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Huellas N.11, Octubre 1985

VIDA DE CL

La nueva vida surgida en «la perla de África»

Una entrevista a propósito de la experiencia del movimiento en Uganda
Entrevista realizada por Susana Torreguitard y Enrique Arroyo

Entrevista con el Padre Fidel González, misio­nero comboniano, doctor en historia de la Iglesia por la Universidad Pontificia de Salamanca, pro­fesor de historia de la Iglesia en la universidad Pontificia Urbaniana de Roma.
El Padre Fidel ha estado en Uganda durante más de 15 años, y fue uno de los iniciadores de la experiencia del movimiento allá en Uganda.


¿Cómo ha surgido la experiencia del movimiento en Uganda?
La presencia del movimiento en Uganda empieza en 1969, pero hasta el 81 fue una presencia oculta por­que prácticamente la propuesta de vida del movimien­to no había sido hecho a ningún africano. Todo em­pezó con la llamada propuesta de Katigondo, en agosto de 1981 con ocasión de una semana nacional de teo­logía de la Iglesia ugandesa. Allí fue donde C.L. em­pezó a tomar carne nueva dentro de nosotros -los vie­jos amigos- y cuando algunos africanos empezaron a vivir la propuesta del movimiento. Ellos se fueron convirtiendo cada día en signos más claros y precisos de cuanto la propuesta cristiana del movimiento sig­nificaba. Estoy plenamente convencido de que esto fue posible gracias a una obediencia clara de dos indica­ciones fundamentales que se nos dieron: la primera es de Giussani: «mirad al Papa y aprended de él». Es­to incluye un amor fuerte hacia él. Para algunos de nosotros esta indicación era algo dura, ya que había­mos vivido el período de la protesta y esto significa una crítica a la autoridad, y en especial, al Papa. Nos hemos dado cuenta de que en este seguimiento nada de lo que nos ha sucedido ha acontecido fuera de és­te. El segundo punto fue que a partir de 1980 nos vi­sitaba Enrico Guffanti (uno de los médicos fundado­res de la experiencia del movimiento en Uganda) y siempre nos decía: «Haced trabajo cultural; una expe­riencia que no tenga dignidad cultural es estéril». Es­tas peticiones nos dejaban perplejos. ¿Cómo -nos preguntábamos- viviendo en Uganda una situación difícil, sufriendo un trabajo agotador, se nos pide un trabajo nuevo, cultural?, ¿qué significa? El padre Ti­boni (el misionero comboniano que inició el movi­miento en Uganda), nos repetía constantemente: «Hay que llegar, ante todo, a expresar un juicio verdadero sobre nosotros mismos y sobre el tipo de experiencia que estamos viviendo, para poder proponerlo luego a los demás por medio de instrumentos adecuados», es decir, accesibles al contexto cultural en que vivimos.
Surgieron así los primeros intentos de expresar por escrito, a través de circulares a los amigos en Navidad y Pascua, la experiencia de comunión y de amistad en Cristo. En estas circunstancias fue cuando algunos de nosotros participamos en la primera semana nacional celebrada en Katigondo.

¿Qué es, en definitiva, esa propuesta de Katigondo?
La propuesta en su contenido era casi imposible, ya que estabamos en un contexto en el que se habla­ba del poco espacio que hay para Cristo si no se hace africano; eramos unos misioneros extranjeros que pro­poníamos nuestra propia experiencia de comunión co­mo paso auténtico para la salvación de la nación. La propuesta tiene de hecho un pretensión inaudita: es­tá hecha adrede para suscitar la persecución. Lo más soprendente de todo fue que hubo gente que se adhi­rió al movimiento, porque deseaban una nueva vida de Comunión y Liberación en Jesucristo.

Dices que la propuesta pretende cosas inauditas, y que está hecha adrede para suscitar la persecución. De hecho encontrasteis dificultades y persecuciones. ¿Cómo las superasteis?
Las dificultades surgieron por parte de aquellos que no eran cristianos; a veces por parte de las autoridades locales, pero, sobre todo, y las más difíciles, surgieron por parte de aquellos que se decían cristianos, pero que no compartían este modo de entender el cristianismo, sobre todo algunos sacerdotes. Es de estas circunstan­cias difíciles de donde surge la consagración a María. La consagración a María es una plegaria intensa por parte nuestra de jugarse todo en la experiencia del mo­vimiento, por éste y por amor a la Iglesia.

