Nos habíamos matriculado junto a Antonella Moglia en la escuela de los ICP (Institutos clínicos de perfeccionamiento) de Milán. Corría 1971 y en aquella época comenzaba a nacer la comunidad de CL en Mangiagalli. La directora de la escuela, sor Agostina Fumagalli, estaba fascinada por las palabras de don Giussani y nos preguntó si estaría disponible para dar un curso de religión en nuestra clase. Se lo propusimos y, como siempre - característica de su gran paternidad y disponibilidad - dijo que sí. La hora de religión, al principio, implicó a una treintena de alumnos del primer curso. Después también los amigos de la comunidad de Mangiagalli quisieron participar. Así, la clase de religión se pasó a la tarde y se llevó al aula magna de la clínica del Trabajo. Así podían asistir todos: enfermeras del hospital, estudiantes de medicina y médicos. En total unas cincuenta personas. Sor Agustina se sentaba siempre en primera fila con su grabadora. Hoy, gracias a su fidelidad, podemos proponer de nuevo los apuntes de algunos pasajes de una clase de aquel curso impartido por don Giussani en 1972.
No se puede hacer servicio al mundo si no es viviendo o cumpliendo la acción en función de su orden, es decir, si no es haciendo la voluntad de Dios, pues el orden del mundo es el designio de Dios. Haciendo la voluntad de Dios nosotros servimos al mundo, servimos a los hombres, somos útiles para los hombres. De otra forma todo el ímpetu de nuestra buena voluntad y toda la generosidad de nuestra intención no evitaría a nuestra acción la desilusión final, o lo que es lo mismo, no erradicaría el hecho de que nuestra acción, con toda su buena intención, serviría a nuestro modo de concebir las cosas, que no es el de la realidad, que no es el verdadero. Como una madre que, ante su hijo enfermo, creyendo que hace bien, le hace tragar un purgante y lo manda al otro mundo a causa de una peritonitis: ella creía que hacía bien, pensaba que obraba bien. Porque las cosas no salen de nuestra mano, ni de la mano de los jefes de los partidos, ni tampoco de la mano de los sindicatos, ni de la de los genios o los científicos: salen de otra cosa, que es la voluntad de Dios.
Entonces este es el primer factor. La ley es solamente una: amar. Amar es concebir la propia vida en función de otra cosa, o mejor, en función de otro (porque no se puede amar una cosa, se ama a una persona), de ahí concebir la propia vida como voluntad de Dios: mi voluntad es la Tuya, el criterio de mi acción eres Tú, el criterio de mi acción es Tu criterio. Esto es el amor: afirmar a otro.
Sin embargo, hay un segundo factor a considerar ahora. Imaginad a una persona que está llena de complejos, o a una que está un poco confusa, o a una que no ha sido educada religiosamente, cristianamente, y que ignora totalmente el punto de vista religioso, cristiano, moral por tanto (hasta puede que sea profesor en la clínica Mangiagalli), o a un individuo en un momento de tentación, de una tentación particular. En estos cuatro casos, realizar la ley moral, que es hacer la voluntad de Dios, es un poco difícil, bastante más difícil que, imaginemos, para mí en un momento de calma, en un periodo tranquilo, con todo el bien de Dios que tengo en la cabeza, con toda la educación recibida, con todo el equilibrio que - gracias a Dios - mi madre me ha puesto en el sistema nervioso, con toda la facilidad de camino que he tenido.
Entonces es necesario decir, más en general, que cada uno de nosotros parte para su acción de una cierta situación. En la acción el hombre debe tender al ideal, y el ideal es hacer la voluntad de Dios, amar Su designio, y por tanto amar el orden de las cosas, concebirse a uno mismo y aquello que hace en función de todo el orden querido por Dios. Esto es el ideal. Pero yo, para este ideal, parto de situaciones distintas: a veces estoy enfadado, o tranquilo, a veces soy presa de la tentación, otras veces estoy más equilibrado y en paz; unas veces soy áspero, porque soy joven, y otras soy más pausado, porque soy un hombre maduro.
