Ya desde las primeras palabras del Santo Padre en el aeropuerto de Newark y durante su estancia entre nosotros en Nueva York, me resonaba en la mente aquella exclamación surgida del corazón de don Giussani: «¡Qué coraje se necesita para sostener la esperanza de los hombres!». Me preguntaba si los millones de inmigrantes y refugiados que viven en los Estados Unidos habrían comprendido el mensaje del Papa. Me preguntaba cuánto habrían comprendido de este hombre que, aun viviendo a miles de kilómetros de distancia, era la persona en condiciones de comunicar a América lo que cada uno vive en el punto más sagrado del propio corazón, en la normalidad de cada día. Y nosotros, americanos, ¿habremos sido capaces de dejar a un lado nuestro habitual modo de pensar y de juzgar para acoger el reto que el Vicario de Cristo nos lanzaba? Desarrollando mi tarea de Director de la Catholic Migration Office de la diócesis de Brooklyn, he descubierto el significado de esta verdad fundamental: la Iglesia, presencia viva de Cristo, es la única esperanza real y razonable que puede sostener al hombre en este tiempo y lugar. Y me refiero no sólo a la institución, sino a las "piedras vivas" «que proclaman que Jesucristo es el centro de la historia, la esperanza de la humanidad y la alegría de cada corazón».
A los nuevos que llegaron desde más de 167 países y que constituyen la mayor parte de las familia de nuestra diócesis, el Papa les ha hablado como uno que ha visitado personalmente y visto con sus propios ojos los lugares de los que provienen. Un oficial de policía, Steven McDonald, en una entrevista, ha dicho que el Papa «... me hace descubrir el vínculo con mi pasado y con el resto del mundo». Juan Pablo II nos ha ofrecido a todos nosotros la imagen de un mundo en el que ya no se debe temer a uno mismo o a los otros, donde domine el respeto por la dignidad de toda persona en lugar de un conformismo de masa, donde los recursos sean repartidos según las necesidades. Y no se ha tratado sólo de un sueño feliz. De hecho, estas palabras han sido la exhortación profunda a hacer emerger en nosotros lo que Cristo mismo nos ha dado el día de nuestro Bautismo. Mirando y escuchando al Santo Padre he tenido la confirmación de lo que con más frecuencia nos exhorta a creer: Cristo cambia realmente el mundo, en el presente. Precisamente aquí, en Brooklyn, en la acogida vivida cada día en tantas parroquias, en los programas que la diócesis misma organiza, en el corazón de individuos que están buscando sinceramente a Cristo, podemos reconocer la prueba concreta de cada palabra que el Papa ha dicho con respecto a los inmigrantes y a América. Su presencia en nuestra ciudad y sus palabras fuertes y dulces han dado vigor a mi ministerio. Estoy todavía más orgulloso de vivir y trabajar en la Iglesia de Brooklyn que cree en esta verdad y la hace transformarse en obras vibrantes cada día.
Una morada
(Durante la Santa Misa en el Giants' Stadium, 5 de octubre)
El Reino está siempre presente porque el Padre mismo lo ha traído al mundo a través de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo Jesucristo. Desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo no ha cesado nunca de comunicar la fuerza del poder soberano de Cristo y de invitar a hombres y mujeres a encontrar la salvación en Aquel que es «el camino, la verdad y la vida» (cfr. Jn 14,6). Para traernos esta salvación Jesús ha fundado la Iglesia a fin de que fuera un «sacramento, esto es, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (cfr. Lumen Gentium, n. l ). Entre las muchas imágenes con que la Biblia describe a la Iglesia, una de las más bellas es la de la morada en la que Dios habita con su pueblo. El Señor quiere que su Iglesia "forme una morada" en medio de cada pueblo, insertando el don de la salvación en la historia y la cultura de toda nación. ( ... )
Ningún aspecto de la vida, ya se trate de la familia, del puesto de trabajo, de las escuelas, de las actividades económicas, políticas y sociales, puede ser sustraído al Reino de Dios. ( ... )
¡Como cristianos sabed que todas las cosas humanas son el terreno en el cual debe enraizarse y en el que debe madurar el Reino de Dios!
Para anunciar la salvación
(En la Sede de la Organización de las Naciones Unidas, 5 de octubre)
Como cristiano, pues, no puedo no testimoniar que mi esperanza y mi confianza se fundan en Jesucristo, cuyos dos mil años de su nacimiento serán celebrados en el alba del nuevo milenio ... Jesucristo es para nosotros Dios hecho hombre, quien se ha introducido, abajándose, en la historia de la humanidad. Justo por esto la esperanza cristiana en la confrontación con el mundo y con su futuro se extiende a toda persona humana: no hay nada genuinamente humano que no encuentre eco en el corazón de los cristianos. ( ... )
La iglesia no pide otra cosa que poder proponer respetuosamente este mensaje de la salvación.
En el tiempo
(Durante la Santa Misa en Central Park, 7 de octubre)
En el regazo de la Virgen María el Espíritu ha creado un hombre, que nacería en Belén nueve meses más tarde, y que, desde el primer momento de su concepción, ha sido el Eterno Hijo del Padre, la Palabra a través de la cual han sido hechas todas las cosas visibles e invisibles. ( ... )
En Cristo, el Espíritu Santo nos hace hijos preferidos de Dios. La Encarnación del Hijo de Dios ha sucedido una vez, y es irrepetible. La adopción divina continúa en todo tiempo a través de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, y en modo particular a través de los Sacramentos, a través del Bautismo. ( ... )
Como María, debéis apartar todo temor, a fin de llevar a Cristo al mundo en todo lo que hagáis -en el matrimonio, como individuos singulares en el mundo, como estudiantes, como trabajadores, como profesionales. Cristo quiere ir a muchos lugares del mundo, y entrar en muchos corazones, a través de vosotros. (tomado de: L'Osservatore Romano del 6, 7 y 9-10 de octubre de 1995)
(Traducido por Gabriel Lanzas)
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