En la basílica milanesa de San Eustorgio hay un enorme sarcófago. Según la tradición habría contenido durante siglos los restos de los tres sabios que fueron testigos ocularesdel nacimiento de Jesús de Nazaret
La enorme caja de piedra está apoyada en el fondo de la nave izquierda. Parece quererse esconder en la penumbra de esa esquina de San Eustorgio, avergonzada por sus dimensiones o por su actual inutilidad. Sus medidas son verdaderamente grandes para un sarcófago: 2 metros por 3,70 de base, 2 metros de altura, excluyendo la cubierta a dos aguas. Está esculpida en un único bloque de mármol proconesio y no tiene comparación en el mundo del arte romano del que procede. Los estudiosos subrayan que ejemplares similares se encuentran sólo en el mundo asiático. Una pequeña ventana abierta en uno de los lados da a entender que debió haber sido utilizada como relicario: es una fenestra confessionis como las que se encuentran en los altares bizantinos. En suma, es un sarcófago, pero al mismo tiempo un cofre. Si sobre su origen nos podemos fiar de los arqueólogos, que lo datan en los siglos II o III después de Cristo, sobre su función, en cambio, es necesario aventurarse en busca de hipótesis. ¿Quién lo mandó construir? ¿Para contener qué? ¿Custodiaba este arca en verdad los restos de los tres Magos?
Para contestar es necesario desempolvar un poco la historia de esta basílica. Está dedicada a Eustorgio, un gran arzobispo milanés, santo y confesor, protagonista de los dos concilios antiarrianos que se celebraron en Milán en pleno siglo IV. San Ambrosio lo cita y lo venera como el segundo jefe de la Iglesia milanesa después del edicto constantiniano del 313.
Posiblemente Eustorgio fue sepultado en la zona de enterramientos situada fuera de los muros romanos, en el camino hacia Pavía. Y sobre este lugar enseguida debió elevarse una iglesia. Era un terreno importante para la ciudad, porque en el área fronteriza - en donde ahora está la plaza - se encontraba el pozo al que los milaneses convertidos iban para ser bautizados por san Bernabé, el discípulo de Pablo que, según la tradición, habría sido el primer obispo de Milán. No es casualidad que Federico Borromeo hubiese mandado construir una capilla sobre el pozo, después demolida en el curso de las confiscaciones napoleónicas. Y no es casualidad que desde aquí partiera la procesión de toma de posesión de los nuevos obispos de la ciudad.
En resumen, este es un lugar importante de la historia de la Iglesia milanesa. Pero, ¿lo es por los motivos que hemos dicho o también por otro motivo?
Desde Persia a Milán…
Llegados a este punto es inevitable hacer entrar en escena a los Magos. Los habíamos dejado en el relato de Mateo cuando emprendían el camino de vuelta a casa sin pasar por Herodes, como el ángel les había dicho. Después se dice que, una vez en Persia, fueron reunidos por el apóstol Tomás que había ido a evangelizar el Oriente y que se habían convertido a la fe en aquel niño al que habían visto casi los primeros en Belén. Habrían por tanto muerto como cristianos y a una edad avanzada.
La madre de Constantino, Elena, quiso recobrar su memoria y su culto. Nacida pobre («stabularia» la recuerda Ambrosio), pero convertida en mujer del emperador Constancio Cloro, se había convertido al cristianismo después de la victoria de su hijo sobre Majencio. En el 324 había seguido a Constantino a Palestina. Él había liquidado a Licinio, reuniendo todo el imperio bajo su poder. Ella había dado la señal de salida para la construcción de dos basílicas, la de la Natividad y la de la Ascensión, y había recogido las reliquias que llevaría a Occidente. El brazo de la cruz de Cristo lo quiso conservar junto a su residencia romana (y todavía hoy es venerado en el mismo lugar, donde después surgiría la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén). Las reliquias de los Magos, en cambio, las había dejado en la otra ciudad que había resultado tan importante para los destinos de su hijo: Milán.
