26.000 adultos en Rímini y otros muchos conectados vía satélite para los Ejercicios de la Fraternidad. El testimonio de un periodista ante un encuentro siempre imprevisible que vuelve a suceder
Giorgio Feliciani lleva hablando un rato: desde hace veinte años le toca a él la tarea de dar cuentas del balance anual de la Fraternidad. Los veintiséis mil reunidos en los grandes espacios de la feria escuchan, quizás un poco cansados, quizás menos atentos todavía. Cada uno sentimos cierto malestar ante el reclamo referente al fondo común, porque la libertad se fatiga algo más ante lo que tiene que ver con el bolsillo. Siempre ha sido así. Nadie juzga a nadie, pero cada uno tarde o temprano tiene que echar cuentas consigo mismo. Y las cuentas de la Fraternidad obligan, al menos por un instante, a un pequeño balance personal. Podría pasar este momento y cerrarse los ejercicios como siempre, antes de los avisos y del canto final. Alguien se prepara ya para levantarse, para muchos el camino de vuelta a casa será largo. Han venido de toda Italia hasta aquí, a Rímini. Como siempre, como todos los años. Ahora les espera una larga caminata para salir de la Feria, el paso apresurado para tomar los autobuses y los coches, la gente que abarrota la calle y los muchos amigos que se reúnen, se abrazan y se vuelven a ver, tal vez después de años. Siempre falta tiempo para saludar a todos. Hay que regresar a casa, volver con los hijos, volver al trabajo que empieza mañana de nuevo.
Pero, de repente: «Perdona, pero don Giussani nos está hablando...».
Giorgio esboza una sonrisa, pero su imagen desaparece de la pantalla y el corazón se agranda y los ojos de muchos se abren: y lo miran hablar.
«Llevamos toda la vida hablándonos...».
Una voz clara
La pantalla refleja la imagen de don Giussani un poco desenfocada por la conexión en videoconferencia y la voz resuena en los salones más ronca aún. Pero nadie está distraído o cansado. Se hace un gran silencio y todos fijan con gusto la mirada: mirarlo hablar y escuchar su voz cumple la espera de estos días.
«Yo no soy digno de lo que haces por mí... cada día aumenta el estupor por lo que Dios hace».
Cada uno de los veintiséis mil experimenta de nuevo ese estupor y se mira a sí mismo de un modo distinto; una vez más se mira a sí mismo de otro modo. Resuena la voz en el corazón, como muchos años antes una voz resonaba en la casa de Cafarnaúm y Levi, que estaba contando las monedas, cuando alzó la mirada: «Tú», le había dicho aquel hombre.
«¿Yo?».
«¡Tú!».
Y desde entonces aquel “Tú” entró en su vida y Mateo no volvió a decir “yo” de la misma manera que antes. Su nombre había cambiado y su vida también, sus amigos y la historia y el mundo entero habían cambiado por aquel “tú” que le había llevado a decir, quizás por primera vez, “yo”.
Cada uno de aquellos veintiséis mil se ha descubierto como un “yo” protagonista de la historia y de su destino. Y quizás por primera vez se mira a sí mismo sin orgullo ni pretensión, tan sólo con el estupor y la ternura entretejida de aquella gran, infinita ternura que lo ha conducido hasta esa cita, hasta este momento del tiempo en el que resuena el eco de la voz de la misma Presencia.
Cada uno de los veintiséis mil ha llegado a Rímini por un misterioso recorrido.
Cada camino está jalonado por la iniciativa de Cristo que tiene más inventiva de la que pueda imaginar el hombre. Más sorprendente que cualquier espera. Capaz de obras e iniciativas. Es alguien rico en iniciativa. Es esta la primera imagen que anota la libreta profana de un cronista: una sorprendente iniciativa de Dios.
De todo el mundo
Muchísima gente llegada de todas las partes del mundo y muchísimos reunidos en todas las partes del mundo: escuchan en Alemania, Austria, Bélgica, Eslovenia, España, Francia, Gran Bretaña, Hungría, Irlanda, Luxemburgo, Holanda, Polonia, Portugal, República Checa, Rumanía y Suiza. Resonarán estas palabras en Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, Méjico, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Venezuela, Camerún, Kenia, Mozambique, Nigeria, Ruanda, Uganda, Kazakistán, Japón y Líbano.
¿Quién se lo imaginaba? ¿Quién lo habría podido imaginar?
Gentes diversas, historias diferentes, lenguas, culturas y mentalidades distintas: ¿Qué tienen en común todos ellos? ¿Qué pueden tener en común?
Hay algo que desde los tres escalones de entrada a un instituto de enseñanza media de Milán ha atravesado mares y continentes: la respuesta a la embrollada objeción de un joven bachiller para quien fe y razón no eran compatibles ha alcanzado e implicado a millares de existencias. Y cada una de estas existencias se ha sentido llamada: llamada personalmente. Cada uno de modo distinto: para algunos, para muchos, la ocasión de aquel primer encuentro fue alegre, resulta grata a la memoria. Para otros fue atroz, como la muerte de un hijo. Hay algo que ha permanecido aferrado a cada uno, y el eco de aquel “¡Tú!” resuena en el espacio y en el tiempo.
La bondad del camino
Durante dos días los Ejercicios han acompañado nuestra reflexión: la autoridad de la Iglesia ha venido a confirmar la bondad del camino inscrito en el firmamento de estrellas que se llaman María, Pedro, Juan, Pablo... Carisma e institución. Durante dos días veintiséis mil personas, y tantas otras reunidas en todo el mundo, han escuchado la sinfonía de música, cantos y palabras que nace del deseo y la petición de una respuesta a la misma pregunta que los chavales del liceo Berchet de Milán dirigieron con premura a aquel sacerdote: ¿qué es el hombre?
Y, después, la misma urgencia que puede convertirse a veces en una objeción: si hay una respuesta, ¿cómo llega a saberlo?
Sin embargo, no hay signos de interrogación en el tema de los ejercicios: «Qué es el hombre y cómo llega a saberlo». Es la promesa de una respuesta, no la enigmática subjetividad de un problema desesperadamente irresoluble.
Una respuesta que nace en la carne de una historia y de una compañía: veintiséis mil historias, veintiséis mil personas, veintiséis mil veces “yo” descubierto en un “tú”, en una vocación irrepetible y personal.
Hay algo casi increíble en la historia de cada uno. Casi, porque cada uno existe y es imposible negar que uno existe cuando está ahí, y se puede tocar, sentir y escuchar. Y puede hablar y dar testimonio. «Falta en nuestras relaciones la memoria de Cristo», había recordado Giancarlo Cesana citando a don Giussani, y ese juicio duro, al decir de muchos, es un vapuleo: cuando don Giussani contempla aquel momento en Jerusalén, cuando Judas murió y era de noche. La tiniebla en torno a la sala del Cenáculo no nos resulta desconocida. La oscuridad: cada uno la conoce bien. Cada uno, al menos una vez en la vida, la ha experimentado.
Una pobre voz
«Pero nosotros avanzamos en la existencia a través de una seguridad que quema todos nuestros temores: la esperanza para nosotros es una certeza».
Una certeza que se entrega sin cálculos, más allá de la imaginación. Don Giussani recuerda a dos chicas de 16 años que hace cuarenta años escribieron la letra y la música que expresan la voz de todos: una pobre voz. La pobre voz que cada mañana vuelve a despertar la conciencia soñolienta y pide en lo efímero de las circunstancias la eternidad. Los cantos y el recuerdo de aquella noche en Jerusalén son lo que acompañan a las palabras de don Giussani. Aquellos cantos que todos conocen bien, muchos desde hace decenios.
«Cómo puede esperar un hombre que tiene todo en sus manos, pero no tiene el perdón».
Judas desaparece en las tinieblas. Cada uno siente el asedio de esa oscuridad secundada por el propio mal.
Cada uno siente la voz de don Giussani afirmar la promesa de un cumplimiento: en los salones de la Feria los veintiséis mil permanecen en silencio cuando oyen palabras que escrutan el corazón de todos.
«Es necesario que alguien nos libere del mal».
Y cada uno mira al otro con una mirada más atenta, cuando don Giussani recuerda de qué está hecha la compañía: «El Misterio se hizo presente de forma tangible, se hizo carne de nuestra carne».
Entre Ferrari y el Referéndum
Vuelve a suceder en un instante el milagro de esa conmoción que encuentra al corazón alegre y convencido. Se percibe el encuentro y hay un poco de milagro incluso en la salida ordenada y silenciosa de veintiséis mil personas, que llevan en sí la memoria de ese encuentro, que “son” memoria de ese encuentro.
Cada uno llamado y enviado a formar parte de la Gloria de Cristo. Y es esa memoria la que se llevan de los grandes salones de la Feria de Rímini, a lo largo del camino que desciende al mar o se dirige a las autopistas, y por las cálidas calles de este domingo que al día siguiente los periódicos celebrarán como la jornada de la Ferrari y del Referéndum, porque también esto ha sucedido y la crónica debe rendir cuentas de ello. Y tal vez muchos no se han fijado en este pequeño pueblo reunido en Rímini porque no es gente que arme demasiado jaleo. Pero es gente que existe, y todo en la vida de esas personas que ahora salen de Rímini lleva al mundo un ápice del Destino: porque no son mejores, pero saben pedir e implorar que el aliento de la vida no tenga fin.
La homilía del Cardenal Stafford, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, en los Ejercicios de la Fraternidad Rímini, 20 de mayo de 2000
James Francis Stafford
El periodo litúrgico que estamos viviendo nos recuerda los eventos ocurridos entre la Resurrección del Señor y Pentecostés. Las lecturas nos hablan de los primeros pasos de la Iglesia y nos presentan a los grandes protagonistas de aquellos acontecimientos: María, Pedro, Juan y Pablo, las estrellas más brillantes de esa constelación de santos, a los que el Papa está añadiendo en este año Jubilar otros, figuras maravillas, testigos de la fe en Cristo en todas las condiciones de vida en todos los ángulos de la tierra.
En el discurso a los miembros de los movimientos eclesiales reunidos en la plaza de San Pedro en la vigilia de Pentecostés de hace dos años, el Santo Padre sacaba a la luz los dos aspectos coesenciales de la constitución de la Iglesia, es decir, al aspecto carismático y el institucional. Pero ya en el discurso a la Curia Romana en 1987 y después en la Exhortación Apostólica Mulieris dignitatem de 1988, el Papa había hecho referencia a una teología de la experiencia cristiana basada en los arquetipos o modelos de fe fundados en la relación de María, Pedro, Juan y Pablo.
En 1987 llegó a decir: «Este perfil mariano es, además, tal vez aún más fundamental y característico para la Iglesia que su perfil apostólico y petrino al cual está profundamente unido... La dimensión de la Iglesia es antecedente de la petrina, sin estar por ello dividida o ser menos complementaria». En 1988 escribía parejamente: «La Iglesia es a la vez "mariana" y "apostólico-petrina"» (n.27). En estas dos alocuciones, en vez de referirse directamente a los aspectos carismáticos e institucionales de la constitución de la Iglesia, el Papa ha preferido hablar de «la Iglesia en su esencia», Iglesia de perfil mariano, apostólico y petrino. De cualquier forma existen estrechas analogías entre el perfil mariano-paulino de la Iglesia y su dimensión carismática, al igual que entre el perfil petrino-apostólico y su dimensión institucional.
Las referencias que hace el Papa a las dimensiones mariano-paulinas y petrino-apostólicas de la Iglesia proporcionan un modo nuevo de mirar al locus teológico de los nuevos grupos. Visto el rico potencial de puntos de partida y de profundización que esta enseñanza nos ofrece respecto a la constitución de la Iglesia, deseo detenerme brevemente sobre ello.
Como hemos dicho, el Nuevo Testamento presenta una constelación de cuatro discípulos que se han convertido en el paradigma de la experiencia cristiana: María, Juan el Evangelista, Pedro y Pablo. Con el término "constelación" trato de decir que estos cuatro discípulos de Jesús manifiestan las relaciones y las estructuras esenciales de la Iglesia para todos los tiempos y todos los lugares.
¿Qué quiere decir esta afirmación? La naturaleza de la Encarnación requiere que Jesús desarrollo su misión redentora a través de una comunidad, y en especial a través de quienes han estado más cercanos durante su vida terrena. Tres de los mencionados, María, Juan y Pedro, fueron las personas más cercanas para Él, mientras que el cuarto, Pablo, dice de sí que es el «último de todos» (1Cor 15,8). Estas cuatro personas forman la que ha sido llamada la constelación cristológica.
La ley de la Encarnación requiere además que la presencia constante de Jesús junto a sus discípulos tras la Ascensión revista una forma humana. La experiencia que Jesús tiene de Dios es incomunicable en su plenitud. Una vez que asciende al Padre (Jn 6,38 ss.) se ofrece a aquellos testigos oculares que le han servido, que no han buscado honores para sí y que estuvieron dispuestos a ofrecerse por Él y por los otros incluso hasta el martirio. Ellos proclaman que han visto, tocado y sentido al Padre en Jesús, como Pablo en la lectura de hoy (Hch 13,47).
Las relaciones evangélicas de estas cuatro personas con Jesús y entre ellos han establecido un modelo o paradigma que es válido y necesario para la comunidad de los discípulos de todos lo tiempos, en cuanto que presentan tales características que revisten forma normativa para la Iglesia en todos los tiempos y en todos los lugares.
¿Cuál es, por tanto, el modelo que gobierna las relaciones entre las realidades carismáticas por una parte y los obispos y sacerdotes por otra? Una meditación acerca de las cuatro estrellas de la constelación cristológica ayuda a comprender la misión de los movimientos como Comunión y Liberación en la Iglesia de hoy. Los dos textos del Papa ya citados nos ofrecen otro punto de reflexión teológica, fundada también en las Escrituras. El Santo Padre ve claramente los nuevos movimientos como manifestaciones carismáticas del Espíritu Santo. Las relaciones entre las nuevas comunidades y la estructura de la Iglesia pueden referirse a la primera comunidad reunida en torno a Jesús, sobre todo a las grandes figuras de Pedro, Pablo y María.
Uno de los doce, aquel que Jesús define amargamente como «escándalo» y «piedra de tropiezo», fue puesto por Él mismo como piedra de fundación de toda la Iglesia. La sucesión petrina y apostólica reposa sobre una dimensión histórica horizontal que tiene su comienzo en Cesarea de Filipo. Pedro tiene el derecho de atribuirse la autoridad en la doctrina y en la guía y de imponer el orden de la unidad. Esta prerrogativa, sólo suya, no le aísla, sin embargo, de los otros especialmente del perfil mariano y paulino de la Iglesia.
Detengámonos ahora brevemente sobre este último.
También Pablo tiene una misión fundadora y está igualmente presente y vivo en la Iglesia. Fue agregado a los Doce, a pesar de no haber sido elegido por ellos. Mientras Pedro pide a los suyos que sean «buenos pastores», Pablo se describe como «espectáculo para le mundo, los ángeles y los hombres» (1Cor 4,9). Su vocación es autentificada por los Doce y él era bien consciente de que tal reconocimiento era absolutamente esencial para su ministerio apostólico.
La experiencia paulina de fe y de testimonio en el Nuevo Testamento procede verticalmente del cielo. Su posición, elegida directamente por el Resucitado y reconocida por el colegio de los Doce, es única en sí misma y no es susceptible de sucesión, si no es por analogía; puede haber, de hecho, vocaciones carismáticas cuyo reconocimiento oficial y cuya inserción en sus roles son, por así decirlo, impuestos por la evidencia divina.
La constelación cristológica de Pedro y Pablo de una visión distinta y nueva de la misión de los movimientos eclesiales en la Iglesia. Miremos ahora a su perfil mariano.
La dimensión mariana de la Iglesia revela la acción de los carismas del Espíritu Santo, desde su fiat a la palabra de Dios. No puede haber verdadera objetividad en la Iglesia, es decir, ejercicio persuasivo del oficio jerárquico, que no presuponga el «permanecer» contemplativo propio del Espíritu Santo y, a su vez, de María. La Palabra (institucional) y el Espíritu (carismático), distintos pero unidos, del Padre son revelados de forma sacramental-arquetípica por dos discípulos, Pedro y María. La dimensión petrino-jerárquico-carismática de la Iglesia presupone siempre la dimensión de la obra mariano-carismática del Espíritu Santo, a la que debe su propio origen. La dimensión mariana alcanza su pelnitud en la dimensión petrino-sacramental de la Iglesia. Estas dos dimensiones, mariana y petrina, aseguran la conjunción entre la objetividad y la subjetividad, entre la Palabra y el Espíritu, en la Iglesia.
El magisterio papal nos ha ofrecido muchos puntos de vista acerca de los nuevos movimientos eclesiales, y acerca de la naturaleza sacramental de la sucesión apostólica la constelación cristológica. De modo particular en lo que se refiere a la constelación cristológica, se abren nuevas perspectivas para continuar nuestra reflexión orante sobre la nueva primavera de la Iglesia, de la que los movimientos eclesiales son los heraldos.
El saludo del Cardenal Stafford dirigido a los presentes antes de la bendición final.
Muchas gracias por estos himnos de los Estados Unidos, este bellísimo Sweet Little Jesus Boy: está muy cercano a la espiritualidad de san Pablo de la Cruz, el patrón de mi parroquia de cuando era niño. Muchas gracias por esta demostración de las afinidades entre los himnos de los negros de los Estados Unidos y esta gran figura de la renovación del Espíritu en el siglo XVIII italiano.
Antes de la misa he sido presentado como jefe del Consejo Pontificio para los Laicos, que significa que soy responsable y estoy a la cabeza de los movimientos laicos. Os debo confesar que no me siento digno de tal posición. Los más grandes frutos del Concilio Vaticano II están dándose precisamente entre los laicos. No me siento digno de estar en la posición en la que el Santo Padre me ha colocado. Pero estoy feliz aun dentro de esta profunda humildad, hasta la humillación. Porque, hermanos y hermanas, he aprendido mucho de vosotros y de todos los amigos de los otros movimientos eclesiales dentro de la Iglesia. Hoy he dado gracias, como hemos oído, todos hemos dado gracias por este inmenso don del Espíritu, que he visto en la comunión, que nos reúne en el Cuerpo de Cristo.
