Un viaje por Estados Unidos y Canadá. La aventura de las nuevas comunidades y la experiencia de las que ya existían revelan cómo, en toda ocasión y lugar, se vive con la conciencia humilde y cierta de llevar el significado del mundo
Montreal, Canadá. Es la primera etapa del viaje que me ha llevado a conocer a muchos amigos que han dado vida a las comunidades presentes en algunas ciudades de Norteamérica. Montreal es una ciudad con dos almas. Aquí conviven la hospitalidad típica de las ciudades latinas - está plagada de lugares en los que la gente puede encontrarse - y la grandiosidad de las ciudades del norte de los Estados Unidos, pobladas de rascacielos, pero privadas de un centro, donde la aglomeración de calles se convierte en un laberinto para el hombre, concebido como huésped y no como protagonista.
En la ciudad, la comunidad de CL vive en torno a la familia de Cecilia y John Zucchi. Se trata de un pequeño grupo que se ha convertido en el factor fundamental de una de las grandes novedades para la vida del movimiento: la publicación de los libros de don Giussani en inglés y la presentación de los dos primeros volúmenes del Curso Básico de Cristianismo en la ONU. Al igual que sucedió en la experiencia de aquel pequeño grupo - aparentemente insignificante - en torno a Cristo en Palestina, estos amigos se han visto portadores del significado del mundo entero, conscientes de ser signo de algo mucho más grande. No se trata de una asociación espiritual marginal, sino de una experiencia que continúa y enriquece la Iglesia en Canadá, un país donde, al menos como tradición, los trazos de la presencia católica marcan una neta diferencia con sus vecinos de casa, Estados Unidos, de signo protestante. La misma Montreal conserva las huellas de la evangelización católica, que, a diferencia de la protestante, ha sabido conservar el carácter multiétnico de Canadá: de hecho, aquí, los indios existen todavía, y en sus diversas tribus. A las puertas de la ciudad, dentro de una reserva india, está la iglesia donde fue sepultada la beata india Kateri Tekakwitha. Nacida en 1656, convertida y bautizada en 1676, acusada y perseguida por sus parientes a causa de su fe, escapó a un pueblecito cristiano cercano a Montreal e hizo voto de castidad. En torno a sus reliquias se han conservado muchísimos ex votos, signos de una historia de conversiones que ha atravesado al pueblo indio, una historia que cuenta incluso con sus mártires. Como el jesuita Jaques de Lamberville, martirizado por los Irocos tras una horrenda tortura, consistente en meterle palos bajo las uñas, cocerle a fuego lento durante un día, abrirle el abdomen y extraerle las tripas.
Nuestra presencia ha alcanzado también Vancouver en la costa occidental de Canadá, donde ha nacido una comunidad en torno a Steven, y llega también a Halifax, donde el obispo, gran amigo del movimiento, ha pedido al padre Michael que predicara los Ejercicios espirituales para los sacerdotes de la diócesis.
Tan lejos, tan cerca
Sobrevolando los confines entre Canadá y Estados Unidos, llego a Minneapolis, en Minnesota. La naturaleza se muestra aquí en toda su majestuosidad: los lagos parecen mares y los ríos, desde el Missisippi al San Lorenzo, forman una cuenca hidráulica tan vasta que se puede navegar sin solución de continuidad desde Nueva Orleáns hasta la desembocadura del San Lorenzo. Una vida en barca. Minnesota, que es como la mitad de Italia, tiene tan sólo 4.000.000 de habitantes, de los que 2 millones viven en Minneapolis, 800.000 en Rochester y 1.200.000 esparcidos en la vastedad de un territorio hecho de pantanos, estanques, bosques, ríos y extensiones interminables de trigo, maíz y soja. Viajando al atardecer desde Minneapolis a Rochester con el padre Jerry, el sacerdote que conoció el movimiento hace tres años, se advierte la extrema lejanía, y a la vez cercanía, de estos lugares respecto a aquellos tres escalones del liceo milanés Berchet, donde hace casi cincuenta años nació el movimiento. Minnesota es un estado preeminentemente agrícola: aquí la gente se mueve en tractores (trucks), los periódicos llevan en primera plana la noticia de la última sesión de la junta municipal, sólo en la última la gente lee algo sobre el resto de los Estados Unidos y un parrafillo de cuatro líneas explica que en Italia estamos en el 53 gobierno. La vieja Europa está lejos, así como la renombrada escuela donde estudiaba la burguesía milanesa. ¡Pero qué cercana es la experiencia del padre Jerry! Nos cuenta cómo después de tres años comienza a percibir el movimiento como una revolución para sí, para sus amigos y para toda Rochester. Revolución que realiza el sueño americano de una nueva frontera. Una nueva frontera donde el espíritu y la materia encuentran su unidad en la experiencia de la encarnación, percibida en todo su valor ontológico y existencial. El padre Jerry nos muestra su parroquia, en el centro de la ciudad, junto a la Mayo Clinic, hospital con 23.000 pacientes. «Aquí se alzará una capilla dedicada a san Ricardo Pampuri - explica el padre Jerry -, porque yo, que he recibido un milagro a través de Pampuri, quiero que este santo proteja este enorme hospital y responda a quien, como yo, lo invoque con certeza». Desde hace un tiempo, vive en la casa de los Memores Domini en las praderas de los alrededores de Rochester. Conozco enseguida a las dos familias que han encontrado el movimiento en torno a esta casa: «Al principio no entendíamos nada de cuanto el padre Jerry nos decía - explica Lorenzo, profesor de latín -; después comencé a repetir lo que oía acerca del sentido religioso a mis chavales y comprobé que estaban impresionados. Entonces también yo deseé comprender. Me parece que el corazón de la cuestión está en la Encarnación [y con las manos reproduce el gráfico del tercer capítulo del libro Los orígenes de la pretensión cristiana. Las flechas ya no van hacia arriba: Alguien ha venido. Y ahora ha vuelto a través de la experiencia de don Giussani y nos ha hecho hermanos». La jornada prosigue en barca; con una familia amiga del sacerdote atravesamos un tramo del Missisippi y alcanzamos la casa del rector de la universidad St. Mary de Wanona, Brother Louis Dethomasis, donde nos han invitado a almorzar. El rector nos pide que le presentemos la experiencia del movimiento y de los Memores Domini. Tras un cuarto de hora de explicaciones nos interrumpe y dice: «¡Es verdad! Siempre lo había pensado, nuestra tierra espera alguien que anuncie la Encarnación. Hasta los escritos de economía lo anuncian; buscan un hombre nuevo, que sea protagonista. No saben que nace sólo de Alguien que se vuelve carne y habita en medio de nosotros». Y nos invita a presentar los volúmenes del Curso Básico de Cristianismo en su universidad. En ese momento se aclara la intuición central de todo el viaje. El mundo espera algo como nuestro carisma y espera gente que venga y lo anuncie a través de la vida cotidiana.
