Apuntes de una conversación de Luigi Giussani con un grupo incipiente de Comunión y Liberación
Nueva York, 8 de marzo de 1986
Estamos acostumbrados a identificar la vida de la Iglesia con las parroquias. Usted, que es fundador de un movimiento, ¿cómo ve el problema de las relaciones entre movimientos y parroquia?
¿Por qué nos hemos conocido? ¿Y por qué ha surgido un cierto vínculo y nos hemos convertido, poco o mucho, en amigos?
La primera respuesta que se puede dar es ya algo bellísimo: nos hemos hecho amigos porque al conocernos se ha despertado en nosotros la esperanza de poder comprender la fe y comprender qué es el Señor.
Como nos dijo el Papa con ocasión del trigésimo aniversario del movimiento, esta aparente casualidad ha dado lugar a una determinada “afinidad”.
Queremos ir hasta el fondo de la propuesta que ha despertado nuestro interés y eso implica una dinámica: vivir las relaciones entre nosotros para profundizar en lo que hemos descubierto. La compañía que nace de un encuentro es como la familia para el niño: el niño está destinado a entrar en relación con el mundo entero, a entrar en relación con todos los hombres, pero llegará a hacerlo sólo si vive con lealtad la vida familiar donde el Señor le ha hecho nacer. Análogamente, profundizando en nuestra amistad, con el tiempo llegamos a una madurez que nos hace sensibles y atentos al problema de la fe de los hombres y a las necesidades de la Iglesia institucional en cualquier lugar en que nos encontremos. Pongo un ejemplo que sirve de parangón: si unos padres - cuyos hijos han alcanzado la adolescencia y, gracias a Dios, tienen buenos amigos - pusieran su casa a disposición de los amigos de su primer, segundo, tercer hijo, se harían ellos mismos amigos de estos chicos y les ayudarían a todos; así debe ser el párroco, el sacerdote, que es el “padre” de todos, padre de toda la vida que el Espíritu despierta. Unos padres que se portan así podrán decir con justicia: «Ayudadnos a recoger el salón», y serán los hijos y sus amigos más generosos los que lo hagan; otros en cambio se irán, echarán una mano y se marcharán.
La Iglesia llama “movimientos” a estos “grupos de amigos de los hijos”. No puede darse una experiencia cristiana personal viva si, de alguna forma, no nace de un encuentro y no se mantiene fiel a él. En otros tiempos la parroquia era precisamente un lugar donde se daban estos encuentros vivos, pero hoy el clima social y cultural propicia un olvido casi total del cristianismo, y, por ello, el encuentro con Cristo puede darse tanto en la parroquia como en un tren (por poner un ejemplo).
Si el encuentro sucede en el colegio o en el trabajo, primero hay que profundizar en ese encuentro, y entonces uno será capaz de comprender a su párroco, de ayudar a los demás en su ignorancia o de dar catequesis.
Me he extendido en la respuesta por un único motivo: para subrayar que la fe se vuelve experiencia viva siempre a raíz de un encuentro humano, que se vive con lealtad y fidelidad. Este es el método que el Espíritu de Dios estableció con Cristo. Juan y Andrés se encontraron con Él y después permanecieron fieles en la medida de su capacidad. A partir del encuentro y de la fidelidad a él, con el tiempo surge también un amor a la Iglesia como institución, y ésta deja de ser un mero lugar donde acallar el miedo ante el más allá.
En el discurso dirigido al movimiento y publicado en L’Osservatore Romano, nos dijo el Papa: «El Espíritu, para continuar el diálogo iniciado con el hombre de hoy, ese diálogo iniciado por Dios en Cristo, ha suscitado en la Iglesia contemporánea una multiplicidad de movimientos eclesiales»2. Por ejemplo, yo tuve la suerte de entusiasmarme con un sacerdote de mi parroquia; pero si en aquel entonces hubiese ido a la Universidad en lugar de al seminario, probablemente habría perdido la fe.
¿Qué relación hay entre fe y cultura? ¿Qué significa que la fe debe hacerse cultura?
Que la fe se haga cultura quiere decir que la fe tienda a determinar la forma en que miras a tu padre y a tu madre, en que el hombre mira a la mujer y viceversa, la forma en que mira y siente a la gente que pasa por la calle, la forma en que siente curiosidad por el estudio científico, en que juzga la literatura y la experiencia humana que expresan los textos literarios, la forma de juzgar y abordar los problemas sociales y políticos. Sabemos que afrontar la vida con todos sus problemas sin censurar nada nos hace capaces de afrontarlos mejor, con inteligencia y sensibilidad, evitando la parcialidad. En el santo Evangelio Jesús lo dice con una fórmula que siempre hemos citado: «El que me sigue tendrá la vida eterna y el ciento por uno aquí en la tierra»3.
