Hemos pasado veinticuatro horas en el Palacio de Montecitorio, sede de la Cámara de los Diputados italianos, junto con su vicepresidente, Maurizio Lupi, y un grupo de diputados y senadores. Por fin, descubrimos qué es el Grupo Interparlamentario por la Subsidiariedad y también que en esta sede se reúne regularmente una Escuela de comunidad.
Son los frutos de una compañía que supera la lógica de las coaliciones y las rígidas contraposiciones entre bandos políticos
«¿Qué tiene que ver la obediencia a don Giussani con la obediencia a un partido?». Los veinticinco asistentes a este encuentro se quedan algo desplazados al escuchar mi pregunta. Están aquí para medirse con el libro de don Giussani ¿Se puede vivir así?, como ocurre cada semana en centenares de otros lugares del mundo. Preguntan, comentan, intervienen y comparan lo que leen con su propia experiencia. Muy humana, ciertamente, pero un tanto singular: son diputados y senadores, o personal que trabaja con ellos.
¡Bienvenidos a la Escuela de comunidad de Montecitorio! Todos los martes por la tarde, a las ocho menos cuarto. Duración fija, cuarenta y cinco minutos. Una cita obligada. Una de las pocas, en un ambiente caracterizado por un ir y venir continuo entre una reunión y otra, una comisión y otra, una comparecencia o la votación de enmiendas. Siempre hay alguien que llega tarde, pero uno tras otro llegan. Muchos pertenecen al PdL (el Partido de la Libertad, que lidera Berlusconi). Otros a los partidos de la oposición. A la cabecera de la mesa el diputado Maurizio Lupi que, hace siete años, dio vida a esta reunión sui generis. Era un novato que acababa de aterrizar en el Parlamento. Actualmente, es vicepresidente de la Cámara de los Diputados.
Más allá del “nosotros y ellos”. Nada más entrar al Palacio notas enseguida el peso de los altos cargos. Subes a la segunda planta y embocas el pasillo del jefe de Policía entre estucos, espejos y la mirada de los empleados que te examinan fijamente, igual que los bustos de Nenni y Pertini. Luego, alfombras rojas, banderas tricolores, hasta llegar a la antesala en mármol de la vicepresidencia. Llegamos un día de mayo, por la mañana, cuando las actividades parlamentarias ya habían empezado. Programa: seguir a Lupi y a sus colegas durante un día entero. Para verlos manos a la obra y descubrir como nace –y vive– una comunidad cristiana en un lugar donde no te esperarías encontrarla. Y en cambio existe. Las primeras caras son las del grupo de colaboradores, reunido en un despacho con un pequeño salón adamascado, con muebles antiguos y una Virgen de Luca Giordano que resalta en la pared al lado de las banderas. Junto a Lupi están Emmanuele Forlani, jefe del despacho, y Nicola Bonaduce, que conoce el ambiente de Montecitorio desde que empezó a trabajar con Nicola Sanese, de Rimini. Más tarde encontraremos a Nicola Orsi. Café. Rápida reunión sobre el programa del día, interrumpida por alguna llamada y por la visita de unos colegas diputados. Y ya ha llegado el momento de hacer una escapada al partido («hablarán de los periódicos, vale la pena estar ahí»), antes de la cita prevista a las 13,30 para la comida, durante el cual veremos a los promotores del Grupo Interparlamentario por la Subsidiariedad.
Quedamos en el MoMec, el mitin club de Montecitorio, a cinco minutos de la Cámara. Nos cuentan cómo nació la idea de ese lugar, en un Parlamento maniqueo, dividido entre “nosotros” y “ellos”, donde incluso hablarse entre las dos coaliciones resultaba difícil, ¡imposible hacer algo juntos! «Sin embargo, entre algunos adversarios políticos había amistad y estima, y en tal caso ¿por qué no intentar construir algo juntos?». Además, había un elemento cultural muy fuerte en común, la idea de subsidiariedad, promovida por esa parte del mundo católico al que Lupi pertenece. El Grupo Interparlamentario por la Subsidiariedad nace en 2003. Miembros fundadores: Enrico Letta, Pierluigi Bersani, Ermete Realacci (todos del PD, Partido Democrático de la izquierda italiana)… y también Angelino Alfano (del Partido de la Libertad), un amigo de Lupi, actualmente Ministro de Justicia. Otra ronda en 2006 y otras entradas bipartidistas reempezando por Gianni Alemanno (actual Alcalde de Roma) y los de DS (Demócratas de Izquierda) Linda Lanzillotta y Tiziano Treu. Hasta llegar al grupo actual, impresionante por número (320 entre diputados y senadores) y por transversalidad: a la misma mesa, delante de un risotto y un soufflé de verduras, puedes ver discutiendo a la diputada de AN (Alianza Nacional), Barbara Saltamartini, al veterano del antiguo PCI (Partido Comunista Italiano), Ugo Sposetti, a la diputada del Partido Democrático de izquierdas, Monica Mosca, y a unas “corbatas verdes” de la Liga Norte (por tradición son el símbolo de este partido y representan el vínculo con la tierra y la comunidad nativa).