Ya que no puedo estar presente en vuestros Ejercicios, deseo enviar mis más cordiales saludos.
El tema de vuestros Ejercicios de este año es «Qué es el hombre y cómo llega a saberlo».
Junto a la pregunta sobre Dios ésta es la pregunta más antigua del hombre. Sófocles afirmaba: «Existen muchas cosas misteriosas, pero lo más misterioso es el hombre». La expresión que él utiliza (pollà tà deina...) puede significar también: «Existen muchas cosas que infunden miedo, pero la más pavorosa de todas es el hombre». Grandioso en su libertad y al mismo tiempo tan terriblemente abierto al riesgo de su misma libertad.
Os deseo que en estos ejercicios podáis vivir la profunda experiencia del encuentro con Aquel del que el Evangelio afirma: «Él sabe qué hay en el hombre» (Jn 2,25). Sólo Él es Redemptor hominis, el Redentor del hombre.
Que puedan los Ejercicios donaros también la fuerza para dar testimonio de Él.
Esto es lo que invoco para vosotros con mi más cordial bendición.
Christoph Card. Schonborn
Arzobispo de Viena
16 de mayo de 2000
Querido don Giussani:
Estoy cerca de ti y de nuestros amigos de la Fraternidad de Comunión y Liberación durante estos ejercicios espirituales que se desarrollan en el año jubilar del Señor. Al comienzo de este milenio hay un estupor continuo al mirar los gestos del Santo Padre y tu testimonio.
Como nos decías con ocasión del mes de mayo: «Hay una nada que no se pierde». Que por la fuerza del Espíritu y a través de la Virgen nuestra compañía sea «realmente la primera reverberación de la salvación, de una condición humana nueva».
Te estoy de veras agradecido porque a través del encuentro con el Carisma que ha nacido de ti, la gran Presencia de Cristo se ha convertido en acontecimiento para mí y anuncio para el mundo.
Con viva gratitud y con la bendición del Señor.
Filippo Santoro
Obispo Auxiliar de Río de Janeiro
16 de mayo de 2000
Queridos amigos:
Con ocasión de los Ejercicios me uno a vosotros en el don de la comunión que se nos ha dado y en la gratitud por la gran paternidad de don Giussani. Él, y la realidad nacida de él, son el instrumento por el cual se nos ayuda a comprender el yo, a través del método humano con el que Dios se implica en nuestra vida "en la carne" de su Hijo Jesucristo. Y el encuentro con esta realidad es el lugar donde se iluminan también las preguntas de nuestro corazón.
Pido al Señor que los Ejercicios sean para cada uno la ocasión de renovar la conciencia viva de esta gracia, para nuestra alegría y para el bien de toda la Iglesia y del mundo. Con muchísimo afecto.
Javier Martínez
Obispo de Córdoba
18 de mayo de 2000
Querido don Giussani:
La cuestión del hombre y de la maduración de su autoconciencia («Qué es el hombre y cómo llega a saberlo») emerge en todas las circunstancias y en todas las relaciones. Si uno está un poco atento, percibe que Jesucristo (la Gracia), si bien circunda a la libertad por todas parte no la fuerza nunca, sino que, siempre, se dirige a ella como una llamada, invitándola a la decisión. La libertad de cada hombre, por su naturaleza siempre en acción, encuentra así, de forma personalísima, la pregunta: «Y yo, ¿qué soy?». Límite y pecado hacen que esta pregunta se vuelva dramática y hacen resaltar de modo admirable la gran victoria de Cristo.
Querido don Giussani: En tu comentario pascual al versículo quod redemisti tu conserva, Christe nos ayuda a comprender que permanecer en esta perspectiva no significa vaciar el drama de la libertad, sino dejar que ésta repose en la certeza de que Otro, una Presencia amiga, nos está acompañando al Padre. Que la petición humilde de esta permanencia, que tú has individuado - una vez más en profunda sintonía con el Santo Padre - en el rezo del rosario, pueda acompañarnos a todos nosotros en la tarea cotidiana de edificación de un «yo» consciente y de una comunión cada vez más visible. El carisma que se te ha donado, del que por pura gracia participamos, nos urge al ofrecimiento de nosotros mismos para la misión de la Santa Iglesia de Dios. En el Señor.
Angelo Scola
Rector de la Pontificia Universidad Lateranense
Roma, 18 de mayo de 2000
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón