Fue uno de los mejores conciertos de jazz que ha escuchado en mi vida (y es mi música favorita). No se trataba de los más deslumbrantes nombres del panorama nacional, excepción hecha de Carlos Carli, probablemente el más histórico batería de España, pero desde que se les pidió tocar meses atrás, se han sentido especialmente valorados por unas cuantas cosas, que para un músico son muy importantes, aunque rara vez las encuentren en quienes promueven sus conciertos: les pedimos que explicasen lo que tocaban: les pedimos que explicasen lo que tocaban; que se involucrasen componiendo sus propios arreglos; y que tocasen ante un público poco entendido. Llegaron con muchas ganas y mucha sorpresa por el ambiente, el lugar y el público. Nunca, como sexteto, les habían pedido un bis. Y nunca antes les habían escuchado en completo silencio. Estaban sorprendidos porque «parecía un público de música clásica», acostumbrado a escuchar. La pregunta de Carli -pero vosotros, ¿quienes sois?-, se vio respondida entre cañas a dúo por Ricardo, saxofonista, líder del grupo y muy buen amigo mío, y por mí.
El sábado, ya tarde, tocó el grupo Leilía integrado por cinco chicas gallegas bien modernas que hacen música tradicional. Montse y Mercedes apuestan por conseguir que la música de la tradición gallega suene llena de vida a los oídos de quienes no hemos crecido con ella. Comentan que, normalmente, se sienten algo mercenarias o piezas de museo. Mercenarias porque su relación con los promotores de sus conciertos se limita a cuestiones a dinero, hora, lugar del concierto y dirección del hotel; piezas de museo porque nadie entiende que la tradición es algo vivo, que puede sostener el trabajo y la vida de ciertas personas. Cené con ellas en compañía de Emilio. Su presencia fue el sacacorchos que acabó de abrir la botella, pues vieron un interés sincero más allá del contrato y una sorprendente comprensión de su trabajo. Las dos resaltaron la cantidad de niños que había en el concierto.
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