¿Cuál es el significado de la consagración a Ma­ría dentro de la experiencia de C.L en España?
El padre Tiboni insistía en que la salvación de Uganda podía venir sólo a través de María, madre de la Iglesia y madre de Uganda; una Uganda destroza­da por la guerra civil, el crivalismo y la corrupción y el odio. En esto teníamos unos maestros estupendos: el Papa, San Maximiliano Kolbe, el cardenal Wyszynski, y cito estos nombres porque los conocíamos a tra­vés de sus escritos y de personas que estaban en rela­ción con ellas. Tiboni insistía en que María tenía que convertirse para Uganda en lo que era para México y Polonia, un punto de unidad. Si María no se toma en serio la construcción de la nación, ¿qué podemos ha­cer nosotros? Era evidente que nuestras propuestas sólo se podían realizar a través de la potencia y de la pre­sencia viva de Cristo y de María. Era necesario un ges­to, un acto lleno de confianza. Y este gesto llegó cuan­do menos lo esperábamos. Recuerdo que a petición de un grupo de obispos tuve que hacer la propuesta del movimiento a un grupo de sacerdotes y el resulta­do fue un rechazo total. Tuvieron miedo a palabras como liberación, compromiso cristiano, trabajo cultu­ral. Uno de aquellos sacerdotes se levantó y dijo a su obispo: «Si no prohíbes esto, iremos todos a la cárcel, empezando por ti. ¿Acaso quieres ir tu a la cárcel? Es­to es un movimiento político, es de guerrilleros camu­flados».
Fue una amargura muy grande la que experimen­té aquel día. Saliendo de la sala uno de los obispos me dijo: «era lógico, lo que habéis propuesto atañe a la vida y muchos no quieren comprometerse en na­da». Estaban allí también los padres Alfonso, Patrick y Edo, y aquella noche oscura se convirtió en el mayor don que el movimiento ha recibido en Uganda, el don de la Consagración a María.
El Espíritu Santo sugirió a los tres amigos el gesto de la Consagraci6n. Hay que jugarse el todo por el to­do, hay que pedir a María -Ella que es la madre del Verbo encarnado- que siga siendo la Madre de Cris­to en el corazón de todos. Yo no estaba allí aquella noche porque tuve que volver a mi Misión; pero el pa­dre Edo, la mañana siguiente, hizo 150 km. en moto para comunicarme aquel gesto y hacer que yo dijese junto a él la Consagración. El texto de la Consagración es tremendamente sen­cillo y al mismo tiempo comprometedor:
«María tú eres la Madre de Cristo, Madre de la Co­munión que tu Hijo nos da como un don siempre nue­vo y poderoso, que es un gusto de vida nueva. Por eso a través de Ti, consagramos todo nuestro ser, todos los sufrimientos que tu Hijo permita enviarnos y nuestra propia vida para que Tú seas la Madre de la Vida, y Cristo done a todos los españoles y a todo el mundo, el mismo gusto de Vida Nueva que Tú nos has dado a nosotros. Amén».
De la Consagración nace la experiencia que aclara y hace comprensible la experiencia cristiana de Comu­nión y Liberación. Mirando a lo que la experiencia nos ha enseñado me gustaría hacer las siguientes observa­ciones: primero, que en la propuesta de la consagra­ción no se pide a alguien que haga algo; ni siquiera que acepte la propuesta que tú le haces. Lo que tú le propones es que pida contigo que suceda algo gran­de, algo nuevo. Esta petición se hace en el contexto de verdaderos problemas personales y familiares, con­texto de cuanto determina a cada uno de sus intereses más profundos, como son la salud, la paz, los hijos, los problemas económicos, la guerra. Pues bien, la pe­tición es confiarse a María para que dentro de estas si­tuaciones vitales se comprometa contigo desde su co­razón de Madre. En segundo lugar, lo que es impor­tantísimo es que la propuesta continuamente renova­da a María se convierta en una oración poderosa, para que Ella se tome la responsabilidad en primera perso­na, para que la experiencia de la comunión surja pri­mero en ti que propones y luego dentro de esas situa­ciones y lugares concretos. ¡Cuántas veces he oído de­cir a decenas de personas: «sí, esta oración es verdade­ramente poderosa, el gesto de la Consagración me ha abierto horizontes nuevos»!

