Los cristianos coptos de Egipto son orgullosos. Es necesario escuchar sus impresionantes cánticos, esos largos lamentos guturales que parecen resonar en un túnel con reverberación, para entender por qué. Se consideran herederos de la auténtica tradición egipcia, del pueblo de los faraones, y sus ceremonias tienen ese mágico aire. Repiten que estaban en esa tierra mucho antes que el Islam y que la suya es una de las cristiandades más antiguas, fruto de la primera evangelización desde Palestina. Tal vez por eso no pueden con ellos. La Historia de su persecución no es nueva. Los cristianos egipcios han sido diezmados desde hace siglos, cada vez que el islam se radicalizaba en su país. En el siglo XX y XXI los han matado sucesivamente los Hermanos Musulmanes, Al Quaeda o el Daesh en su versión local. La única novedad en estas rítmicas matanzas es que ahora se cuentan en los medios de comunicación internacionales y parece que no se pierden entre los cestos de noticias desechadas. Hablamos de ellas, por fin. No es porque nos importen más los coptos católicos u ortodoxos, sino porque ahora el terrorismo también nos golpea a nosotros. Y encontramos en Egipto un eco de Manchester, París, Marsella, Berlín, Londres. No nos atribulan los cristianos egipcios, su lucha heroica por la libertad y pluralidad, su ejemplo ni su perseverancia, sino que, de repente, nos vemos iguales. Cuántos cristianos han padecido este calvario en silencio en tantos lugares: Yemen, Pakistán, India, Siria, Irak… Al menos ahora reaccionamos. Y no sólo los occidentales. Una de las primeras respuestas al atentado egipcio del viernes fue la del jeque de Al Azhar, Ahmed El Tayeb. La universidad de Al Azhar, en El Cairo, es la máxima referencia teológica del mundo suní. Su influjo es inmenso. Que su jefe religioso proscriba los atentados es vital. Es hora de subrayar que entre las víctimas del integrismo también se encuentran los musulmanes. En África, en Oriente Medio, en Asia, los yihadistas se imponen y asesinan a quienes no aceptan la sharia, igual si son discípulos de Mahoma. Merece la pena ver la película “Tombuctú”, que recrea la irrupción de los fanáticos en un pueblito de beduinos a los que vuelven locos ejecutando a todo el que cante, baile o juegue al ajedrez. En la lucha contra la Yihad es fundamental la alianza entre cristianos y musulmanes. El único que parece haberlo comprendido entre los líderes internacionales es Francisco. En su reciente visita a Egipto dio preeminencia a su encuentro cordial con Al Tayeb en Al Azhar. De esa amistad nacen estos frutos de condena unánime. Frente a las condenas vacuas, los lacitos en las solapas o las airadas reacciones militares (los españoles sabemos de sobra que contra el terrorismo no sirven los golpes en la mesa, que esto es una batalla de fondo policial, judicial y mediática), vale mucho más un cordón moral contra los despiadados que matan niños en nombre de Dios. Es la hora de la dignidad. La dignidad musulmana, cristiana y universal.