Otro año en Rímini con su hija y una amiga suya. Casi el diario de una semana de vida intensa que se quiere contar
En 1998 llevé a Giulia - que entonces tenía once años - por primera vez al Meeting. Giulia se enamoró del Meeting yo escribí un artículo en Huellas y muchos lectores de Huellas se enamoraron de Giulia. En La Thuile, durante la Asamblea Internacional de Responsables, una chica española (o por lo menos hispanohablante), al leer mi nombre sobre la tarjeta que llevaba colgada en la camisa, me dijo radiante: «Anda, Luca Doninelli, ¡el padre de Julia!». Este año ha venido por segunda vez al Meeting. Giulia II, la venganza. Ahora soy yo su acompañante.
Este año Giulia quiso traerse consigo también a una amiga, Lucía.
«¿Por qué quieres traerte a Lucía?». «Porque es mi mejor amiga. Mejor dicho, son dos: ella y Carlotta. Es más, son tres: ella, Carlotta e Irene. Es más...». «Bien, de acuerdo, pero, ¿por qué?». «Porque a los amigos se les invita al Meeting».
Quisiera profundizar en esto, pero sé que es inútil: estas frases, dichas por Giulia (que como ya dije no se presta mucho a la dialéctica), son frases lapidarias. A los amigos se les invita al Meeting y basta. Es inútil decirle, por ejemplo, que los amigos pueden ir por su cuenta, o que si fuera así tendríamos que llevar a los amigos a todas partes. Me miraría extrañada como diciendo: «Y eso, ¿qué tiene que ver?».
Giulia sabe que este año tengo mucho que hacer en el Meeting: tengo que escribir algunos artículos, tengo que juzgar los espectáculos teatrales inscritos en el premio “Téchne” de la escuela superior, tengo que presentar al gran escritor americano Chaim Potok, huésped ilustre del Meeting durante toda la semana, y tengo que leer los guiones de otro premio teatral que tendrá lugar dentro de unos días. No podré estar siempre con ella.
Al igual que el año pasado, el cuartel general de sus correrías es el sector CdO. Me pongo de acuerdo con dos amigas, Gabriella y Silvana, para que le echen un vistazo a las chicas.«Tú no te preocupes», me dice Giulia. «Estamos muy bien, aunque sea solas».Y me da un afectuoso empujoncito para animarme a irme.
Le recuerdo que no debe ir por ahí pidiéndole dinero a la gente para comprarse un helado, como hizo el año pasado, haciendo que su madre se enfadara. A mi mujer, a decir verdad, no le había gustado tampoco que subiera y bajara las escaleras mecánicas sentada en el pasamanos. Pero sabe que es muy difícil pedirle a Giulia dos cosas a la vez. Al menos lo de pedir dinero...
El de este año es un gran Meeting. El primer encuentro en el que consigo participar es el del presidente argelino. Su discurso, retransmitido por la televisión de su país, es una verdadera proclama a su nación - su pobre nación ensangrentada, sus pobres niños degollados, sus pobres mujeres violadas y asesinadas -. Pero el presidente no cede e intenta el diálogo con Occidente. Su fundamentalismo es también el resultado de nuestro miedo y de nuestra intransigencia. También nosotros los occidentales somos un poco fundamentalistas: somos los fundamentalistas del dinero y del poder.
«No entiendo - me dice un amigo periodista - vuestra pasión por Andreotti. Está siendo también investigado...». «¿Tal vez porque en la época de Andreotti había más libertad?», lanzo. «Tonterías». «¿Tú eres más libre ahora o entonces?». «Entonces; pero eso no quiere decir nada, tienes que tener en cuenta que...». E irremediablemente se bloquea. Ellos creen que las cosas empeoran sólo por factores imponderables o causas de fuerza mayor: la Economía, la Política Internacional, Europa, las Condiciones Generales del Trabajo, etc. La libertad no existe, todo se encamina de forma fatal en una dirección y no se puede hacer nada. «¿Qué es lo que has visto hoy?» le pregunto a Giulia cuando la vuelvo a ver. «La exposición de GS sobre la moralidad». «¿Quién te ha llevado?». «Una chica de GS». «¿Te ha gustado?». «Papá, ¿sabes qué es la moralidad?». La pregunta me toma por sorpresa y me bloqueo, como le había pasado hacía poco a mi amigo periodista: «La moralidad es la forma en la que se adhiere nuestra libertad...». Pero me siento ridículo. Delante de una niña de doce años las palabras mal empleadas se convierten en palabras vacías. Me siento como uno que le da huevos con bacon a un recién nacido.