Nos estás hablando de la fuerza de la Consagra­ción; una Consagración hecha con fe, o como voso­tros decís, con autoridad, ¿qué quiere decir esto?
Sí, la consagración no es un gesto mecánico, ni tampoco una fórmula mágica. Es una actitud profun­da de fe, es la oración hecha con autoridad. Recuerdo que en noviembre del 82, la diaconía (el grupo de res­ponsables de la comunidad) se reunió para meditar puntos como la contemplación, el trabajo cultural y la oración con fe y autoridad. En aquel encuentro se puso de manifiesto la realidad que viven los ugande­ses: el terror y el miedo como elementos centrales de a vida y la cultura de la gente; odios, guerras, divi­siones trivales, miedos a falsas acusaciones, venganzas, terror a los espíritus, a los hechiceros, a la superstición como caldo de cultivo en que vive esta cultura tradi­cional. Todos estos factores son los que impiden la fe auténtica en Jesucristo. Entonces, a nosotros el Espíri­tu nos pidió una fe total, más fuerte que la pagana y que aquellos miedos. Es un don de Dios y por eso hay que pedirlo como oración potente; y así surge la oración hecha con autoridad, con fe, con fuerza, con energía grande; con la seguridad de que es el Espíritu de Cristo quien está orando por nosotros.
Recuerdo cuando la gente volvió del retiro, el pa­dre Tiboni nos preguntó: «¿Quién ha orado con auto­ridad?, ¿quien es en su vida propuesta de comunión, liberación y vida?». Y recuerdo como muchos alzaron la mano». «¿Quién ha obtenido respuesta?». La res­puesta afirmativa fue también grande. Nació la con­signa y la directiva: reza con autoridad y fe; y la pre­gunta frecuente: ¿qué milagros has hecho hoy?
Hay que tener en cuenta que al final del Evange­lio de San Marcos el evangelista dice que a quienes crean se les dará el poder de hacer milagros. Y noso­tros hemos experimentado que esto es verdad. La or­den de rezar con autoridad se repite constantemente en el Evangelio y, contra todas las objeciones raciona­listas, se nos pide simplemente la obediencia a Cristo que dice: «Llamad y se os abrirá, pedid y se os dará». La gente empezó a responder con una decisión impre­sionante y yo mismo he experimentado que es verdad, algo que nunca hubiera podido imaginar.

¿Cómo debemos entender la categoría de milagro dentro de la experiencia de vida cristiana?
Es corriente entender el milagro como un hecho que rompe las leyes naturales; sin embargo, para no­sotros, milagro es el hecho y la experiencia de cuanto Dios hace en tu vida y te suscita admiración; la expe­riencia del milagro es la experiencia de cómo Dios ha obrado cosas extraordinarias dentro de tu propia vida que son más grandes que tu mismo, es la experiencia profunda del movimiento mismo, la experiencia del cuidado exquisito de Dios para con nosotros; que lue­go Dios utilice las leyes de la naturaleza o mecanis­mos sobrenaturales... Pero nosotros no podemos vivir sin la experiencia de esta presencia y de este cuidado de Dios, no existe movimiento sin milagro como no existe Evangelio sin milagro.

