Más de dos mil exponentes políticos, provenientes de noventa y dos naciones, se han reunido en Roma con motivo del Jubileo. El Papa les ha instado a que «la política sea un servicio y no una pura cuestión de demagogia y de cálculos electorales»
Ha sido la mayor asamblea parlamentaria que se haya reunido jamás sobre el planeta. Más de dos mil personas entre diputados, senadores y jefes de estado y de gobierno provenientes de noventa y dos naciones se han sentado en el Aula Nervi del Vaticano el 4 de noviembre. En este singular «parlamento del mundo» en el que resaltaban los turbantes blancos de los cameruneses, las túnicas cobalto de los diputados nigerianos, los saris violeta de las parlamentarias Indias, los pañuelos dorados de las diputadas de Malí, se han ido sucediendo durante largas horas las diferentes intervenciones. El debate ha concluido con tres cuestiones urgentes presentadas a la atención de la comunidad internacional: reducción de la deuda externa, derechos humanos y libertad religiosa. Al final, se formó un consejo permanente de parlamentarios mundiales para tratar algunos temas de la doctrina social de la Iglesia.
El primer Jubileo de los parlamentarios y gobernantes empezó así, con esta inédita asamblea en la que participaban delegaciones de países no cristianos como Irán, Israel, Kuwait y Túnez: una concentración de representantes del poder político en el Vaticano que no tiene precedentes.
Pero no ha sido una reunión formal, como se podía esperar. Juan Pablo II pidió a sus huéspedes un compromiso real sobre los temas que más le preocupan. Y a los políticos les ha dado indicaciones exigentes, desconcertando tanto a los de izquierdas - que dan prioridad a los deberes sociales - como a los de derechas - que apuntan sólo a los imperativos éticos -. Muchos de entre los parlamentarios presentes se sentían interpelados al escuchar las severas palabras del Papa.
Los presidiarios y las deudas
Entre los derrotados de la sociedad, el Pontífice ha citado en primer lugar a los presidiarios. Y no por casualidad: la libertad para los prisioneros y la condonación de las deudas eran puntos esenciales del Jubileo judío, que dio origen, aunque en un contexto radicalmente diferente, al Jubileo cristiano. Juan Pablo II recordó su apelación dirigida en junio «a los responsables de los Estados» para que tengan un «gesto de clemencia en favor de todos los detenidos». «Renuevo hoy esa llamada», dijo el Papa como para estimular a los remolones. Después usó palabras duras para recordar «el escándalo de las sociedades opulentas», en las cuales «los ricos serán cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres». «Es el pecado de injusticia más grave del mundo moderno» dijo, y «la conciencia de los cristianos» debe «sacudirse». Karol Wojtyla habló también del aborto y de la eutanasia: «una ley que no respete el derecho del ser humano a la vida - desde su concepción hasta la muerte natural -, sea cual sea la condición en la que se encuentre, no es una ley conforme al designio divino y un legislador cristiano no puede ni contribuir a formularla ni aprobarla en el parlamento». También por lo que se refiere a la familia, hay que condenar «cualquier ley que la perjudique y atente contra su unidad y su indisolubilidad, o que dé validez legal a las uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretenden sustituir a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer reclamando los mismos derechos».
Espléndido aislamiento
¿Quiere esto decir que se les pide a los parlamentarios cristianos que se retiren en un espléndido aislamiento cuando las leyes no coinciden plenamente con sus concepciones ideales? No, y ya que la política es también el arte del compromiso entre diferentes exigencias, Juan Pablo II dijo que tanto en el caso de las leyes sobre la vida como en el de la familia «es lícito proponer enmiendas en las discusiones parlamentarias para atenuar el daño».
El Jubileo continuó al día siguiente con una imponente misa en la plaza de San Pedro en la que participaron un número todavía mayor de políticos: unas cinco mil personas entre parlamentarios y gobernantes y más de diez mil políticos de administraciones locales. Mientras el Papa reclamaba a una concepción «alta» de la política, invitando a concebirla «como un servicio» y no como «una pura cuestión de demagogia y de cálculos electorales», del balcón central de la basílica pendía un gran estandarte con la figura de santo Tomás Moro, proclamado, precisamente, patrono de los políticos.
A cada uno su protector
Hace años propuso al Papa erigir a santo Tomás Moro como protector de los políticos. Una candidatura que encontró acuerdo en la Iglesia anglicana, en la católica y en la corona británica
a cARGO dE S.M.P.
Senador Cossiga, Juan Pablo II ha dicho que es usted el “promotor” de la proclamación de santo Tomás Moro como santo protector de los políticos...
