Qué significa hacerse cristianos en una sociedad donde el Estado gobierna la vida desde la cuna hasta la tumba. La fe nos sitúa en las condiciones mejores para vivir cualquier circunstancia. El testimonio de los miembros de CL de dos pequeñísimas comunidades en Suecia y Finlandia
Rosi es una profesora universitaria. Hace unos quince años se marchó a Helsinki, en Finlandia. Al llegar, busca una iglesia católica. La encuentra; pero llega demasiado tarde para la misa. Entra de todas formas para pedir la comunión y conoce al padre Ian Aarts, holandés, que lleva treinta años en Finlandia. El padre Ian es un hombre de gran apertura. Rosi le habla de CL. «Nos hicimos amigos», le cuenta después a don Giussani.
Él la mira. «Irá para largo», responde.
Rosi confiesa que esto lo comprendió después de muchos años. En efecto, lo más difícil es precisamente esto: hacer que nazca una amistad verdadera. «Para que nazca una amistad es necesario sacar a la luz lo que somos. En un país como Finlandia donde todo está organizado, el yo es sólo un pequeño engranaje de la gran máquina de la sociedad, y vive escondido»
«Hacerse amigos - le contesto - es siempre difícil. Es más fácil volverse héroes que volverse amigos». «Sí - replica ella -, pero ahora escucha lo que significa esto en Finlandia».
El único santo finlandés
Rosi conoce a Manuel, que queda fascinado por la experiencia del movimiento y participa en las vacaciones internacionales de Corvara en 1986.
Manuel invita a Rosi a la peregrinación que anualmente, desde los años 50, los católicos finlandeses (que son 7000 en total, aunque en la peregrinación participan 200 - los números son significativos, ya veremos por qué) llevan a cabo, junto con algunos protestantes, al lugar en que fue asesinado san Henrik, el único santo finlandés. Que, por otra parte, no era finlandés. Se trataba de un soldado escocés que evangelizó Finlandia. Desde entonces, la peregrinación a la tumba de san Henrik es el gesto principal de toda la comunidad de CL de Finlandia.
La muerte de san Henrik tuvo lugar en circunstancias grotescas. Manuel me la cuenta: «Henrik se había detenido en una posada para comer. El posadero no estaba y le atendió su mujer. Henrik - que al ser un prelado estaba eximido de pagar la cena (privilegios eclesiásticos; ndr) - la pagó de todas formas. Pero la mujer del posadero se quedó el dinero y le dijo después a su marido, un tal Lalli, que Henrik no había pagado. Así, Lalli, que debía tener muy malas pulgas, agarró a Henrik y lo mató. Ten en cuenta - añade Manuel - que san Henrik había sido olvidado por completo en Finlandia. Hasta el punto de que la tradición de la peregrinación data de los años 50. Piensa que en Finlandia existe todavía una sociedad deportiva que lleva el nombre del asesino de Henrik: la “Lalli Sport Club”. No te digo más».
Espero haber entendido mal las palabras de Manuel. En cualquier caso, ésta podría ser la Europa del futuro.
Vida cotidiana
En Finlandia no se vive nada mal (aparte del frío). Son pocos, ricos y bien asistidos por el Estado. La tasa de desempleo es bastante alta, pero ello no representa un problema porque el subsidio de desempleo es superior al sueldo de un joven que comienza a trabajar. Un estudiante gana sesenta mil pesetas al mes y, además, tiene el alquiler gratis. Por quinientas pesetas en cualquier bar te sirven una rodaja de salmón con guarnición. No está mal. Pero mucho cuidado con los aumentos de sueldo. En cuanto te suben el sueldo te quitan el subsidio para la casa. El panorama queda bastante claro. La actividad empresarial se favorece mucho, pero se trata de grandes empresas (nosotros conocemos bien la Nokia). En general, el Estado prefiere un parado borracho a su costa que un hombre dinámico, que trabaja, se compromete con la realidad y, por tanto, se arriesga a convertirse en un “yo”. No hay nada como el compromiso con la realidad para desarrollar la personalidad humana. El Estado tiene miedo de esto. Por ello gestiona toda la vida de los ciudadanos. Es una pena que toda esta premura destruya el yo más que una bomba atómica.
Los “cielinos” finlandeses, que se encuentran una vez a la semana para hacer escuela de comunidad, no son más de una decena. Ahora está con ellos Cesare, que trabaja en la Nokia. Cesare me explica que su mayor problema para verse, con diez niños pequeños, son las canguros. Allá en el norte no es normal que las abuelas se ocupen de los nietos y las canguros son muy difíciles de encontrar.
El Estado piensa hasta tal punto en todo, es tan bueno, que no hay lugar para hacer la escuela de comunidad. Ya lo había dicho Hegel: el Estado es Dios que entra en el mundo (y piensa quedarse por mucho tiempo). Trato de consolarle diciéndole que las cosas se facilitarán cuando los niños vayan al colegio.
Me responde con desánimo que ya van sabiendo alguna cosa acerca de la escuela . Por ejemplo, que los padres no tienen voz alguna en el tema de la educación de sus hijos. La escuela se los lleva enseguida y será ella quien se ocupe de hacerles hombres.
¿Y lo consigue? No mucho. La delincuencia juvenil es alta, pero como las familias están acostumbradas a una completa irresponsabilidad respecto a los hijos, lo único que saben hacer es lamentarse y echar la culpa al Estado. Pero no hacen nada. Reconocen que existe el problema, pero todos aceptan pacíficamente como un dato que la solución no existe.
Historia de Johann
El personaje más extraordinario de la pequeña comunidad de Helsinki probablemente sea Johann. Trabaja en la Nokia con Cesare y Manuel. Johann es el más fiel a la escuela de comunidad, aunque... es protestante. Pero entre nosotros la presencia de protestantes, ortodoxos, etc., empieza a ser un hecho normal. Es la normalidad del milagro, pero una normalidad que genera estupor, no rutina. Johann no es finlandés: viene de Islandia. Comenzó a frecuentar CL por puro espíritu polémico. Las reuniones terminaban siempre en litigio. Parecía que participaba sólo para confirmar sus propias posiciones, totalmente opuestas.
Ahora que se han hecho amigos, ahora que Johann es el primero entre nosotros, ¿es feliz? «Creo que sí - responde Cesare -. Aunque está solo. Los luteranos no tienen el sentido de la compañía: la religión es un hecho totalmente personal, un asunto entre Dios y yo. Si hablas de Cristo con tus colegas de trabajo, lo mínimo que te puede suceder es que te tomen por loco. Pero hay otro problema - continúa Cesare -. Johann tiene treinta y ocho años y no tiene mujer. Tú no sabes lo que significa para un islandés tener treinta y ocho años y no tener mujer. Allí arriba, el hombre es una prolongación de la mujer. Es la mujer la que mantiene en pie la sociedad. No tener mujer e hijos es algo horrible. ¿Comprendes lo que supone una experiencia como la nuestra, fundada sobre la conciencia del yo, en un mundo como aquel?».
«Comprendo - respondo -. Pero la compañía que tú le ofreces, el que te importe también ese problema de la mujer, me parece todavía más admirable».
Antes de darnos las buenas noches en el Hotel Planibel - es ya la una menos cuarto de la madrugada -, Rosi, Manuel y Cesare nos prometen mandarle muchos saludos a Johann y al padre Ian, que continúa siguiendo a nuestros amigos con curiosidad y afecto y cada domingo, tras la misa, les obsequia con un cafetito. Una ocasión para gustar en paz de la maravilla de nuestra amistad.
Vida cotidiana en Suecia
Pero de acostarse ni hablar. No he terminado de despedirme de los tres finlandeses cuando soy asaltado por otros tres personajes: Samuele, Magdalena y Pär. Son suecos.
«Te hemos estado esperando desde hace dos horas y ahora no te escapas». Preveo que el asunto irá para otras dos horas. Y dos serán.
En Suecia las cosas no van mucho mejor que en Finlandia. La ideología dominante lo inunda todo. La sociedad “omniasistencial”, teorizada en la posguerra por el economista Gunnar Myrdal y su mujer Alva, prevé que el Estado se ocupe del ciudadano «desde la cuna hasta la tumba». Bueno, desde antes de la cuna, dado que, una vez que se alcanza la adolescencia, el Estado se preocupa de enviarte a casa un paquetito de preservativos con las instrucciones para su uso. Precauciones contra el SIDA. Se llama medicina preventiva (aconsejo a todos a propósito de este asunto que lean, o relean, la gran novela El hombre que quería ser culpable de H. Stangerup).
Por otra parte, tampoco las personas ancianas gozan de mayor estima. Al cumplir los 65 años, los abuelos de Pär recibieron en su casa una carta estupenda en la que el Estado les daba una serie de consejos sobre cómo lavarse...
«Allí el individuo está completamente solo frente al Estado - explica Pär -. Si somos amigos es por la fuerza de un acontecimiento que no tiene nada que ver con el Estado». «Tengo miedo de que un día se den cuenta». «También yo tengo miedo...bueno, la verdad es que no tengo miedo».
Pär
Es un verdadero héroe nórdico este Pär. Él me cuenta la historia de la comunidad de CL en Suecia. Fue una brasileña, Aparecida, que fue a Estocolmo con una beca de estudios, la que comenzó a hacer la escuela de comunidad en la misión católica guiada por el padre Paolino. Con ella se encontraban los hermanos Martin y Magadalena, de tradición baptista.
Pär, sin embargo, es católico puro y duro. Parece extraído de una película de Dreyer. Su familia - nos cuenta - se reunía en una especie de cenáculo cultural, donde se estudiaban y debatían cuestiones filosóficas y teológicas. Eran tomistas. Muchas de aquellas conversaciones que se desarrollaban en aquel lugar extraordinario versaban sobre la defensa del pensamiento católico. Santo Tomás de Aquino era contrapuesto a Kant, con victoria clara del primero e inequívoca humillación del segundo.
Un día Pär acudió a la misión católica y el padre Paolino le indicó el grupito de escuela de comunidad. Pär se acercó ya con mala disposición: ¿qué podían enseñarle a él aquella gente? A pesar de ello, empezó a ir con ellos. Cuando uno se siente superior (o bien se siente inferior, y entonces se hace el superior), el clima se enrarece. Pär no quería ser el segundón de esta brasileña medio japonesa, eso sí que no. De hecho, la relación entre ellos dos no era idílica. Pero la historia siguió adelante a pesar de todo.
«Había algo que estas personas tenían y de lo que yo carecía». Después, Aparecida volvió a Brasil y Pär permaneció con Magdalena, Martin y pocos más.
«No podía leer las palabras de don Giussani - cuenta - sin ensimismarme con la experiencia de la que nacían. A través de una pequeña rendija se me abría el universo. ¿Qué diferencia había entre el catolicismo aprendido en el seno de mi familia y el de don Giussani?. Desde el punto de vista de la doctrina, ninguna. Pero con una salvedad: el realismo de don Giussani. Es decir la coincidencia entre sus palabras y la experiencia humana».
Martin (y Magdalena)
Magdalena nos mira en silencio, asintiendo de vez en cuando. Cuando le pregunto algo responde indicando a Pär. En nuestro grupo se advierte una ausencia importante, la de Martin, hermano de Magdalena. No está en La Thuile. Los dos comienzan a hablar de él.
Si Pär es un héroe nórdico, seguramente también Martin lo es. Otro personaje impresionante, de los que no se encuentran en nuestros climas templados. Su historia parece de película.
En una sociedad completamente a-cristiana como la sueca, Martin, desde que era baptista, impresionaba a todos los que le encontraban por la seriedad con la que afrontaba el acontecimiento cristiano. Como estudioso de la lengua y de la literatura latina, había afrontado con energía los textos de los Padres de la Iglesia. La fascinación que aquellos escritos ejercieron sobre él le produjo, sin embargo, una profunda inquietud: la verdad que los Padres contaban no correspondía con la experiencia cristiana que él tenía. Había algo más en ellos, algo que era preciso descubrir.
Durante un viaje a Europa del Sur, Martin visitó la catedral de Viena. Tuvo una especie de fulguración que le llevó a abrazar el catolicismo. Se trató de un auténtico contragolpe estético: le bastó ver aquella catedral para comprender mejor lo que los Padres decían. El espacio abrazado por aquellas formas correspondía a la Totalidad. Todo era acogido, aferrado. Bien. Para Martin el encuentro con CL volvió verdadera aquella intuición, transformándola en experiencia. El lugar que salvaba la Totalidad era una compañía humana.
Cultura y alrededores
La cultura sueca es profundamente hostil al catolicismo y a su pretensión. Allá arriba domina el carpe diem como ideal: agarrar el instante fugitivo. De lo tiránica que resulta esta posición nos dio buena cuenta Fabio Esposito en Huellas de octubre (n.9, pp.22 y 23). Las teorías socialistas del matrimonio Myrdal han hecho tabla rasa de esa cultura profundamente dramática, católica y protestante con la que hoy identificamos el “espíritu nórdico”, y que se expresa en autores como Ibsen, Strindberg, Undset, Lagerkvist: autores que han sido muy queridos en el curso de nuestra historia.
Pero Pär sacude la cabeza. «Hoy no hay ninguna realidad humana que se corresponda con la experiencia de estos grandes autores, menos aún en la vertiente luterana. Han hecho tabla rasa de todo. El único que valora su fuerza dramática es don Giussani. Aun cuando muchos de estos autores, grandes sin duda, pertenecen a una tradición protestante que ha librado una tremenda batalla contra los católicos. Por esto para mí amar a Lagerkvist es más difícil que para ti».
Calla un momento, después concluye: «Nosotros somos una pequeña comunidad, pero tenemos la tarea de hacer reconocer a Suecia que el fundamento de su identidad se realiza hoy en una experiencia como la nuestra».
Son las últimas palabras. Y son las tres menos cuarto. Recuerdo lo que escribió un viejo compañero de universidad en un cartel: «por menos de esto no me muevo».
Fuera hace una noche espléndida, la primera después de dos días horribles. Se ve la Vía Láctea en el cielo y las banderas del Planibel parecen chocar en el silencio que las circunda.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón