Cuando nos reunimos con el grupo «Fe i Cultura», en junio pasado, para hacer el plan de este curso y propuse un encuentro sobre los movimientos, no pensaba que habría provocado tanto “movimiento”. Aún estaba viva en nosotros la impresión del encuentro del Papa con todos los movimientos en Roma. Seguían resonando las palabras: «El protagonista de la historia es el mendigo: Cristo mendigo del corazón del hombre y el corazón del hombre mendigo de Cristo».
La propuesta se aceptó y se nos encargó la organización del acto en colaboración con los demás movimientos para el mes de enero. Sólo faltaba el ponente. Pensamos en Javier Prades y se concretó que el título fuera: «La realidad de los movimientos en la Iglesia particular y en la Iglesia universal».
Una realidad viva
El día del encuentro nos quedamos sorprendidos por la participación: más de 200 personas. Presidía el Cardenal de Barcelona Mons. Ricard M Carles. Había estudiantes del Colegio Pare Manyanet, donde se celebró el acto, universitarios, teólogos y empresarios, responsables y miembros de los movimientos, sacerdotes, profesores universitarios, así como responsables de la Pastoral diocesana de Laicos.
La introducción fue a cargo del Sr. Cardenal, quien recordó que en una ciudad secularizada como Barcelona la tarea fundamental de la Iglesia es evangelizar y que más que preguntarnos lo qué debemos hacer, debemos preguntarnos: ¿quiénes somos?
La conferencia
Javier nos dejó boquiabiertos saludando a la audiencia con un catalán más que satisfactorio y yendo enseguida a lo esencial: la pertenencia común a la Iglesia es más grande que cualquier diferencia cultural o lingüística, y por esto sabe valorar a las diferentes culturas. Empezó recordando que una actitud de «afecto o de estima personal» hacia los movimientos es valiosa pero no es suficiente: hay que entender las razones de esta estima. Es necesario llegar a entender que los movimientos no son realidades separadas de las diócesis y las parroquias. Para ello puede ayudar la expresión de Juan Pablo II: «La Iglesia misma es en cierto sentido un movimiento». Remitió a las intervenciones de Roma en mayo pasado para explicar esta fórmula.
«La frase significa que en la Iglesia la tradición viviente asegura [...] el encuentro entre el acontecimiento de Cristo y la libertad concreta de cada hombre en el hoy de la historia. Hombres de razas, culturas, lenguas distintas, en épocas y en sitios muy distintos, se han adherido por gracia al acontecimiento de Cristo y lo han propuesto a otros […] porque la tradición se fundamenta sobre una experiencia siempre en acto».
Dimensiones coesenciales
Aunque hay que reconocer una prioridad a «la dimensión universal de la Iglesia católica en cuanto es coesencial a la naturaleza del acontecimiento de Cristo y a la lógica sacramental de su transmisión [...] es necesario que el dinamismo de la Iglesia se exprese a través de una dimensión particular». «La Iglesia de Cristo está misteriosamente toda ella en cada miembro». Por lo tanto, respecto a los movimientos, nacidos de carismas concretos, «no parece razonable quererlos colocar en la Iglesia particular o en la Iglesia universal y mucho menos contraponer ambos aspectos», porque se refieren «a la Iglesia como tal, en su dimensión universal y particular».
El Hecho cristiano «sale al encuentro de la libertad de los hombres, con toda la variedad pensable de temperamentos, de sensibilidades y los llama a una decisión». «La libertad no es abandonada a sí misma, sino que el Espíritu Santo sostiene ulteriormente el camino de los que se adhieren a Cristo a través de otros dones o carismas» que sirven a la edificación común, «porque facilitan persuasivamente a la libertad la adhesión al contenido de la traditio que es el acontecimiento mismo de Cristo». Esta ayuda permite comprender también que «en la vida eclesial la dimensión carismática y la dimensión institucional son coesenciales». Los carismas son «factores en la autorrealización de la Iglesia».
El debate
El diálogo a continuación fue especialmente vivo e interesante, y durante más de una hora surgieron multitud de preguntas de los asistentes, hasta que se tuvo que acabar por razones de tiempo. Al usar palabras como tradición, libertad, razón, obediencia, afecto, sacramento, Prades les devolvía valor y vida, porque explicándolas vencía prejuicios y posturas superficiales. Habló con sencillez y con pasión humana.
Centró el diálogo sobre la realidad de los movimientos y a todos les quedó claro, por activa y por pasiva, que la Iglesia misma es movimiento y que en sí no tiene por qué articularse ninguna controversia entre Iglesia universal y local, y la pertenencia a algún movimiento: la Iglesia es el acontecimiento de Cristo para los hombres en el hoy de la Historia.
El gusto por las razones
Un profesor de bachillerato comentó: «Me impresionó doblemente: por la claridad de la conferencia, por una parte, y, por otra, porque todos percibimos que lo que decía era fruto de su experiencia personal, de haber aprendido en Comunión y Liberación a amar a la Iglesia de Cristo». Germán contaba que las reacciones de sus familiares le habían sorprendido particularmente. Todos habían reflejado el reconocimiento de una belleza al comunicar la verdad de nuestra pertenencia eclesial. «Esto me ha permitido caer en la cuenta de que nuestra compañía se genera a través de personas en las cuales brilla la verdad».
Una posición auténtica, que se deja interpelar por lo que encuentra sin juzgarlo de antemano, que abraza lo humano y reconoce lo positivo donde esté, devuelve el gusto de la racionabilidad de seguir a Cristo, más que tantos razonamientos o mediaciones. Porque nosotros, como los discípulos de Emaús, nos ponemos en marcha sólo por un dato indudable: la experiencia tangible de una Presencia.
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