Relatio ante disceptationem durante la primera y la segunda Congregación General. El cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, Relator General
Para los cristianos el examen de conciencia es la ocasión de un nuevo y profundo encuentro con el Señor; por tanto, una ocasión de conversión. De hecho, no se trata de cumplir un simple ejercicio de autocontemplación o de introspección, sino de dirigir la mirada sobre todo a Cristo para después volver, delante de Él, a mirar nuestra vida descubriéndola frágil y quebradiza, pero irradiada y renovada por la fuerza de la Gracia que es Cristo mismo. Él continúa vivo en su Iglesia y por esto nosotros podemos afrontar la realidad con una auténtica voluntad de verdad. La presencia del Señor entre nosotros no nos permite caer en el pesimismo y la cobardía, por grandes que sean los desafíos que debemos afrontar y escasos nuestros logros y nuestras capacidades. [...]
Para responder al interrogante sobre las raíces de la desesperación, debemos profundizar también en la concepción moderna del hombre que ha llevado a considerar a éste el centro absoluto de la realidad, haciéndolo de este modo ocupar artificiosamente el puesto de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino Dios el que hace al hombre. Haber olvidado a Dios ha llevado a abandonar al hombre. [...]
Las consecuencias de esta erosión de la fe por obra de la mentalidad inmanentista golpean en su raíz todos los ámbitos de la vida de la Iglesia. La integridad de la verdad salvífica profesada en el credo no es una cuestión meramente «teórica» que no incida de algún modo en la vida de los cristianos. Al contrario, no puede existir una «ortopraxis» sin una verdadera ortodoxia, y sólo una ortodoxia auténticamente vivida lleva a una auténtica «ortopraxis». [...]
No quiero concluir esta segunda parte de la Relatio sin mencionar una realidad rica y prometedora que, con la providencia de Dios, se está abriendo paso en nuestras iglesias: me refiero a los denominados nuevos movimientos y comunidades eclesiales. [...]
Los movimientos constituyen un reclamo significativo del hecho de que la Iglesia es una realidad histórica visible, un cuerpo animado por la presencia del Señor. Ellos ayudan a los fieles a vivir esta presencia como la novedad de un encuentro personal y suponen una aportación fundamental para la nueva evangelización de Europa. [...]
El anuncio del Reino de Dios, de la Gloria futura, no puede reducirse a una mera proclamación de ideas religiosas o morales, sino que debe preparar al encuentro vivo de cada creyente con Cristo resucitado. [...]
Europa tiene necesidad de nuevos santos, personas que sin dejarse arrastrar por la reducción contemporánea de la caridad a mera filantropía, vivan la vida cristiana en toda su belleza y en todo su esplendor, que la vivan como invitados de Cristo allá donde se encuentren: en el mundo de la política, de la economía, de la cultura, del trabajo en la industria, en los campos o en las casas. Cualquier trabajo y cualquier ocupación, no sólo el ministerio de la Palabra y de los sacramentos, se transforman en apostolado cuando son vividos como servicio del Evangelio. [...]
La Iglesia se propone ofrecer con renovado vigor a Europa el tesoro que se le ha confiado. Por amor a cada hombre y a cada pueblo de Europa, por fidelidad a la propia misión, no dejará que se seque la fuente de la esperanza ni la guardará sólo para sí.
Frente al desaliento que tan frecuentemente asalta a nuestros pueblos, cuyas raíces más profundas se encuentran en el progresivo alejamiento del Dios de Jesucristo, la Iglesia desea ofrecer de nuevo a todos la esperanza que se le ha confiado y de la que es portadora: Jesucristo mismo que vive en ella.
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