Giulia corta por lo sano: La moralidad es amar a Jesús «La moralidad es amar a Jesús». «¿Quién te lo ha dicho?». «La chica de GS que explicaba la exposición».
Y no le interesan nada mis explicaciones. Es mejor que mañana vaya yo también a ver la exposición de GS. Por la tarde quiero ser galante y después del espectáculo teatral invito a Giulia y a Lucía a una pizza en la Taberna de los Artistas, regentada hace tiempo por una gran señor, que conducía un MG y se iba a Escocia a buscar whiskys raros. Voy siempre allí con la esperanza de volverle a ver, pero ya hace por lo menos dos años que no le veo. Encontrar una persona que sea de verdad persona es cada vez más difícil.
Sin embargo, en el Meeting sí se encuentran hombres. La multitud no significa anonimato. No es que sea gente especial, sino que cada uno tiene bien claro (por lo menos, esta es la impresión que da) el motivo por el que ha decidido ir allí. Si esto nos ayuda a tener más claro el porqué decimos o hacemos todo, no es tiempo perdido.
Una persona extraordinaria es con seguridad Chaim Potok. Voy con Giulia y Lucía a recogerle al Hotel. Lucía ya ha leído un libro suyo y después de darle la mano decide no lavársela en tres días. Me impresionan estos personajes: escriben buenos libros y si les hablas de don Giussani te escuchan. Aquí, en Italia, es mucho más fácil que suceda lo contrario con los escritores: que sus libros den pena y que hagan un gesto de desprecio si les hablas de don Giussani (le digo esto a mi amigo periodista que me responde: «Si, ya se sabe: los americanos no tienen cultura». Deduzco que la cultura, en este país, es lo que nos hace escribir malos libros).
Después del encuentro con Potok, que he moderado yo, me encuentro a Giulia toda enfadada: «Los del servicio de orden nos han echado». «¿Echado? ¿Qué quieres decir?». «Echado quiere decir echado». «Consuélate: yo, para poder entrar, he tenido que moderar el encuentro». La sala, en efecto, era un poco pequeña.
Durante los tres días que he estado en el Meeting siempre he sacado un rato para estar con ella, pero la mayoría de las veces me he cruzado con ella cuando corría por los pabellones. Cada vez se añadía alguien más a su grupo: primero estaban ella, Lucía y Chiara. Después también Carlotta, Irene y Gloria 1 (llamada Gloriuz). Después María la grande, María la pequeña (hermana de Lucía), Gloria 2 (llamada Olga), Virgnia y Agnese. No recuerdo el nombre de las demás. Iban por ahí visitando las exposiciones o simplemente dando una vuelta, dando la lata a los que trabajaban en los stands (la vi con un folleto del Ayuntamiento de Sansepolcro...), o abrazando a personas desconocidas fingiendo que las conocían (es el nuevo juego tonto que han inventado, dado que no podían ir pidiendo dinero).
Han visitado todas las exposiciones, han conocido la historia de GS. Francamente parecían felices. Este año Giulia me ha parecido que estaba más a gusto, más como en su casa, respecto al año pasado. Ella lo niega: «También el año pasado estaba como en mi casa».
La noche antes de marcharnos Giulia está triste porque nos tenemos que ir y Lucía hace algunas payasadas para hacerla reír. Me ha parecido signo de una gran amistad.
«Papa, no quiero que se acabe el Meeting». «Pero Giulia», le digo, «si todos estuvieran siempre en el Meeting nadie tendría nada interesante que contar. El Meeting existe porque hay un año entero sin Meeting y porque hay alguien que cree que hay algo interesante que contar». «¿Por qué los periódicos dicen que todo va mal?». «Porque reconocer el bien cuesta más trabajo». Giulia ahora está un poco menos triste. «¿Puedo hacerte yo una pregunta?», le digo. «Házmela». «¿Tú crees que el Meeting es algo distinto de la vida?». «Quién ha dicho eso?». «Hay gente que lo dice. Según ellos, el Meeting es una isla feliz y nada más. Y el resto del mundo va mal». «Son estúpidos». «¿Por qué?». «¿En qué sentido el Meeting y la vida son dos cosas diferentes? En el Meeting y fuera del Meeting somos siempre nosotros. Somos las mismas personas». El tren se aleja de Rímini con estas palabras. Mi querida Giulia, el tesoro de mi corazón, ya no tiene once años. Tiene doce, y se nota.
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