200.000 personas con el Papa en la plaza de San Pedro para defender el futuro. Desde la fidelidad a una historia, una contribución al bien común. En nombre del riesgo de educar
El 30 de octubre de 1999 será desde ahora una fecha fundamental en la historia de la escuela italiana: lo que ha sucedido en la plaza de San Pedro en presencia de Juan Pablo II es un acontecimiento que plantea una petición a la escuela en cuanto tal, la petición de que vuelva a ser lo que por naturaleza es, es decir, un lugar de educación y de libertad.
Doscientas mil personas, entre padres, profesores y estudiantes, se han encontrado en Roma para concluir la Asamblea Nacional de la Escuela Católica, con la columnata de Bernini como fondo, y han llevado al Papa la fascinación de su experiencia educativa y las peticiones más urgentes que nacen de ella.
En la plaza abarrotada de personas que juegan un papel importante en la escuela, se ha reunido no sólo una parte, sino toda la realidad educativa italiana: en el breve pero intenso discurrir de una mañana se ha hecho evidente la vitalidad de la escuela, con toda su riqueza cultural y su tensión humana, pero al mismo tiempo se ha explicitado la contradicción del sistema educativo italiano que, carente de una paridad real, aprisiona y, por consiguiente, frena tanto a la escuela estatal como a la no estatal. El 30 de octubre discurrió sobre dos ejes que se cruzan constantemente: la primera parte de la manifestación fue un testimonio de la riqueza de vida que proviene de la escuela católica y, mediante las intervenciones de las escuelas de Sarajevo, Recife, Tierra Santa y Madrid conectadas a través de la televisión con la plaza de San Pedro, se puso al fin de manifiesto que hablar de escuela católica no es, como quieren hacernos creer quienes tienen prejuicios, hablar de un lugar cerrado al mundo, sino, por el contrario, de un lugar de apertura a la realidad en el cual lo que se propone es para todos.
Sin medias tintas
La segunda parte contó con la presencia del Papa, que ha abrazado esta riqueza mostrando lo decisiva que es la vitalidad de la escuela para el futuro de las jóvenes generaciones, en medio del dramático desafío de los tiempos modernos. En su intervención, movido por el amor al destino de los jóvenes, Juan Pablo II quiso ir hasta el fondo de la cuestión, para que quede claro el camino a recorrer para restituir a la escuela su función educativa; habló tanto de los problemas que la escuela católica debe afrontar para mejorar la calidad de su servicio, como de la grave injusticia aún presente en el sistema educativo italiano, para el que ha pedido sin medias tintas la paridad jurídica y económica, recibiendo como respuesta un aplauso ininterrumpido de cinco minutos, acompañado del grito: «libertad, libertad».
El Papa habló de los principios irrenunciables que deben guiar la realidad de la escuela hoy y, aunque se refirió principalmente a la escuela católica, resaltó experiencias y juicios válidos para cualquier tipo de escuela; ejemplo éste de la profunda laicidad de sus palabras, más laicas que muchas que impropiamente dicen serlo.
Ante todo, Juan Pablo II ha indicado el origen de la experiencia educativa de la escuela católica, definiéndolo como «un gran patrimonio de cultura, de sabiduría pedagógica, de atención a la persona del niño, del adolescente, del joven, de mutua colaboración entre la escuela y la familia, de capacidad de comprender anticipadamente las necesidades y los problemas nuevos que surgen con el cambio de los tiempos, con la intuición que proviene del amor».
Gracias a este patrimonio, que es una verdadera tradición viviente, aquellos que se dedican a educar pueden «identificar respuestas eficaces a la exigencia educativa de las jóvenes generaciones».
Igualdad jurídica y económica
Después de describir con detalle la originalidad de la presencia de la escuela católica dentro de la tarea educativa de la escuela, Juan Pablo II resaltó el mayor obstáculo que se interpone a esta originalidad y que la pone en peligro. Hizo emerger el problema más grave del sistema educativo italiano, el de la paridad, que si no se resuelve adecuadamente se incurre en una injusticia que, si por un lado afecta a la escuela católica, poniendo en peligro su misma existencia, por el otro, empobrece a toda la escuela.
Sobre esto el Papa dijo explícitamente que «el principal escollo que hay que salvar (...) es indudablemente el pleno reconocimiento de la paridad jurídica y económica entre la escuela estatal y la no estatal, superando antiguas resistencias ajenas a los valores de fondo de la tradición cultural europea». Después de haber afirmado claramente la necesidad de un sistema educativo que tenga como eje la paridad, Juan Pablo II entró en el debate sobre lo que está haciendo el actual gobierno y el ministro de educación en esta dirección, dando un juicio sustancialmente negativo.
