6.000 estudiantes de bachillerato en Rímini durante el triduo Pascual. Retazos de una humanidad nueva en una generación no resignada. Un cristianismo vivo
Más de seis mil estudiantes han participado en Rímini en el triduo Pascual de GS, guiado por el padre Julián Carrón y por don Giorgio Pontiggia.
Al empezar el gesto resonó la frase de Juan Pablo II: «No tengáis miedo a la juventud, es decir, a esos deseos profundos que experimentáis de felicidad, de verdad, de belleza y de amor perdurable»: se trata de una llamada a mirar el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo desde su abrazo profundo al camino de los jóvenes.
La realidad juvenil de hoy está determinada por una cultura que tiene como horizonte el miedo: en efecto, si todo se encamina hacia la nada, como predica el pensamiento dominante, ¿cómo es posible mirar a la vida con una apertura positiva, esperando algo verdadero para sí? Si todo está destinado a la nada entonces la existencia no tiene futuro y no queda más remedio que agarrarse desesperadamente al instante que se escapa. Lo que parece que le queda al joven de hoy es algún placer momentáneo caracterizado por la huida o por el sueño: una piltrafa de felicidad, un sucedáneo de lo que el corazón desea. Julián Carrón ha descrito esta posición como desesperada, en la cual «no se espera» nada y que se expresa en la «superficialidad con la que el hombre se aferra al instante que vive». La tarea que el poder ha asumido diligentemente y que persigue con una lúcida violencia es acallar la exigencia de felicidad que vibra con fuerza en la juventud.
Las alforjas para el camino
Dentro de este limitado horizonte, la juventud es una sombra oscura en la que el ser humano empieza a destruirse en vez de cargar contento las alforjas para encaminarse hacia la realización de sí mismo. Los seis mil jóvenes de Rímini son el signo de contradicción de esta cultura de la nada y del miedo: han demostrado que no existe sólo un mundo juvenil descontento y desesperado, sino que hay jóvenes que tienen conciencia del deseo de infinito que les caracteriza y dan testimonio de ella mediante el compromiso con una hipótesis de respuesta que la realidad propone. Estos jóvenes no han vivido un momento excepcional marcado por una nueva forma de evadirse de la realidad, la sentimental-religiosa, sino que han hecho experiencia de cómo la relación con Cristo, mediante su muerte y resurrección, cumple el deseo de felicidad del hombre: una experiencia cuyo centro es el Dios vivo, presente, tan concreto como para asumir el mal del hombre en el gesto de amor más grande y tan verdadero como para que el hombre encuentre, gracias al sacrificio del Viernes Santo, su rostro de hombre. El Jueves, Carrón subrayó que, sin una presencia capaz de abrazarlo, «el deseo del hombre se corrompe»: de hecho, el Jueves Santo es el milagro de la presencia de Cristo, «del Destino que se entrega en el presente para ayudar al hombre en su camino hacia la felicidad». Nadie ha tomado en serio el deseo del hombre, «excepto Dios, que se ha hecho hombre para ayudar a cada ser humano a alcanzar su destino, el cumplimiento de sí, la felicidad»: por eso la afirmación de Cristo: «Os llamo amigos», significa «he eliminado la distancia entre vosotros y el destino».
El Viernes Santo Carrón resaltó el misterio del amor de Cristo, que tomando la cruz «se comprometió con la mísera condición del hombre». Y que esto es un misterio lo demuestra el hecho de que «el hombre no se da cuenta verdaderamente de cuánto sufrimiento ha soportado Dios para sacarle de la nada».
Un abismo de ternura
El amor consiste en esta total asunción del peso del mal, tanto es así que la cruz se convierte en el misterio de un amor infinito, «un abismo de piedad y de ternura» para la salvación de todo hombre. El Sábado Santo don Giorgio Pontiggia destacó que “resurrección” significa la certeza de que «Otro conduce la vida del hombre» y «a través de las diferentes circunstancias hace confluir el camino de cada persona, como un río, hacia su cumplimiento». La resurrección es el cumplimiento de la promesa de una vida en la que ya no domina la desesperación y la exigencia de felicidad se realiza plenamente. Dentro de este sencillo camino, propuesto de una forma viva, los jóvenes de Rímini han dado testimonio de una generación apasionada por la vida: lo han hecho mediante la sencillez de su atenta escucha, mediante la profundidad del diálogo, caminando en silencio detrás de la cruz que subía por las colinas en torno a la fortaleza de San Leo, gozando de la vida nueva que se afirma en medio de las condiciones normales de su existencia.
El gesto pascual de GS es un signo pequeño, pero real, de que no todos los jóvenes de hoy están aquejados por un mal vital que les hace estar cansados y pasivos; es más, se da una apertura y una disponibilidad en las nuevas generaciones, ya que su corazón vibra y espera algo o a alguien que finalmente les conceda una atención y un abrazo plenamente humanos.
Así como en Rímini ha habido muchos chicos que, frente a una propuesta cuyo terminal último es la razón, han respondido con pasión; dentro la vida cotidiana es donde la libertad, si es provocada, se pone en marcha.
El triduo pascual de GS supone para el mundo de los adultos una llamada a no lamentarse de los jóvenes, sino a ser, en medio de ellos, un signo vivo de que el compromiso ideal con la existencia la hace digna de ser vivida; esto sucede allí donde un adulto comunica de forma sencilla y elemental su vida y las razones que la mueven.
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