Los orígenes de la música cristiana. Desde el inicio, la expresividad musical judía es la fuente principal de los primeros cristianos, en cuya estela nacerá más tarde el gótico
Muchos son los que han participado alguna vez en una celebración litúrgica solemne. ¿Cómo no conmoverse ante la belleza de la música que la Iglesia ha sabido desarrollar en el curso de los siglos? ¿Cómo no pensar en la historia milenaria en la que nosotros participamos hoy? Pero para que esta historia esté viva y sea persuasiva todavía hoy es necesario ser conscientes de ella. Demasiado a menudo las categorías de juicio y de valoración de la historia de la Iglesia se dejan en las manos de quien quiere demoler sistemáticamente esta historia. Por ejemplo es un lugar común, sobre todo en el campo de la enseñanza escolar, remontar el origen del canto gregoriano a la cultura grecorromana o, de repente, a los siglos VI-VIII. Esto nace a priori de la consideración de que los primeros cristianos, viviendo en un contexto fuertemente helenizado y utilizando la lengua griega, no tenían más posibilidad que la de transformar, en las propias expresiones musicales, las formas griegas. Si tratamos sin embargo de acercarnos a los términos de la cuestión con humildad y nos ensimismamos con la sensibilidad de los primeros cristianos no tardaremos en darnos cuenta de lo difícil que es sostener la convicción que atribuye a la joven Iglesia de los mártires una forma casi enteramente griega. Tratemos de examinar de cerca la concepción griega. El hombre griego, aún estando penetrado por el deseo del bien y la belleza, vive una difícil relación con lo trascendente. El mundo de los dioses se percibe tendencialmente como hostil al hombre, y las leyes que este mundo impone son consideradas como algo a lo que adaptarse, pero fundamentalmente incomprensibles. La gran variedad de cultos paganos (recordemos la estatua al dios desconocido) contribuye a determinar una escasa conciencia de unidad de pueblo. El hombre clásico vive por tanto una soledad sustancial, y tarea de la existencia parece ser la de ponerse de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Todo esto tiene consecuencias importantes en la música griega de la que conocemos pocos fragmentos. El sonido, que en todos los pueblos primitivos ha desarrollado siempre la función de expresar lo inexpresable, comienza a ser visto como fin en sí mismo. El hombre griego se dedica al análisis del sonido individual y a descubrir las leyes científicas que lo rigen; esto llevará a la formación de la primera teoría musical y a las primeras huellas de escritura musical. La música misma se impregna de su soledad y de su individualismo. Escuchar esta música resulta un proceso complicado y artificioso. Se desarrolla sin solfeo sobre intervalos largos, de difícil entonación, una modulación casi dolorosa replegada totalmente sobre sí misma. Este fuerte subrayado del individuo tendrá también otra consecuencia: la idea de “creación artística”. Nace así la figura del “artista”.
Música y sinagoga
Dirijamos ahora la mirada hacia lo que sucedía en el pueblo de Israel a partir de la reforma del culto llevada a cabo por Esdras en el siglo V a.C. Junto al Templo, lugar de la presencia de Dios, surgió la sinagoga, que tenía la finalidad de completar el culto a través del estudio, la transmisión y la enseñanza de la Ley. El canto judío está ligado a la sinagoga. La tenacidad con la que los judíos practicaron su culto lleva a creer que sus costumbres litúrgicas no sufrieron modificaciones. Israel de hecho resistió a todos los intentos de helenización. Las vicisitudes de los Macabeos son un testimonio de esto. Ni siquiera la traducción de la Biblia al griego (s. III a.C.) hizo mella en el culto y la misma Roma tuvo que plegarse y conceder una fuerte autonomía a los judíos. Por otra parte la idea de conversión era extraña a todos los pueblos menos al judío. Además, en el tiempo de la diáspora, Israel estaba rodeado por pueblos semíticos con tradiciones más cercanas a las suyas propias que a las griegas. Pero, aparte de esto, ¿qué era la música para los judíos? Para los judíos la palabra cantada tiene valor místico. No es un arte en sí mismo sino que es un puente entre el hombre y Dios. En el rito judío cada palabra es cantada para obtener la solemnidad que la lleva hasta la profundidad del ser. Ésta debe sostener la Palabra. De aquí deriva una música con intervalos cortos, una modulación elástica que reviste la palabra. El sonido individual no tiene ningún significado en sí mismo sino como parte de fórmulas musicales sacras que se transmiten por entero.
Ahora intentemos imaginarnos a las primeras comunidades de cristianos nacidas en este contexto. Se trata con frecuencia de fieles con una cultura escasa y de extracción humilde, clandestinos y anónimos. Sólo en el siglo II emerge su filosofía (Ignacio, Justino). La liturgia no está fijada, el único libro es todavía el Antiguo Testamento, en común con los judíos, y la forma cultual permanece cercana al judaísmo, introduciendo la práctica memorial del sacrificio eucarístico.
Savia vital
¿Es posible pensar en una música de culto que fuese más evolucionada que el sencillísimo canto litúrgico de los judíos? En el siglo II hay comunidades que observan todavía los preceptos judaicos, pero ciertamente dentro de un contexto helenizado. Pero la helenización, aunque profunda, tuvo numerosos límites sobre todo en las clases bajas. El mismo Pablo conocía el griego, pero había sido educado en una familia judía. Suetonio escribía que en el año 49 Claudio había expulsado a todos los judíos (¡cristianos!) de Roma. Por otra parte las mismas primeras comunidades no se consideraban separadas del judaísmo: Cristo había venido para llevar la Ley a su perfección, no para abolirla. La historia sagrada judía aparece entonces como prehistoria cristiana y los primeros cristianos se confunden con los judíos. ¿No es entonces evidente la cercanía con la concepción judía de la música? El hombre cristiano es, al igual que el judío, profundamente religioso. Participando de un principio divino confiere a cada acción un desprendimiento y un abandono de sí mismo en el que se complace de tal forma que el autor de cada trabajo pierde su cualificación personal porque es un fragmento obediente a Dios. El acto de invención creativa, artística, está comprendido dentro del camino trazado por la compañía a la que se pertenece. El acto creativo individual representaría una manifestación de autonomía. Se puede por tanto afirmar que el canto judío ha trasmitido su música al culto cristiano de las catacumbas. Este patrimonio constituirá la savia vital de la música cristiana en los siglos sucesivos. La antigüedad conserva su tesoro didáctico. Sólo cuando la Iglesia suceda al mundo romano en su función educativa retomará sin modificaciones un conjunto de ciencias que comprende la música culta, en el que la música estaba incluida entre las ciencias exactas. Esta conjunción aparecerá en los siglos VI-VII, periodo en el que el gregoriano está ya en vías de constitución. La suma de las dos tradiciones será entonces un hecho consumado.
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