El Santo Padre ha visitado España el 3 y 4 de mayo, en un momento cumbre de su pontificado. El encuentro con los jóvenes, la proclamación de cinco nuevos santos y la obra incansable del Autor de la paz. La pasión por Cristo creadora de la Europa del tercer milenio
Juan Pablo II ha vuelto a España por quinta vez, diez años después de su última visita. Diez años que no han pasado en vano, ni en el cuerpo dolorido del pontífice, ni en la sociedad española, ni en la Iglesia que camina en estas tierras, que ha vivido en los dos últimos años algunos de los momentos más difíciles desde el inicio de la transición a la democracia, a finales de los años setenta.
Nuestro tiempo
Por otra parte, la Iglesia española va tomando cada vez más conciencia del calibre de la tarea que le espera, porque se hace más difícil la transmisión de la fe en el seno de la propia comunidad cristiana (familias, colegios y parroquias), se advierte un alejamiento radical de extensas franjas de la sociedad, y la hostilidad de los principales centros de influencia cultural no decae. Es el tiempo de la misión, quizás como hacía muchos años, y demasiadas cosas están frenando el impulso para que se manifieste con humilde y hermosa claridad la novedad de la propuesta cristiana.
Una necesidad urgente
También Comunión y Liberación en España es muy consciente de este momento crucial para la Iglesia. En el manifiesto para prepararnos a la visita del Papa, afirmábamos que «ni la incomprensión de muchos, ni la hostilidad de algunos, puede detener la comunicación de la fe, puesto que es el encuentro con una presencia excepcional que corresponde al corazón del hombre». La fe y la humanidad de Juan Pablo II, cuya autoridad se ha visto agrandada durante los trágicos acontecimientos de la guerra de Iraq, nos impulsa a «secundar su testimonio y su ministerio» tomando en primera persona la necesidad urgente de «educar a jóvenes y adultos en una estima verdadera por el hombre y su dignidad, que impulsen nuestra capacidad de justicia y de bondad».
Una propuesta contemporánea
Nada más llegar al aeropuerto de Barajas, el Papa señalaba la aportación fundamental del cristianismo a la construcción de una sociedad basada en el respeto a la dignidad de toda persona. En el encuentro con los jóvenes (setecientos mil, según las autoridades de la Base aérea), Juan Pablo II denunció que el drama de la cultura contemporánea es su «falta de interioridad, que le hace ser como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma». Una cultura que viva de espaldas a las grandes exigencias y preguntas del hombre, termina por no defender la vida y por degenerar todo lo humano. En medio de una desbordante manifestación de júbilo y devoción, el Papa lanzó a los jóvenes su propuesta más exigente: «sed artífices de la paz, responded a la violencia ciega y al odio con el poder fascinante del amor, venced la enemistad con la fuerza del perdón». Pero enseguida les advirtió que esto sólo es posible viviendo la experiencia del amor de Dios, en una amistad íntima con Cristo, que «es la respuesta verdadera a todas las preguntas sobre el hombre y su destino».
El hogar generador
Han pasado veinte años desde el primer encuentro de Juan Pablo II con la juventud española en el Estadio Santiago Bernabeu. Ni la secularización progresiva, ni la hostilidad de la cultura ambiental, ni los errores de los hombres de Iglesia, han impedido que una nueva generación, hija de aquella de hace veinte años, haya llenado un espacio diez veces superior para encontrarse con un Papa anciano en el que brilla como nunca la luz de la fe. Esta es una primera señal del reto educativo que se le plantea a la Iglesia en España, porque los cientos de miles de jóvenes que han aclamado a Juan Pablo II necesitan el hogar generador de la comunidad eclesial, para que la sabiduría y la paciencia de sus mayores traduzcan ese entusiasmo en itinerario de fe que conduzca a una personalidad cristiana adulta.
Testigo intrépido
Durante la Misa de canonizaciones en la plaza de Colón de Madrid, Juan Pablo II afirmó la vigencia actual del cristianismo, su “modernidad” que no caduca; de esta forma, volvía a colocar la fe en el centro de la historia. Más de un millón de personas pudieron comprender, a la vista de este testigo intrépido del Evangelio, que el cristianismo no es un patrimonio arqueológico que admirar, sino una vida que poner en juego. La santidad es precisamente esa vida que se pone en juego y da toda clase de frutos, y que hace de la fe un hecho presente e ineludible para todos.
Hermosa historia
Lo cierto es que la presencia del Papa en España, en apenas 30 horas, logró reunir y sacar a la luz al pueblo cristiano que andaba cabizbajo y disperso. Le ha hecho contemplar con gratitud su historia (hermosa historia documentada en las vidas de los cinco nuevos santos) y le ha recordado su vocación misionera, más urgente que nunca. Así pues, la primera sorpresa para propios y extraños, ha sido que la paternidad de Juan Pablo ha hecho posible el acontecimiento de un pueblo unido y feliz, que comparece sin miedos ni complejos en medio de la plaza pública.
Sed de paternidad
El buen pueblo cristiano tiene sed de esta paternidad sin artificio que encarna Juan Pablo II, tiene necesidad de hombres y mujeres que le consuelen y amonesten según el corazón de Cristo: padres de familia, catequistas, sacerdotes, profesores, obispos…. Porque de otro modo, este pueblo que tuvo su mañana de esplendor en la plaza de Colón volverá a dispersarse, olvidará su historia y abandonará su tarea. Por todo ello, la alegría y el reconocimiento por lo que ha sucedido, debería hacernos más conscientes de la magnitud del reto que se le ha planteado a la Iglesia en España.
Una acción poderosa
Un reto que no demanda agitación desaforada ni complicados planes, sino ante todo, apertura a la acción del Espíritu, que frente a la sonrisa de los cínicos, sigue soplando en la Iglesia. Como dijo el Papa en la plaza de Colón, las obras de los santos «que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del Espíritu Santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado, y el propósito de imitarlo». Así pues, conviene mantener los ojos abiertos para descubrir la obra del Espíritu y para secundarla, aunque suponga corregir nuestros estrechos esquemas y nuestros planes previos.
Romper barreras
Mientras, el conjunto de nuestra sociedad ha contemplado esta visita con sentimientos contrapuestos, entre la admiración al Papa, el reconocimiento de su liderazgo moral, y el recelo que siempre provoca la manifestación pública de la fe, más aún cuando tiene dimensiones de auténtico acontecimiento social. En todo caso esta sociedad que manifiesta tantos signos de vitalidad, está a la vez expuesta al peligro de una menor libertad real, y por eso necesita hombres de la estatura de Juan Pablo II. Quizás éste fuera un buen momento para disolver prejuicios, romper barreras y permitir una nueva relación entre la Iglesia y los protagonistas de la vida social, política y cultural española. La actitud del Secretario General del PSOE, la apertura de algunos medios de comunicación, y el homenaje general al Papa de la paz, ofrezcan la oportunidad de iniciar una nueva etapa. Para eso la Iglesia necesita un tejido vivo, capaz de aceptar el reto de esta sociedad alejada de sus raíces cristianas. En realidad el reto de siempre, el reto de la misión.
Cuando vuelva el hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
El manifiesto de CL con motivo de la visita de Juan Pablo II
Quien ha sido agraciado con el don de la fe siente la urgencia de esta pregunta, que apremia de modo especial a Juan Pablo II. Él ha descrito su misión como "hacer todo lo posible para que el Hijo del hombre cuando vuelva pueda encontrar fe sobre la tierra". A su llegada a España esta Iglesia "le recibe con gratitud, gozo y esperanza", porque su visita sin duda reavivará su vocación y su dinamismo misionero.
Va a encontrar una Iglesia que se ha visto sometida a un desgaste ante la opinión pública sin precedentes en los veinticinco años de democracia. Lo cual hace pensar en una indiferencia creciente, en la incomprensión de muchos y, desde luego, en la intención de algunos de apartar la experiencia cristiana de la vida social, sea en el orden de la educación, de la sanidad o de la cultura. Pero ¿de qué vale quejarse si a nadie se le puede exigir lo que no tiene? Ni la incomprensión, ni la hostilidad de algunos, puede detener la comunicación de la fe, puesto que es el encuentro con una presencia excepcional que corresponde al corazón del hombre.
La progresiva debilidad de la transmisión de la fe es quizá el punto en el que la visita del Papa puede ser más iluminadora, si nos dejamos tocar por su testimonio. Juan Pablo II ha sabido recuperar el estilo misionero de la Iglesia antigua, arraigado en la convicción de la fe, a través del diálogo, la aceptación del sufrimiento y el testimonio de la caridad. Un método misionero que no da nada por supuesto y que se basa en el atractivo vencedor de la presencia de Cristo. Por eso tenemos tanta necesidad de asimilarlo en nuestra situación actual.
El acto culminante de su visita será la canonización de cinco santos contemporáneos, que atestiguan que no hay situación, por difícil que sea, en la que no se abra camino la fe. El santo no es un superhombre, sino el hombre verdadero, porque se adhiere a Dios y de este modo al ideal para el que ha sido hecho su corazón, dentro de lo cotidiano. Pablo se lo decía con sencillez a los gálatas: "aun viviendo en la carne vivo en la fe del Hijo de Dios". Nosotros también necesitamos el espectáculo de esta santidad.
Los trágicos acontecimientos de la guerra de Iraq han engrandecido la figura del Papa, como don Giussani nos ha indicado reiteradamente. Para secundar su testimonio y su ministerio, es urgente educar a jóvenes y adultos en una estima verdadera por el hombre y su dignidad, que impulsen nuestra capacidad de justicia y de bondad.
La sociedad española, que manifiesta tantos signos de vitalidad y a la vez está expuesta al peligro de una menor libertad real, necesita hombres de la estatura de Juan Pablo II y, por tanto, de aquella compañía que los ha educado a lo largo de 2000 años de historia. Para esta tarea esperamos, junto a nuestros pastores, la llegada del Papa.
COMUNIÓN Y LIBERACIÓN
Los nuevos santos
San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.
San José María Rubio vivió su sacerdocio, primero como diocesano y después como jesuita, con una entrega total al apostolado de la Palabra y de los sacramentos, dedicando largas horas al confesionario y dirigiendo numerosas tandas de Ejercicios espirituales en las que formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España. «Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace» era su lema.
Santa Genoveva Torres fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. La nota característica que impulsaba su espiritualidad era la adoración reparadora a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba un apostolado lleno de humildad y sencillez, de abnegación y caridad.
Semejante amor y sensibilidad hacia los pobres llevó a Santa Ángela de la Cruz a fundar su "Compañía de la Cruz", con una dimensión caritativa y social a favor de los más necesitados y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad sevillanas de su época. Su nota distintiva era la naturalidad y la sencillez, buscando la santidad con un espíritu de mortificación, al servicio de Dios en los hermanos.
Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes circunstancias de la Guerra Civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesitadas de las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor.
Juan Pablo II a los jóvenes
El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad.
Queridos jóvenes, os invito a formar parte de la "Escuela de la Virgen María". Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. Ella os enseñará a no separar nunca la acción de la contemplación, así contribuiréis mejor a hacer realidad un gran sueño: el nacimiento de la nueva Europa del espíritu. Una Europa fiel a sus raíces cristianas, no encerrada en sí misma sino abierta al diálogo y a la colaboración con los demás pueblos de la tierra; una Europa consciente de estar llamada a ser faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo, decidida a aunar sus esfuerzos y su creatividad al servicio de la paz y de la solidaridad entre los pueblos.
Amados jóvenes, sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz -lo sabemos- es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón