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Huellas N.11, Diciembre 1999

FAMILIAS PARA LA ACOGIDA

Compartir nuestro ser para la acogida

Belén Cabello

Al principio, sólo teníamos claras dos cosas. La primera era que nuestras familias están para abrazar a todo el mundo. En segundo lugar, los amigos de la Asociación que habíamos conocido en Italia resultaban una provocación continua a un idealal que no queríamos renunciar. Hemos empezado a aprender la ley de la vida

La idea de empezar un grupo de Familias para la Acogida en España había surgido de Mónica, una amiga de los Memores Domini; suponía un sello significativo para nuestra andadura. La única consigna que nos acompañaba era la de custodiar entre nosotros un deseo y una intuición. Se trataba de estar disponibles, sin ninguna pretensión. Surgieron así pequeños encuentros periódicos, los viajes a Italia para asistir a la reunión de los responsables de la asociación, los pasos de algunos que manifestaron su disponibilidad para la acogida siguiendo los trámites de la Comunidad de Madrid y respuestas sencillas a necesidades que iban surgiendo. Es el caso de una mujer y su yerno que pasaron una noche en casa de Javier y Elena.

Agradecimiento
«Cuando comenzamos a formar parte de la realidad de Familias para la Acogida no sabíamos cómo se concretaría esta experiencia. Siempre te imaginas mil formas, pero una vez más nos dimos cuenta de que se trataba simplemente de mantener los ojos abiertos a lo que pasara. Un día recibimos una llamada de teléfono de una amiga que trabaja como enfermera en un gran hospital. Había una familia de fuera de Madrid durmiendo en un sofá desde hacía varias noches con su hijo recién nacido en la UVI. Ella pensó en nosotros. Mi reacción fue inmediata: por supuesto que podían venir a casa. Al colgar el teléfono me asaltaron todo tipo de dudas. Llegaron a nuestra casa dos personas que no conocía de nada, pero al verlos se me hizo más evidente que se nos da todo gratis y que acoger es sencillamente hacer partícipes a otros de esta gratuidad de Cristo con el hombre. Estaban muy cansados, por lo que apenas cruzamos dos palabras. Al día siguiente me preguntaron por qué había hecho eso. Ellos insistían en pagar algo de dinero. Lo que sí pude ver fue un gran agradecimiento. El mismo que nosotros tenemos hacia nuestra compañía».

No tan “niña”
Eduardo y Estrella escucharon un aviso: «Se busca alguien disponible para acoger a una niña ucraniana durante el verano». Su generosa respuesta se convirtió en un enriquecimiento para todos.
«Desde que tuvimos noticias de Familias para la Acogida nos atrajo la sencillez de su experiencia. Los muchos testimonios de atención a niños necesitados suscitaban en todos nosotros una esperanza, al ver cómo las familias que los acogen recobran un interés por la propia vida y una apertura mayor. No insistían en el esfuerzo o en la generosidad, sino en la naturaleza de la vida, en reconocerla como un regalo, y a Aquél que nos la ha regalado. Cuando pidieron una familia para recibir a una niña ucraniana durante el verano, mi mujer y yo nos miramos, y a los pocos días ofrecimos nuestra disponibilidad. La niña no lo era tanto: los catorce años resultaron ser quince y bien desarrollados, nos saca “casi” la cabeza. Lo pasó muy mal al principio; acusó la separación de su madre y sus hermanas. No sabía hablar español. Empezamos a ver la inutilidad aparente de la situación, a preguntarnos por el sentido de haber acogido en nuestra casa los dos meses del verano a una chica que parecía estar simplemente interesada en pasar unas buenas vacaciones en España.
La misma compañía que nos invitó a recibirla nos ayudo a aceptar la situación tal y como era y nos dio testimonio de cómo uno puede ser libre de la rentabilidad de sus acciones. Elena estaba con nosotros y era un reclamo a relacionarnos de un modo verdadero. Vivimos esos dos meses muy acompañados y más en las manos de Dios.

Siguiendo a otros
Esta primavera nos planteamos volver a invitarla. De nuevo no pudimos evitar pensar en la rentabilidad como criterio más decisivo. “Es muy mayor, poco la vamos a ayudar, sigue sin entendernos casi nada, no tiene una necesidad apremiante...”. Parecían razones suficientes para una respuesta negativa. De todas formas, quisimos que nos ayudaran también a decidir esto, y la respuesta de Alda Vanoni, presidenta de la Asociación Familias para la Acogida, fue tan bella y verdadera que no dudamos en acceder: “El sentido de un gesto de acogida no es dar algo, resolver o aliviar un problema: esto es sólo un punto de partida, las circunstancias que nos mueven; pero la verdad del gesto no consiste en eso. Acoger a alguien en nuestra casa, aunque sea por un tiempo limitado, significa - nos lo ha enseñado don Giussani - compartir nuestro mismo ser con otra persona: “tú formas parte de mí”. Significa imitar (imitar de lejos, indignamente, pero imitar) la dinámica que Dios usa con nosotros; en resumen, vivir la caridad en la concreción de la propia casa y del propio tiempo sin establecer límites (al menos como tensión, sin reservarse para sí ningún espacio, ningún refugio: “tendencialmente”, es decir tendiendo a este ideal, aunque luego uno no llegue) y de una forma definitiva, porque el destino del otro se cruza con mi destino. Cualquier tipo de acogida encuentra su raíz sólo en la pasión por mi destino y por el destino del otro.
¿De qué forma este encuentro se ha convertido en parte de vuestra vocación? Según esta perspectiva, las circunstancias en las que esta chica ha ido a parar a vuestra casa no tienen importancia”».

