Apuntes de la intervención final de Luigi Giussani en la Asamblea Internacional de los responsables de Comunión y Liberación La Thuile, 30 de agosto de 2000
El carisma es una historia, no una persona. Es una historia. Y esta historia se resume por entero en la fuerza de una persona: Jesús de Nazaret.
Deseo que el Señor os recompense por el esfuerzo que ponéis a su disposición y que compense vuestra fatiga ya en esta vida, en el mundo que os toca vivir.
Respecto al ideal que tenemos, a esa realización ideal de la verdad a la que tratamos de amar devotamente y servir en este mundo, me gustaría señalar el testimonio del padre Jerry como el punto donde dicha historia ha alcanzado de manera imprevista un clímax, un pináculo, una cima. Su vida nos ha testimoniado la expresión más poderosa de la fuerza divina del Señor [cf. págs. 53-55 y carta publicada en Huellas n. 3-2000, p.4]. Yo me he sentido reconstituir ante su intervención tan sencilla y escueta. Esto es lo que deseo que os suceda a cada uno de vosotros, a quien está casado, a quien tiene mujer, marido e hijos, a quien se ha dedicado al Señor en virginidad a través del sacrificio cotidiano, en la fidelidad a las tareas que cada uno ha adquirido ante el mundo; que cada uno tenga esta alegría suprema que puede darse y perdurar incluso en medio de todas las turbulencias y los límites humanos.
El carisma es una historia. Todo carisma es una historia. Pues bien, el “carisma de los carismas”, que es Cristo, Jesús, se dilata en el mundo a lo largo de todos los tiempos, mediante hechos particulares que el Señor plasma y nos ofrece como un resultado ya logrado de lo que era un ideal para todos los hombres - en los distintos momentos de la vida, en cualquier circunstancia de la existencia -, como una definición ya hecha, ya existente, de lo que es un ideal para el deseo y la acción.
Por eso, no nos separaremos jamás, ni siquiera con la muerte. Pensemos, con calma y profunda paz, en nuestros amigos que ya han atravesado el umbral último de la vida. Pienso en estos momentos (permitidme que cite un nombre en particular, porque para mi vida ha sido muy importante; pero lo podría decir también de cualquier otro compañero nuestro de los que ya han alcanzado el término del camino contingente, de la humanidad contingente) en Enzo Piccinini, que el año pasado estaba entre nosotros y ahora está dentro de nosotros, está con nosotros y en nosotros.
Que la Virgen os acompañe con su memoria. Jesu dulcis memoria, porque la memoria de la Virgen, Su madre, es la fuente que define la esencia de nuestra memoria.
Jesu dulcis memoria, sed super mel et omnia ejus dulcis praesentia. Pero, por encima de todo, sobre todas las cosas, está la dulzura de Su presencia, que para nosotros es el cauce para entrar en la belleza, bondad y fuerza, del misterio de Dios hecho hombre. Un hombre concreto, con su nombre en el registro.
Deseo que no haya nada en este mundo que llegue a ser una objeción tal que justifique o haga inevitable suspender la memoria de Cristo, que es la vida del mundo. Porque Él es la vida del mundo. ¡Él es la vida del mundo!
Deseo que seáis como el padre Jerry, capaces de sentir sencillamente, de leer el rostro y ver la presencia de Jesús en cada momento de la vida. Que tengáis la misma sencillez del padre Jerry, que a su edad, ya no demasiado joven - bueno, no jovencísima -, se ha adherido y ha sabido dar su respuesta.
¡Gracias! Perdonad mi intromisión, pero no ha sido por presunción. Humanamente hablando daría rabia no poder ir a saludaros uno a uno, a cada uno; a todos, porque estamos unidos a cada uno de la compañía de manera inexorable, inevitable. Nada puede distanciarnos uno de otro, como miembros de un cuerpo.
Que el Señor bendiga lo que ha empezado en vosotros, lo bendiga y lo haga permanecer eternamente. Porque la eternidad empieza en nuestra unión aquí y ahora.
Gracias, ¡ciao!
La Pala de Oro se conserva en la Catedral de Aquisgrán, en la capilla palatina que Carlomagno mandó construir entre los años 786 y 805. La Pala cubre la fachada del altar principal y es de época otoniana.
Otón III la donó a la catedral poco después del año 1000 y fue fabricada en Fulda, según el modelo de la Pala de Oro de San Marcos en Venecia. Se compone de dieciseis bajorrelieves con la vida de Cristo y en el centro una Majestas Domini.
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