Como en los dolomitas
Desde Rochester a Nueva York, donde los bachilleres acaban de volver de sus vacaciones. Eran 70, provenientes de diversas ciudades americanas, además de algunos profesores. Para estos chavales el encuentro con GS [ndt. Siglas de Gioventù Studentesca, bachilleres de Comunión y Liberación] supone hallar la esperanza de una existencia cristiana, es decir, realmente humana. Sobre todo porque las situaciones familiares son a menudo desastrosas y sin una experiencia real de paternidad. Experiencia que, por el contrario, sucede al conocer el movimiento, que hace percibir la vida como la repuesta a una llamada objetiva: Jesús que se encarna en el rostro de los profesores y en la compañía que se reúne en torno a ellos. Esta certeza afectiva impulsa a la “conquista” de la realidad en todos sus aspectos. Como sucedía hace 40 años en los dolomitas, durante las vacaciones en Plattsburgh se habló del estudio, así como del modo de profundizar en la vocación humana y cristiana ante las pocas ganas de estudiar. Sí, porque el estudio a menudo es aburrimiento, cuando se reduce a acumular meros conocimientos, tests y cuestionarios multiculturales (para los cuales la Edad Media italiana cuenta tanto como la historia del Congo), con profesores que pueden proponer poco, porque ellos mismos creen en poco. Y, además del estudio, el descubrimiento de la naturaleza en las largas marchas, de los cantos de la tradición americana e italiana y de los grandes de la literatura leídos a la luz de nuestro carisma.
El árbol maduro
En la sociedad americana resulta evidente que hablar de bienestar es hablar refiriéndose al 10% de la población: la más rica e inteligente, la que emerge en los másters y los cursos de postgrado de las grandes universidades, que ocupa puestos directivos en la política, los negocios o las entidades sin ánimo de lucro. La selección social deja fuera al resto que vive peor, desde el nivel de instrucción hasta los muebles, los vestidos, la comida: inseguros, aislados, con la casa y el coche hipotecados y los kilómetros diarios de viajes en el metro. El movimiento, desde GS, muestra su atención por el hombre en toda su estatura. En Nueva York esto resulta más visible como a la vista de un árbol maduro: el grupo de Fraternidad de las familias, compuesto por unas sesenta personas que se reúnen cada quince días para pasar juntos una jornada de convivencia, en la que los niños juegan juntos; y después del encuentro, la comida todos juntos y la misa. Allí donde la familia es poco más que un contrato, la Fraternidad se muestra como una estructura social sui generis, que no sólo crea el vínculo de la familia, sino también entre las familias, vínculo reforzado en la reflexión común sobre la experiencia, en el compartir la caridad, en la común educación de los hijos. ¡Justo aquí, donde todo vínculo es considerado una debilidad!
En la casa de los hombres del Grupo Adulto ha tenido lugar el retiro de los novicios. La compañía del Grupo Adulto es una fuerza evidente, es como el “suplente” de Cristo; la casa no tendría sentido si no estuviera inundada por el ímpetu de anunciar que el Señor es Jesús. Es impresionante que las chicas de los Memores de California deseen ir a la “casa” de Washington como si fuera la suya.
En la diaconía general de EEUU he visto cuántas comunidades nuevas han nacido en el último año: en Phoenix o en Miami, que para ser atendidas precisan de una red web, no virtual sino real, de personas que se encuentren, aunque sólo sea para preguntarse cómo va la vida. De esta compañía nacen gestos desproporcionados con respecto al número, como la presentación de los libros de Giussani en la universidad de Milwaukee o en Notre Dame. La comunidad americana se convierte, por tanto, en signo para todo el movimiento, y se apresta ahora a trabajar para difundir los tres próximos textos de Giussani, con Crossroad, una gran editorial católica. Ésta, junto con Traces, garantizan la primera aproximación de nuestro carisma a lugares desconocidos. Así, como ha dicho don Giussani hace algunos meses a la familia Maniscalco: «Necesitamos de gente que, como hizo Jesús con la viuda de Naín, diga a todas las personas que se encuentre, “mujer, no llores”; deben sentirse queridas, completamente, sin condiciones»; gente que abrace a estos nuevos amigos para mostrar que cuanto está escrito es signo de una presencia humana, al tiempo viril y afectuosa como nuestro movimiento.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón