El 13 de junio votaremos la renovación del parlamento europeo. El euro, la unión económica y política, la relación con el dólar. Apuntes para comprender mejor
El Financial Times, uno de los diarios más autorizados en cuestiones económico-financieras, publicaba el pasado 12 de abril un artículo con el título The Euro - 100 days old but yet to dazzle (El euro, a cien días de su nacimiento, es ya un error). En él se subrayaba cómo todas las previsiones de los más entusiastas supporters del euro, que atribuían a la nueva moneda la fuerza para contrarrestar la supremacía del dólar, se han visto desmentidasüinmediatamente por la realidad. Quizás es pronto aún para afirmarlo, pero ciertamente los primeros datos confirman que no será fácil para el euro situarse como una alternativa válida al poderío absoluto del dólar (es probable que ésta sea la causa, como afirman algunos observadores maliciosos, de que en Estados Unidos no haya existido la menor preocupación por el nacimiento de la nueva moneda).
Por qué el privilegio monetario del dólar se da de forma tan determinante? Desde 1945 (tras el acuerdo de Bretton Woods), el dólar sirve de moneda de referencia para las transacciones internacionales. Es, además, la principal divisa de las reservas monetarias de los bancos centrales. ¡Qué extraordinario privilegio es éste que consiente a Estados Unidos pagar, pedir créditos y financiar sus gastos con su propia moneda! Un privilegio que en la práctica va mucho más allá de lo que se piensa. El economista americano John Nueller lo explica sin giros de palabras: «Imaginad por un momento que todas las personas que encontraseis aceptaran los cheques que vosotros firmaseis. Añadid a esto que todos los beneficiarios de vuestros cheques, repartidos por el mundo, no vayan a cobrarlos y les sirvan como monedas para pagar sus propios gastos. Esto tendría para vuestras finanzas dos consecuencias importantes. La primera sería que, si todo el mundo aceptase vuestros cheques, no necesitaríais serviros de monedas nunca más, con vuestra libreta de cheques sería suficiente. La segunda consecuencia sería que al mirar el saldo de vuestra cuenta, os sorprenderíais al descubrir un saldo superior a la suma de lo que teníais ahorrado. ¿Por qué? Por el motivo que ya os he dicho: los cheques que habéis firmado circularían (de mano en mano) sin ser cobrados nunca. En cuanto a los resultados prácticos, todo esto pondría a vuestra disposición un mayor número de recursos para el consumo y la inversión. Cuanto más usen los demás vuestros cheques como moneda, más abundantes serán los recursos suplementarios a vuestra disposición...».
Maniobras especulativas
Pero la moneda es el espejo que refleja el estado de la economía a la que hace referencia. Pueden darse deformaciones derivadas de unas maniobras de carácter exclusivamente financiero o especulativo, pero a la larga una moneda es fuerte si la economía real que la sustenta es sólida. He querido citar este hecho porque en muchos existe el convencimiento de que Europa se está construyendo sobre el plano económico y no sobre el político. Aún admitiendo que estos dos planos pudieran prescindir el uno del otro - aunque no creo que nadie lo piense hoy por hoy - los datos que se refieren al euro manifiestan que también queda mucho por hacer desde el punto de vista económico. Las políticas económicas de las diversas instituciones comunitarias que se han sucedido desde 1950, año de la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, han estado centradas casi todas en tamponar situaciones de crisis (con intervenciones de asistencia financiera o de defensa del mercado interno a través de las barreras aduaneras: esto es lo que ha sucedido, por ejemplo, en la siderurgia y en la agricultura) o bien en re-equilibrar el territorio (piénsese en las enormes cifras de los Fondos estructurales asignadas en favor de las áreas más deprimidas). Sin embrago, se ha hecho muy poco por reforzar los sectores punteros de nuestro sistema industrial y en el campo de la investigación e innovación tecnológica. Los expertos afirman que la diferencia en la innovación tecnológica entre Europa y Estados Unidos, país al que debemos mirar necesariamente, ha crecido enormemente en los últimos años. Trasladada en términos temporales, hay quien dice que, en cuanto a innovaciones, Estados Unidos se encuentra cincuenta años por delante.
