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Huellas N.2, Mayo 1986

NUESTROS DÍAS

El conflicto de las atribuciones

Javier Ortega y Raúl Marigorta

Una ocasión para crecer

Mucho que derribar,
mucho que construir,
mucho que restaurar.
T.S. Elliot


UN VIEJO PROBLEMA POR RESOLVER
Desde 1964, año en que se pro­mulgó la reordenación de las ense­ñanzas técnicas en España, las relaciones laborales entre estos profe­sionales y los ingenieros superiores han estado pendientes de regula­ción. Se abordó, desde los distin­tos gobiernos, su preparación aca­démica, pero nunca se legisló sobre sus competencias profesionales. En los años 1965 y 1966, dos decretos que lo intentaron fueron anulados por el Tribunal Supremo por cues­tiones legislativas. Decretos, propo­siciones, resoluciones del Tribunal Supremo (hasta ocho llegó a dicta­minar) se sucedían sin abordar a fondo la cuestión.
Cuestión que se centraba en in­dicar qué tipo de labores y tareas profesionales puede ejercer aquella persona que ha seguido un deter­minado plan de estudios. Actual­mente, en la Universidad Politéc­nica Española, existen dos titulaciones: la de Ingeniero o Arquitecto Técnico, cuyos estudios constan de tres años y están ceñidos a materias eminentemente prácticas con una única especialidad y la de Arquitec­to o Ingeniero Técnico Superior, cuyo plan es de seis años, con una formación técnica y teórica más glo­bal, diversas especialidades, etc...
Ante la falta de soluciones le­gislativas, son las propias empresas y la Administración quienes van creando, con la práctica, un tipo de relaciones entre ambas titulaciones. Y partiendo de un objetividad aca­démica, se dejaban para el titula­do superior los trabajos de diseño, dirección y planificación de las fu­turas obras, mientras que el titula­do medio era el ejecutor de ellas. Pero esto creaba confusión, malen­tendidos e inquietud: ¿si la obra es una reforma, no podría proyectar­la el ingeniero técnico? ¿Por qué los únicos capacitados legalmente pa­ra dirigir proyectos menores han de ser también los titulados superio­res?
Ante esta situación de malestar social y de vacío legal objetivo, el Grupo Popular presentó (el 21 de junio de 1983) una proposición no de Ley sobre atribuciones profesio­nales de los Ingenieros Técnicos, que por pasividad del gobierno no siguió su curso y se olvidó.

¿POR QUÉ AHORA?
Es ahora, a principios de 1986, cuando la legislatura del primer go­bierno socialista está concluyendo que el PSOE retoma el antiguo pro­yecto popular del 83 y lo presenta, casi en su integridad y con la mis­ma formulación, sólo que con carácter de proyecto de ley. Los ponentes aducen viejas injusticias laborales, antiguas reivindicaciones profesionales por una parte, y el deseo de cambio (que los llevó al poder) de la sociedad española, inmersa ya institucionalmente en una Europa Comunitaria, para sacar adelante -con prisas- esta ley.
Pero justamente son estas las objeciones que se le hacen a la ley: se la tacha de «chapuza», de no ser previsibles su magnitud y conse­cuencias a medio y largo plazo (se habla incluso de «hipoteca tecnoló­gica» cara al futuro). Se habla de «cambios» por el hecho de cambiar, no por el hecho de mejorar... ; ade­más, nuestro ingreso en Europa es aún reciente, inmaduro y progresi­vo. ¡Ni siquiera los europeos, (en contra de lo que se nos ha argu­mentado) tienen aún regulado con claridad unitaria este tema, pues hasta pasado este verano no lo van a abordar desde la raíz.

LA ACTITUD DE LOS ESTUDIANTES
Por primera vez en mucho tiempo, la universidad ha salido de ese letargo en que se encontraba: los estudiantes han reaccionado inmediatamente frente al problema y se han unido para reivindicar sus derechos; latente subyacía un deseo de justicia que, repentinamen­te, ha estallado. La actitud de todos nosotros ha sido unánime: ha­bía que movilizarse, había que ha­cer «algo».
Por otra parte, los planes de es­tudio y los propios títulos están a punto de sufrir, de nuevo, impor­tantes cambios por la aplicación de la ley de Reforma Universitaria. ¿Cambiarán, de nuevo, las atribu­ciones? Lo que subyace realmente es la adecuación académica con res­pecto al futuro profesional.
Pero no es un problema sólo de atribuciones; es la propia universi­dad lo que está en juego. Este que­hacer frente al problema ha empezado a desarrollar una auténtica amistad entre muchos de nosotros que, hasta entonces, la relación dia­ria en clase no había hecho surgir. La huelga ha sido, pues, una oca­sión privilegiada para entablar un contacto humano, para establecer un diálogo que hasta ahora no exis­tía, para romper ese muro del in­dividualismo en que hemos sido educados.
Los días pasan y encierros, pin­tadas, manifestaciones, concentra­ciones se suceden. Los esfuerzos se concentran en evitar la manipula­ción política que se trata de hacer. En este sentido, se ha venido abajo el «mito» de la información veraz y profesional de los medios de co­municación: los periódicos parcia­lizan la información (los que se interesan, pues alguno ha tratado de no prestar atención al asunto), y la televisión manipula la información ocultando y dando prioridades sub­jetivas y, en el fondo, desorienta­doras. El poder hace uso de los me­dios de que dispone.

VUELTA A LA «NORMALIDAD»
Frente a esto, esa energía inicial del «quehacer» se va disipando. En unos porque sus reivindicaciones han sido escuchadas y no tiene sen­tido el prolongar la situación. En otros, porque no se ve una actitud siquiera de escucha por parte de na­die: sobreviene la decepción, la de­sesperanza. Además, los intereses personales de cara a los exámenes (que tenían ya un mes de retraso) o la posible pérdida del curso co­mienza a crear miedo. Y la situa­ción se torna tensa porque no se ve la solución. Algunas Escuelas deci­den suspender la huelga y comen­zar los exámenes suceda lo que su­ceda. Es en este punto cuando el in­dividualismo vuelve a manifestar­se con fuerza propia rompiendo to­da posibilidad de cambio y el ob­jetivo común se ve arrollado por esa inercia academicista que confunde el «ahora» con el presente.
Se vuelve a la normalidad y, a las pocas semanas, es como si nada hubiera sucedido. Ese ideal de jus­ticia que nos había movido, que nos había impulsado, se ha venido abajo, se ha esfumado. Ya nadie tiene nada que ofrecer...

OFRECER LO QUE SOMOS
Sin embargo, sí existe algo que ofrecer. Porque si una situación co­mo esta nos ha hecho romper esa inercia de «lo privado», de la eficiencia como meta a nuestro estu­diar, entonces es que esa situación ha ido más al fondo, ha profundi­zado en nuestra humanidad, nos ha hecho descubrir una novedad que antes no imaginábamos. Precisa­mente hemos de ofrecer esa posi­bilidad de relación que hemos en­contrado, que hemos descubierto.
Ahora que hemos vuelto a la normalidad, la tentación es la de considerar la huelga como un paréntesis. Ofrecer eso que nosotros somos y que en esta huelga se ha hecho para algunos más evidente no se circunscribe sólo al ámbito de la huelga. Es la posibilidad del cambio para nosotros y para la uni­versidad; porque si no cambiamos nosotros (y con nosotros también nuestras atribuciones, nuestro futu­ro), ¿de qué sirve cambiar las le­yes?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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