Un año de trabajo en la mayor agencia de jingles publicitarios de Manhattan. Junto con David Horowitz, su mujer Jean y su banda, vivir la aventura de “hacer juntos” que multiplica creatividad y energía
Cuando conocí el movimiento me percaté en seguida de que aquella era la posibilidad que se me brindaba para poder vivir. Vivir no en el sentido “espiritual”, sino como hombre. Antes me encontraba incapacitado para resolver los problemas del trabajo, las relaciones que allí se daban, y llevar adelante la relación con mi jefe o con los clientes, que era bastante compleja. Pensaba: «No sé cómo hacerlo. No lo lograré». Lo comentaba con mis amigos, les preguntaba cómo afrontarlo y buscábamos soluciones. Había detalles que no conseguía enfocar bien. De no ser por algunos amigos me habría perdido. Sin embargo, ellos me ayudaron a permanecer en mi situación laboral, a cambiar de mentalidad y a entender que ese era mi lugar.
Empecé a trabajar mejor, a asumir más responsabilidad, a estar más vivo en la oficina, a construir una unidad entre los compañeros y a afrontar las cosas con ciertos criterios. No podía resolver determinados problemas, pero podía ayudar a las personas que estaban conmigo. En primer lugar, a Ted y David, que tienen una percepción de lo humano increíble. Juntos comprendimos la posibilidad que se nos brindaba. Poco a poco la oficina se ha convertido en un lugar de amistad y hemos empezado a juzgar los detalles del trabajo a partir de mi experiencia en el movimiento. Durante las reuniones de trabajo, alguno se levantaba y decía: «Jonathan dice que el movimiento plantea esto o aquello» (¡Podéis imaginar la risa!). Entonces Ted añadía: «Dejadme explicar...». A mí me entraba el pánico o me enfadaba, pero Ted continuaba, dando forma a su pensamiento y lo integraba en el trabajo y la estrategia que andábamos buscando. Entre músicos normalmente es difícil hacer estrategias, pero nosotros lo intentábamos.
Lo más conmovedor para mí es que ahora mis mejores amigos son también los mejores amigos de David o Jean, o están a punto de serlo. Pasamos nuestro tiempo libre juntos y trabajamos de forma distinta.
Gratis al Meeting
Lo que ocurrió el verano pasado es algo increíble: una agencia de publicidad de gran renombre como la David Horowitz Associates cerró en agosto sus oficinas durante dos semanas – que normalmente son semanas de duro trabajo – para que pudiéramos ir a Rímini y tocar en un concierto para el Meeting. ¡Gratis!. ¡Esto es algo milagroso! Nunca ha pasado algo semejante. Al final todo funcionó, y hasta trabajamos algo en esos días.
A la vuelta recibimos muchos encargos. Los autores estaban trabajando con dos o tres encargos a la vez y nos faltaba tiempo para comentar las cosas juntos. A uno de ellos le encargaron un trabajo muy complicado y el hombre se encontraba algo agobiado. Pidió ayuda a los otros y en un determinado momento entró en mi despacho y exclamó: «¡Ya lo tengo! Aquí está el problema: no podemos responder a lo que se nos pide solos, debemos estar por lo menos dos con los clientes; debemos trabajar juntos».
Una mina de creatividad
Así el trabajo y la capacidad de crear se multiplicaron. Y el cambio de David también se acrecentó. Empezó a estar mucho más con nosotros y a emprender iniciativas constantemente. David nos azuza para que no nos contentemos con nuestras pequeñas soluciones que serían la muerte de una empresa de publicidad como la nuestra. Entra en mi despacho a ver lo que estoy haciendo y me dice: «¿Por qué no pruebas esto?», o «Cambia lo otro». Pero lo mejor es que no te deja tirado sino que toma las riendas y te acompaña más adelante. Estar juntos resulta más importante que responder a todos los encargos o ser la mejor agencia de publicidad de Nueva York, como de hecho somos.
Este año, el Christmas Party fue una verdadera fiesta para mí: estuvimos cantando villancicos, compartimos una espléndida mesa y recordamos los momentos del Meeting de este verano. Algunos clientes nuestros estaban allí muy sorprendidos.
Por último quiero decir que el trabajo realmente no se acaba nunca porque es vivir la realidad estando siempre frente al Misterio. Yo veo aún más mis límites y debilidades, e incluso a veces tengo la impresión de que mis capacidades han disminuido. Sólo por un milagro puedo afrontar situaciones que antes no podía ni imaginar. Lo que busco para mis hijos, para mi matrimonio y para todo lo que hago es estar lleno de esta posibilidad. l
La pista de los pioneros hacia... ¿la muerte?
Exactamente 35 años después del shock repentino en los Estados Unidos de América por la muerte de John Kennedy, millones de personas han visto un reportaje donde el doctor Jack Kevorkian inyecta un compuesto químico a un enfermo terminal para acelerarle la muerte. Muchos han quedado traumatizados, algunos satisfechos. A nosotros se nos ha planteado una pregunta radical: ¿la vida vale siempre la pena de ser vivida, o bien sus condiciones pueden llegar a ser tan terribles como para hacerle perder su valor?
¿Cuál es nuestra experiencia de vida? «Es la de una cadena de momentos de satisfacción y de insatisfacción». Mirando nuestra vida vemos que en lo más profundo, en lo más íntimo, hay un deseo: deseo de verdad y de justicia, de bondad y belleza, de amor, en definitiva, un deseo de felicidad. Para nosotros está claro que en el centro de nuestra vida late un corazón, un corazón humano que siempre desea que todo sea grande y satisfactorio.
De todos modos no somos ingenuos. Junto a nuestra experiencia de belleza y alegría, también conocemos la desilusión y el sufrimiento que nos invaden al suspender un examen, asistir a clases aburridas, tener un padre gravemente enfermo o perder un familiar querido. La lista podría continuar sin fin.
Sin embargo, hubo un tiempo en que un hombre caminó por la tierra y tuvo la audacia de decir a una viuda que acababa de perder a su único hijo: «Mujer, no llores». ¿Cómo pudo decir esto, cómo pudo decirle algo semejante a una persona que no tenía nada más en la vida? Pudo hablar de este modo porque Él es la razón de la vida. Él es la verdad, la justicia, la belleza, la bondad, el amor y la felicidad. Y está presente en nuestra amistad, esa amistad que en su horizonte más amplio es la Iglesia. Estando con Él nosotros entendemos que en la vida todo – la alegría y el sufrimiento, como el de aquel hombre que fue asesinado ante nuestros ojos – todo vale siempre la pena de ser vivido. Tanto que con San Pablo decimos: «Ya vivamos, ya muramos somos del Señor».
Comunión y Liberación
Felicidades Mr. Clinton
Felicidades Mr. Hussein
En estos últimos días antes de Navidad nuestra nación está atravesando un momento de presión terrible: el impeachment de William Jefferson Clinton y el simultáneo bombardeo de Iraq. Vemos una analogía entre estos dos hechos: ambos tienen en la raíz un deseo de que se haga justicia. En realidad, la pasión, la rabia y el jaleo que estos hechos provocan en nuestro país, prescindiendo de la opinión de cada uno, nacen de un deseo de justicia.
Reconocemos esta pasión porque la vemos en nosotros mismos cuando pretendemos una nota justa en un examen o una justa retribución por nuestro trabajo, o que nuestros padres o amigos nos traten de un modo correcto.
Nos sorprende también cómo, tanto en la nación o como en nuestra vida personal, el deseo de justicia se traduce tan fácilmente en violencia. El deseo de justicia a menudo se materializa en violencia, tanto la de todo el procedimiento de impeachment como la del bombardeo de Iraq, o la violencia más cotidiana de alzarse contra los padres.
Queremos afirmar que poner la esperanza en una justicia que venga de algo puramente humano, y en consecuencia de cualquier Gobierno o Estado, es inútil.
El que sólo es justo ha emitido su justo juicio sobre todos nosotros en estos días viniendo entre nosotros como un niño que sufrió nuestra violencia para revelar su misericordia amorosa. La justicia de Dios es misericordia.
Y esta misericordia nace nuevamente cada día en aquel pesebre medio derruido, humilde, que está presente en el mundo y que es nuestra comunidad: la Iglesia.
Así nosotros osamos decir al mundo y a nuestra nación: no os miréis a vosotros mismos pretendiendo hacer justicia, mirad aquel pesebre en este tiempo que nos da esperanza: la Navidad.
Comunión y Liberación
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