Ninguna manipulación. En la comida somos unas treinta personas. Casi todos diputados y algunos miembros de las Fundaciones relacionadas con la política, porque en los años pasados la actividad de Forlani ha permitido tejer una red de contactos que va más allá de las relaciones entre políticos e integra a algunos think tank. ¿El orden del día? Un encuentro con el ministro del Trabajo, Sacconi, los desarrollos de la Ley del “5 per mille” (que establece la cuota que cada contribuyente puede asignar a las asociaciones sin ánimo de lucro o a la Iglesia), un seminario de estudios políticos en el mes de junio… Discuten, intercambian opiniones distintas, incluso contrapuestas (de hecho Realacci y Luigi Casero del PdL se pican con gusto). Sin embargo, es muy difícil encontrar otro lugar donde, para preparar una ley sobre el trabajo prime la preocupación por «los cuatrocientos mil chicos marginados que no acuden a la escuela ni se apuntan a la formación profesional». O donde se afronta la crisis tratando de atacar su raíz. «¿Puede la subsidiariedad ser una respuesta a lo que está ocurriendo?», se pregunta Realacci. «Yo creo que sí. Es un modelo alternativo. Pero hace falta enfocarlo muy bien». Y siguen con una discusión intensa sobre cooperativas, regiones y la responsabilidad social de empresa. Asuntos concretos, no filosóficos y alguien pregunta: «¿Qué tenemos que hacer para favorecerla?».
Pues gracias a esto entiendes que la política puede ser también algo diferente de lo que suele salir en los periódicos. Y entiendes también por qué el neo-diputado Renato Farina considera al Grupo Interparlamentario como «el único verdadero lugar de encuentro entre personas, sin manipulaciones». De hecho han nacido ya leyes útiles a todos, como la del “5 per mille”, y el grupo promete construir mucho más. «Creo que el primer documento que redactamos en 2003 está lleno de contenidos actuales», dice Lupi.
Los cuatro vicepresidentes. Fin de la comida, otras reuniones y luego al aula. Con respecto a lo que se ve en el telediario, ésta parece más pequeña desde la tribuna de invitados. Los cuatro vicepresidentes (los otros tres son Rosi Bindi, Rocco Buttiglione y Antonio Leone) presiden a turno cada vez que falta el presidente Gianfranco Fini. Hoy por la tarde le tocará a Lupi. Asuntos: sanidad y financiación. Tardan tres horas votando las enmiendas. Los ritmos son como los de una extenuante reunión de una comunidad de vecinos. La sesión se cierra a tiempo. Otra vez para el MoMec. Durante el traslado recuerdan como echó a andar el Grupo en 2001. Acababan de ganar las elecciones y de formar un nuevo gobierno los del Partido de la Libertad. Llega el 11 de septiembre. Desconcierto general. A Lupi le gustaría organizar un encuentro sobre el manifiesto de CL, pero charlando con Giancarlo Cesana, uno de los líderes del movimiento, éste le hace una propuesta: «¿Por qué no empezáis una Escuela de comunidad?». Dicho y hecho. «Estábamos cuatro en la primera reunión en casa de Adriano Paroli (hoy Alcalde de Brescia)», recuerda Bonaduce. Luego cinco. Después diez... «Poco a poco se fue convirtiendo en un punto de referencia», explica Lupi: «En primer lugar para mí. Me obliga a contestar a una pregunta: ¿la experiencia que estoy haciendo es una idea, una opinión como las otras que circulan por estas salas, o es lo que da sentido a mi vida?». La relación con monseñor Rino Fisichella, capellán de la Cámara (y actualmente presidente de la Academia Pontificia para la Vida) ha sido determinante: «Le conté lo que estaba naciendo. Nos ayudó mucho desde el principio. De verdad es un pastor para esta comunidad».
Así nació la Escuela de comunidad en el Parlamento italiano. Cuarenta y cinco minutos de trabajo comparando la propia experiencia con la propuesta de Giussani. Un lenguaje directo y muchas preguntas. Por ejemplo, sobre la obediencia. Asunto crítico en política. «Aquí las preguntas no se cierran. Ésta es la amistad. Y es algo del otro mundo». Sobre todo en este mundo, donde la palabra “amigos” la utilizaban sólo los veteranos de la Democracia Cristiana mientras se acuchillaban entre ellos (en sentido político, claro) en las batallas entre corrientes de partido. Y donde no se puede dar por supuesto, ni mucho menos, la interferencia de la gratuidad y de relaciones que no se caracterizan sólo por intereses de bandos. En realidad Montecitorio vive exactamente de lo contrario. De intereses de partido. De coaliciones y contraposiciones. De ambición, y si no la tienes, es mejor que cambies de trabajo. No es que esta gente no la tenga, pero entre ellos hay un factor diferente y lo ves por lo que están creando y por palabras como las de Elena Centemero del PdL: «Gracias, porque desde que participo en este encuentro me pregunto qué es lo que busco y lo que de verdad vale y es bueno para mi vida y mi tarea política». O las de Dorina Bianchi (PD) en una reunión anterior: «Cuando me invitaron, no sabía que fuera la Escuela de comunidad. Pero acudí a la reunión gracias a lo que vi en la peregrinación que hicimos juntos. Creo que esto tiene que ver con la sensatez de la obediencia, ¿a que sí?».
Peregrinos bipartidistas. Claro que sí. Y si os preguntáis que tienen que ver, en cambio, los peregrinos, hace falta llegar al segundo capítulo de la historia de amistad con monseñor Fisichella: las peregrinaciones, precisamente. Un gesto común de testimonio propuesto a todos los diputados a partir de 2004. En la última (en el pasado septiembre, en Tierra Santa) participaron 190 personas, incluso el Presidente del Senado y unos ministros.
A las 8.30 de la mañana siguiente, ves a muchas de estas caras en la pequeña Iglesia de Vía Valdina, a trescientos metros del Palacio de Montecitorio. Se trata de la misa de los parlamentarios. Aquí también, presencias bipartidistas: junto con muchos del centro- derecha, están también Paola Binetti y Maria Pia Garavaglia del PD. Fisichella no está, por lo cual celebra el padre Marco, su brazo derecho. La iglesia está llena. «Antes, como mucho asistíamos a la misa tres o cuatro», dice Antonio Palmieri, PdL, diputado y uno de los primeros participantes en la Escuela desde 2001. «La dificultad mayor, en este ambiente, es que estás solo. La peregrinación nos ayudó a ampliar la mirada más allá del frenesí del Parlamento, también en nuestras relaciones». Palmieri es un secuaz de Berlusconi. ¿”Los otros” cómo ven esta trama de relaciones? «Depende. Los que la miran sólo desde un punto de vista político, se quedan desplazados. A lo mejor temen que se convierta en una corriente política. Pero esto es otra cosa».
Son las diez de la noche. Volvemos al saloncito adamascado para media hora de reunión con una docena de parlamentarios amigos: otra pequeña clase sobre lo que una amistad en política puede generar. Está el anterior presidente de la Compañía de las Obras, Raffaello Vignali, que considera esta compañía como «un punto decisivo sin el cual, a veces, sería difícil comprender bien cuál es nuestra tarea aquí». Está Farina, que comenta su cambio de profesión y «cómo debe aprender la métrica del Parlamento. Lo que más se parece a esto es mi antiguo bachillerato: empiezan nuevas amistades y una nueva aventura existencial». Está también otro novato, Gabriele Toccafondi, de Florencia, que descubrió el apartado de la ley presupuestaria que quería quitar fondos a las escuelas de iniciativa social. Han luchado juntos. «Un personaje importante me preguntó: “¿Por qué defendéis las escuelas de iniciativa social, puesto que no son ellas las que os han permitido llegar hasta aquí?”. Bueno, al final nos felicitó por que se le hizo patente que lo que nos mueve es algo distinto».
Límites y gratuidad. Se han acabado las veinticuatro horas. Nos da tiempo a tomar otro café, antes de la despedida. Nos comentan las próximas citas: una delegación rusa, otra sesión en aula, y en medio, encuentros de todo tipo: desde un concejal del sur de Italia que pide consejos sobre como actuar en su región, al colega que se asoma antes de una reunión de partido y al típico inoportuno («hace unos días nos llamó un tío preguntado si conocíamos a alguien de la compañía de producción televisiva, Endemol, porque quería hacer el casting para el Gran Hermano…», nos cuenta Orsi). Así se puede entender mejor lo que dijo antes un colega: «Ser vicepresidente del Parlamento puede ser una lata o una gran ocasión. Depende de cómo lo vivas. Para él es una ocasión».
¿Es cierto, Lupi? ¿Qué sacas en limpio? «Todo. Experimentar esta gratuidad me enriquece continuamente. Me permite ir aún más al fondo de la experiencia que llevo viviendo desde hace veinte años. También me ayuda a ver mis límites». ¿Perdona? «Querrías hacer muchas cosas, pero no lo consigues. O no puedes. El poder ayuda, pero no lo es todo».
¿El momento más difícil? «Cuando se constituyó el nuevo gobierno. La noche antes era ministro, y por la mañana ya no. Confieso que cuando los he visto jurar en el Palacio del Quirinal, me estaba conteniendo mucho. Pero la vida te obliga a responder a lo que pide la realidad». Sobre todo si la realidad es un Presidente del Gobierno que te propone la vicepresidencia de la Cámara… «Presidente, vamos a ver, ¿me estás pidiendo que trabaje para extraer metal de una mina abandonada?», esa fue su respuesta al final de un tira y afloja de varios días. «Pero, si hace falta, voy». ¿Hace falta? «Hace falta y según pasa el tiempo más convencido estoy de que vale la pena».
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