El enorme sarcófago conservado bajo las bóvedas de San Eustorgio, ¿sirvió para custodiar estos restos? Nadie lo confirma, pero ciertamente sus dimensiones abren cuando menos la sospecha de que debía haber estado destinado a acoger algo fuera de lo normal. Si hubiese sido sólo el sarcófago para el cuerpo del santo milanés, las proporciones no serían fácilmente justificables. Si hubiese sido, en cambio, el sarcófago para los tres sabios que el martirologio romano, entretanto, había venerado como santos, todo podría tener su lógica. Pero hay otro enigma que pesa sobre esta identificación. ¿Por qué en el curso de los siglos ninguna fuente alude a la presencia de reliquias de tanta importancia? De hecho, en Milán se vuelve a hablar de los Magos improvisadamente en el año 1158. Un cronista francés, Roberto de Mont Saint-Michel, escribía que precisamente en aquel año los milaneses habían encontrado «en una capilla cercana a la ciudad» los restos de los cuerpos de los tres Magos. Paradójicamente el descubrimiento tiene lugar en circunstancias desgraciadísimas. De hecho, Federico Barbarroja estaba a las puertas de la ciudad y los milaneses, para no dar apoyo a los asediadores, habían arrasado los arrabales, como recuerda otro cronista, esta vez anglosajón, Guillermo de Newbury, que vivió en la segunda mitad del siglo XII. Escribió Guillermo que las reliquias fueron encontradas «compactas en los huesos y en los nervios... y cuando fueron encontrados, un cerco de oro rodeaba los cuerpos, uniéndolos entre sí». Naturalmente aquellos preciosos restos fueron llevados dentro de las murallas y custodiados en la torre del campanario de San Giorgio al Palazzo.
…a Colonia
Pero el 11 de junio de 1164 la rendición fue inevitable. Federico había entrado como vencedor, Milán estaba prácticamente aniquilada y nada pudo ante la pretensión de Reinaldo de Dassel, canciller imperial y arzobispo de Colonia, que quiso para su diócesis los presuntos restos de los tres Magos. Si la historia de las reliquias hasta aquella fecha había permanecido casi en la clandestinidad, desde entonces adquirió un puesto de honor en las crónicas. El traslado y la custodia en la catedral de San Pedro en Colonia se produjo con gran pompa, y el sucesor de Reinaldo, Felipe de Heinsberg, mandó construir un arca de oro y plata de gran valor para custodiarlos. Las peregrinaciones se multiplicaron de tal forma que el papa Inocencio IV estableció indulgencias para quien fuera en peregrinación a venerar los cuerpos de los Magos. ¿Qué pasó con Milán? Milán, defraudada, descubrió también ella el culto a los tres reyes. En la festividad de la Epifanía, a partir de 1336, se celebra un cortejo con partida y llegada en San Eustorgio que incluía una representación sacra de la historia de los Magos: una tradición que perdura todavía hoy, en la Milán noctámbula y bullanguera de porta Ticinese. Siempre hubo en la ciudad personas que no se resignaban al traslado de las reliquias. Así Ludovico el Moro, con el pretexto de una carta de Alejandro VI para el arzobispo de Colonia, trata en 1495 de pedir la restitución. Intento fallido. Fallido resultará también el intento de san Carlos, que en 1580, con astucia andreotiana, sondea el terreno pidiendo consejo sobre la forma de actuar al legado papal en Colonia. Por la respuesta, el Borromeo intuye que no hay voluntad, y evita así hacer una petición oficial, que podía sólo recibir un rechazo. Un poco mejor le va al cardenal Ferrari en 1903. Como respuesta a su petición recibe algunos fragmentos óseos de los cuerpos, que todavía hoy se conservan en San Eustorgio.
El último acto de esta agitada historia es muy reciente. A finales de los años 80 las reliquias de Colonia son sometidas a exámenes científicos. Las telas pertenecen a tres tejidos distintos, dos de damasco y uno de tafetán de seda, todas de procedencia oriental datables entre los siglos II y IV. Decididamente hay demasiadas coincidencias para que la historia de las reliquias de los Magos pueda ser liquidada como una leyenda.
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