Antes has hablado de la importancia que ha teni­do para vosotros el trabajo cultural. ¿Cuál es su signi­ficado profundo? Incluso hemos oído hablar algunas veces de la Consagración como gesto originante de cultura nueva.
Efectivamente. En la experiencia del movimiento en Uganda, ha tenido una importancia decisiva la com­prensión de lo que es la cultura. Como dije, ya desde su origen en Uganda, C.L. nació como propuesta pa­ra la construcción y liberación de la nación y esto no puede darse si no es a través de la creación de una cul­tura nueva.
La consagración a María y la oración con autoridad surgen también como un aspecto nuevo del trabajo cul­tural y ofrecen la potencia para que este trabajo se rea­lize con fuerza. La expresión de esta conciencia está en el lema: «Esto es imposible para el hombre, pero es posible para mí en el nombre de Cristo». No hay situación en este mundo por muy diabólica que sea que Cristo no sea capaz de cambiar. Por eso, la expe­riencia del movimiento es posible en la cárcel política de Luzira -y tenemos el caso de padre Ponziano que hizo la propuesta a los presos-. Es posible en las es­cuelas, en el trabajo; es posible en todos los sitios, por­que si fuese imposible en un sitio, sería negar la posi­bilidad de la encarnación, salvación y redención de Cristo. Pero también hay que decir que el trabajo cul­tural es eficaz cuando es Don que viene de la poten­cia del Señor. Trabajo cultural significa insertar la pre­sencia de Cristo en las situaciones propias de cada día; crear una nueva tradición y una nueva cultura. El tra­bajo cultural es una consecuencia de la Fe, vivida des­de la lógica de la comunión, que es la que cambia la vida.

¿Qué es la «lógica de la comunión»?
La lógica de la comunión es contraria al egoísmo, es decir, yo no pienso sólo en mí; pero tampoco es un mero altruismo: Es la lógica de la solidaridad; me en­cuentro unido a todos los demás, y juntos asumimos las necesidades comunes. Queremos dar una respues­ta a nuestros estómagos y a nuestros cerebros. Esta preocupación común produce una chispa de inteligen­cia nueva para buscar iniciativas mejores. Queremos dar respuesta al problema global del hombre en el am­biente del estudio, del trabajo, e incluso en el ambiente de la cárcel. Esto convierte a la comunión en algo visible y significativo en la vida del estudiante o del trabajador; es contrario a la lógica del capitalista que va al propio interés y explota todo en función del yo, y la socialista, instrumentalizadora de las personas en función del Estado. La lógica de la comunión es algo distinto y puede darse en un tipo de economía tanto capitalista como comunista, y tiene su raíz en la dig­nidad y en el mutuo compromiso y empeño de las per­sonas. Es un personalismo y respeto por la presencia de Dios en el hombre.

¿Qué es desde tu experiencia la lógíca del seguimiento?
Hablar de la lógica del seguimiento nos lleva a re­cordar el primer capítulo del Evangelio de San Juan, en donde se pone de manifiesto la modalidad del en­cuentro de Cristo con los padres: «Maestro, ¿dónde vi­ves? y Jesús les dice: venid y ved». Jesús no les explica ninguna teoría ni ideología; simplemente les invita a estar con Él. Aquél encuentro fue capital para ellos y de aquel encuentro hecho experiencia surgió la invi­tación por parte de ellos a otros a seguir a Jesús. Es desde el seguimiento desde donde hace una experien­cia desde donde nace el hecho de la vocación cristia­na. Igualmente Pablo, tras su encuentro con Cristo en el camino de Damasco, fue invitado a vivir en la po­bre comunidad de discípulos de aquella ciudad; y es­toy convencido de que cuando Pablo escribe sobre la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, tiene presente aquella comunidad de Damasco donde él nació cris­tiano. Esta es la lógica del seguimiento y es la única lógica de la comunión, que es la lógica de la experien­cia vida de Jesucristo.

