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Huellas N.2, Febrero 1999

FRANCIA

Libertad de pensamiento en París

Claudio Mesoniat

Presentada en la UNESCO la edición francesa del libro de don Giussani La conciencia religiosa del hombre moderno, publicada por “Editions du Cerf”. Con Scola y Brague, gracias al Observador permanente de la Santa Sede. Realidad, experiencia y razón en el centro de la velada


En el emblema de la UNESCO (el organismo de Naciones Unidas encargado de la difusión de la cultura) las siglas se encuentran bajo el techo de un templo estilizado. Podría parecer una iglesia. Pero ¿por qué, en cambio, lo primero que nos viene a la mente es un templo laico? ¿Es quizá porque la cultura ha abandonado a la Iglesia, o es la Iglesia la que ha abandonado la cultura? Nos encontramos tan solo en el comienzo de una velada que podría trastocar muchos prejuicios. Un cartel informa de que Editions du Cerf y Comunión y Liberación invitan a la presentación de un libro de don Giussani, La conscience religieuse de l’homme moderne. Las ediciones Cerf son la más importante y autorizada editorial católica francesa. Después del encuentro del 30 de mayo en Roma entre el Papa y los movimientos – me explica Silvio, organizador de la velada – se produjo una aceleración en el interés operativo de Cerf, y en pocos meses estuvo preparada la traducción de este libro-conferencia de don Giussani. También se intensificó el fervor preparativo bajo la dirección de monseñor Lorenzo Frana, Observador Permanente de la Santa Sede en la Unesco, que camina contento como un niño por los corredores enormes y un poco fríos de este Areópago del siglo veinte (como lo denominó Juan Pablo II durante su visita en 1980).

En el Areópago del mundo
Frente a la Sala 4, en torno a las mesas preparadas para acoger a los invitados, el ambiente se caldea. Eclesiásticos y profesores ilustres se ven envueltos por la atención y la cordialidad de jóvenes que parecen felices de poderles conducir, esta tarde, al corazón de su vida. El encuentro con don Giussani ha comenzado ya. Después la sala se llena como nadie esperaba y quizá como nadie haya visto nunca. La sala tiene un aforo de 350 personas, que se colma por completo. Se encuentran presentes los delegados de una decena de países representados en la Unesco. Además, el rector del Institut Catholique, monseñor Patrick Valdrini, el padre Bernard de Margerie, considerado el mayor especialista de la actualidad en Santo Tomás, dominicos y jesuitas, y también estudiosos y profesores que pertenecen al reducido entorno del cardenal Lustiger. Hay gente de movimientos eclesiásticos y periodistas de la prensa católica (desde La Croix a France catholique). También asiste François Claudel, nieto del escritor. Esta relación de asistentes, totalmente resumida, hace evidente un hecho: esta vez, para entender a don Giussani, se ha movilizado verdaderamente la intelectualidad católica parisina. Y frente a los herederos refinados y exigentes de aquellos grandes personajes (Péguy, Mounier, Claudel), que siguen haciendo merecedora a Francia del apelativo de «hija mayor de la Iglesia católica», se encuentra el rector de la Universidad Pontificia Lateranense, monseñor Angelo Scola. Éste empieza rápidamente a derribar un concepto intelectualista de cultura (y por tanto de teología) empleando los instrumentos conceptuales del más actual oficio teológico. No sólo por hablar el lenguaje de los que escuchan (Pablo docet), sino sobre todo porque se trata de comprender que no se puede hacer teología si no es – según la expresión de don Giussani – como «autoconciencia sistemática y crítica de una experiencia de fe en acto, y por esto de un compromiso con el misterio de Cristo y de la Iglesia; por tanto de una pasión por la salvación del mundo» (Pablo, otra vez, docet). Lo que afirma monseñor Scola desautoriza una visión débil pero extendida de los movimientos como expresiones vitalistas e irreflexivas de un cierto amor a la Iglesia. Si la cultura no es un asunto de académicos, sino pan para el deseo más grande de todo hombre, entonces se entiende la razón que indujo a don Giussani a dejar, en 1954, una cátedra de teología de excepcional prestigio para dedicarse a un oscuro trabajo pastoral con estudiantes.

Modernidad y hecho cristiano
Scola avanza por tanto en la «tentativa de reconstruir el mosaico del núcleo teorético de Giussani», señalando sus principales piezas. Aquí el cronista remite humildemente a la versión íntegra de la intervención, de próxima aparición en esta misma revista. Dos notas únicamente. Scola vuelve a dibujar, en una primera parte unida al texto que constituye el punto de partida de la velada, la parábola de la modernidad, «cuyo cúlmen coincide con el que se define como síndrome de optimismo, pero que en su decadencia presenta los rasgos de una antropología de la disolución». Pero pone rápidamente en guardia ante los que reconducen el pensamiento de don Giussani a la categoría de “anti-moderno”. «No se comprendería a Giussani», advierte Scola, «al margen de conceptos clave concebidos según la sensibilidad moderna, como los de experiencia, libertad – cuyo primado existencial se afirma constantemente -, verdad como evento, conocimiento como algo conectado estructuralmente con el afecto...». En suma, la riqueza del pensamiento giussaniano no se captaría en su plenitud sin «reconocer el peso que tienen en él las más importantes categorías del debate filosófico-teológico actual». Scola lee a Giussani a través de su propia sensibilidad teorética, templada en el ámbito de la obra de von Balthasar (es central la categoría de “antropología dramática”). Y llega a una propuesta bastante comprometida: situar el pensamiento de don Giussani entre los pocos que en esta época tienen un carácter de auténtica originalidad dentro de la tradición católica. Un pensamiento manantial. «No puede considerarse la desembocadura como el resultado de muchos afluentes, sino que es precisamente manantial. Ni siquiera los pensadores y las corrientes que han concurrido en su formación, analizados en sí mismos y en su confluir articulado, explican la “forma” (Gestalt) del pensamiento giussaniano. Me permito en este sentido avanzar la propuesta de leer la obra de Giussani en la óptica de lo que Balthasar llamaba un “estilo” de pensamiento». Y Scola termina con un desafío: «¿Querrá la exquisita sensibilidad de la cultura francesa gustar de este agua genuina? Considerando además que un pensamiento originario, al igual que un número primo, no se puede descomponer: no es posible captarlo a través del entramado de la interpretación cuyo recorrido he efectuado. Para comprender a Giussani es necesario encontrarse directamente con Giussani».

