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Huellas N.02, Abril 1991

ACTUALIDAD

Tragedia y milagro del Líbano

Maurizio Vitali/Carmenchu Rubio

¿Cuáles son las perspectivas para este país martirizado de Oriente Medio? Hay quien quiere la eliminación completa de los cristianos o su reducción en ghettos. Así no puede empezar la reconstrucción ni renacer la paz.


Ahora ya es tarde. El último foco de resistencia para un Líbano independiente se ha apagado con la capitulación del General Aoun y la despiadada ejecución de decenas de sus oficiales. La última esperanza de un liderazgo para los cristianos naufragó con el brutal asesinato, en la madrugada del 21 de Octubre, de Dany Chamoun, su mujer Ingrid y sus dos hijos, Tarek y Julián, de 7 y 5 años. El último homicidio de una cadena impresionante. Ahora, al fin, los periódicos hablan de «pax siria», de «masacre de los cristianos», tras largos silencios culpables. Pero ya es demasiado tarde.
Aoun ha pedido asilo político en la Embajada francesa. Entre la diplomacia francesa y el Gobierno libanés se ha establecido un pulso sobre el futuro del general. La prensa parisina no ha esca¬timado juicios severos sobre los dirigentes libaneses supeditados a Siria. Ha puesto en la picota su extraña reacción a la posición francesa, el día siguiente a aquel 21 de Octubre sangriento. En efecto, Selim Hoss, ex-Primer Ministro sunnita, manifestó su sorpresa porque «la cuestión libanesa se haya planteado sin estar nosotros presentes, sin que se nos informe, sin que se nos pida aprobación». Hussein Husseini, chiita, Presidente de la Cámara de Diputados, ha tenido la desfachatez de pedir al Presidente Miterrand que ponga fin a la «inaceptable intrusión francesa en los asuntos internos del Líbano».

El protocolo de Lahore
Mientras esto ocurría, el Presidente cristiano Elias Harawi, elegido un año antes, se apresuraba hacia la corte de Assad, en Damasco, para «concordar» (en el fondo para recibir órdenes) el futuro político libanés. A esta operación le llaman «aplicación de los acuerdos de Taif», por los pactos sellados hace un año en esa localidad de Arabia Saudí bajo los auspicios de las naciones árabes «moderadas» (Arabia Saudí, Egipto y Marruecos), pero con grandes concesiones a los intereses sirios.
Un editorial del Corriere della Sera el 22 de Octubre pasado, decía: «¿Cómo olvidar, en momentos como estos, el protocolo de Lahore, el protocolo secreto de la Conferencia panislámica de Lahore, que estableció como objetivo para el dos mil la expulsión definitiva de los cristianos (además de los judíos) de Oriente Medio?». Es difícil calibrar hasta qué punto determina la política concreta de todos los días semejante objetivo «epocal». Es cierto que la existencia del Líbano como nación interconfesional, pluralista e independiente está ligada indisolublemente a la presencia cristiana. A partir de los años 70 el Líbano y, en particular, los cristianos libaneses se han visto atrapados entre dos presiones aparentemente opuestas, en realidad convergentes. Una procedente del mundo islámico, en especial de Siria, y la otra de Israel, los dos auténticos protagonistas de la «guerra libanesa» que estalló en 1975.
Ambos hostiles a la existencia de un Líbano independiente y pluralista, cuya alma ha sido precisamente la presencia cristiana.
Durante quince años al menos, Siria intentó quebrantar la resistencia del Líbano, para anexionárselo y ganar así el acceso al mar que los franceses limitaron en 1920; por un lado se ha apoyado en el integrismo islámico, por otro ha asistido siempre complacida a las luchas entre uno y otro «bando», destinadas a debilitar ambos. En cambio el proyecto de Tel Aviv ha sido desde siempre la «balcanización» de Oriente Medio, su fragmentación en pequeñas naciones confesionales más débiles que Israel. Según fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, al comienzo de los años 80, había que «dispersar a la población, es un imperativo estratégico». «La descomposición del Líbano en cinco provincias prefigura la suerte que espera a todo el mundo árabe... El ideal sionista es el desmantelamiento de los Esta¬dos en sus fronteras actuales y su sustitución por una multitud de mini-Estados confesionales».