Esa expresión es el fruto de un simpático gesto de amistad. En cualquier caso es verdad, fui yo, mientras todavía era presidente del Senado, quien tuvo la idea. Hablé con el Papa. Y, una vez elegido presidente de la República, seguí insistiendo sobre la cuestión. Me acuerdo perfectamente de una noche que fui invitado a cenar con él. Después de la cena, fuimos a tomar café con su secretario don Stanislao al salón de invitados del apartamento papal. Expresé de nuevo a Juan Pablo II mi deseo. Y ahora puedo revelar que, precisamente en esa ocasión, él lo aprobó. Pero, esa vez, fui impertinente con el Papa. En un determinado momento saqué de mi bolsillo la fotocopia de dos oraciones. Una tomada del Misal romano dedicada conjuntamente al obispo John Fisher y a Tomás Moro (ya que en el Misal no hay una oración especial dedicada a Tomás Moro). Después le entregué también la oración que se recita durante el rito de la comunión en la Iglesia de Inglaterra, pues Tomás Moro está inscrito como mártir en el calendario litúrgico de la Iglesia anglicana. Y le dije: «Juzgue usted, Santo Padre, cuál de las dos oraciones es mejor». Yo apostaba claramente por la de la Iglesia anglicana; tanto es así que la última parte de mi intervención delante del Santo Padre durante el Jubileo consistió precisamente en parafrasear esa oración.
¿Cómo se siente por haber “creado” de alguna manera un protector para los gobernantes y los políticos?
Me alegro. He llevado a cabo lo que para algunos podía parecer una amable obsesión. En definitiva, no he trabajado en vano.
¿Por qué se ha interesado tanto por Tomás Moro durante estos años?
Porque es un espléndido ejemplo de laico cristiano. Siendo laico, estableció la fe y la cultura como fundamento de su actividad. Tomás Moro era un insigne abogado, filósofo y teólogo y se dice que la defensa de la presencia real de Cristo en la eucaristía «escrita» por Enrique VIII contra Lutero (y que le valió a Enrique la concesión por parte del Papa del título de Defensor Fidei, título que aún mantiene la reina de Inglaterra) fue escrita precisamente por él. Después le recriminaron esta influencia «católica» sobre el rey. Su figura me ha fascinado por muchos aspectos: fue un gran gobernante y un gran juez y sirvió fielmente al rey hasta que este contradijo su conciencia.
Usted está muy vinculado a Inglaterra. Cuando era presidente de la República ¿tuvo contactos también con las autoridades anglicanas debido a su «actividad paralela» de promotor de la causa de Tomás Moro?
Sí. Para ver si había alguna objeción a la proclamación de Tomás Moro como protector de los políticos visité las diferentes instituciones que podían implicarse en esta iniciativa. Cuando era presidente de la República tuve la oportunidad de sondear tanto al Arzobispo de Canterbury para saber lo que pensaba la Iglesia anglicana, como a Buckingham Palace y a la jerarquía católica inglesa. No pusieron ninguna objeción. También la Iglesia de Inglaterra considera a Tomás Moro un ejemplo de la libertad de conciencia, un defensor de la libertad eclesial y de una sana concepción de la laicidad del Estado. Precisamente por eso ya lo había incluido en el elenco de los mártires.
¿Por tanto Tomás Moro puede, de alguna manera, favorecer también las relaciones ecuménicas?
Efectivamente. Pero no sólo: puesto que ha dado testimonio con su vida no únicamente de su fidelidad a la Iglesia, sino de valores auténticamente humanos. En primer lugar, el primado de la conciencia creo que puede ser un punto de referencia tanto para los creyentes como para los no creyentes. No es casualidad que entre las firmas de los que han pedido al Papa esta proclamación se encuentren también las de personas no creyentes. Entre los italianos, por ejemplo, la de Massimo d’Alema y la de muchísimos exponentes de los Demócratas de izquierda. Entre los belgas hay firmas de liberales notoriamente laicistas. Entre los ingleses, muchos anglicanos. Y está también medio gobierno socialista portugués.
Muchos se han sorprendido - algunos se han reído incluso - por la firma de Massimo d’Alema y otros no creyentes en esta petición al Papa.
Se equivocan. Él y los demás han reconocido en el Papa una autoridad moral. Y atribuyen, de manera laica, a esta proclamación un significado decisivo. Han comprendido de Tomás Moro lo que a ellos les parece importante, es decir, el testimonio hasta el derramamiento de sangre de grandes principios. Y se han dado cuenta de que una figura tan eminente puede proponerse a todos. En definitiva, Tomás Moro no sólo tiene la sincera veneración de los cristianos, sino que provoca interés y respeto a personas pertenecientes a otras confesiones e incluso a agnósticos. Si la santidad es en sí misma plenitud de lo humano, en este caso esto se hace tangible.
Senador, una pregunta provocadora. ¿No es la figura de Tomás Moro demasiado elevada para proponerla al mundo político de hoy? Actualmente la referencia a los principios ideales escasea y la coherencia en política parece una mercancía realmente rara.
La Gracia sirve esencialmente a los pecadores. Y de protectores tienen necesidad sobre todo los débiles.
El Parlamento del mundo
Habla el presidente del comité de acogida del Jubileo de los políticos que ha llevado a Roma a miles de parlamentarios y políticos de todo el mundo
A CARGO DE S.M.P.
