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«Una nueva ocasión para la Iglesia americana»

Christophe Pierre
26/07/2017 - Publicamos el mensaje de monseñor Christophe Pierre, nuncio apostólico de Estados Unidos, al terminar la asamblea de representantes católicos “The Joy of the Gospel in America”, celebrada en Orlando, Florida, a principios de julio

Llegamos a la conclusión de esta asamblea de líderes católicos. Al comienzo de este encuentro, como representante del Santo Padre Francisco, os traje su saludo y su bendición. El Papa Francisco sueña con una Iglesia que camina unida, caracterizada por la honestidad en la palabra y en la escucha – del rebaño, de los obispos, del Santo Padre y, sobre todo, de lo que el Espíritu tiene que decir (Ap 2,7). Esta asamblea tiene todos los rasgos de eso que según el Santo Padre «Dios espera de la Iglesia del tercer milenio». Y es precisamente el plan pastoral del Santo Padre en la Evangelii Gaudium lo que Dios espera, como ha dicho recientemente un teólogo: «Si no creemos que Francisco es el remedio es porque no comprendemos la enfermedad».

Sí, nosotros queremos pensar con el Papa y con el pensamiento de Cristo. Queremos dar las gracias a los obispos por organizar este evento, así como a todos aquellos que han contribuido a su realización. El cardenal Wuerl nos recordaba que una característica del discípulo evangelizador es la conexión con la Iglesia, con los obispos americanos y con el Papa. Este es realmente un momento y un evento únicos en la vida de la Iglesia americana. Durante la misa inaugural, el cardenal Dolan calificó este momento como “maduro”. Debemos añadir que este es un kairos (momento supremo), un momento católico nuevo, un tiempo privilegiado para la renovación de la misión evangelizadora en este país. Hemos tenido la oportunidad de ejercitar la sinodalidad mediante la escucha. ¿Pero qué hemos escuchado?

Hemos oído que la misión debe desarrollarse en un panorama que está cambiando. Citando el documento de Aparecida, que el Papa cita en la Evengelii Gaudium, el arzobispo Gómez ha dicho que ya no vivimos «una época de cambios sino un cambio de época». Nuestro tiempo –y debemos estar atentos a los «signos de los tiempos»– se distinguen por profundos cambios culturales: la reconfiguración de la vida y los roles familiares, la erosión de la vida común y un empuje cada vez más fuerte hacia el individualismo, el declive de un diálogo respetuoso y el aumento de las guerras ideológicas y culturales, una creciente secularización documentada por el hecho de que casi el 25% de los americanos que se definen como “no religiosos” más veinte millones de católicos, especialmente los millennials, que también se califican así. El panorama está cambiando, con inmigrantes que vienen del sur del mundo hacia los Estados Unidos, especialmente a los estados del sur y del oeste, mientras muchas parroquias del noreste y medio-oeste pierden población y tienden a fusionarse. El panorama está cambiando debido a los progresos de las tecnologías y los transportes, pero la globalización no ha traído consigo una mayor cercanía entre los pueblos. Estados Unidos es una verdadera tierra de misión. Es un desafío, pero no imposible – «Dios lo puede todo» (cfr. Mt 19,26).

No debemos desesperar, porque hemos sido llamados a ser una Iglesia de discípulos misioneros, una Iglesia que va adelante con la potencia de Jesús y del Espíritu Santo. En vez de desentenderse o retirarse de los desafíos culturales y espirituales, Dios ha dado a la Iglesia de los Estados Unidos una nueva ocasión para ser sus testigos y llevar la alegría del Evangelio a los demás, para estar permanentemente en estado de misión. Como decía el obispo Lori, el Evangelio debe salir, implicando a la cultura con creatividad y respeto, purificándola y ennobleciéndola con valores auténticamente humanos. Dios y el Santo Padre nos reclaman a superar una Iglesia autorreferencial –que intenta controlar un lento declive viviendo en “modo mantenimiento”– para convertirnos en una Iglesia que procede para presentar a Jesús al mundo. Sí, el «corazón del hombre necesita algo que solo Cristo puede dar».

Para llevar a cabo de manera auténtica esta misión, que es lo que buscan los “no religiosos” –como decían los obispos Caggiano, Carl Anderson y otros– debemos trabajan en nuestra esfera interior, encontrando a Cristo personalmente y comprometiéndonos por una vida santa. Hay que emprender una conversión personal y pastoral a Cristo. Para nosotros, el encuentro con Cristo lo cambia todo, y si lo cambia todo para nosotros puede cambiarlo todo también para nuestros hermanos y hermanas. Durante la Adoración, el cardenal O’Malley citaba al Papa Benedicto XVI en la Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est, 25 diciembre 2005,1).

Nuestra identidad cristiana es fruto de un encuentro que da una orientación a nuestra vida. Sin embargo, advierte el Papa Francisco, el cristiano debe guardarse de la autocomplacencia, del aislamiento y la autosuficiencia. «La fe, por su naturaleza, no está centrada en sí misma, la fe tiende a “salir fuera”. Quiere hacerse entender, da lugar al testimonio, genera la misión» (Discurso a los obispos de Asia, 17 agosto 2014).

Lo que puede cambiar todo en la Iglesia de Estados Unidos es el encuentro personal con Jesús, ante su mirada “toda falsedad se deshace” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi, 47). Hemos oído decir insistentemente que la respuesta es “Jesús”. Como discípulos misioneros, no debemos tener miedo a compartir lo que Jesús ha hecho por nosotros y por toda la humanidad, y lo que la Iglesia de Estados Unidos ha hecho y sigue haciendo por los que viven en las periferias.

