El Meeting visto desde Moscú. Las impresiones de un sacerdote ortodoxo, colaborador del Departamento de relaciones eclesiales exteriores del Patriarcado de Moscú. Un testimonio de inteligencia de la fe y de ecumenismo real
Tal vez sea mejor comenzar cuanto antes con alguna confesión a corazón abierto. Debo admitir que, en general, siento poca simpatía por las grandes aglomeraciones ruidosas. La aversión instintiva hacia cualquier fenómeno de masas está arraigada en muchos de nosotros desde los tiempos de la Unión Soviética. No es más que una defensa inmunitaria contra el colectivismo comunista que nos han propinado en abundancia desde que éramos niños. Por ello, cuando oí que se esperaba que fueran al Meeting medio millón de personas, sin quererlo me retiré en mi caparazón y comencé a desear que tal vez este año la participación sería algo menor.
Por otro lado, debo admitir que el tema del Meeting a primera vista me pareció pretencioso, demasiado abierto a varias interpretaciones y extremadamente etéreo. «Lo desconocido produce miedo, el Misterio provoca estupor». Nada criticable, por favor, pero el juego de estas palabras no generaba en mí reacción alguna. Las páginas llenas de profundas reflexiones que debieran haber explicado la elección del tema, en las que se habla del cine, del Misterio y del miedo, me dejaron preso de una desazón todavía mayor. Pensaba qué querría decir cuando se hablaba de “mentalidad diversa”. Sería imposible traducir al ruso algo así. Para terminar, si debo ser sincero, no alcanzaba a imaginar qué pintaba yo entre las arengas (en ruso la palabra mitin se utiliza sólo para indicar los encuentros de carácter político, durante los cuales los participantes gritan todos a la vez repitiendo eslóganes, ndr) que me esperaban en el Meeting hablando acerca de un Misterio indecible. No siendo una persona especialmente dotada desde el punto de vista místico y comprendiendo aún menos cómo sería posible discutir acerca de una experiencia mística en un espacio atestado de centenares de miles de oyentes, sólo un pensamiento lograba consolarme. Me había sucedido más de una vez que había tenido que participar, sobre todo por deberes pastorales, en conferencias anuales, para las cuales se escogía cada vez un eslogan nuevo. Durante estos encuentros, normalmente, cada uno habla de lo que le interesa y se atiene muy poco al tema anunciado oficialmente. ¿Sería ésta la mejor solución?
Dudas tenía más que de sobra. Pero mis amigos italianos insistían diciendo que sería interesante, que era una cosa que había que ver. La curiosidad natural prevaleció y decidí partir.
Conversando durante el viaje
¿Qué es, pues, este Meeting? Comencé a preguntar desde que salió el avión de Moscú. Uno de mis compañeros de viaje, Viktor Popkov, había estado en Rímini hacía diez años. «Bueno, sabes,... En fin, es difícil de explicar. Ven y verás», me dijo.
Lo que he visto difícilmente se presta a ser descrito a la manera de un discurso. El Meeting es multiforme como la vida misma. Aquí están representados prácticamente todos los campos de la actividad humana: la religión y la filosofía, la política y la industria, la ciencia y, por lo que parece, todas las formas posibles de arte, la cultura y el deporte. También las personas son muchas y muy diversas entre sí. No poseo estadísticas oficiales, pero mirando a la cara de las personas que participaban en el Meeting, no terminaba de sorprenderme por la variedad de edades, de tipos humanos y de caracteres. Desde niños pequeños, que contemplaban plácidamente lo que sucedía a su alrededor desde sus cochecitos, a señores y señoras ancianas, conmovedores, felices por la fiesta de vida que les circundaba; desde mesurados monseñores que parecían no sufrir el menor disgusto por el carácter democrático de la situación, a chavales con las orejas llenas de pendientes plateados. Ninguna homogeneidad, ninguna división (ni siquiera disimulada) entre “los nuestros” y “los otros”. La apertura y la actitud amigable que se leían en aquellos rostros me hizo olvidar enseguida todas las aprensiones que me atenazaban en Moscú.
