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Vidas que florecen en el jardín de la Gracia

Alessandro Banfi
28/04/2014
Francisco y el papa emérito Benedicto XVI.
Francisco y el papa emérito Benedicto XVI.

Mucho se ha hablado y escrito durante las últimas horas de los cuatro Papas. La doble canonización, de Roncalli y Wojtyla, ante dos Papas concelebrantes, Bergoglio y Ratzinger. Un acontecimiento dentro del acontecimiento el del abrazo público entre los dos últimos, al comienzo de la Misa de canonización. La multitud de los peregrinos asistía conmovida y emocionada siguiendo el gesto a través de las grandes pantallas.

Casi un póker de la fe, con cuatro ases al servicio de la Divina Providencia sobre la mesa de la historia. Unidad dentro de la diversidad, diversidad en los carismas y caracteres. Sin embargo, un único gran mensaje: el Señor es el protagonista de esta historia extraordinaria de humanidad y santidad. De humanidad santa, que por varios motivos ha situado durante unas horas en la plaza de San Pedro a cuatro personalidades a las que el mundo de hoy sigue mirando.

Para dos de ellos, san Juan XXIII y san Juan Pablo II, queda ya establecido que «en toda la Iglesia sean devotamente honrados». El Papa Francisco no se detuvo demasiado en sus virtudes heroicas, ni siquiera en la grandeza histórica de dos personajes que vivieron momentos decisiones en años cruciales. Roncalli decidió romper con las costumbres habituales y visitar a los presos de Regina Coeli así como hacer frente a la escalada de la guerra fría. Wojtyla viajó incansablemente y fue el primero en imaginar una Europa unida, sin muros ni telones. Consecuencias todas de la inteligencia de la fe, de la «parresía», la virtud de decir la verdad, como recordó el propio Bergoglio durante la homilía.

Al Papa que les ha proclamado santos lo que más le interesa subrayar es su felicidad como hombres, sacerdotes, obispos, antes que pontífices romanos. Su testimonio vivo de la fe, su reclamo al Evangelio y a Jesucristo. En el “jardín de la Gracia”, como lo llamaría Péguy, florecen sus vidas, su ejemplo, su historia como sucesores de Pedro, enamorados de Jesucristo. Su apego al perdón, a la Misericordia (la canonización tuvo lugar el día de la Divina Misericordia), a esas «llagas de Cristo» que centraron la reflexión del Papa Bergoglio, imagen del pecado y del límite, y ocasión de gloria.

Ha sido un fin de semana en Roma inolvidable para los innumerables peregrinos que llegaron desde todo el mundo y que para seguir la ceremonia en la plaza o en la vía de la Conciliazione, pasaron gran parte de la noche a cielo abierto. Entre ellos también hubo una fiesta marcada por la pluralidad, que dio lugar a un abrazo comunional, verdaderamente católico, sobrio, sencillo y profundo.

No se trata de una victoria hegemónica en la historia, ni de un triunfalismo al elevar al honor de los altares a dos pontífices tan queridos, ha sido en cambio la riqueza total del testimonio, de la presencia del Señor, de la única historia que importa, la del Evangelio, que comenzó con aquellos apóstoles de los que los cuatro papas han sido y son sucesores.
Una fiesta ante la tumba de Pedro.