Por otro lado, hoy en día para millares de personas en el mundo el acceso a la modernidad se identifica con el estilo de vida y de pensamiento de los americanos. Así pues, tampoco se ha hecho mucho en el campo cultural. La hegemonía cultural americana, con lo que ello significa también desde el punto de vista económico, se funda por lo menos en tres factores: la lengua, la universidad y los media. Mientras todos saben que el inglés es una especie de esperanto casi universal en el mundo y que los medios de comunicación desarrollan una función determinante en la formación de los modelos de vida y de consumo, pocos son conscientes del papel fundamental que desempeñan las universidades. Estas últimas son el instrumento sin duda más poderoso. Las ricas y prestigiosas universidades americanas atraen de todo el mundo a los elementos mejores y a la elite internacional. Estados Unidos extrae de ahí su capacidad de difundir a los más altos niveles la propia cultura, los propios valores y los propios métodos. También en este campo Europa ha hecho poco.
Con algunas excepciones (algunas universidades inglesas y francesas), la enseñanza superior europea en su conjunto ha perdido terreno. Las políticas formativas se limitan a intervenir, sobre todo, en la formación de base y en el sostenimiento de los parados, animando a estos últimos a través de subvenciones a participar en los cursos. También en el campo de la formación Europa ha jugado de alguna manera a defenderse.
Por tanto, si todavía queda mucho por hacer, ¿qué se ha hecho hasta ahora? Podría responder que mucho en términos generales, pero poco si se trasladan los resultados que hasta hoy he recogido al ya medio siglo de proceso de construcción de la entidad Europa.
Dos tendencias para la Unión
Altiero Spinelli, federalista italiano, y Jean Monnet, inspirador del plan Schuman que sentó las bases de la primera Comunidad europea, están en el origen de las dos principales corrientes de pensamiento que han abierto el camino al proceso de integración comunitaria: por una parte, el proyecto federalista, basado en el diálogo y en una relación de complementariedad entre los poderes locales, regionales, nacionales y europeos; por otra, el proyecto funcionalista, fundado sobre una delegación gradual de la soberanía del nivel nacional al nivel comunitario. Estas dos tendencias con el tiempo se han fundido en la convicción de que, al lado de los poderes nacionales o regionales, debe subsistir un poder europeo basado sobre instituciones democráticas e independientes, capaz de gestionar aquellos sectores para los cuales la acción común se revela como más eficaz que la desarrollada por los estados que actúan separadamente: el mercado interno, la moneda, la cohesión económica y social, la política de empleo, la tutela del medio ambiente, la política exterior y de defensa, la creación de un espacio de libertad y de seguridad.
Actualmente, la Unión Europea, instituida con el tratado de Maastricht como superación y evolución de la más simple y reductiva Comunidad Económica, constituye la forma más avanzada de integración jamás alcanzada. El camino para llegar a la Unión ha vivido etapas importantes marcadas por decisiones políticas que casi siempre se han visto acompañadas por la creación de nuevas instituciones. Hasta hoy Europa ha creado ante todo organismos importantes con capacidad de actuación en los sectores económico, social, de los derechos de los ciudadanos y de las relaciones exteriores de los quince estados miembros. El tratado de París, que dio vida a la CECA en 1951, y los de Roma, que instituyeron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea para la Energía Atómica (EURATOM) en 1957, modificados en 1986 por el Acta única europea, en 1992 por el tratado sobre la Unión Europea de Maastricht y, por último, por el tratado de Amsterdam firmado en 1997, son los cimientos constitucionales de la arquitectura europea, que crea entre los países miembros vínculos jurídicos que van mucho más allá de las normales relaciones contractuales existentes entre estados soberanos. La Unión Europea produce por sí misma una legislación que se aplica directamente a los ciudadanos europeos y crea derechos específicos a su favor: basta pensar en el Libro V del Código Civil italiano, transformado casi por completo por las normativas comunitarias.
Signo europeo
Dado que muchas decisiones tomadas en la sede europea son aplicadas a los ciudadanos y las empresas a través de instrumentos nacionales (por ejemplo, las directivas comunitarias y buena parte de las ayudas financieras), generalmente, a excepción de quienes realizan esos trabajos, no nos damos cuenta de su procedencia. La moneda única, desde este punto de vista, es el primer signo integralmente europeo que nos toca a todos.
Ciertamente, la Unión Europea se resiente hoy día de la ausencia de una política exterior común (basta mirar a la inadecuada gestión política de la crisis de los Balcanes) y es una necesidad real la de alcanzar un sistema común de defensa. Pero para llevar esto a cabo es necesario primero otorgar una mayor validez política a las principales instituciones comunitarias. El Parlamento europeo, por ejemplo, la única institución cuyos miembros son elegidos directamente y con método proporcional por los ciudadanos, debería poder condicionar más ampliamente la actividad legislativa (hoy en las manos del Consejo y de la Comisión) y de gobierno (ejercida desde la Comisión). Éste es el único modo de llevar a cabo una política de desarrollo que no se preocupe sólo de ajustar los diferentes intereses nacionales, sino también de abrir nuevas perspectivas capaces de pensar Europa de modo unitario. De otro modo, la ampliación a los diez países de la Europa Central y Oriental y a Chipre, cuyas negociaciones para la adhesión ha puesto en marcha el Consejo europeo de Luxemburgo del 13 de diciembre de 1997, no hará más que complicar los problemas actuales ligados inevitablemente sólo a la cantidad que cada estado miembro da a la Unión y a la cantidad que recibe a cambio. La Agenda 2000, que es el documento base elaborado por la Comisión europea y a partir del cual se están definiendo en estos meses las políticas de apoyo a la economía para los próximos seis años, ya se resiente de tal actitud.
Un modelo y sus valores
Un ejemplo. Para continuar con la cuestión económica, el 99,8% de los 17,9 millones de empresas de la Unión Europea son pequeñas y medianas (con el 66% de la mano de obra privada y el 56,2% del volumen total de negocios). Pensar en cómo ayudarlas a renovarse y a crecer no quiere decir sólo dar incentivos a mansalva, sino también reconsiderar la presión fiscal y el coste del trabajo, ocuparse de nuevos instrumentos financieros, de formación, de simplificación del ambiente administrativo, de investigación e innovación.
Dicho todo esto, queda todavía un problema fundamental. Conscientes de la importancia de la economía y, por tanto, de tener un euro fuerte, y conscientes de que la paz es un bien precioso no garantizado de una vez para siempre, es preciso, ante todo, tener claro qué tipo de modelo económico y social queremos y sobre qué valores debe fundarse. Sin una nueva síntesis cultural es imposible construir nada en el tiempo sin que se vea trastornado por los problemas contingentes que de cuando en cuando van surgiendo. No soy capaz de decir si será mejor, por citar un esquema muy en boga, el denominado modelo renano de la economía social y los pequeños pasos, o el modelo americano, centrado en las lógicas más extremas del mercado y de los resultados inmediatos. Seguramente, Miterrand tenía una idea sintética de Europa, al igual que el ex-canciller Kohl. Actualmente, más allá de las obligadas evocaciones de Adenauer, Schuman y De Gasperi, reconocidos por todos como los padres fundadores, cuesta trabajo reconocer ideas-guía tanto en líderes como en movimientos políticos. Cómo queremos vivir en el próximo milenio no es cosa de poco, es una cuestión que atañe a cada uno de nosotros y que se decide hoy.
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