El milagro eucarístico de Lanciano en Abruzzo, que se remonta al siglo VIII, es el más antiguo de los milagros eucarísticos conocidos en el mundo. La narración en cuanto sucedió está recogida en un documento de 1631: «En esta ciudad de Lanciano, hacia el año 750 de Nuestro Señor se halló en el monasterio de San Legonziano, hoy denominado de San Francisco, donde habitaban monkes de San Basilio, un monje no muy firme en la fe, letrado en las ciencias del mundo, pero ignorante en las de Dios, el cual andaba un día tras otro dudando si en la hostia consagrada estaba el verdadero cuerpo de Cristo y en el vino la verdadera sangre. Empero, no abandonado de la divina gracia del continuo orar, rogaba constantemente a Dios que le arrancara del corazón aquella herida que le estaba envenenando el alma». Prosigue el anónimo autor del escrito: «Una mañana, en medio de su sacrificio, tras haber pronunciado las santísimas palabras de la consagración, mientras se encontraba más inmerso que nunca en su antiguo error, vio convertirse el pan en carne y el vino en sangre. Ante tan grandioso e imponente milagro se quedó aterrorizado y confuso; pero, finalmente, cediendo el temor al contento espiritual que le llenaba los ojos y el alma, con rostro feliz aunque anegado en lágrimas, se volvió a los congregados y dijo: "Oh, felices asistentes, a quienes el Bendito Dios, para confundir mi incredulidad, ha querido desvelarse en este Santísimo Sacramento y hacerse visible a vuestros ojos. Venid, hermanos, y mirad a nuestro Dios que se ha hecho cercano a nosotros. Esta es la carne y la sangre de nuestro dilectísimo Jesús"». Los monjes basilianos custodiaron las preciosas reliquias hasta 1176, cuando les sucedieron los benedictinos. En 1252, como en tantos otros monasterios italianos, los franciscanos conventuales sucedieron a los benedictinos y siguen siendo hoy día los custodios de las reliquias. Los franciscanos construyeron encima de la antigua iglesia de San Legonziano un nuevo santuario, donde desde 1258 reposaron las reliquias eucarísticas. El milagro fue colocado primero en una capilla al lado del altar mayor y desde 1902 se custodia detrás del tabernáculo del altar monumental, erigido por los habitantes de Lanciano en el centro del presbiterio. La hostia convertida en carne como hoy se puede observar se conserva en un ostensorio de plata y tiene el tamaño de la hostia grande que actualmente se usa en la Iglesia Latina. Es ligeramente oscura y se vuelve rosácea si se observa al trasluz. El vino convertido en sangre, contenido en un cáliz de cristal, está agrumado en cinco glóbulos de diversos tamaños.
A lo largo de los siglos las reliquias fueron objeto de gran devoción por parte del pueblo. En determinadas ocasiones se llevaban en procesión por las calles de la ciudad. Fueron sometidas a cuatro reconocimientos eclesiásticos; en 1574, en 1637, en 1770 y en 1886. Después del Concilio Vaticano II, los franciscanos decidieron someter las reliquias al examen de la ciencia moderna. En 1970, el profesor Odoardo Linoli, profesor de Anatomía, fue encargado de ejecutar dichos exámenes. Los resultados fueron asombrosos: aquella carne y aquella sangre, después de haberse mantenido en su estado natural sin conservación o momificación de ningún tipo durante doce siglos, expuestas a la acción de los agentes físicos, atmosféricos y biológicos, presentan las mismas características de una carne y una sangre obtenidas de un viviente ese mismo día.
El pueblo de O Cebreiro está en la cima de la cordillera que da entrada a la recta final del camino de Santiago de Compostela, al abrir la tierra gallega al peregrino. En el siglo XV, un monje de Aurillac celebraba la Eucaristía en la capilla del pueblo. Un paisano de una aldea cercana asciende a O Cebrerio en medio de una fuerte tempestad para oír la Santa Misa. El celebrante, de fe tambaleante, menosprecia el sacrificio del campesino. En el momento de la Consagración el monje percibe cómo la hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el Cáliz en sangre, que hierve y tiñe los corporales. Los corporales con la sangre quedaron en el Cádiz, y la Hostia en la Patena.
En 1486 los Reyes Católicos, peregrinos a Compostela, se hospedan con los monjes, contemplan el Milagro y, luego, donan el relicario donde se ha guardado hasta nuestros días.
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