Un mismo camino
Cuentan Vicky y Luis Miguel: «Hace unos años, sin tener una idea muy precisa del porqué, empezamos a asistir a los encuentros de Familias para la Acogida. Esto no significa que no tuviéramos razones, sino que en nuestro horizonte no entraba por el momento la posibilidad de la acogida o la adopción.
Aun no habiendo decidido por ello, la historia de nuestro matrimonio nos ha facilitado enormemente la conciencia de que quien pone en el corazón el deseo de traer hijos al mundo, responde a él de una forma no siempre obvia. Tenemos dos hijas. Para ambas el Señor nos ha hecho esperar largo tiempo, lo que, lejos de ser un fastidio, ha resultado un doloroso ejercicio para darnos cuenta de que los hijos los da Dios cuando quiere y como quiere y no cuando nosotros decidimos. Y Él, con su infinita sabiduría, sigue haciéndonos esperar.
Por esta razón decidimos iniciar un estudio médico. También en esto se pone de manifiesto la mentira y la violencia de la cultura moderna: para ésta, es absurdo que un matrimonio que ya tiene dos hijos (“que ha satisfecho el instinto paternal”, nos dijeron) pase por la incomodidad y riesgo de las pruebas. Finalmente, nos han dicho que no podremos tener más hijos de forma natural. Entonces se abrió para nosotros la posibilidad de la adopción o de la acogida.
En ese momento, parecía hacerse más claro el camino que el Señor había escogido para nosotros. La cercanía con algunas otras familias que vivían esta misma experiencia ha sido esencial, porque es muy fácil afrontarla como un fastidio, como una especie de castigo, como una paternidad de segunda clase, o como una pretensión, como algo que decido yo porque es bueno para la causa o para lo que sea.
Si algo hemos aprendido en este tiempo es que esta decisión, para ser justa, debe responder a una petición de Dios y ésta, como todos los pasos de la vocación, se manifiesta siempre con claridad. Basta con estar disponibles».

Los hijos del Padre
Antonio e Isabel también confirman esta experiencia. La misteriosa ternura con la que Dios ha cuidado su vocación y el espectáculo de afrontar una situación tan especial, siempre sostenidos por Él, les hace rebosar de una alegría serena, claramente visible en sus rostros.
«Cuando nos casamos con la expectativa de tener familia, no imaginábamos lo que pasaría después. Pasaban los años y los hijos no llegaban. Fue entonces cuando una amiga nos animó a que compartiéramos con ellos las reuniones de Familias para la Acogida, y aunque nos atraía por nuestra situación, a menudo estábamos demasiado ocupados para poder ir. Inesperadamente, justo antes de comenzar un tratamiento para favorecer la fertilidad, nos quedamos embarazados. Pero enseguida perdimos al niño, pasando de la alegría a la tristeza. Sin embargo, esto nos hizo entender claramente que los niños no eran nuestros, sino que lo que hacemos en esta vida es acoger los hijos que Otro nos da.
Durante las vacaciones, queríamos ir al fondo del sentido para el que está hecha la vida, teníamos el deseo apremiante de que fuera útil y diera fruto. Al regreso, en septiembre de 1998, pedimos a la Comunidad de Madrid poder adoptar a un niño. Comenzamos entonces a asistir con más deseo a los encuentros de la asociación. Estábamos a la espera de la resolución de los trámites legales cuando surgió, a través de un amigo que se había interesado por nosotros, la posibilidad de acoger a dos hermanos, de 4 y 6 años. Dijimos que sí porque, aunque sentíamos un vértigo natural, sabíamos que no íbamos a estar solos: estábamos acompañados por nuestros amigos y por la conciencia de que Alguien más grande se manifestaba en esa circunstancia.

Aprendiendo
Estamos ahora seguros de Quien nos ha conducido para nuestro bien y el de estos niños. Dadas nuestra limitaciones, nunca lo habríamos hecho si Otro no nos hubiera ido moldeando el corazón. Ahora que nuestra situación ha cambiado radicalmente, no echamos de menos nada de lo que dejamos atrás. Al contrario, pedimos crecer en la certeza de que nosotros solos no podemos dar la felicidad a nuestros hijos, pero Cristo sí».
Vivimos ahora un tiempo de gratitud y de mayor madurez. De los tímidos comentarios que compartíamos al principio, las dudas y la sensación de no acertar en muchas cosas, ya casi ni nos acordamos. Ahora tenemos delante rostros que nos reclaman a atender situaciones concretas y las relaciones inesperadas con otras asociaciones que se interesan por nuestra experiencia que, aun siendo incipiente, está cargada de todas las dimensiones de un gesto de caridad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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