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Huellas N.7, Julio/Agosto 2003

PRIMER PLANO

Punto de fuga. El hombre de los deseos

Onorato Grassi

La traducción española de la Biblia de Jerusalén del capítulo 9, versículo 23, del libro de Daniel, habla de «hombre de las predilecciones». La expresión original dice literalmente: «tú eres los deseos». La Vulgata la tradujo como: «tú eres el hombre de los deseos». Gran parte del pensamiento cristiano permaneció fiel a la formulación original. Buenaventura define a Daniel como vir desideriorum, como ejemplo que imitar para emprender el camino del conocimiento de las verdades últimas. Sin deseo no tendríamos la fuerza de recorrer ese camino y nos detendríamos antes de llegar. La amplitud del camino debe corresponder a la amplitud del deseo, que continuamente debe regenerarse ("inflamarse", según el lenguaje medieval) en virtud del "grito de la oración" y el "relámpago del conocimiento". Es más, la verdad misma, que podemos encontrar y descubrir, no tendría peso ni belleza si no la reconociéramos como satisfacción de una necesidad, de un deseo tan fuerte intelectual y afectivamente que nos impulse a buscarla.
Un hombre animado por semejante deseo va por su camino buscando lo que más puede corresponder a las preguntas y a las exigencias que lleva dentro de sí y se detiene sólo ante lo que puede satisfacerlas.
Esta búsqueda resulta incómoda al menos para quienes defienden intereses y conveniencias propias, en lugar de secundar el impulso irreductible de la existencia humana.
La coacción del poder, en su forma moderna, se ha vuelto astutamente violenta. Ya no se contenta con la simple sumisión física, sino que pretende que se le "reconozca", se le acate y se le acepte, con el fin de apoderarse de los complejos e intricados recovecos de la conciencia del individuo.
El amo sabe que la verdadera amenaza para él es la mirada del siervo que, aunque sometido en todo, conserva un último destello de voluntad libre. El amo sabe que todos los imperios, aun los más poderosos, están destinados a derrumbarse cuando ante ellos se alza una conciencia que disiente aunque sea de modo silencioso y oculto.
Por tanto, el poder procura amansar, seducir y someter la íntima voluntad del individuo, a fin de que no se rompa el consenso y resulte "normal" y normativo.
Si educar significa, entre otras cosas, "inflamar" el corazón del hombre, podemos entender por qué el destino de nuestra sociedad se juega en la dimensión y la tarea educativa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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