Un intento de diálogo. Este es el objetivo del congreso internacional organizado por la Fundación Rusia Cristiana y el Centro Cultural Biblioteca dello Spirito de Moscú bajo el título “Identidad, alteridad, universalidad”, que se celebra en Milán del 5 al 8 de octubre, y que en Moscú tendrá lugar del 8 al 11 de noviembre. Entre ambas ciudades han surgido ciertas relaciones que se han ido consolidando durante los últimos años gracias a la voluntad de «redescubrir al otro como recurso y valor que completa al yo». Aunque no hay que darlo por descontado.
Según Adriano Dell’Asta, director del Instituto italiano de Cultura en Moscú y viejo amigo de Rusia Cristiana, «existe una dificultad tremenda para conjugar la identidad con la universalidad. Es muy difícil concebir una unidad que no conlleve una negación de las diferencias», explica. «Sobre todo en este momento, en que nos encontramos en el punto de cruce entre una globalización que implica el riesgo de perder cualquier identidad y una fuerte reivindicación de identidad que puede hacer imposible el diálogo». Entonces, ¿por dónde empezar para construir un terreno fértil en el que poder encontrarse?
Son muchos los invitados a debatir sobre este tema. En Milán se encuentran, entre otros, la filóloga rusa Tatijana Kasatkina, Aleksandr Filonenko, filósofo de la Universidad de Kharkov en Ucraina, y el arzobispo católico de Moscú, Paolo Pezzi. El mes que viene, sin embargo, viajarán a Rusia Marta Cartabia, magistrada del Tribunal Constitucional italiano, Paul Jacob Bhatti, consejero del primer ministro pakistaní para los Asuntos de las Minorías, y el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán.
El intento de respuesta de Dell’Asta es claro: «Según una cierta tradición – y en la historia de la cultura rusa esto es evidente – se hace referencia a la plenitud de la unidad en armonía con las libertades de las partes que componen el todo». Es precisamente la búsqueda de esta unidad lo que ha puesto las bases de este ciclo de conferencias que desde hace ya muchos años organiza Rusia Cristiana, y que en esta ocasión le ha llevado a acoger a un grupo de expertos rusos en la sede ambrosiana.
Al enumerar los pasos dados en este largo camino, Dell’Asta confiesa haber entendido «una cosa muy sencilla, pero decisiva: allí donde está definida una identidad precisa – que no creamos nosotros, sino que recibimos – es posible encontrarse con el otro». En caso contrario, sin embargo, «allí donde se renuncia a la propia identidad, no existe un encuentro real y nadie tiene nada que testimoniar de sí mismo».
El principal desafío de estas conferencias es, por tanto, la de mostrar que un cierto modo de vivir la unidad vale para todo. «No existe un tipo de unidad para vivir el estudio, un tipo de unidad para vivir en el trabajo, un tipo de unidad para vivir en la familia, etcétera. No existe una unidad adecuada para los días festivos y otra para los días laborables. La unidad es una». Vivido así, incluso los temas programados (libertad religiosa, arte sagrado, responsabilidad pública) dejan de parecer desligados entre sí y se convierten en «elementos que constituyen la vida del hombre en su cotidianeidad, y por tanto determinantes para su plenitud».
Nace así un diálogo no basado en posiciones ideológicas sino en experiencias que uno desea llevar consigo, testimonios de ciertas “presencias extrañas”, como un grupo español que tocará en Moscú canciones de su tradición: «Podemos decir que el cristianismo se difunde “por envidia”. Si ves una cosa bella, te dan ganas de conocerla, de hacerla tuya y, sobre todo, de transmitirla al mundo. La belleza que encontramos debemos darla a conocer a todos». Está hecha para todos.