El Papa, en efecto, afirmó que los pasos que se han dado, «aunque apreciables bajo algunos aspectos, desgraciadamente son insuficientes» y pidió que se sitúe definitivamente la cuestión «en una lógica nueva, en la cual no sólo la escuela católica, sino las diferentes iniciativas educativas que nazcan de la sociedad sean consideradas como un recurso precioso para la formación de las nuevas generaciones, a condición de que cumplan los requisitos indispensables de seriedad y de finalidad educativa».
Esta «nueva lógica» a la que el Papa ha reclamado es fundamental para salir del esquema de una petición de paridad como acuerdo, y entrar en la óptica de una petición de libertad para todos los sujetos educativos. La paridad, en efecto, no es una concesión benévola a las escuelas católicas por parte del Ministro de Educación, sino un nuevo sistema educativo que reconozca y sostenga la libertad como factor constitutivo de la educación: por tanto no ya una escuela estatal dominante con un fastidioso apéndice que se llama escuela católica, sino un sistema en el que esté vigente la libertad para todos, libertad para crear escuelas y libertad de iniciativa de las escuelas.
Capacidad educativa
Por último Juan Pablo II se detuvo en las cuestiones urgentes que la escuela católica tiene que afrontar para «mejorar la calidad» de su presencia y «evitar restringir posteriormente sus espacios de presencia en el país».
Desde esta perspectiva el Papa subrayó, en primer lugar, la importancia del vínculo entre la escuela católica y toda la comunidad eclesial, debido al hecho de que «la escuela católica participa totalmente de la misión de la Iglesia», para después poner de manifiesto la importancia de la enseñanza, ya que «la capacidad educativa de toda institución escolar depende en gran medida de la calidad de las personas que forman parte de ella y, en especial, de la competencia y la dedicación de sus profesores».
En una sociedad donde se afirma que la institución es un "sujeto" - tanto es así que cuando se habla de autonomía se habla de la institución y no de quienes viven en ella -, Juan Pablo II, refiriéndose a la escuela católica ha querido dar un criterio válido para cualquier tipo de escuela, según el cual, la calidad de una escuela depende del compromiso ideal de aquellos que la hacen día a día.
Por lo demás, la libertad, que está en el origen del proceso educativo y que lo constituye en cada paso no es la de la institución, sino la de los padres, los profesores y los alumnos. l
Motivación, significado y urgencia de la paridad escolar
A la luz del desarrollo de la sociedad italiana, en el contexto europeo y de los procesos de autonomía educativa, se hacen cada vez más anacrónicas y difícilmente sostenibles las resistencias y los prejuicios respecto a la paridad escolar.
Ya hemos expresado nuestra perplejidad respecto a la propuesta de ley sobre las “Normas para la paridad escolar y disposiciones sobre el derecho al estudio y a la educación”, aprobada el pasado 21 de julio por el Senado de la República y pendiente de aprobación por la Cámara de los Diputados. En realidad, excepto para las escuelas de Educación Infantil, se trata principalmente de disposiciones sobre el derecho al estudio; mientras que en lo tocante a la paridad se añade alguna afirmación de principio, pero es imposible no reconocer un claro retroceso respecto a los contenidos de la misma propuesta de ley presentada por el gobierno anterior y que el actual asumió inicialmente. Además de algunas ambigüedades o incongruencias normativas que podrían hacer aún más difícil la tarea de las escuelas no estatales, está especialmente ausente la dimensión económica que es indispensable para que se dé una paridad concreta y efectiva. De esta manera un problema que es cada vez más urgente corre el riesgo de quedar desatendido una vez más. Es lícito por tanto, es más, es obligado, pedir alguna modificación real, a pesar de los múltiples obstáculos que conocemos bien.
Parece necesario, en cualquier caso, no sólo por las razones de principio que tantas veces hemos alegado, sino también en relación con la fase de cambio que Italia y la escuela italiana están atravesando, plantear la cuestión de la paridad escolar como un punto fundamental de la renovación de nuestro sistema educativo. Esta renovación puede representarse, en efecto, sintéticamente, como el paso de una escuela sustancialmente estatal a una escuela de la sociedad civil, si bien con un perdurable e ineludible papel del Estado, pero en el horizonte de la subsidiariedad.
Esta es la forma de hacer que el sistema educativo italiano sea más ágil y dinámico y, en definitiva, más capaz de responder a la actual demanda educativa, reconociendo sin reservas la función pública que desarrollan tanto las instituciones escolares no estatales como las del Estado. Dentro de esta visión es lógico que la escuela católica, respetando rigurosamente su propia identidad, busque amplios acuerdos y colaboraciones con las fuerzas culturales y sociales que adviertan las razones históricas de este cambio progresivo y que estén dispuestas a promoverlo de forma concreta. Será más fácil así hacer entender a todos que la reivindicación de la escuela libre y de la paridad escolar no es una reivindicación particular y "confesional" de los católicos, sino más bien una cuestión general, de libertad civil y de interés público.
(Extractos de la conferencia inaugural de la Asamblea Nacional de la Escuela Católica. Roma, hotel Ergife, 27 de octubre de 1999)
Reseña de prensa
Una parte del mundo laico, incluido quien escribe, observando las instituciones educativas y su evolución ha llegado a la conclusión de que, efectivamente, apelar al principio de la subsidiariedad y favorecer la competencia entre las escuelas estatales y las no estatales, puede servir a la causa de la libertad y a la de la eficiencia al mismo tiempo. Esta parte de los laicos acusa a la otra parte, la que continua blandiendo la bandera del monopolio estatal, de no saber lo que ha sucedido en estos años en la escuela estatal, de no saber que el monopolio, también en este ámbito, ha ocasionado muchos daños.
Angelo Panebianco, Corriere della Sera, 30 de octubre de 1999-11-04
Hoy, en un mundo muy diferente de aquel en el que nació la escuela estatal, muchos desean cambiar. En el puesto del Estado educador, estaría el Estado inspector que fija algunas reglas comunes (pocas) y controla que sean respetadas. No le niegan el derecho a gestionar escuelas, sobre todo si eso puede servir para favorecer a las clases más humildes y a las zonas más periféricas. Pero querrían que renunciase a su monopolio y permitiese a los ciudadanos elegir libremente la educación de sus hijos. Conocen la regla «jacobina» de la Constitución italiana (la escuela privada no debe suponer un gasto para el Estado), pero se preguntan si es justo que muchos ciudadanos paguen de esta forma dos veces: la escuela estatal por los impuestos y la privada de sus hijos con las mensualidades.
Sergio Romano, Corriere della Sera, 1 de noviembre de 1999
Críticas al proyecto de ley del Gobierno, en la conclusión de la Asamblea Nacional de la Escuela Católica. Il Sole 24 ore, 30 de octubre de 1999
Giorgio Fossa: «La escuela italiana no será verdaderamente libre hasta que no se apruebe una ley justa sobre la paridad escolar. (...) Desgraciadamente, Italia es el único país de Europa y de los países más avanzados, donde la escuela es todavía monopolio del estado; también la ley sobre la paridad aprobada por el Senado se mueve aún en una lógica estatalista. (...) Si queremos realizar un cambio histórico en la escuela italiana debemos desafiar al monopolio estatalista».
Cesare Romiti: «El artículo 33 de la Constitución identifica con la escuela estatal la defensa fundamental de la libertad de enseñanza y de la autonomía del proceso educativo, casi hasta intercambiar o identificar el concepto de Estado con el de libertad. Es una concepción que, en los decenios precedentes, ha ocasionado muchas calamidades».
Libres para educar
Fragmentos del discurso de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro
1.«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).
Me quiero dirigir a vosotros con esta frase que el Señor Jesús cita del Deuteronomio (8,3), queridos amigos de la escuela católica italiana, reunidos hoy en la plaza de San Pedro para concluir, con el Papa, vuestra gran Asamblea Nacional. Este encuentro que tiene lugar ocho años después del inolvidable Congreso que nos vio igualmente reunidos en esta plaza, el 23 de noviembre de 1991. La verdad que viene de Dios es el principal alimento que nos hace crecer como personas, estimula nuestra inteligencia y robustece nuestra libertad. De esta convicción nace la pasión educativa que ha acompañado a la Iglesia a través de los siglos y que está en el origen del florecimiento de las escuelas católicas. (...)
2. El tema de vuestro encuentro -«Por un proyecto de escuela a las puertas del siglo XXI»- indica claramente que sabéis mirar adelante y que os movéis en una perspectiva, no específica de la escuela católica, sino atenta a los interrogantes de cualquier tipo de institución educativa. Lo podéis hacer con razón, porque la experiencia de las escuelas católicas encierra un gran patrimonio de cultura, de sabiduría pedagógica, de atención a la persona del niño, del adolescente, del joven, de mutua colaboración entre la escuela y la familia, de capacidad de comprender anticipadamente las necesidades y los problemas nuevos que surgen con el cambio de los tiempos, con la intuición que proviene del amor. Este patrimonio os pone en las mejores condiciones para identificar respuestas eficaces a la exigencia educativa de las jóvenes generaciones, hijas de una sociedad compleja, atravesada por múltiples tensiones y marcada por continuos cambios: muy poco capaz, por tanto, de ofrecer a sus niños y a sus jóvenes puntos de referencia claros y seguros.
En la Europa unida que se está construyendo, donde las tradiciones culturales de cada nación están destinadas a confrontarse, integrarse y enriquecerse mutuamente, es aún más amplio el espacio para la escuela católica, por naturaleza abierta a la universalidad fundada sobre un proyecto educativo que pone de manifiesto las raíces comunes de la civilización europea. Por esta razón, también es importante que en Italia la escuela católica no se debilite, sino que encuentre nuevo vigor y energía: sería extraño, en efecto, que su voz fuera imperceptible precisamente en esta nación que por su tradición religiosa, su cultura y su historia tiene la tarea especial de velar por la presencia cristiana en el continente europeo (cf. Carta a los Obispos italianos, 6 de enero de 1994, No. 4).
3.Queridos amigos de la escuela católica italiana, sabéis por experiencia directa lo difícil y precarias que son las condiciones en las que la mayor parte de vosotros os encontráis a la hora de trabajar. Pienso en la disminución de las vocaciones en las Congregaciones religiosas, nacidas con el específico carisma de la enseñanza; en la dificultad de muchas familias de sufragar los gastos añadidos que supone, en Italia, la elección de una escuela no estatal; pienso con profunda amargura en los Institutos prestigiosos y beneméritos que, año tras año, se ven obligados a cerrar.
El principal escollo que hay que salvar para salir de una situación que es cada vez menos sostenible, es indudablemente el pleno reconocimiento de la paridad jurídica y económica entre las escuelas estatales y las no estatales, superando antiguas resistencias ajenas a los valores de fondo de la tradición cultural europea. Los pasos recientemente realizados en esta dirección, aunque sean apreciables bajo algunos aspectos, desgraciadamente son insuficientes.
Por tanto, me uno de corazón a vuestra exigencia de ir más allá con coraje y de situaros en una nueva lógica, en la cual no solamente la escuela católica sino las diferentes iniciativas educativas que pueden nacer de la sociedad sean consideradas como un recurso precioso para la formación de las nuevas generaciones, a condición de que cumplan los requisitos indispensables de seriedad y de finalidad educativa. Este es un paso obligado si queremos realizar un proceso de reforma que haga que el equipamiento de la escuela italiana sea verdaderamente moderno y más adecuado.
4. Mientras pedimos con fuerza a los responsables políticos e institucionales que se respete concretamente el derecho de las familias y de los jóvenes a una plena libertad en la decisión educativa, tenemos que dirigir no con menor sinceridad y coraje nuestra mirada hacia dentro, para identificar y realizar cualquier esfuerzo oportuno y de colaboración que pueda mejorar la calidad de la escuela católica y evitar restringir ulteriormente sus espacios de presencia en el país. Bajo este aspecto, son fundamentales la solidaridad y la simpatía de toda la comunidad eclesial, desde las diócesis a las parroquias, desde los institutos religiosos a las asociaciones y los movimientos laicales. En efecto, la escuela católica forma totalmente parte de la misión de la Iglesia y está al servicio de todo el país. No deben existir, por tanto, ámbitos ajenos o de indiferencia recíproca, como si fuera una cosa la vida y la actividad eclesial y otra, la escuela católica y sus problemas. Estoy, por tanto, contento de que la Iglesia italiana se haya equipado, estos años, de organismos como el Consejo Nacional de la Escuela Católica y el Centro de Estudios para la Escuela Católica: estos expresan tanto la solicitud de la Iglesia por la escuela católica como la unidad de la escuela católica misma y su compromiso de reflexión de cara al futuro. Muy importante, en concreto, es la realización de formas eficaces de colaboración entre las diócesis, los institutos religiosos y los organismos laicales católicos que trabajan en el ámbito de la escuela. Y en muchos casos parece útil, o necesario, poner en común iniciativas, experiencias y recursos, para una colaboración bien coordinada y previsora que evite superposiciones y rivalidades inútiles entre institutos, y que no sólo tienda a asegurar la permanencia de la escuela católica en los lugares donde tradicionalmente está presente, sino también permita nuevos asentamientos, tanto en las zonas de mayor pobreza como en los sectores estratégicos para el desarrollo del país.
5. La capacidad educativa de cada institución educativa depende en gran medida de la calidad de las personas que forman parte de ella y, en particular, de la competencia y dedicación de sus profesores. A esta regla no escapa, ciertamente, la escuela católica, que se caracteriza principalmente por ser una comunidad educadora.
Me dirijo, por tanto, con afecto, agradecimiento y confianza ante todo a vosotros, profesores de la escuela católica, religiosos y laicos, que con frecuencia trabajáis en condiciones difíciles y con escaso reconocimiento económico. Os pido que pongáis siempre el alma en vuestro trabajo, sostenidos por la certeza de que través de él, participáis de forma especial en la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. Con el mismo afecto me dirijo a vosotros alumnos y a vosotras familias, para deciros que la escuela católica os pertenece, es para vosotros, es vuestra casa y, por tanto, no os habéis equivocado al elegirla, al amarla y sostenerla.
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