Cuando nace un niño
Un desafío recogido esa misma tarde por una de las mejores cabezas pensantes de París. El profesor Rémy Brague, filósofo, amigo y consejero del Cardenal, explica lo que ha asimilado del libro de don Giussani, leído «con simpatía aunque no pertenezco a CL». Los primeros pasos parecen alentadores: «He retenido cuatro puntos con los que encuentro una sintonía completa. El primero es que el cristianismo no es algo verbal, no es doctrina ni mensaje. Es un hecho, una persona a la que hacer un sitio en la propia vida». Y menciona el ejemplo que pone don Giussani: es como el nacimiento de un hijo dentro de una familia: es necesario hacerle un sitio, cambia la fisonomía de la propia vida cotidiana. El segundo punto es una consecuencia de esto: «me he alegrado mucho - continúa Brague - al constatar que Giussani y yo consideramos el moralismo como uno de los principales enemigos». Cristo no ha venido para añadir leyes a las que ya nos aplastan. «No había necesidad de ellas, lo sabemos pues somos inadecuados a la moral». Tercer punto: el sentido de la vida debe volver a ser amigo de la vida. Finalmente Brague se lanza a una defensa de la razón en su integridad, en su capacidad de adaptarse a la realidad (no de deformarla), de corresponder al objeto por lo que éste es. Para cada tipo de realidad, explica, hay un modo de correspondencia. La fe es uno de los modos de “recolección” de la realidad. La actitud religiosa es la esencia de la razonabilidad. Por esto la fe es la defensa última de la razón. «Estoy contento -concluye Brague - de estar aquí, esta tarde, como filósofo». Por último toma la palabra monseñor Frana (ver recuadro). Trata de ser diplomático, quiere comunicar la alegría de quien esperaba desde hacía tiempo que en la UNESCO irrumpiera la cultura en toda su dramaticidad de búsqueda del sentido de la vida. Aquí, en el Areópago del mundo - dice - debemos hacernos como niños. Más aún (retoma el ejemplo de don Giussani), acoger la novedad como se acoge a un niño que nace, y que nos obliga a cambiar todo, y comienza a cambiar todo lo que se encuentra alrededor.
Sólo queda decir una cosa. La “gran” cultura laica parisina, ¿dónde estaba? ¿Quién sabe? Quizá degustando ostras en algún restaurante a orillas del Sena. A los católicos franceses les corresponde la afortunada tarea de sacarla de sus arraigados prejuicios.

Genius humanum arte et ratione vivit
Las palabras de monseñor Lorenzo Frana, Observador permanente de la Santa Sede en la UNESCO, durante la presentación de La conscience religieuse de l’homme moderne

Agradezco mucho vuestra presencia, la del profesor Brague y la de Su Excelencia monseñor Angelo Scola. Os he escuchado con atención particular, pero un diablillo ha entrado en mi cabeza y me ha sugerido: «Pero, ¿son dignos estos discursos de la UNESCO? Y, ¿la UNESCO es digna de estos discursos?». Creo que se puede dar una respuesta afirmativa a las dos preguntas. Vosotros habéis honrado a la UNESCO pronunciando discursos de extraordinario valor. Y esta pobre UNESCO debería aprender un poco más – ya que el Papa la definió como el Areópago del mundo –, debería reflexionar un poco más y, de este modo, no planear proyectos propios, sino dar ideas. Quiero decir, no correr detrás de novedades, sino profundizar en todas las realidades que pertenecen a nuestra sociedad; mejor dicho, en las realidades del hombre. Su Excelencia ha recordado las palabras del Santo Padre aquí en la UNESCO, cuando dijo: Genius humanum arte et ratione vivit. Esta afirmación apremia mucho al Papa, tanto que la repitió cuatro o cinco veces antes de pronunciarla en esta sede. ¿Qué hemos escuchado esta tarde? ¿De qué se ha hablado de manera tan profunda? Exactamente de esta realidad: el grito humano mediante la razón pone en marcha la acción, y vive el hecho cristiano. Esto es lo importante y lo que debemos vivir. Escuchándoos, rememoraba frases del Evangelio, de san Pablo y de la Sagrada Escritura: las he entendido mejor, las he “visto”, si así puedo decir, encarnadas en el ser humano. El profesor Brague aludía al nacimiento de un niño y Jesús dice que debemos hacernos como niños. ¿Qué significa? El profesor nos decía que el nacimiento de un niño lo cambia todo a su alrededor, y si Jesús nos invita a ser como niños, esto significa que nos pide que a través de nuestras acciones y de nuestra vida, lleguemos a cambiar todo lo que nos rodea.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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