Una guerra provocada desde el exterior
No es casual que el comandante de las fuerzas libanesas, ayudado por Israel, Samir Geagea, se haya manifestado favorable a un Líbano- confederación basado en la separación de las diferentes confesiones: drusos, cristianos, sunnitas, etc. No es nada nuevo. También pensaba así el viejo Kissinger, el hombre que quería expulsar a los maronitas del Líbano para instalar a los palestinos y desactivar así la bomba contra Israel.
Durante muchos años medio mundo ha denunciado la presencia de identidades confesionales en el Líbano como la causa del conflicto y de la «guerra civil». En realidad la confesionalización de la cuestión libanesa, al igual que la «guerra libanesa», se han provocado inicialmente desde el exterior contra el Líbano independiente y pluralista. Una vez desencadenado el conflicto, para Siria e Israel terminales a su vez de los grandes juegos internacionales no ha resultado difícil avivar el fuego de los odios, armar facciones contra otras facciones, favorecer ahora a uno, luego a otro, colaborar sin piedad en las masacres: Tall Zaatar (tres mil palestinos asesinados por las «falanges» cristianas), Damour (seis mil cristianos asesinados por los guerrilleros palestinos), Sabra y Chatila, etc.
La imagen de una guerra civil de origen confesional debía servir para justificar el desmembramiento del Líbano.
Y muchos señores de la guerra libaneses se prestaron al juego. Por dinero, poder o estupidez. Ahora todo se ha cumplido. Israel controla el territorio del sur, hasta el río Litani, el «León de Damasco» el 70% restante. El precio, como es notorio, ha sido el apoyo sirio a Occidente en la crisis del Golfo y, por tanto, su paso al campo de Washington, hostil a Sadam Hussein. Pero el proyecto y las connivencias habían nacido antes.
Ahora también se ha dado cuenta Walid Jumblatt, jefe de los drusos y del partido socialista progresista. El hombre que desencadenó la primera guerra fratricida contra los cristianos, en 1982, la del Chouf. Quizá llevado por el delirio de omnipotencia, ya que los sirios le adulaban, le armaban y le llenaban de dinero. Entonces parecía olvidar que, cinco años antes, la orden de eliminar a su padre Kamal, antiguo primer ministro, podía haber llegado de Damasco. El se había avalanzado contra la población cristiana, amiga desde siempre de los drusos, masacrándola y obligándola a un éxodo de proporciones bíblicas. Había comprometido la imagen de un Líbano en el que las diferentes identidades supieran convivir.
La prensa internacional en aquel momento le comprendía, no hablaba de masacre de los cristianos, como ahora que es demasiado tarde. Para que esas tres palabras masacre de cristianos estuvieran presentes de verdad, Comunión y Libe-ración compró espacios publicitarios en los principales periódicos italianos.
Ahora Jumblatt lo ha pensado mejor. Ha llegado incluso a decir que reconoce haber sido una marioneta en manos de los poderosos. Y ha invitado a los cristianos a volver al Chouf, a convivir con los drusos.

¿Se podrá volver a los orígenes?
La invitación prefigura de alguna manera una vuelta a los orígenes. De hecho la convivencia entre drusos y maronitas es el origen del Líbano multiconfesional y pluralista. Los primeros, secta islámica perseguida por el Islam ortodoxo (sunnita), se refugiaron en los Montes del Líbano en el siglo X, acogidos por los ma- ronitas. Estos, cristianos fieles al concilio de Calcedonia, se habían establecido allí en el siglo VI, para huir del emperador de Constantinopla que favorecía la herejía monofisita. Las dos comunidades supieron también crear a lo largo de los siglos una convivencia con los chiitas (que hoy son una cuarta parte de la población del Gran Líbano), con los sunnitas (22%) y con cristianos de múltiples ritos.
Volver a los orígenes estaría bien. La historia nunca permite volver a empezar sic et sempliciter. Ni siquiera es posible volver a aquel delicadísimo mecanismo constitucional que durante la posguerra dosificó el poder de las diferentes comunidades, asignando el Presidente a los cristianos, el Primer Ministro y el Presidente del Parlamento a los musulmanes, la mayoría de los diputados a los cristianos. Probablemente no serviría o ya no se comprendería. Para este cambio ineludible se necesitará mucha sabiduría, prudencia y realismo político. Este es el único camino; el otro, aquel «quijotesco» de la lucha armada contra todos, conduce políticamente a un callejón sin salida.
Pero el factor con el que todavía el Líbano puede contar es paradójicamente el más débil e indefenso: la Iglesia como vida y, por lo tanto, el hombre, la confianza en el hombre, como el Papa reclama. Muchas comunidades han renacido en el crisol de la guerra y de la violencia, muchos hombres y mujeres santos están dando su testimonio. Ayudar al Líbano consiste simple y radicalmente en acompañarles en su testimonio, que es el martirio. Por otra parte, no siempre ha vencido la división. Bernardo Cervellera, en su Líbano, la paz futura, relata el ejemplo, como tantos otros, de los habitantes de Ain Ikrine y Bnehran: cristianos y chiitas han seguido ayudándose mutuamente durante la guerra. Los cristianos han defendido a los chiitas de los ataques de las falanges. Los chiitas han protegido a los cristianos de las fuerzas árabes que entraron para frenar la lucha palestino- falangista.
Quizá no es una vuelta a los orígenes lo que espera el Líbano, sino un nuevo milagro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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