Senador Andreotti, usted ha sido presidente del Comité de acogida de este Jubileo. Por tanto, un observador privilegiado. ¿Cómo nació la iniciativa?
La idea, al principio, era la de un Jubileo para parlamentarios italianos. Después se decidió su extensión al ámbito mundial, con una jornada de estudio abierta también a los no católicos, como por ejemplo, a los judíos, islámicos y protestantes.
¿Cuál ha sido la mayor dificultad para organizar un Jubileo de políticos y gobernantes?
Hacer comprender el espíritu del encuentro que dejaba fuera cualquier finalidad política partidista. La sede del encuentro, el aula Pablo VI y la presencia activa del Papa dio alas a esta iniciativa alcanzando un éxito más allá de lo previsible.
En ese aula, además de los representantes de la distintas religiones había también representantes de gobiernos enfrentados entre sí. ¿No se corría el riesgo de que en las diferentes intervenciones se afrontarán temas que suscitaran contrastes y malos humores?
Tanto los islámicos como los demás no católicos han realizado intervenciones profundas y de mutua comprensión. No ha habido ninguna incursión en temas candentes y controvertidos de la situación internacional.
Se encontraba también Michail Gorbachov en la Sala Nervi del Vaticano escuchando al Papa y hablando ante él. ¿Han tenido algún encuentro personal? ¿Le ha comentado a usted Gorbachov algo al final del encuentro?
Gorbachov ha retomado el tema del primer y conmovedor discurso del Papa en Campidoglio: la religión ayuda al desarrollo de los pueblos.
Era impresionante ver al ex jefe del imperio comunista dirigirse al Papa en nombre de una asamblea de parlamentarios de todo el mundo. Los tiempos cambian y hace sólo un siglo, cuando en nuestro país estaba viva la confrontación entre la Iglesia y el Estado, habría sido impensable este Jubileo de los parlamentarios.
Es verdad, este Jubileo ha supuesto una gran novedad, especialmente la jornada de debate en el Vaticano entre los parlamentarios de tres cuartas partes del mundo. Y es una novedad especialmente para nosotros, los italianos, porque mientras ha estado abierta la «Cuestión romana» había una hostilidad, una imposibilidad de conciliación entre política y Santa Sede . Me parece simbólico que en «San Lorenzo», en Roma, estén enterrados juntos Pío IX, el Papa del Non expedit y Alcide de Gasperi, la expresión más fuerte del «expedit».
El Jubileo es ante todo un acto personal que afecta a quien lo realiza. Pero un Jubileo de los políticos y gobernantes asume automáticamente también una dimensión pública. ¿Cuáles son los resultados concretos que, en su opinión, ha conseguido este Jubileo?
Ha sido una idea estupenda hacer que la oración preceda al compromiso de hacerse paladines de la causa de los pobres.
¿Cuál ha sido el hecho más curioso que ha tenido lugar “entre bastidores» en este Jubileo?
La comida que en el extraordinario marco de los Museos y de la Biblioteca vaticana ha dejado a todos sorprendidos. Por lo demás todo se ha desarrollado a la perfección. Y el límite de los tres minutos concedidos a cada orador para que todos pudieran participar ha funcionado bien. No han cabido ni la retórica ni los intereses particulares.
¿Senador, qué es lo que más le ha sorprendido de este Jubileo?
Me ha sorprendido la adhesión entusiasta de muchos a la llamada del Papa a una mayor solidaridad y a una mayor conciencia de servicio a la paz.
Pero el Papa ha pedido de nuevo a los políticos de todo el mundo, durante el discurso de apertura del Jubileo, «un signo de clemencia» para los prisioneros. Y hasta ahora no me parece que haya tenido ninguna respuesta significativa por parte de los diferentes gobiernos.
Si, desgraciadamente todavía son escasas las respuestas a esta llamada del Santo Padre. Pero no ahorraremos esfuerzos e iniciativas para que, por lo menos en Italia, se recoja la invitación a realizar esta obra de misericordia con los encarcelados.
¿Existe en Italia la posibilidad realista de obtener este «signo de clemencia» en las cárceles? El Jubileo está a punto de acabar y no parece que haya ninguna disponibilidad política para realizarlo...
La obligación constitucional de contar con el voto de dos tercios del parlamento nos limita. Y además algunos actos recientes de criminalidad han enfriado a la opinión pública más propensa.
Senador, una última pregunta divertida. En el Jubileo ha intervenido sólo una exigua representación de políticos americanos ya que, al mismo tiempo, estaba concluyendo la campaña electoral para las presidenciales. A la luz de lo ocurrido ¿no era mejor que hubieran participado en el Jubileo? ¿Qué juicio hace del caos en el que se ha sumido Estados Unidos, la democracia más importante del mundo, en esta difícil situación?
Los americanos nos habían pedido que cambiaramos el Jubileo de fecha pero fue imposible. Pero permítame no confundir lo sagrado y lo profano comentando la confusión provocada después de las elecciones.
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