Por el camino atravesamos ciudades y pueblos, intercalados por vastas llanuras con extrañas clases de hierbajos bajo un límpido cielo azul. El CLU de Kenia y otros universitarios de CL fuimos a primeros de noviembre al Santuario de Komarock, haciendo una peregrinación de quince kilómetros. Salimos temprano, para llegar antes del calor y sobrevivir al sol tropical. Mientras caminábamos, escuchábamos fragmentos del Evangelio que nos ayudaran en nuestra meditación, seguidos del rezo de los misterios del Rosario, durante los cuales íbamos contemplando la belleza que nos rodeaba. En ciertos momentos, cuando el sendero se estrechaba, teníamos que caminar en fila india.
Durante el camino, Vivian nos contó cómo había vivido los largos meses de enfermedad de su querido hijo Damian, primero en Kenia y luego en Italia, adonde viajó para el tratamiento. «Ha sido un año muy doloroso, pero al mismo tiempo ha sido un año para verificar qué significa la fe para mí. Recuerdo que el padre Alfonso, nada más conocer el diagnóstico de Damian, organizó una novena entre nuestros amigos. Era el primer signo para recordarme que tampoco en esa situación estábamos solos. Que pertenecemos a Algo que es más grande que el dolor que tenemos que afrontar. Por eso, solo puedo sentir gratitud y el deseo de estar con estas personas». Continuó diciendo que aquellos días comprendió que el Misterio no ha abandonado al hombre gracias a la amistad que experimentó con los amigos que iba a visitarla a ella y a Damian al hospital. Uno la animaba, otro se sentaba a su lado en silencio… un sinfín de pequeños gestos que uno podría dar por descontado y en cambio eran la confirmación del hecho de que el Él no la dejaba sola. Incluso pudo seguir haciendo la Escuela de comunidad con un amigo en el hospital, con el que entendió que ir a misa y recibir la Eucaristía era importante, aunque implicara dejar a su hijo solo un rato, porque era Cristo quien estaba dándole la vida, a Damian y a ella. «Pido que se mantenga este asombro que tengo ante el Misterio. Es la razón por la que estoy aquí, peregrinando con vosotros a Nuestra Señora, que nos ha acompañado durante todo este año».
Los dos últimos kilómetros eran los más duros. El sol en lo alto, el dolor de pies, la escasez de agua, pero podíamos vislumbrar la meta: la colina de Komarock, que cuando salimos era tan lejana, casi un sueño, y ahora la teníamos delante de nuestros ojos. En este momento tuve que volver a preguntarme el motivo por el que caminar tanto.
Me decía mi amigo Patrick, con el que recorrí todo el trayecto: «La peregrinación me ha enseñado la importancia de la amistad. Al mirar todo el camino que habíamos recorrido, me di cuenta de que yo solo no habría podido caminar tanto ni mantener mi oración». Nyawira añadió: «Hacer el camino entero ha sido para mí como recorrer mi vida. Cuando empiezas hay una frescura, por el camino vas encontrando obstáculos, pero al llegar a la meta a la que te dirigías sientes una gran satisfacción».
Al llegar al santuario, un lugar donde la Virgen María se apareció en 1978 y que antes se utilizaba para rituales y prácticas paganas, celebramos la misa y luego comimos juntos. Antes de partir, la peregrinación solo era una idea en mi cabeza. Ahora entiendo la importancia del camino. Cuando empecé, mi corazón estaba lleno de expectativas, ahora es más ligero y está más lleno de certeza, porque sé que él está presente.