El hombre, para realizar la ley ideal, parte de la situación, de una determinada situación. La palabra instinto, instintividad, puede también servir para aclarar este punto. El hombre debe realizar el ideal, la ley ideal encarnándola, es decir, realizándola dentro de una determinada situación o partiendo de una determinada situación, según un cierto condicionamiento.
Decía que la palabra instinto puede servir porque yo estoy hecho, el hombre está hecho de conciencia ideal y de un cierto conjunto de instintos. Pero la palabra instinto es demasiado limitada: digamos "instintividad". El hombre, en cada momento, lleva encima una cierta carga de instintividad. Por ejemplo, si estoy enfadado, o si me duele la cabeza, o incluso si soy ingenuo o si soy ignorante, o si estoy mal dispuesto, o si me estoy lamentando, todos estos casos representan una salida de instintividad distinta. Llamamos, por tanto, "instintividad" a ese factor, ese componente que en cada momento de la vida del hombre viene dado por lo que le determina: por el pasado, por su temperamento, por lo que le apremia o por la reacción que tiene. Podemos, por tanto, utilizar también la palabra reacción: hay siempre un componente de reacción. Es como - por así decirlo - el peso de la materia. Pero no es sólo la "materia" porque, por ejemplo, el orgullo no es materia, el amor propio no es materia, pero pertenecen también ellos a la instintividad, a todo ese conjunto de determinaciones del que el hombre parte. Por esto unos días estoy determinado de forma tal que me es más fácil vivir mejor el amor a la justicia y otros días, en cambio, estoy determinado por mi situación de forma que me es más difícil vivir la justicia.
Más genéricamente, toda acción humana está compuesta por un factor ideal (que es el que hemos dicho: el sentido de la justicia, del orden, de la voluntad de Dios) y un factor, en cambio, que pesa (que viene marcado por la instintividad, por la determinación, por la situación de la que el hombre forma parte), que es como el aspecto material.
Por ejemplo, un chico se enamora de una chica: este es el aspecto que he llamado instintividad, es la situación de la que parte, es la determinación de la que parte, el aspecto por así decir material o fatigoso, el aspecto de reacción. ¿Qué puede hacer? Puede ir detrás de esta reacción que experimenta, siguiéndola ciegamente. Entonces la ley, la directiva de su acción es la de afirmar aquello que siente, es la de realizar lo que siente. En estos términos, sin más, se llama egoísmo y es inmoral. Hemos dicho que el motivo de la acción, es decir la ley de la acción, el objetivo de la acción es servir al mundo, o servir a la voluntad de Dios, hacer la voluntad de otro (esto es el amor). Entonces, ¿qué tiene que hacer? ¿Acaso tiene que hacerse monje? Evidentemente, no. La necesidad de utilizar y de plegar nuestra situación en función del ideal, que es ser útiles al designio de Dios en el mundo, se llama deber. ¿Qué es el deber? Es plegarse, manipular, utilizar nuestra instintividad, nuestra situación en función del designio de Dios, es decir, al servicio del mundo, que es lo mismo.
El deber es esta funcionalización, es esta relación entre lo que nos encontramos al lado, entre nuestro momento - con todo el conjunto de instintividad, de inclinaciones, de reacciones, de mala voluntad, de buena voluntad, etc., que nos encontramos junto a nosotros - y el designio total; es decir, es utilizar este momento en función de la tarea, que es la de servir lo más posible al Reino de Dios, es decir, ser lo más útiles posible a los hombres ("Ama al prójimo como a ti mismo" y sirve más al Reino de Dios).
El tercer elemento de la concepción moral cristiana es que el hombre, según el cristianismo, no es capaz de actuar así. El hombre no es capaz de realizar esta funcionalidad; el hombre no es capaz de encauzar el instinto hacia su verdadera finalidad; el hombre no es capaz de emplear su situación para la utilidad del gran designio de Dios, por tanto, de los hombres. El hombre no es capaz de esto.
