¿Es posible ver mil veces una puesta de sol y conmoverse siempre? ¿O amar a la misma mujer durante toda la vida? Esta es la misma experiencia que acontece cada vez que uno escucha un nuevo trabajo de Mark Knopfler. Como con el pastel que hace la abuela –después de todo, estamos hablando de un artista que tiene 65 años cumplidos–, la receta es siempre la misma y los ingredientes son bien conocidos. En este nuevo Tracker están presentes todos sus amores, todas las raíces del guitarrista escocés, conocido principalmente por sus éxitos en los años 70 y 80 con losDire Straits, más que por su larga carrera en solitario. Ya entonces, a pesar del éxito planetario de la banda, Mark era un artista transversal, de mirada profunda, pero sin la cara ni la physique du role propios de una estrella del rock.
Sus amores, en un tiempo disimulados y escondidos en el revestimiento pop de los grandes éxitos de los Dire Straits, poco a poco han ido aflorando en los ocho álbumes publicados con su nombre, así como en las numerosas bandas sonoras que ha firmado. Sobre todo, las raíces folk, me atrevería a decir celtas, de su tierra, y luego el country, el folk americano, el blues, y esa manera de cantar arrastrada, aunque en su caso más baritonal que Bob Dylan. A veces, como ramas de arbustos en una pradera, aparecen y desaparecen los riff rock y las distorsiones de sus guitarras eléctricas.
Temas, atmósferas y arreglos que no son complejos pero que se apoyan en melodías preciosas, eso que en otras ocasiones, a propósito de otros discos, he llamado «la fascinación de lo obvio». Es como si tú mismo hubieras podido escribir esas líneas melódicas tan sencillas y reconocibles, pero nunca banales. En realidad no es así, ese florecimiento a ratos, ahora aquí y ahora allá, de los diversos elementos de su estilo se asemejan a las pinceladas de color de un cuadro, con un resultado final de gran maestría y eficacia.
Empieza con elblues-waltz de Laughs and jokes and drink and smokes, como una moderna Wildrover que narra la vida en Londres de chicos recién llegados a la ciudad, entre bromas y copas, pero con una historia de amor que acaba mal. Luego Basil, una canción dedicada al poeta Basil Bunting, al que Knopfler conoció en su juventud, una delicada y melancólica balada. Interesante y vagamente springsteeniana resulta River Towns, con el primer acento poético de verdad: después del fugaz encuentro con una chica, la invitación a quedarse y el no de ella, el protagonista se queda solo con su botella abierta, «mirando en el espejo el rostro que merezco tener». En Skydiver parece en cambio que podemos oír ligeramente a los Beatles, atmósferas de cowboy en el ocaso en Mighty Man con el retorno de la flauta, el violín y la armónica; en un viaje a través de paisajes fascinantes evocados por una preciosa sonoridad, procedentes de un pasado conservado, reelaborado y propuesto de nuevo con cuidado y con gran maestría.
Un pequeño tributo a Italia en Lights of Taormina, una suerte de Bésame mucho pasada por el filtro mexicano y en el ambiente de las playas sicilianas. Y entre el puro finger-picking de Silver Eagle y el pequeño homenaje a los tiempos de Dire Straits con Beryl llegamos a la hermosa canción que cierra la edición standard del CD, Wherever I go, ulteriormente mejorada por la voz de la cantante folk canadiense Ruth Moody. Por mucho que vagues, tú eres la estrella fija de mi cielo. «Hay un lugar en mi corazón / aunque estemos lejos / deberías saberlo / no importa cuánto tiempo haya pasado desde que te vi / tengo una llama encendida para ti / allí donde voy».
Pero entre los bonus tracks de la edición Deluxe encontramos otras tres joyas, el country desenfrentado de 38 special, la atmósfera barroca y clásica de Heart of Oak, pero sobre todo la bellísima My heart has never changed. Tu corazón nunca ha cambiado, Mark, y debe ser verdaderamente grande para hacer una música tan hermosa.
Mark Knopfler, Tracker
Mercury Records, 2015