Uno de los aspectos más llamativos de la experien­cia del movimiento en Uganda es el perdón. Háblanos un poco de lo que esto está significando para vosotros.
El cristianismo es fundamentalmente misericordia porque el hecho de la encarnación ya es en sí la mise­ricordia de Dios que entra dentro de la historia hu­mana; Dios mismo se hace corazón, perdón. Miseri­cordia viene de las palabras latinas misens cardare, que significan dar el corazón al necesitado, al miserable, etc ... Esto es lo que ha hecho Dios con la humanidad; se ha donado totalmente. Por eso digo que el cristia­nismo es fundamentalmente misericordia.
Entonces, donde hay una experiencia cristiana auténtica, inmediatamente surge el sentido del per­dón y la misericordia. Y esto se ve en Uganda, en si­tuaciones tan difíciles como la de los presos de la cár­cel de Lucira, que perdonan a sus carceleros después de haber visto al Papa perdonando a Ali Agca; enton­ces es cuando empezaron a creer en la experiencia cris­tiana que padre Ponziano les iba proporcionando. Es­te es el caso de Joseph, uno de los presos políticos, que abraza y perdona al carcelero que le había hecho su­frir. Y cuando este hombre se encuentra ante el per­dón, es capaz de aceptarlo porque la misericordia y el perdón producen conversión. Es significativo también el caso de Judith que perdona al asesino de su herma­no y consigue a través de la oración con autoridad que su propia familia perdone a su enemigo.
Todos estos son casos que sin el milagro no se pro­ducen y que demuestran la potencia profunda de la presencia de Dios, y cómo el movimiento crea presen­cia. Quizá el caso más significativo es el de Francis de Kasala que por no renunciar a hacer escuela de comu­nidad (la reunión semanal donde se crece en el juicio sobre todo lo que acontece) es muerto a bayonetazos por los soldados y muere perdonándoles delante de los ojos de su familia.

Volviendo al tema de la cultura ¿Cómo estáis vi­viendo el problema de la inculturización?
La inculturización es hacer que el hecho cristiano se convierta en un hecho cultural nativo; es decir, en el caso de Africa, que Cristo adquiera un rostro afri­cano. Hay dos maneras de hacer este trabajo de incul­turización: un modo, que nosotros no debemos acep­tar, que africanizaría tanto el cristianismo hasta el pun­to de hacerle perder su propia identidad. La verdade­ra inculturización no es una adaptación del cristianis­mo a situaciones concretas, sino hacer que Jesucristo sea aquél que transforme esa realidad, porque Cristo ha penetrado en la historia hasta transformarla com­pletamente. Por eso, lo que nosotros queremos es que la fe cristiana se convierta en cultura, se transforme en una cultura nueva en cualquier situación, en cualquier país. Es impresionante ver como la experiencia de C.L. en Cristo que estamos viviendo en Uganda da fuerza y empuja para enfrentarse, transformar y juzgar situa­ciones concretas como las de aquí en Uganda. Como me contaba un joven catequista de mi misión de Kit­gum: «estamos dando origen a una tradición nueva por encima de nuestros viejos clanes».

Cuando oímos hablar de la experiencia ugandesa, inevitablemente surge una sensación de admiración, pero también de lejanía y desproporción. ¿Cómo de­bemos mirar realmente la experiencia en Uganda, de modo que se nos haga más cercana, más tangible?
La admiración es una cosa buena pero no es sufi­ciente. Lo importante es darse cuenta de que la expe­riencia cristiana es válida porque es católica, es válida para todos y para todo. Entonces, si en circunstancias humanamente tan difíciles como las de Uganda, con gente intelectualmente no preparada, han sido capa­ces de entender la experiencia cristiana en su profun­didad y afrontar con una inteligencia nueva el ámbito cultural propio, del mismo modo podemos vivirlo no­sotros. Porque si ellos han vivido y viven una expe­riencia así es porque puede ser verdad para todo el mundo; ya que si sólo valiese para ti y no para otros querría decir que no es una experiencia verdadera, que no es una experiencia humana. El hecho de que ellos lo vivan nos confirma a nosotros en un camino.
Si a veces nos dejan fríos estas cosas, hay que pe­dir al Señor que nos ilumine y nos de la fe para seguir profundizando en nuestra experiencia.



Joseph Obwoc y el desafío a una tradición milenaria
Joseph Obwoc es el director de la Escuela Gubernamental de la mi­sión de Kitgum. Además, es el pre­sidente del consejo parroquial de la misma misión. Está casado, tiene seis hijos y su mujer también es maestra. El hijo mayor vive el mo­vimiento con una madurez cada vez más grande. En 1980, Joseph fue enviado por su obispo a Doret (Ke­nia) para seguir un cursillo de pas­toral en el «Fast African Institute».
Yo le hice la propuesta en 1981, inmediatamente después del en­cuentro de Katigondo; sin embar­go, aunque participaba en todos los encuentros, no estaba muy entu­siasmado y no sé hasta qué punto entendía las cosas. En 1983, él, En­rico Odor, Michel Ojwe, Pierina La­dur y otros, vinieron a verme: que­rían que yo les explicase más con­cretamente cómo vivir en comu­nión la experiencia del movimien­to. Así empezó el grupo de la mi­sión y experiencia del movimiento.
Se visitaban los unos a los otros, dis­cutían sus problemas, sobre todo cuando estaban en juego cuestiones familiares o tradiciones que se pre­sentaban en contradicción con la fe cristiana.
Invité a Joseph a que tomase parte en aquel grupo que habíamos formado en la misión: John Bon­gomín, Francesco, Enrico y yo. Un día Joseph vino a verme: «Tengo un problema grave en mi familia» me dijo, pero solo no pue­do resolverlo. Necesito de tu com­pañía y de la de los amigos para en­contrar una solución.
En 1981 un «hermano del clan» (primo) murió; también era direc­tor de escuela. Dejó dos mujeres, una todavía joven. Según la tradi­ción acholi, al final de los últimos ritos fúnebres, (después de un año al menos) las mujeres deben elegir a uno de los hermanos del difunto y tomarlo como esposo. El tiene que cuidar de ella y de sus hijos y seguir dando descendencia al hermano muerto. La joven cuñada to­mó a Joseph como marido pero Jo­seph no quiso aceptarla. Según el rito acholi no se tiene el derecho a rechazar, sería como una traición negar la misma sangre del muerto. En la casa de Joseph había nacido incluso la sospecha de que la enga­ñaba; también los hijos sufrían; incluso Joseph, porque no era creído. Ahora, después de tres años, la mujer ha entendido la verdad y honradez de Joseph; sin embargo, todo el clan presiona constante­mente para que acepte como espo­sa a su cuñada y cuide de ella.
Fue en este momento cuando Joseph vino a verme. La experien­cia de comunión y de cultura nue­va en Cristo fue la que, hasta el mo­mento, había dado la fuerza y la luz para aquel asunto. Pero esto no fue suficiente: «necesito de vuestra compañía y de vuestra ayuda para resolver este tremendo problema» me dijo. «Está bien» -le dije, y llamé a Bongomín y a Francesco para juzgar juntos qué hacer. Sur­gió un primer juicio: «estos son los gestos de una cultura nueva» co­mentó Bongomín, «nos hacen su­frir mucho las persecuciones de los nuestros. Pero estamos convencidos de que surgirá una nueva cultura y una nueva tradición de respeto, co­munión y libertad».
Pero la historia continúa toda­vía. Hemos confiado en John Bon­gomín, Francesco Obde e lvone Rizzo para que junto a Joseph con­tinúen viviendo en concreto esta compañía que debe convertirse des­pués en ayuda y juicio cultural pa­ra Joseph y su familia. Y así Joseph llegará a ser consciente, como él de­cía, gracias a la compañía del mo­vimiento que le había ayudado a encontrar una energía y una sabi­duría nueva.
Joseph dijo a su cuñada que el se encargaría de la educación de los hijos pagando las tasas escolares; pero que ella debería permanecer en su aldea. La gente no lo entien­de, le llaman necio. Pero él perma­neció firme y distinto a la cultura dominante.
Un día, hace meses, la cuñada fue a su casa con un niño: «He aquí lo que me has obligado a hacer. Lo he tenido de otro hombre porque tu no has querido tomarme como tu mujer». Era un desafío. Joseph sufrió. Pero su firmeza no se de­rrumbó.
Ahora he aceptado incluso man­tener a este hijo no suyo ni de su hermano. Esta es la vida normal en una África todavía culturalmente pagana. Pero Joseph se está convir­tiendo en un hombre nuevo y esto desde que ha tomado en serio la compañía y la propuesta del Movi­miento. Se hace también para él cultura y tradición nueva, y su fa­milia se alegra también de ello.
Y como estos gestos habría mu­chos otros, pequeños gestos que ha­blan de una nueva cultura en Cris­to que se hace con sufrimiento tra­dición en Cristo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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