El hombre siente que esto es justo y lo querría, pero no lo logra. A veces parece incluso que lo consigue, pero después cae. El hombre es como uno que ha estado muy enfermo y cuando tiene que levantarse de la cama no lo logra, se apoya sobre los codos, pero se cae porque es demasiado frágil, logra levantarse un poco pero se vuelve a caer. Los teólogos hablan del hombre egrotus, enfermo.
Pero el hombre es así por algo externo que ha sido injertado en su raíz. Más precisamente, según la concepción de Cristo, todos los hombres - estando profundamente ligados unos a otros con una solidaridad mucho mayor que lo que se imagina cualquier comunismo o cualquier socialismo, porque es una solidaridad que brota del propio ser -, toda la línea de la humanidad, por una solidaridad profunda, ha sido trastornada por la introducción del mal en su origen, una introducción responsable del mal, por una rebelión al designio de Dios desde su origen: es el concepto de pecado original. Esta sacudida inicial, esta subversión inicial, este desorden inicial permanece en la raíz de todo hombre que nace en este mundo, por lo que el fondo del hombre es equívoco, es ambiguo: quiere hacer el bien y sin embargo hace el mal.
Lo hemos observado ya: ¿cuáles son, por así decir, las relaciones más decisivas que la experiencia humana puede conocer? La relación de amor entre el hombre y la mujer, la relación afectiva de los padres hacia los hijos, la relación de servicio a los demás, como en el trabajo político. Pero, ¿existen acaso fenómenos que sean fuente de egoísmo del modo en que estos lo son? ¡No! Ningún otro fenómeno, ninguna otra relación es fuente de egoísmo como estas.
Según la concepción moral cristiana, el hombre por sí solo no puede realizar la ley del amor, no puede no ser egoísta, no consigue por tanto ser verdaderamente humano; el hombre no puede realizarse a sí mismo ("A mí, infeliz, ¿quién me librará de esta división mortal?"), el hombre no puede lograr por sí mismo hacer el bien. Lo dice un Concilio de la Iglesia de 1600: el hombre no resiste durante largo tiempo sin cometer fallos gravísimos; el hombre solo no lo consigue: el hombre, por sí solo, es un egoísta.
Sin embargo, volvamos a la comparación con el enfermo. Ese enfermo que tenía que levantarse se apoya sobre los codos y no lo consigue. Pero si llega su madre, o su mujer, o una enfermera, o el médico, o un amigo y le coge del brazo, entonces consigue caminar, poco o mucho, pero logra caminar. Esta es la imagen del hombre que camina, según el pensamiento cristiano: el hombre no puede caminar si no es abrazado, si no es sostenido por Jesucristo.
Dios ha venido al mundo precisa y exactamente para cogernos y hacernos caminar. El hombre no puede ser él mismo si no es junto a otro, que es Cristo, que es Dios venido a este mundo para esto: "Sin mí no podéis hacer nada". Por el contrario, dice san Pablo: "Todo lo puedo en Aquel que me da la fuerza".
Desde España
Los testimonios de algunos profesionales españoles que han participado en el Congreso Internacional de Enfermería en Bellaria
Durante estos días he podido verificar cómo el carisma, que sorprendió mi vida hace diez años, no deja fuera nada de mi historia y mucho menos mi trabajo. Los juicios que se han dado, las palabras de don Giussani retomadas en muchas ocasiones, el atractivo humano de las personas que he conocido, han ampliado el horizonte con el que casi siempre miro mi profesión. Después de lo que he visto y oído me resulta difícil pensar en mi trabajo como las ocho horas al día que tengo que cumplir para ganar un sueldo. He comprendido mejor que "el trabajo es relación con el infinito", con ese infinito que cada vez es más cercano para mí. El viernes 11 estuvimos en Roma participando de la Misa que celebraba el Papa en la plaza de San Pedro con motivo del día del enfermo. Era conmovedor ver al Santo Padre acariciando, con inmensa ternura, la cara y las manos de las personas que habían acudido a recibir el sacramento de la Unción de Enfermos. Al mirarle, pensaba en Cristo en los momentos en que le traían enfermos y Él los curaba. La mano del Papa era como la voz de Cristo que decía a la viuda de Naín: "Mujer, no llores". Ante un espectáculo como aquel pude intuir que hasta el sufrimiento más grande ante la Presencia de Cristo se ordena, se pacifica. He vuelto a reconocer que mi vida está llamada a una humanidad que, como la del Papa, como la de don Giussani, vive conmovida por el destino de cada hombre. Sólo con una conciencia así deseo ir a mi trabajo todos los días.
Purificación
Nuestra consistencia no está en lo que hacemos, sino en lo que somos. Esto es lo esencial: la unidad de la persona que puede tener en cuenta al otro por la conciencia de ser generado continuamente. He aprendido de otros en qué consiste la filiación: saberse hijos de don Giussani les hace ser y hacer. Sólo genera quien es generado. Hemos profundizado en el sentido del sufrimiento como condición necesaria para una vida auténtica, y cómo debemos estar agradecidos a los que sufren, a los enfermos, ya que por su dolor somos redimidos.
Teresa
Fui al congreso con la esperanza de encontrar significado a mi actividad profesional, que en los últimos meses comenzaba a ser un peso difícil de llevar. La pasión que vi en las personas que conocíamos, la unidad y amistad que fueron surgiendo entre nosotros, nos animaban a retomar la dimensión ideal de todo lo que hacemos. El encuentro con el Papa fue como volver a mirar el ideal aprendiendo cómo él mira a los enfermos, la enfermedad y el sufrimiento. Volví convencido de que las necesidades de los enfermos son las que ellos realmente tienen, no las que uno piensa que puedan tener; y que debo responder concretamente a ellas. Sólo se puede construir si se pertenece a un lugar que nos genera.
Carlos
Ha sido muy enriquecedor conocer a profesionales de la enfermería de diversos países que viven la misma experiencia que nosotros, como Rose, de Uganda, que hace una labor extraordinaria con enfermos de SIDA; una enfermera rumana, que es cristiana gracias a una monja que le daba catequesis a escondidas; o una enfermera brasileña que desarrolla un programa en las favelas de su ciudad.
Manoli
Centro de Orientaciòn Familiar - COF (MADRID)
Los objetivos generales del Centro son contribuir a la salud de la mujer y de las familias y mejorar su calidad de vida.
Las actividades de nuestro centro son: Cursos de métodos naturales de regulación de la fertilidad, conferencias y seminarios de bioética, Asesoramiento a parejas, Promoción y apoyo a la lactancia materna, Charlas de nutrición infantil, Preparación al parto, Educación afectivo-sexual para padres, profesores y jóvenes, Charlas a novios en cursillos prematrimoniales
Para más información llamar al 91 530 09 10
Lunes: de 16h a 20h. Miércoles y jueves: de 11 a 14h.
¡Enfermeros de todo el mundo, uníos!
El Congreso internacional de enfermería organizado por la Asociación Medicina y persona
ANNA LEONARDI
El congreso internacional organizado por la Asociación Medicina y Persona acudieron más de cuatrocientas personas venidas de todos los rincones del mundo. Lo que les atrajo hasta Bellaria, en la costa romagnola, no fue el eco del lema marxista, sino un congreso sobre "Enfermería: ¿oficio, profesión, caridad?". La idea de un encuentro de grandes dimensiones nació de una enfermera, Giovanna Tagliabue, con 25 años de experiencia profesional a sus espaldas, primero en los Centros de Salud de Uganda y después en la Facultad de Medicina de Paraguay. Después de tantos años de profesión se ha vuelto a plantear la misma pregunta: "Pero, ¿cómo trabajo yo?" y la necesidad de profundizar en el motivo por el que vale la pena desarrollar la profesión de enfermería, tan insuficientemente reconocida por una sociedad que se llama humanitaria. El pasado mes de agosto, durante un breve viaje a Italia, se puso manos a la obra: contactó con sus viejas amigas enfermeras; juntas organizaron todo y se repartieron las tareas. Cinco días después volvió a Villa Rica, en Paraguay.
Cuidar al hombre
Nos encontramos así en febrero, del 8 al 10, en el Centro europeo de Congresos de Bellaria. El plan del congreso, seguía la provocación lanzada hace 15 años por don Giussani en unas Jornadas de enfermería en Varese, en donde nada más comenzar había sacado a la luz el núcleo del problema: "La cuestión es la unidad de vuestra persona en vuestra profesión", es decir, que el yo pueda vivir hasta el fondo, en el trabajo, "todas las exigencias y evidencias humanas que Dios nos da". Y, para vivir esta plenitud, don Giussani había repetido muchas veces: "Debéis poner el corazón en lo que hacéis. Y para que esto sea posible, es necesario no estar solos".
"¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que cuides de él?". Con este versículo del salmo 8 abría Giovanna Tagliabue los trabajos del congreso. "Este salmo fue como un aguijón para mí cuando oí a don Giussani repetirlo en la plaza de San Pedro el 30 de mayo de 1998. Nosotros, enfermeros y enfermeras, por profesión, estamos llamados a cuidar del hombre, pero, ¿cómo vivimos esta responsabilidad? En la situación actual, lo primero que salta a la vista es la sustitución de dos términos: el enfermo se ha convertido en el usuario, y el hospital, en la empresa. La profesión de enfermería, nacida como vocación al servicio del hombre, se ha reducido a tecnicismo; somos técnicos de la salud que deben prestar servicios de calidad a clientes que pagan. No debemos concebirnos como personas que asisten a otros hombres, sino como máquinas adiestradas para cumplir actos estandarizados. La prueba de esto es el modo en que son formados los alumnos de enfermería: saben utilizar con precisión instrumentos sofisticados, pero no saben estar frente a un hombre que muere". El problema, por tanto, es la soledad y el individualismo con el que se vive el trabajo; el servicio raramente se siente como una responsabilidad de todos. "Paciencia, compartir, perdón - continúa Giovanna - son, como dimensión, términos desterrados de la profesión. Esto se traduce en una forma de vivir el trabajo: llenos de lamentos, estresados y con poca gratuidad".
Fue Cecilia Sironi, profesora de enfermería desde hace 15 años, la que puso el acento en el problema formativo: "Con el transcurrir de los años, ser una buena enfermera, aunque me gustaba, llegó a no bastarme. Intuí que enseñar este oficio sería quizá más útil. Me puse a estudiar y, terminados los estudios, acepté el riesgo de abrir, dirigir y dar clase en una escuela para enfermeras. Durante estos años la tensión ha sido afrontar la realidad profesional y educativa con un criterio, comparando todo con el ideal reconocido de la vida. Al trabajar como enfermera, igual que al dar clase, el punto de partida es siempre la persona que tengo delante, que tiene la misma necesidad de significado que me constituye. Nuestra preparación profesional es más completa si no prescinde de la capacidad humana que es fruto del propio ser".
Dos actitudes reductivas
Giorgio Vittadini, en su intervención, se detuvo largamente en la naturaleza de la profesión asistencial, evidenciando sus riesgos y estímulos. "Hay dos actitudes reductivas de lo que constituye la grandeza de este oficio: el "considerarse buenos" y la "profesionalidad". El primero está caracterizado por el pensamiento, de corte maniqueo, de que el mundo se divide en actividades buenas y malas. En esta perspectiva, el trabajo asistencial es, a priori, mejor que el empresarial. Esto provoca en el que se dedica a la actividad asistencial la presunción de servir a la persona poniéndose a sí mismo en el centro, escudado en que por el hecho de servir ya se es "bueno". El asistido se convierte así en objeto de acción, no en una persona a la que abrazar". Sucede como en Los Novios, cuando el heredero de don Rodrigo invita a comer a Renzo y a Lucía, y les sirve, comiendo aparte. Manzoni comenta el episodio diciendo que es mucho más fácil ponerse bajo alguien y servirle que situarse como un igual, ponerse junto a él. "La segunda actitud reductiva - continúa Vittadini - sigue normalmente a la primera: uno se da cuenta de que el trabajo es pesado y el ímpetu de generosidad no basta. El corazón se cansa y empieza a infiltrarse un resentimiento. La frustración que se genera se vuelca en una búsqueda obsesiva de nuevas técnicas, nueva formación, estructuras distintas y reformas sociales".
Vittadini recordó después que la historia de nuestro país está marcada, en el campo asistencial, por el testimonio de las órdenes religiosas que, partiendo de una hipótesis cristiana, han construido hospitales y estructuras sanitarias: "Los Hermanos de San Juan de Dios o los Camilos han llevado sus obras por todo el mundo movidos por la caridad y por la necesidad del otro".
El congreso acogió, entre otros, el testimonio de las Hermanas de la Caridad de la Asunción, que ofrecieron al auditorio el relato apasionado de su misión. "Nuestra asistencia se desarrolla a través de un servicio domiciliario, que está dirigido al cuidado de los enfermos, al sostenimiento de núcleos familiares en dificultad, a la asistencia a los ancianos, a los discapacitados, a los marginados. En nuestro trabajo la dimensión del cansancio, incluso físico, es grande: ir de una casa a otra, cambiar continuamente de situación, sentir el peso, a veces, de ser el único recurso para quien tienes delante. ¿Cómo estar frente al hombre que sufre? La fuerza del sustento en la fatiga no nace de un esfuerzo o del intento de ser adecuados. No cambia mucho decir: "Trato de amarte en nombre de Cristo". La fuente del reposo es comprender que estar frente al otro nace de la necesidad que experimento en mí y en mi vida, que me hace decir: "Estoy frente a ti que estás hecho de Cristo, que es aquello para lo que mi corazón está hecho"". Esto hace la realidad amable y la caridad posible.
El saludo de don Giussani
Os expreso a todos - sobre todo a los que han querido este encuentro y también a los que han hecho el sacrificio de estar presentes - mi gratitud por el testimonio que ofrecéis en un ámbito de la vida tan ejemplar como es el del servicio, humilde e incluso apasionado, a la persona en cuanto dependiente del Misterio que hace todas las cosas, tal como se documenta en la experiencia de la enfermedad, de la necesidad incluso física.
En una época que ha perdido el valor de la persona como hecha por Dios - sólo celebra su eficiencia y la apariencia de éxito -, el que por su trabajo se dedica al cuidado del hermano hombre está llamado, más que los demás, a dar ejemplo gratuito de ese compartir que la vida de Jesús siempre documenta, como aquel día en el que se encontró por el camino a una madre que acompañaba a su hijo al cementerio; se puso junto a ella conmovido y dijo aquella expresión inimaginable: "¡Mujer, no llores!"; y después le restituyó a su hijo vivo, milagro dentro del milagro.
Cuidar al otro hasta este punto es algo del otro mundo en este mundo. ¿Qué madre puede mirar con seguridad a su hijo si no es en la perspectiva de su destino? De la misma forma tiene que sentirse observado el que se dirige a vosotros pidiendo una ayuda concreta o simplemente una mirada de consuelo en el dolor, signo de una amistad eterna que da esperanza.
Por eso puedo responder a la pregunta que os habéis planteado diciendo que sí, que es todavía razonable y bello hacer este trabajo aun en una situación trabajosa y escasamente recompensada.
Razonable porque la participación en la vida concreta de los que os encontráis - y la obediencia a las circunstancias tal como se os presentan cada día - es para vosotros el modo de hacer la voluntad de Dios, un Dios misteriosamente presentido para el que no cree o reconocido presente para el que tiene fe.
Bello porque no hay nada más entusiasmante que "dar la vida por los propios amigos". Por eso sacrificar vida, energías y tiempo es para que el otro viva, es decir, para que se realice según la amplitud de su destino que ni siquiera la muerte puede parar - vosotros sabéis de esto -, pues el corazón de todo hombre está hecho para el infinito.
Don Giussani, 9 de febrero de 2000
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón