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Huellas N.2, Mayo 1986

EN ESTE MES

El dolor del Líbano no conoce tregua

José Clavería y Guadalupe Arbona

ÚLTIMOS ACONTECIMIENTOS
Durante las últimas semanas se ha recrudecido la violencia en el Lí­bano, incluso entre las milicias cris­tianas. Continuamente estallan co­ches bomba en Beirut Este, actual reducto cristiano. Un dirigente fa­langista (cristiano), al ser pregun­tado por los autores de la acción, se limitó a afirmar: «son los mismos que desde enero ponen en Beirut Este una bomba cada semana». Se refería a los partidarios del acuer­do tripartito de Damasco. Ese acuerdo con Siria, ya papel moja­do, fue firmado a finales del año pasado por los principales dirigentes de las milicias drusa y shií, y también por el entonces dirigente de la milicia cristiana, Elie Hobei­ka. Pero el presidente Gemayel y el líder miliciano Geaga desautoriza­ron a su compañero; entonces co­menzaron a aparecer los coches bomba. El Papa recibió en Roma, interrumpiendo los ejercicios que preceden a la Semana Santa, al presidente Gemayel, el cual le explicó su postura de rechazo del acuerdo por considerar que ponía en peli­gro la futura soberanía del país. De hecho, un reciente congreso de lí­deres políticos y religiosos cristianos cristianos libaneses afirmó su volun­tad de diálogo para llegar a un acuerdo, pero con la condición de que se respete la soberanía del Lí­bano.

UN POCO DE HISTORIA
Pero hablamos de soberanía «futura». ¿Qué quiere decir esto? El Líbano es un país donde se ha vivi­do el milagro de la convivencia pa­cífica, e incluso enriquecedora, en­tre diversos grupos musulmanes y cristianos. Entre los primeros están precisamente: sunnitas (el grupo más numeroso), drusos y shiítas. Entre los cristianos hay gran varie­dad de ritos: maronitas, armenios, caldeos, ortodoxosos, melquitas, protestantes; la Iglesia maronita es la más importante. Sin embargo, está convivencia ya apenas existe.
El tercio sur del territorio está en manos del ejército israelí y, el resto, salvo una estrecha franja que comprende Beirut, está ocupado por el ejército sirio. ¿Cómo se ha llegado a este situación?
La inestabilidad política existe en el país desde el momento de su independencia, al finalizar en 1944 el protectorado francés. Desde en­tonces, existe un pacto según el cuál el presidente de la República ha de ser un cristiano, el presidente el go­bierno un sunnita y el presidente del parlamento un shiíta. En 1948 comenzaron a llegar a la región re­fugiados palestinos presionados por el conflicto israelí. Desde entonces, existen campos de refugiados y una guerrilla numerosa apoyada por las fuerzas musulmanas más extremis­tas del Líbano. Hubo una crisis y una guerra civil siendo presidente Chamoun en 1958.
Desde enton­ces se superó la crisis bélica con go­biernos de coalición.
La situación social fue deterio­rándose día a día en parte por la afluencia masiva de palestinos en los campos de refugiados y, en par­te, por la acción de Siria e Israel -respaldados por la URSS y EEUU, respectivamente-. En 1975, esta­lló una nueva guerra civil cuyo cur­so parecía de difícil salida al cabo de un año de combates. La solución fue que Siria invadiese el Líbano en junio de 1976 con el acuerdo de las grandes potencias implicadas. Así se evitaba la intervención directa de éstas y se aseguraba la integridad del territorio nacional, que estaba fuertemente amenazada por Israel.
Los intereses israelíes en el sur del Líbano son de carácter económico, derivado de la necesidad de agua que tiene la nueva agricultura de Is­rael. Las necesidades son mayores y, sin embargo, el Jordán proporcio­na en los últimos años un menor volumen de agua. Las aguas del Litani, valle al sur del Líbano, y la si­tuación estratégica privilegiada de la región convierten esta zona en un objetivo imperialista de Israel. Por esto, el deterioro de la situación in­terna del país favorece sus preten­siones. Desde entonces, constante­mente ha sido quebrada la «paz si­ria». La presión israelí avanza en oleadas por el sur, a pesar del continuo envío de fuerzas de pacifica­ción de la ONU. Además, la posi­ción de Siria es ambigua, ya que en la práctica su actuación no ha sido pacificadora, sino que ha recrude­cido los combates y la intransigen­cia en la sociedad libanesa. Sus in­tereses son imperialistas. Esto se ha visto en el último intento de acuerdo, que institucionalizaba una si­tuación de «amistad fuerte en as­pectos informativos, económicos, políticos y militares» que en reali­dad es una dependencia que pode­mos calificar de anexión encubier­ta.

LA INDIFERENCIA OCCIDENTAL
El terrible drama de estos tres millones de personas en un territo­rio de 10.000 km2 suele encua­drarse por nuestros medios informativos dentro de la crisis medio-­oriental y del conflicto palestino, perdiéndose en la espiral pro-contrao en la simplificación de datos es­tadísticos. En realidad, estamos de­sinformados. Este mismo año, el periódico Ya reducía, en un co­mentario a la información sobre el debatido acuerdo tripartito, el pro­blema libanés a un simple cambio numérico en la proporción de la po­blación cristiana respecto a la mu­sulmana.
Es necesario recuperar el empe­ño por la verdad y por la paz. Des­tacar -por un momento, al menos- el espacio necesario de responsabilidad y solidaridad ur­gente para un pueblo abocado a la destrucción. Sobre todo si es verdad -como lo es- que la responsabi­lidad y la solidaridad nacen de una posición humana que, precediendo al análisis político, se orienta al de­recho del hombre y de los pueblos a una existencia libre. De otro mo­do, entramos en un conformismo interesado que fácilmente se hace inercia e indiferencia. Conformis­mo que lleva a simplificar el pro­blema y a hacer informaciones equívocas como la de que «no se puede atender a la cuestión libane­sa sin primero atender las aspiracio­nes y derechos del pueblo palesti­no».

UN PUEBLO PERSEGUIDO. UN PAIS INVADIDO. UNA ESPERANZA PRESENTE.
Frente a esta mentalidad, es preciso recordar algunos puntos im­portantes:
1. La comunidad cristiana liba­nesa padece una auténtica persecución, que casi llega al genocidio. El desfile de víctimas es continuo des­de hace años. Las emigraciones de sus comunidades constituyen ya un verdadero éxodo. De un total de 1.600.000, unos 300.000 han huido a Beirut y alrededores o a la montaña, y otros muchos a Cana­dá y otros países. De hecho, el 70% de los emigrados en los últimos diez años son cristianos. No es un hecho aislado la huida a Australia de 2.000 personas de una zona del sur que tuvieron que volver por no ser admitidos. Cerca de dos millones de personas viven en un terreno de 1.000 km2 (densidad por tanto, de cerca de 2.000 hab/km2 más de veinte veces la de nuestro país), lo cuál ha supuesto una avalancha de prófugos, pobres y superpoblación. La violencia y la venganza se han convertido en una forma de vida.
2. Las múltiples injerencias ex­tranjeras contribuyen a la desinte­gración política del Líbano o bien a mantener el país en devastación humana y civil. Sus diversos com­ponentes étnicos y religiosos pueden y deben convivir. No olvide­mos que el conflicto del Líbano no es una guerra de religión. La experiencia antigua y reciente demues­tra que la posibilidad de la convi­vencia existe. Es preciso recordarla.
3. Antes indicábamos la situa­ción de violencia desencadenada es­tas semanas entre las milicias cris­tianas. Esto es un escándalo para los cristianos, a los que once años de sufrimientos y guerra han provoca­do una firme voluntad de vivir más unidos.
En otras ocasiones, ha sido ex­cesiva la dureza de sus acciones co­mo las masacres en campos de re­fugiados palestinos y en momentos de asedio desesperado. Pero no es esa toda la realidad sobre los cris­tianos del Líbano en el conflicto ac­tual. Las voces más autorizadas de la Iglesia maronita no tienen incon­veniente en reconocer que una vic­toria militar en el campo está más allá de toda previsión. Incluso no es ni siquiera el verdadero objeti­vo. Quien no sea musulmán pue­de existir como «concesión», pero no por propio derecho. La presen­cia cristiana en el mundo árabe se concibe como profanación; sobre todo cuando esa presencia tiene una expresión cultural fecunda que ha supuesto un diálogo y un puente natural entre Occidente y el Mun­do Árabe. Y, sin embargo, el Lí­bano fue siempre concebido por los musulmanes como un reducto cris­tiano. Uno de los nombres en ára­be del Líbano es bzfad al-maszhzn, esto es, «el país de los cristianos».
La llamada despectivamente «occidentalización del Líbano» es un escándalo económico y humani­tario para el mundo islámico actual.
Económico, por el alto nivel de desarrollo y de bienestar que se al­canzó. Humanitario, por la impor­tante presencia de obras asistencia­les, educativas y caritativas de la Iglesia. A sus escuelas y colegios van gran cantidad de niños musulma­nes; los hospitales son numerosos e importantes; proliferan librerías, editoriales y medios informativos. Las universidades pretenden ser un instrumento de recuperación y pro­puesta de la tradición cultural cris­tiana como factor de unidad y diá­logo.
La responsabilidad de la Iglesia maronita no está sólo en la unidad del Líbano, sino en crear una mentalidad de tolerancia en el mundo árabe. También por vivir en solida­ridad con otras minorías cristianas que ya perdieron mucha de su li­bertad tradicional en otros países donde crecen las sectas musulma­nas extremistas. La ecuanimidad de sus juicios, el testimonio de su su­frimiento y su caridad en defensa de la condición humana son una concreta esperanza de paz y rege­neración.
No obstante, es necesario toda­vía que su compromiso con la paz y la justicia crezca en inteligencia y capacidad de riesgo. Muchos piensan que la Iglesia por su mis­ma autoridad no debe sustraerse al empeño de proponer un terreno, una hipótesis de progreso que sir­va como base para la discusión y pa­ra el diálogo del pueblo libanés y acabe con aquella nostalgia del pa­sado al que es imposible volver.




SUNNITAS
Nombre que se da en el is­lamismo a los ortodoxos (los más numerosos) por oposición a los shiítas.

SHIÍTAS
Grupo musulmán, partida­rio de Alí, que considera ilegal la sucesión del califato y defien­den el carácter semidivino del imán. Actualmente, sus grupos suelen ser los más extremistas y fundamentalistas. Reaccionan a la occidentalización indiscrimi­nada del mundo árabe con una islamización también radical.

DRUSOS
Secta ismailita o fatimí ex­tremista. Hablan dialecto árabe. Viven principalmente en Siria y el Líbano.
Hasta el s. XIX vivieron en buen entendimiento con los maronitas pero desde 1842 lle­varon a cabo matanzas de ma­ronitas por motivos religiosos. Se han sublevado en varias ocasio­nes.

PALESTINOS
En 1948, muchos habitantes musulmanes de Palestina huyen hacia el sur del Líbano presiona­dos por las fuerzas armadas del nuevo estado de Israel. Desde allí, luchan por recuperar la posibilidad de vivir en su nación. Constituyen un factor de ines­tabilidad y de islamización en el Líbano. La entrada pacificadora de Siria se ha convertido en rea­lidad en un apoyo bélico a la guerrilla palestina y una excusa para controlar todo el territorio libanés.


COMUNICADO DE LOS OBISPOS MARONITAS EN FAVOR DE LA SOBERANIA Y UNIDAD DEL LIBANO
En el marco de la crisis que el Líbano atraviesa actualmen­te, los obispos maronitas -reunidos en Bkerké el 22 de enero de 1986 bajo la presiden­cia del administrador apostóli­co del Patriarcado maronita, (mons. Ibrahim Hélou) examinaron la situación actual del país en todos sus aspectos -político, nacional, social- y publicaron el siguiente comu­nicado:
1. El Líbano ha sido -des­de sus orígenes- un refugio pa­ra los perseguidores de cual­quier género, que han encon­trado en él asilo, a causa de la posición geográfica del país.
2. La Iglesia maronita se asentó en el Líbano desde su constitución, formando en tor­no al Patriarcado el núcleo de la patria libanesa, en la que se han reunido todos los refugia­dos de cualquier confesión y co­munidad. Se creó así el Líbano histórico.
3. Las bases sobre las que se apoya esta patria, formada por grupos diversos, han sido la li­bertad y la convivencia pacífica entre sus miembros, unidos contra los invasores.
4. La Iglesia maronita está decidida a cumplir su papel his­tórico con firmeza y tenacidad hasta el martirio, en una patria unida desde el punto de vista so­cial y geográfico, en la que se hagan realidad las siguientes li­bertades: libertas de creencias y de práctica religiosa, de expre­sión y de acción política, libertad de iniciativas independien­tes en el marco de la Carta de los Derechos del Hombre, liber­tad de tratar con otras naciones del mundo, desarrollando el papel civilizador e histórico propio del Líbano.
5. La Iglesia maronita considera al Líbano un país que for­ma parte de la Liga Árabe y, por la continuidad geográfica y las implicaciones económicas e his­tóricas, considera que Siria es el primer país hermano y que el Líbano no debe constituir un terreno abierto a las conspira­ciones, ni un terreno de luchas para resolver problemas ajenos.
6. La Iglesia maronita anuncia que el Líbano rechaza cualquier injerencia extranjera en sus asuntos y se mantiene li­bre en sus decisiones y en la ga­rantía de sus libertades bajo la protección de un régimen democrático que tutele los dere­chos de cada comunidad y re­chace cualquier hegemonía in­terna y externa.
7. La Iglesia maronita anuncia que el derecho a la pro­piedad es sagrado y que la explotación de las riquezas econó­micas debe estar al servicio de los intereses ciudadanos.
8. La Iglesia maronita considera ciudadano libanés a cual­quiera qué tenga la nacionalidad libanesa o la haya obtenido legalmente; tanto si es resi­dente como si es emigrado, tiene todos los derechos y todos los deberes de cualquier otro ciudadano. La Iglesia maronita hace una llamada a todos los li­baneses a poner todas sus fuerzas espirituales, morales y materiales al servicio de la patria, bajo la protección de una cons­titución que esté articulada so­bre estos principios, los cuales deberían ser ratificados por los organismos y por las instituciones responsables.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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