y "vota correctamente", y que en lo demás hace lo que quiere, hasta una vida en las manos de Dios, de la mano de Dios, con la sencillez de un niño y la hu­mildad del publicano». Edith Stein, filósofa y experta en cuestiones de educación, tuvo que dejarse enseñar en el car­melo. Se dejó guiar por Santa Teresa y Santo Tomás cuando buscaba la verdad. Hasta ahora había sido, en su vida perso­nal, dueña y señora, y su auto­ridad espiritual era indiscutida en amplios círculos; de ahí que no fuera pequeño sacrificio para ella hacerse niña de nuevo a sus 42 años: obedecer y someter el propio juicio al de la superiora. Sin embargo, y a pesar de todas las contrarieda­des, «experimentaba la paz de aquel que ya ha alcanzado su meta». El 15 de abril de 1934 se celebró la fiesta de su toma de há­bito. Eligió el nombre de Teresa Be­nedicta de la Cruz, así expresaba su agradecimiento a Santa Teresa y San Benito, y su amor a la pasión de Cristo. Cuatro años más tarde pudo hacer la profesión solemne. A esta gran alegría se unió la noticia de que Husserl había vuelto el rostro a Cristo en los últimos momentos de su vida y había muerto como creyente.

¡Marchemos por nuestro pueblo!
La realidad de la cruz había apa­recido por primera vez en la muerte de su amigo Reinach. Bajo el signo de la cruz renunció, tras su conver­sión, a una renombrada carrera fi­losófica. Bendecida con el signo de la cruz, quiso, en holocausto volun­tario, tomar parte como carmelita en los sufrimientos y el oprobio de su pueblo. Toda su vida se había orien­tado misteriosamente hacia ese mo­mento. Edith previó con mucha más claridad que otros el destino de los judíos, e intentó comprenderlo en el misterio de la cruz. Su huida a Echt (Holanda) no fue un sustraerse al pe­ligro, marchó consciente sabiendo que iba a participar en la obra de sal­vación de Cristo. Supo ofrecer su vida de religiosa como un sufrir con todos aquellos que morían víctimas de la fuerza y del odio. El signo de la cruz se convirtió para ella en luz que iluminaba todo lo difícil. El 2 de agosto de 1942 Edith lo pasó en ora­ción y revisando el manuscrito aún inacabado sobre San Juan de la Cruz. A las cinco de la tarde, dos ofi­ciales de las SS llamaron a la priora del carmelo de Echt solicitando la presencia de Edith Stein; cinco mi­nutos más tarde, ella y su hermana Rosa abandonaban para siem­pre el umbral de la clausura, su querido hogar. Una cono­cida vio cómo Edith tomaba de la mano a su hermana y le decía: «¡Ven, marchemos por nuestro pueblo!». Edith Stein, supo unir intensamente la cruz de su pertenencia al pueblo judío, que le asignó la Historia, con la cruz de Jesucristo.

El gran amor
A pesar de todos sus tor­mentos, Edith se sabía anclada en la eternidad. Experimentaba la paz que es más fuerte que el sufrimiento, la paz a pesar de la guerra, en la guerra, pues la paz del alma vive totalmente en el cielo por medio del amor. Disfruta así la paz celestial a pesar de todo lo que pueda acontecer a su alrededor y en contra de ella. En medio de sus angustias permanecía se­rena y alegre. Entre los prisio­neros del campo de concentración de Westerbork, donde fueron llevadas las hermanas de Echt tras su detención junto con miles de judíos católicos, llamaba la atención por su gran tranquilidad y entereza; hay testigos que afirmaron que «una conversación con ella... era un viaje a otro mundo. En aquellos minutos, Westerbork ya no existía... ». Su son­risa y su inquebrantable firmeza la acompañaron a Auschwitz. ¿Es que acaso el horror tiene la última pala­bra? Edith Stein afirmaba: «El mundo está hecho de opuestos... pero al final no quedará nada de esos con­trastes. Sólo quedará el gran amor». Éste fue uno de los últimos comenta­rios de esta mujer carmelita apasio­nada por la Verdad. Que el amor es más fuerte que el odio lo demuestran testimonios como el suyo y el de multitud de cristianos que siguen ge­nerando espacios de amor en medio de la dureza de las circunstancias.

Breve bibliografía disponible en castellano
• STEIN, E. La mujer. Palabra, Madrid, 1998.
• STEIN, E. Las páginas más bellas. Monte Carmelo, Burgos 1998.
• STEIN, E. Obras selectas. Monte Carmelo, Burgos, 1997.
• THERESIA. Edith Stein. Verbo Divino, Pamplona, 1988.
• GARCÍA ROJO, E. Edith Stein. Existencia y pensa­miento. Espiritualidad, Madrid, 1998.
• HERBSTRITH, W. El verdadero rostro de Edith Stein. Encuentro. Madrid, 1990.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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