La cultura se caracteriza por ser el desarrollo sistemático de todos los factores de la vida humana. Pero para llegar a esto hace falta un punto de vista tan comprensivo que no obligue a olvidar ni renegar de nada. Cuando Jesús contestó al diablo: «No sólo de pan vive el hombre»4, asumió una posición cultural verdadera, porque el hombre no tiene sólo estómago y vísceras; tiene también corazón, y también a causa de su corazón puede morir; puede morir por una enfermedad del estómago, pero también a causa del corazón. Es muy cierto que la economía es una parte importante de la convivencia - san Pablo decía a los cristianos que esperaban la venida de Cristo: «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma»5-, pero reducir el punto de vista sobre la sociedad a ese factor es destruir al hombre. Si alguien trabaja y come, pero no espera la venida de Cristo, es un pobre desgraciado.
Desde las primeras reflexiones, hace treinta años, hemos identificado siempre la definición de cultura con el desarrollo crítico y sistemático de la propia experiencia de vida. Pero es necesario tener un punto de vista que sea capaz de abrazar todo. Por ejemplo, si la vida fueses tú, Mateo, el punto de vista capaz de abrazarte por completo no estaría aquí (tu nariz) ni aquí (tu corazón), sino que estaría allí “fuera”. Por tanto, el punto de vista de Dios es el único que puede abrazarlo todo. Y, puesto que Dios se hizo hombre, “este hombre” es el punto de vista que permite juzgar todo. Este hombre está presente en la vida de la Iglesia, Su cuerpo. Por ello, la Iglesia, cuerpo de Cristo, constituye el punto de vista para juzgar todo. Además, el misterio de la Iglesia es una comunión entre personas. Por tanto, en la medida en que procuramos vivir la amistad entre nosotros como un modo de vivir la Iglesia, entonces, de forma pedagógica y educativa, nuestra compañía se convierte, como dirían los científicos, en la hipótesis de trabajo con la que afrontar todo.
Esto se ve de forma muy sencilla en la naturaleza, ya que la naturaleza nace de Dios, al igual que Cristo nace de Dios. Un niño crece, adquiere sensibilidad y capacidad de juicio, cuando vive en una familia y, para incrementar su humanidad, asume ese punto de vista que el Señor le ofrece poniéndole en un ámbito familiar. Pero sus padres tienen que comprender que para introducirle en el mundo deben ayudarle a afrontarlo todo; del mismo modo nosotros nos ayudamos a afrontarlo todo. ¡Qué frutos tan vivos y fascinantes se dan en nuestra compañía cuando la vivimos de verdad! De ahí deriva una unidad de vida y una capacidad de certeza que permite construir; se da una capacidad crítica propia de quien tiene un criterio cierto y claro. Insisto en que la crítica nace cuando se tiene un criterio claro, sencillo y cierto; de otra forma, no es crítica, sino destrucción, y para eso basta con ser un delincuente.
Brota el deseo de comprender todo, de abrazar todo, y es una característica nuestra la insistencia en la fuerza de la razón, porque la razón es la conciencia de la realidad según la totalidad de sus factores. Al igual que el Evangelio dice que el Señor conoce todos los cabellos de nuestra cabeza, así también el Señor nos da el deseo de conocer toda la capilaridad del mundo.
Un error se reconoce por el hecho de que está obligado a renegar o a olvidar algo. Por el contrario, si algo es verdadero estamos obligados a no olvidar ni renegar de nada.
He dicho palabras que al menos algunos entre vosotros experimentan como verdaderas, ya que se comprende que Cristo es Dios y que la Iglesia es Su presencia por una sola cosa: porque al vivir la memoria de Cristo se experimenta una humanidad más grande. En el Evangelio se llama “milagro”; por esto reconocían a Cristo. El milagro era que con aquel hombre uno se volvía más él mismo y, si tenía las piernas torcidas, se le curaban. Pero no era necesario; de hecho no curó a todos los lisiados, pero sí hizo más humana a toda la gente que le quería.
