Las inclemencias del tiempo y la decisión de empezar el curso en la universidad con una propuesta pública. El estudio, la amistad, la música y una experiencia que atrae. La seguridad no está en lo que realizamos nosotros sino en lo que se nos da
Todo estaba preparado para el comienzo de las Jornadas de Inicio de Curso, los días 21, 22 y 23 de Octubre, aquí, en Madrid, en la Ciudad Universitaria, una ciudad cuyos ciudadanos son más de 100.000 y cuyos edificios son las Facultades y Escuelas de las Universidades Complutense y Politécnica (aunque en la región de Madrid existen otras cinco universidades públicas, y varias privadas). Llevábamos algunos días montando carpas, bar, escenario, exposición, bajo una intensa lluvia que dificultaba el trabajo, de por si costoso, de levantar nuestra casa en la Universidad. Una palabras que Giovanni, un amigo de Nápoles, escribió poco antes de morir, eran nuestro lema: «Nos esperan días felices». Sin embargo, pocas horas antes de empezar, la lluvia arreció y los últimos vestigios de un vendaval del Atlántico arrasaron todo nuestro trabajo (¡la carpa de la exposición voló 20 metros!) ante la mirada atónita de nuestros amigos César y Tito que habían pasado allí la noche durmiendo.
Montar y desmontar
Todo el esfuerzo de “conspiración”, de preparación y montaje, parecía haberse ido al traste: de entrada, y por razones obvias, se suspendían todas las actividades al aire libre: Gran campeonato de mus, gymkhana, partidos y juegos, cantos tradicionales, conciertos, comidas... Y, además, era necesario desmontar de nuevo toda la infraestructura, con el agua que nos llegaba por los tobillos, devolver la comida y bebida compradas, y explicar a los intrépidos participantes de los torneos organizados la catastrófica situación: las Jornadas de Inicio de Curso quedaban liquidadas, incluso antes de comenzar. «Menos mal que hemos elegido el lema: “Nos esperan días felices”, que si no...», ironizaban desconcertadamente algunos.
Un tesoro
Decidimos, aun así, mantener los encuentros programados en las distintas facultades, y trasladamos urgentemente al hall de la Facultad de Matemáticas la exposición. Más fuerte que el desastre natural es, efectivamente, el deseo expresado: «Nos esperan días felices...». ¿Cómo se puede afirmar, así, de entrada, para empezar - y especialmente en las circunstancias en que nos hallábamos -, que «nos esperan días felices»? «Sois unos simples, unos ingenuos, sois demasiado pretenciosos, ya descubriréis la dureza de la vida», nos decían. Es verdad, hace falta cierta ingenuidad. No una ingenuidad estúpida, sino la de quien ha encontrado lo más precioso de la vida. Hace falta tener una certeza en el presente que sea una promesa para el futuro. «Sois unos optimistas», apuntaba el Decano de la Facultad de Matemáticas, Carrillo, hijo del histórico líder de los comunistas españoles, Santiago Carrillo, y candidato - derrotado - de la izquierda en las pasadas elecciones a Rector de la Complutense.
«Yo soy pesimista - continúa Carrillo -; quizá en público podría secundar vuestra afirmación optimista, pero las circunstancias de la vida me han hecho pesimista. Es muy atrevido decir que nos esperan días felices. Yo, precisamente por conocer la realidad, no me atrevería a mantener sinceramente esta afirmación». «Nosotros, señor Decano – respondemos -, no es que seamos optimistas; decir “Nos esperan días felices” no es optimismo. Es un realismo cargado de una promesa para el futuro. Es como un tesoro que uno encuentra sin merecerlo y por casualidad. Es eso, señor Decano: tenemos un tesoro». «Hablaremos, hablaremos. Nos volveremos a ver», nos responde.
Curiosidad inagotable
El Decano Carrillo había tenido la amabilidad de presidir previamente (respondiendo - no formalmente - a nuestra invitación), el encuentro con el profesor José Andrés Gallego, catedrático de Historia y buen amigo nuestro, bajo el título «Universidad, ¿para qué?».
«La universidad no ha sido creada para formar técnicos, su dinámica no se debe reducir a las clases. Nuestros profesores deben ser primero sembradores de problemas, más tarde comunicadores de soluciones; soluciones que nos abran a otros problemas, de tal modo que al final se genere en nosotros una actitud ante la realidad que nos lleve a desentrañarla. Porque la realidad se deja aprehender, pero reserva un misterio en sí misma. La realidad es inagotable. Vivir la universidad vale la pena si construye nuestra vida», nos dijo José Andrés Gallego. Para ello es necesario, por tanto, «generar formas de participación que hagan que la universidad sea así; crear espacios de debate y formación».
Estudio e investigación
Dos ejemplos de esto fueron presentados al finalizar el encuentro: los Grupos de Estudio y la Asociación para la Investigación y la Docencia Universitas. La propuesta de los Grupos de Estudio ha nacido al comienzo del curso con el deseo de ayudar principalmente a los alumnos de primero que tienen dificultades en determinadas asignaturas “duras”. No se trata sólo de transmitir conocimientos, como una especie de academia, sino de construir un lugar que posibilite vivir la universidad y construir verdaderamente - alegaba José Andrés - la vida de cada uno, la tuya y la mía. La segunda propuesta, la de la Asociación Universitas, es una experiencia sui generis: por primera vez en la Universidad española se crea una asociación multidisciplinar de profesores y alumnos de doctorado: somos unos 40, y nos vemos juntos al menos una vez al mes. Universitas ha surgido hace tres años a partir de la exigencia de algunos de vivir la universidad como ayuda común de búsqueda de la verdad allá donde se encuentre y, por tanto, como ejercicio pleno de la razón del hombre en su apertura original.
Silencio en el auditorio
El viernes 22 invitamos a nuestro amigo Pier Paolo Bellini, alias Widmer, a comentarnos la VII de Beethoven. «El primer movimiento tienen una parte introductoria, que prepara al verdadero núcleo del movimiento», nos dijo. «En esta introducción, el autor hace una señal, como si dijera “atentos, que algo va a suceder”. La gente acude, primero unos pocos, luego en tropel. ¿Y qué sucede?», silencio en el auditorio de Matemáticas. «Sucede que comienza el baile. El primer movimiento es un baile, lleno de ritmo, de color. Un baile que nos atrae, que casi no se puede abandonar». Pero, de improviso, este ritmo dulce y fácil cambia, cambia radicalmente; es el comienzo del 2 movimiento. «El 2 movimiento está lleno de melancolía; no es triste, sino que es como un grito lleno de nostalgia. El 2 movimiento hace aflorar el drama de la vida, pone el acento en el núcleo de la cuestión: el hombre verdadero que mira la desproporción de la realidad. Los otros tres movimientos tratan de reconducir la vida a una dinámica instintiva, banal, casi mecánica. Pero el segundo domina la obra: la exigencia de totalidad marca la vida».
Una trama de relaciones
Tras el encuentro, comimos juntos un grupo de amigos del CLU. Invitamos también a gente del CLU de Barcelona, de Granada, de Córdoba, de Mallorca, de Valencia. También vinieron muchos amigos italianos que están estudiando en España con becas Erasmus. Comimos y hablamos de aquello que sentimos como verdaderamente urgente. «No podemos reducir el encuentro con el movimiento a reglas, a cosas que hacer o cumplir, en definitiva, a moralismo; todo surge de un atractivo humano, el corazón del hombre se mueve por un atractivo, como les sucedió hace 2000 años a Juan y a Andrés». En cualquier caso, más que el comienzo de un diálogo es una continuación, continuación de la hermosa relación que comenzó en La Thuile este verano: tomando café con Dima y Widmer, y charlando sobre la universidad, nació el deseo de volver a encontrarnos.
Una tierra labrada
El sábado, invitamos a Widmer a contarnos su experiencia. Nos comentó cómo su vida está marcada por su relación con Enzo Piccinini. Desde el comienzo percibía un atractivo en Enzo. «¿Qué es lo que hay dentro de él que me impacta? Había un juicio que Enzo tenía: Todo es “de” y todo es “para”. Al reconocer a quién pertenecía lo arriesgaba todo, lo juzgaba todo». De esta forma, «la vida no es ya un esfuerzo de comportamiento, un esfuerzo moral, sino que se define por aquello que uno ama. Enzo arriesgó todo - incluido familia y trabajo - por aquello que amaba». En este sentido, reafirmó la necesidad de encontrar un padre y de ser, a la vez, padres para los otros: «Paternidad y autoridad coinciden: es un lugar - y una persona también es un lugar - en el que se ve que Cristo vence la realidad.» Citando a Pèguy, Widmer explicó también la tensión que se suscita en la vida entre dependencia y libertad. «Es como un padre que enseña a nadar a su hijo, y le pone la mano por debajo, en el vientre, sujetándolo. Si quita la mano, el niño se ahoga; si no la quita, el niño no aprende a nadar», para añadir de forma serena y, a la vez, dramática: «Pensando en Enzo, parece como si Dios nos hubiera quitado a nosotros la mano bruscamente, demasiado bruscamente. Luego, sin embargo, nos hemos dado cuenta de que todo estaba preparado para florecer: su jardín, su trabajo, su familia, su casa».
Pasando por Ávila
El sábado, al terminar el encuentro antes de comer, estábamos muy contentos. Algo había cambiado entre nosotros, en nosotros. Un cambio que no provenía de la suma de esfuerzos personales; algo inexplicable a partir del desconcierto del primer día. Un cambio que ha reafirmado la amistad verdadera entre nosotros. Fuimos cerca de Madrid, a la bellísma ciudad amurallada de Ávila, a comernos un chuletón, y a charlar juntos. «La amistad nace porque se tiene algo en común. ¿Qué tenemos nosotros en común? ¿Por qué podemos decir que tú y yo somos amigos? Porque tenemos en común el sentido de la vida. Debemos vivir en cada instante preguntándonos el sentido de todo lo que hacemos». Tras el café, una paseo por Ávila, visitando la singular Iglesia de San Vicente y el convento de Santa Teresa. Entre nosotros resuenan con fuerza las palabras de Enzo: «El gusto por la vida no se le niega a quien se equivoca; se le niega a quien no tiene un nexo con el Destino que hace todas las cosas, con el Misterio presente. Por esto, todo es una hipótesis positiva (Nos esperan días felices): el tiempo, que para todo el mundo es sinónimo de decadencia, trabaja a nuestro favor».
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