RUSIA
En un país marcado por una crisis de extrema gravedad, se vuelve a empezar a partir del deseo de verdad que nada ni nadie puede destruir. De la lectura de un libro a la caritativa, a la Escuela de comunidad
Estoy en Rusia desde hace ocho años, en concreto en Moscú, y trabajo en la Parmalat. Tras la caída del muro, se está viviendo en Moscú lo que podríamos definir como disgregación desde el punto de vista social y, en consecuencia, también humano. No hay trabajo, no existe una educación para el trabajo y las personas han perdido el compromiso con el trabajo; no existe la familia porque en general las chicas de 18 ó 20 años quieren tener un hijo sin importar quién sea el padre, sin importar que haya o no una familia. Además, existe un auténtico abandono de la educación: por ejemplo, un profesor universitario gana 10 dólares, es decir, el equivalente a 20 botellas de leche, y un médico gana 30 dólares (hablo de sueldos mensuales). Esto por dibujar un breve bosquejo.
Lo más asombroso es que en una sociedad así, con una humanidad así, se ve que las personas tienen de todos modos un punto irreducible, como un fuego dentro: se apegan enseguida a donde se encuentra la verdad.
Quisiera contar tres episodios que demuestran cómo, en una situación así, el carisma que hemos encontrado y que nos ha generado suscita un movimiento que se ensancha.
Nuestros chicos de Vladimir, una parroquia del norte en la que es párroco don Stefano, han comenzado a hacer caritativa con los presos. Los directores de estas cárceles se han dado cuenta de la relación que ha nacido entre ellos y los detenidos y se lo han contado a sus familias, a sus hijos, proponiéndoles conocer a nuestros amigos, porque han visto una experiencia educativa sin igual. Dado que son ortodoxos, no pueden tener contactos con los católicos, de manera que fueron a ver a sus sacerdotes y a su obispo y les preguntaron si podían conocerles. El obispo les contestó: «Sí, id, os doy también mi bendición».
Otro ejemplo: a un diácono que enseña en la universidad le cayó entre manos un libro de don Giussani. Tras haberlo leído conoció a don Pietro (de San Petersburgo) y ha pedido todos los libros de don Giussani porque quiere hacer sus cursos a partir del contenido de estos libros. Después, leyó también un número de Tracce y le dijo a Pietro: «Yo quiero realizar esta experiencia con las personas que conozco, con mis estudiantes, para lo cual quisiera invitarte a venir y llevar a cabo juntos la experiencia que describís en estos libros».
Un tercer ejemplo: Jean François, que trabaja para Rusia Cristiana en Minsk, ha empezado a hacer Escuela de comunidad con los chicos de la facultad de Teología presidida por el obispo de Minsk. Los profesores, al ver la relación que hay entre estos chavales, han dicho: «Nosotros enseñamos teología, pero vemos que sigue siendo algo abstracto para nuestros estudiantes. Así que, desearíamos que profundizaras y continuaras lo que has empezado con los jóvenes».
Lo último. Muchas veces, sobre todo los italianos que estamos allí, discutimos acerca de las relaciones entre católicos, ortodoxos, etc. Sin embargo, la relación que los chicos tienen con su Iglesia (porque la mayoría de los chicos que conocemos son ortodoxos) no les supone ninguna duda ni división, en el sentido de que, entusiasmados por la experiencia que han realizado con el movimiento, viven hasta el fondo su pertenencia a la Iglesia ortodoxa, sin división alguna, sin ningún problema.
El ejemplo más claro es el de nuestra amiga Lena que está con nosotros desde hace tres o cuatro años. En una de las últimas Escuelas de comunidad ha dicho: «Yo era judía y después me convertí gracias al encuentro con el padre Men. Luego el Señor me ha dado la gracia de encontrar el movimiento». Ella ha entrado a formar parte de la Fraternidad de San José. Esto os lo cuento para mostrar cómo el carisma abraza y cumple esa verdad que la persona tiene dentro de sí.
He ido a ver a Lena al hospital (ahora está muy enferma) antes de venir y me ha dicho: «Dile a don Giussani que estoy aquí y que vivo mi testimonio del movimiento en este lecho y que ofrezco todo mi sufrimiento y toda mi enfermedad para que él pueda guiarnos a todos durante mucho tiempo más». Mientras lo decía era evidente que su posición de enferma en ese lecho era una posición de alegría, tenía una cara estupenda, y era un testimonio en aquel lugar.
Nos encontramos todos los días ante hechos grandísimos que no hacemos nosotros, es Otro quien los hace. Nosotros debemos sólo entregarnos al carisma, para que lo que sucede sea continuamente un testimonio ante todo para nosotros mismos.
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