Sabed que la Alianza, desde el Antiguo Testamento, implica la palabra ‘Promesa’. La alianza que Dios ha establecido con nosotros es Cristo. La promesa en virtud de la cual podemos juzgar es que, si le seguimos, Cristo nos hará alcanzar la felicidad, felicidad que nos hará gozar ya en este mundo cien veces más que a los demás.
Nuestra alegría y la intensidad de nuestra vida demuestran que hay algo distinto en el mundo. A partir de la alegría y de la intensidad de vida que experimentemos podemos “juzgar a Jesús”, pero también nosotros seremos juzgados por ello, si le seguimos, si somos fieles al encuentro que hemos tenido.
Hace cuarenta años que me lo repito a mí mismo y a los demás, pero cada vez es como si fuera la primera: esta es la característica de la verdad. La Liturgia Ambrosiana incluye la frase más bella que pueda imaginarse, y también la más reconfortante: «Daré a conocer la potencia de mi nombre a través de la leticia de sus rostros»6. La leticia del rostro es lo único que no se puede crear artificiosamente, porque entonces se torna una mueca. Una leticia falsa es cinismo.
En cualquier caso, si estáis solos - lo cual, de forma estable, sería peligroso -, si Dios os lo pide es para que ahondéis en la verdadera naturaleza de la compañía, que es como un pensamiento que se lleva en el corazón, es una dimensión del corazón; es para que viváis la memoria de la que hablaba Cristo: «Haced esto en memoria mía»7.
Ha dicho que una verdadera experiencia de fe nace a raíz de un encuentro y de la fidelidad a éste. ¿En qué consiste la fidelidad?
Yo sigo fiel al sacerdote que había en mi parroquia cuando era niño. ¿Qué quiere decir?
Primero, que cuando me encuentro con él - es mucho mayor que yo - le doy un abrazo (no todos tienen a alguien que les abrace).
Y después le digo: «¡Gracias!», después de cuarenta años; y le recuerdo algunas de las cosas que me decía y que ahora comprendo quizá mejor que él. Las personas que he conocido y que me han hecho comprender el valor de lo que me decía mi madre; ese sacerdote; esos jóvenes que me decían: «Queremos caminar contigo»; esas familias que de vez en cuando me dicen: «Dinos qué debemos hacer»; estos chicos y estas familias, que me facilitan comprender cada vez más lo que yo les hago comprender a ellos - por ellos yo daría la vida -, son para mí mucho más que hermanos nacidos de los mismos padres (de hecho, tengo una hermana que es amiga mía así). Cuando nos hacemos mayores, resulta evidente que hay algo más profundo que la carne, porque el hombre tiene un corazón, “es” su corazón.
Pues bien, para responder sistemáticamente: para que exista una amistad hay que mantener las relaciones cuanto sea preciso. No es necesario cien veces al día, puede ser suficiente incluso una vez al mes; es necesario llevar lo más posible la conciencia de la presencia de los amigos dentro del corazón de todos los días; hay que dejarse ayudar por los escritos y los encuentros, dejarse educar en el juicio, en juzgar todo; así crece una fe que se hace cultura; no puede ser que si un amigo nuestro tiene una necesidad, no tratemos de ayudarle en la medida de lo posible; es necesario desear hacer algo juntos para los demás hombres.
Todos estos puntos los podéis sorprender en la relación entre Cristo y sus discípulos. Nosotros queremos vivir de esta Presencia.
Yendo en avión o por las calles, a veces me paro y pienso: ¡esta gente no sabe que Dios está entre nosotros!
El trabajo más grande del mundo y de la historia es hacer que el mundo Le conozca, es dar testimonio de Él. Pero, amigos, esto no puede vivirlo uno solo, ni siquiera sólo con su mujer, con sus hijos, porque se apodera de él la urgencia de la vida.
Lo que hace también grande la familia es una amistad que surge por un “extraño” y más grande motivo.
En cualquier caso, el cristianismo auténtico comienza con un encuentro humano, quizá comiendo un sándwich, e implica que se renueve esta relación concreta, implica volver a encontrarse, retener el mensaje que encerraba aquel encuentro, ayudándose a juzgar juntos, comparando todo con el contenido del encuentro, cambiando nuestras relaciones, de tal forma que las necesidades de uno se sientan como necesidades de los demás; y también implica el deseo de hacer algo por los demás: este es el comienzo de una humanidad nueva, para la que el valor dominante es la gratuidad; los cálculos sobre la novia, el amor a los hijos, el trabajo, quedan dentro de uno mismo, pero lo que determina ya no son los cálculos, sino la gratuidad.
El destino deja de ser algo que debe venir de lejos, porque está presente, es Cristo y debe manifestarse a todos. El sentido de la vida y de la historia es éste, más que descubrir las leyes de los “quanti”. Con su Presencia se vuelven mucho más bellos también los “quanti”. En suma, nuestra idea es que Cristo ha traído un gusto por la vida distinto, más fascinante; ¡de otro modo no habrían ido detrás de Él! Pero ésta no es una afirmación burda, porque implica un trabajo, un camino. Quizá el aspecto de la experiencia humana donde se hace más sensible la fuerza de transformación que tiene Cristo es el amor del hombre a la mujer: en su forma más profunda, que es la virginidad, y en su tarea más normal, que es la familia. Si permanecéis juntos llegaréis a comprenderlo. El test más impresionante de que se vive la fe en Cristo es el afecto que surge hacia cualquier hombre, incluso el más lejano o enemigo.
Lo digo a mi edad con una conciencia y una convicción profundas. Con solo escuchar estas cosas se tiene el presentimiento de su verdad. Por esta razón tenéis que ser fieles a la compañía y trabajar como podáis, con dos grandes y fundamentales condiciones para ser cristianos en un mundo anticristiano: es necesario mendigar a Cristo: la oración es mendigar a Cristo; amarse a sí mismo. La primera vez que abordé este tema en unos ejercicios para universitarios en Milán, me llegaron al menos un centenar de cartas de gente sorprendida por lo que había dicho: que para comprender quién es Cristo es necesario tener amor por uno mismo.
Padre, cuando le conocí en Italia había algo que me gustaba. No sé por qué, pero usted me gustó. Ahora creo haber comprendido: cuando era estudiante un amigo me dio a conocer el movimiento, me habló de su filosofía y de sus grandes ideales. Lo que me gusta de este encuentro es que es usted un hombre muy práctico.
Es que precisamente la fe cristiana es realista.
Recuerdo que había dudas en aquel tiempo con respecto al movimiento y a su posible desarrollo en América, justamente porque el pueblo americano es un pueblo práctico. Ahora comprendo que el movimiento es posible en América, porque he visto que es posible en Nueva York.
Estoy contento de haber venido, aunque solo sea por esta frase.
Tengo una pregunta. He visto en Italia personas comprometidas; son personas que pueden explicar el movimiento y creo que es porque se han educado en él...
Ser educados en el movimiento: si tú, con responsabilidad (y la responsabilidad es algo muy práctico), y mejor todavía si estás acompañado, vuelves a pensar en lo que hemos dicho esta mañana, lentamente irás comprendiendo. Porque todos los que viste en Italia, antes de haber comprendido, antes de saber dar razones, ya las sentían sin saber dar explicación. Primero se siente, se intuye; después se empieza a dar razones. Sin embargo, hay una sugerencia importante: es necesario ser fieles a la compañía; con libertad, pero con fidelidad.
Nuestra compañía es como un pequeño establo cercano a la ciudad de Belén, donde nace Cristo en Estados Unidos.
Cristo que nace es algo frágil, algo que lleva dentro un deseo y una pretensión ridículos de tan desproporcionados, pero Cristo en Estados Unidos, como en el mundo, nace en millares de establos. Se llega al verdadero umbral de la fe cuando, aun temblando, uno actuaría aunque estuviera solo.
Para esto es necesario seguir una catequesis, porque a los jóvenes les faltan los instrumentos básicos para la educación.
Antes que nada es necesario anunciar, no tanto catequizar.
Cristo no ha persuadido porque catequizara, sino porque se manifestó. Estando juntos se desarrolla también la catequesis, pero después. Aprendo analíticamente las verdades cristianas si estoy fascinado por el hecho cristiano. Esto explica por qué muchísimos de nosotros en Italia, en cuanto pueden, dan catequesis en las parroquias, pero lo principal es que tú estés conmovido; piensa en la mirada que Cristo llevó a Zaqueo: de aquella mirada Zaqueo no entendió nada, ¡pero comprendió todo! Después, siguiendo a Jesús, comprendería mucho más, pero lo más importante es haber sido tocado por aquella mirada.
Todos los que estamos aquí hemos sentido un acento de verdad, y la verdad es algo que se corresponde con nuestra vida y con su destino. La fidelidad a este acento inicial es la prueba de nuestra vida.
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