Ser discípulos misioneros implica –ya seamos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos o laicos– ser ante todo discípulos, que aprenden del Maestro y evangelizan utilizando el «método plasmado por el Maestro». Como discípulos misioneros, salgamos hacia las periferias, hacia los “campos de los samaritanos” que están maduros para recoger una mies abundante para el Señor. Salgamos a difundir la Buena Noticia, no como “bonetes” sino con alegría. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rom 10,15).

Salgamos a las periferias –no solo geográficas sino también existenciales, hacia aquellos que están heridos, que sufren el aislamiento, el pecado, la dependencia y una obstinada indiferencia, que sufren por los frutos podridos del abandono, de la explotación y la injusticia. Esos deben saber que vale la pena vivir, descubrir mediante nuestro testimonio la «ternura de Dios», «el Rostro misericordioso del Padre», que nos ha mostrado a través de su Hijo predilecto, Jesús, que es la respuesta a las preguntas y deseos más profundos de nuestro corazón.

Salgamos de nuestro «ambiente seguro» hacia los lugares «adonde no queremos» ir (cfr. Jn 21,18). Salgamos, como el Buen Pastor, en busca del que está perdido, olvidado, emigrado, descartado, para reafirmar que ellos cuentan para nosotros y para Dios. ¡Toda vida cuenta! Los discípulos misioneros son testigos de que en la familia de Dios hay espacio para gente de toda raza y nación. Ese testimonio empieza por nosotros mismos, por nuestra familia, por nuestras comunidades y parroquias, que son esencialmente misioneras y en las que podemos experimentar y compartir el amor de Dios.

Salgamos, pero no vayamos solos. Jesús envió a sus discípulos de dos en dos. «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Salgamos con la potencia del Santo Nombre de Jesús, con audacia, como «hijos de la luz». Salgamos con la potencia del Espíritu Santo, ese amor perfecto de Dios que ahuyenta cualquier miedo, para llevar conforto y curación a aquellos que están heridos. Nosotros, Iglesia que actúa como “hospital de campaña”, llevemos a los heridos el don de la misericordia y de la paz que el mundo no puede dar. El Espíritu Santo es nuestro compañero de viaje, ha transformado a los discípulos de presas del miedo a testigos audaces y proféticos, anunciadores de la alegría del Evangelio, “llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (cfr. EG, 1).

Una palabra clave del pontificado del Papa Francisco, que emerge de la Evangelii Gaudium, es “acompañar”. Dios nos acompaña en nuestra misión y nosotros, la Iglesia, acompañamos a nuestra vez a toda la familia humana en la peregrinación de la fe. Anoche, una joven llamada Audrey cantaba así: «Tú caminas conmigo, no me dejes nunca. Estás convirtiendo mi corazón en un jardín». ¿Qué pasaría si cada uno dijera esto de Dios o de su Iglesia? ¡Qué distinto sería el panorama! ¡Podría ser un jardín, lleno de vida y rico en frutos!

En esta asamblea hemos vivido la experiencia de un viaje juntos para redescubrir y reforzar nuestros vínculos mutuos a lo largo de este camino de fe. Esta asamblea ha despertado nuestra conciencia colectiva respecto a la grave situación de los pobres, los perseguidos y cuantos viven en las periferias. Ahora caminemos juntos, todos, renovados por esta asamblea, testigos de la potencia de la oración de Jesús: «Que sean uno… para que el mundo crea» (Jn 17,21).

Como nuncio apostólico, estoy aquí para recordaros que el Papa Francisco, el sucesor de san Pedro, también os acompaña. Nuestra misión no es fácil, estamos solo al principio. Nadie está exento. No existe el “desempleo vocacional”, por decirlo con palabras de Sherry Weddel. Volved a vuestras diócesis, parroquias, ministerios y familias para continuar este diálogo. Os animo a compartir lo que habéis oído y experimentado. Este es el principio de algo nuevo y hermoso, un momento de kairos. ¡Este es vuestro momento! Compartid lo que el Espíritu os ha dicho, a vosotros y a la Iglesia, especialmente a través del testimonio de vuestra vida.
Como nuncio apostólico, también tendré el placer de informar al Santo Padre de lo vivo que está el Espíritu en la Iglesia de Estados Unidos. Le hablaré del compromiso de tantos discípulos misioneros y de su amor a Jesús. Le contaré que esta nación –enriquecida por su diversidad, bendecida con la libertad y que hoy celebra su aniversario– está llena de valientes testigos de la alegría del Evangelio.

Os confío a todos a la intercesión de la Bendita e Inmaculada Virgen María, que se apareció en Guadalupe –en las periferias– para llevar la alegría a todo un continente. Os confío a la Estrella de la Nueva Evangelización. Aprendiendo de su ejemplo podréis ser alegres discípulos misioneros. A todos vosotros aquí reunidos y a vuestras familias, el Santo Padre os imparte su bendición apostólica, deseándoos paz y alegría en el camino misionero al que habéis sido enviados.

¡Ya he hablado suficiente! Me gustaría terminar no con las palabras de un Papa ni de un obispo ni de un teólogo, sino por las palabras de un jovencito, el hijo de Julianne Stanz, que viendo a las personas que hacían fila para recibir la Comunión gritó: «¡Ánimo, gente! ¡Vayamos con Jesús!».

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