«La cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz. Que el grito de la paz se alce con fuerza para que llegue al corazón de todos y todos depongan las armas y se dejen guiar por el deseo de la paz». Este domingo al entrar en la Plaza Mayor de Madrid te encontrabas un grupo de gente cantando. Todos en círculo y con un altavoz en medio. La mayoría de ellos, jóvenes.
Algunos de los transeúntes que nos veían se paraban a escuchar. Me acercaba a ellos y les daba dos hojas. Al verme primero daban un paso para atrás como no queriendo involucrarse demasiado. Pero pasado el rato vencían la vergüenza. Bajaban la vista a los papeles. El grito de la paz.
Los bachilleres y universitarios de Comunión y Liberación nos habíamos reunido por la paz en Siria en la Plaza Mayor. Este gesto respondía a la convocatoria del Papa Francisco.
«¿Te importaría explicármelo en inglés?».
«¿Quiénes sois?».
«Soy portugués pero si hablas despacio te entiendo».
«Las palabras del Papa me han puesto los pelos de punta».
«¿Me puedes explicar lo que está pasando en Siria?».
En un momento de la noche me paré para observar lo que estaba sucediendo a mi alrededor y me quedé sorprendida.
De pronto se habían juntado el turista y el mendigo. El inglés y el español. Jóvenes y mayores. A todos nos había pillado desprevenidos la belleza del momento. El canto se había convertido en un verdadero grito. Un grito que por su belleza había cobrado fuerza. Es de esta forma como el grito de la paz del que hablaba el Papa Francisco se hacía concreto.