El grado de organización de esta gigantesca masa humana, desde mi punto de vista, es simplemente ejemplar. Debo decir que los esfuerzos de los organizadores eran casi imperceptibles para un observador externo: cada cual se sentía libre, se movía en una u otra dirección escogiendo de entre las numerosas manifestaciones que se desarrollaban simultáneamente éste o aquel encuentro, una conferencia, una exposición, un acontecimiento deportivo o un espectáculo. Ni por un instante he sentido la presión, para mí tan repugnante, del colectivismo, aunque al mismo tiempo me daba cuenta perfectamente del intenso trabajo del comité organizador y los dos mil voluntarios, que estaba detrás de esta aparente ligereza. En este sentido deseo expresar mi más sincera gratitud a algunos de ellos con quienes he entrado en contacto durante el Meeting. Sobre todo, a la atenta Mila, venida desde Bulgaria, que durante todos esos días desarrolló la no fácil misión de ángel custodio de los invitados rusos. Todavía más se prodigó entre nosotros Giovanna Parravicini, de Rusia Cristiana, que ofreció a los participantes rusos un servicio de traducción simultánea de primer orden de las intervenciones que tuvieron lugar durante el Meeting, traduciéndonos tanto en el transcurso de nuestras intervenciones como cuando dialogábamos con las más diversas personas.
A decir verdad, una vez sí que sentí de repente una presión física: fue cuando, por distracción, terminé en medio de una muchedumbre de miles de personas que, con extraordinario entusiasmo, trataban de llegar al salón de actos donde se desarrollaba el encuentro con los tres astrofísicos. No puedo decir, sin embargo, que fuera una experiencia desagradable. No es tan fácil encontrar tal sed de conocimiento en nuestro mundo indolente, sobre todo si se tiene en cuenta que se trataba de temas muy elevados, me atrevería a decir “celestes”...
¿Cuál es el hilo conductor que une acontecimientos y personas tan diversos en esa totalidad que es el fenómeno del Meeting? ¿Cuál es la que pudiera definirse como su idea dominante? El intento de manifestar a un mundo sin Dios una alternativa construida sobre la fidelidad a una concepción cristiana del mundo. Por añadidura, se trata de una alternativa global, que toca de verdad todos los aspectos de la vida humana y que ilustra los impulsos creativos que se derivan de la fe cristiana, no sólo en la actividad estrictamente religiosa, sino también en la política, cultural, científica, hasta el mundo de los negocios. No es un secreto que muchas iniciativas carismáticas, auténticas y convincentes en su origen, con el tiempo pierden la fuerza y la inspiración de los primeros años. En el caso del Meeting las cosas marchan por otros derroteros. Estos encuentros estivales continúan ya desde hace veinte años, implicando siempre personas nuevas y parece no ser susceptible de agotarse. Al contrario, el número de los participantes crece año tras año y los medios de información de masa dan espacio al Meeting todos los días. Todo ello testimonia la vitalidad de una iniciativa propuesta en su origen por algunos exponentes de Comunión y Liberación. Una iniciativa que, si se descubre, responde a las exigencias profundas de la sociedad italiana contemporánea. El mundo está atento a las posiciones de los cristianos cuando éstas se expresan en el lenguaje convincente de las obras concretas.
El Misterio, del cual son partícipes los creyentes en Cristo, se revela en todo lo que ellos hacen. No es obligatorio hablar de ello siempre en voz alta. Los hombres del siglo XX están cansados de la presión de las ideologías y han elaborado mecanismos de defensa: las palabras altisonantes la mayoría de las veces resbalan por la superficie de su conciencia. Esto es particularmente válido para muchos de mis compatriotas, crecidos en un régimen ideológico totalitario. El Misterio de la presencia de Dios se vuelve convincente cuando se vive de esta presencia, no cuando se habla de ella y basta.
En la atmósfera propia del Meeting me vi liberado enseguida del escepticismo inicial respecto al título. El tema estaba presente de verdad en todos los acontecimientos de los que fui testigo y en los que participé durante esos días. A veces estaba presente de un modo velado, a veces abiertamente. Pero, incluso en este último caso, no tuve ni una sola vez la sensación de que se tratase de discursos altisonantes y vanos que frisaran la violación del segundo mandamiento.
Entre los muchos encuentros que se me han quedado grabados, es difícil decir cuáles han sido los más significativos. Uno de los acontecimientos que más me impresionó fue la posibilidad de cambiar dos palabras con los representantes de la Compañía de las Obras. Fue de veras conmovedor ver a estas personas que ponen a disposición gratuitamente su tiempo, y no poco, para sostener una empresa construida sobre los principios de la doctrina social de la Iglesia católica. Especialistas de primera fila, que con la capacidad que tienen habrían podido encontrar un empleo bien retribuido. Pero, como dijo uno de ellos, experto en electrónica, “hemos comprendido que ganar dinero e ir a misa los domingos no nos bastaba, que para ser felices era necesario algo más”. Por sus ojos se comprendía que había encontrado lo que se necesita para ser feliz. Servía a Dios en la Iglesia haciendo muy bien lo que sabe hacer, poniendo en juego todo su bagaje de conocimientos y de experiencias profesionales. «...por esto el Señor Dios te bendecirá en cualquier trabajo y en cualquier cosa que tengas entre manos» (Dt 15,10). Estas palabras de la bendición bíblica hubieran sido las más adecuadas por mi parte cuando nos despedimos.
Después, naturalmente, me conmovió mucho el interés que los amigos del Meeting demostraron por Rusia, por la historia y la vida de la Iglesia ortodoxa rusa de hoy. Una sala atestada, en la que incluso por las escaleras de los pasillos, durante hora y media, estuvieron de pie o sentadas personas de mirada viva y atenta, mientras, simultáneamente, en otros lugares se desarrollaban encuentros no menos interesantes. Debo reconocer que esto no me lo esperaba en absoluto.
Me detengo, para terminar, en otro aspecto que llamó la atención a los rusos: la tesis del senador Andreotti “Pax cum America, no Pax Americana”. Naturalmente, no se trataba de una llamada a la unidad contra nadie, sino de tomar conciencia de que todos somos responsables de la conservación y del desarrollo, tanto de las tradiciones culturales de Europa, como de la independencia política de los países europeos. Frente a la actitud cada vez más antioccidental que en Rusia ha acompañado a los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia, este modo de presentar la cuestión creo que favorece el desarrollo del diálogo y de la colaboración. Y me alegré mucho cuando supe que Comunión y Liberación fue uno de los primeros grupos en Italia que apeló al sentido de responsabilidad moral de los políticos a quienes corresponde tomar decisiones en este campo.
Rímini. Un nuevo punto de vista
El Meeting de Rímini es algo que, de verdad, no se puede uno perder; hay que verlo. Estas palabras las he repetido más de una vez a mis amigos y a mis colegas de Moscú. Desearía con todo mi corazón que en los próximos años pudieran ir al Meeting siempre nuevos invitados de Rusia. Obispos, pero también personas sencillas, que en nuestro país sirven a Cristo concretamente. Ciertamente no es fácil trasplantar la experiencia de Rímini a nuestro terreno. Pero conocer el Meeting puede ser muy productivo para quien busca nuevas modalidades de dar testimonio de Cristo y de Su Iglesia en la Rusia de hoy.
A mi entender la religiosidad rusa del pasado siempre ha manifestado cierta tendencia a la devoción individual, aislada de los problemas políticos, sociales y culturales, que, de ese modo, no han sido objeto de una reflexión cristiana lo bastante profunda. El trágico destino de la Rusia del siglo XX debe llevarnos, y ya lo está haciendo, a revisar el paradigma de la espiritualidad cristiana del pasado, orientada prioritariamente hacia los modelos monásticos y ascéticos. Desde este punto de vista, sería extremadamente útil para nosotros acoger con atención la experiencia de nuestros hermanos de Occidente.
Cuando ya estaba en Moscú y trataba de hacer balance de lo que había visto en Rímini, me topé al fin con la imagen tal vez más sintética y apropiada. Me vinieron a la mente las palabras de la oración litúrgica de la Iglesia ortodoxa para la fiesta de Pentecostés: «Cuando el Altísimo descendió/ confundió las lenguas y dividió a los pueblos;/ cuando distribuyó las lenguas de fuego,/ llamó a todos a la unión./ Con una sola voz magnificamos al Santísimo Espíritu».
Este icono poético de la Iglesia en la multiformidad de sus dones y de sus ministerios, esta imagen de la unidad donada por el Espíritu, una unidad que, aún en la multiplicidad de las lenguas, es concorde en la alabanza, una unidad contrapuesta a la de la torre de Babel, con su rebelión contra Dios, que conduce inevitablemente al alejamiento, a la incomprensión y a la hostilidad entre los “pueblos”, me parece la mejor descripción del ideal que en parte he visto encarnado a orillas del Mediterráneo, en las postrimerías del último verano.
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