La situación del país africano en medio de una guerra que hace estragos entre la población. El silencio de Occidente ante esta tragedia. Los misioneros, única presencia de paz
La realidad despierta al yo sólo cuando se entiende como un signo. La tragedia de Sierra Leona recorre como algo indescifrable las pantallas y las páginas de los periódicos como una película de terror que ya hemos visto muchas veces. Ni siquiera el que algunos misioneros hayan sido secuestrados un día si y otro también sirve para llamar la atención. El descuido del yo, o bien, la distracción moderna de la que los medios de comunicación son, a la vez, fieles intérpretes y alentadores, nos convierte en mirones interesados sólo por el lado espectacular de la realidad, en este caso un espectáculo de terror. La razón se vuelve perezosa y atribuye todo a las insondables profundidades africanas y a las remotas crueldades tribales.
Y sin embargo, los signos son elocuentes y nos sitúan en la dirección adecuada para comprender. Las guerras civiles manifiestan una crisis profunda de las instituciones de una determinada sociedad y la de Sierra Leona no es ciertamente una desgracia imprevista. Desde hace años, el Africa subsahariana está atormentada por conflictos internos que, a veces, se transforman en conflictos entre Estados (actualmente son una quincena). Hay un problema evidente que concierne a la legitimidad del poder político y a la naturaleza del Estado en muchos países del continente. Otra señal inequívoca, no sólo en Sierra Leona, sino en casi todos los conflictos africanos es la ausencia de la población civil en la guerra. En Freetown estaban a punto de ganar los “malos”, una horda compuesta por guerrilleros que han mutilado a centenares de civiles en el campo, a golpistas, desertores del ejército y niños soldado. Pero para detenerles había casi solamente soldados extranjeros: nigerianos y ghaneses del Ecomog, la fuerza africana de interposición que en febrero de hace un año entregó el poder al presidente Kabbah y que desde entonces le ha apoyado. También las milicias étnicas filo presidenciales están compuestas en gran parte por niños soldados, lo cual confirma que las personas maduras no se dejan arrastrar a una lucha a muerte que sienten ajena. El pueblo no participa en la guerra porque no se reconoce en las instituciones.
Mera maniobra política
Las sistemáticas atrocidades contra los civiles representan la tercera señal inequívoca. Los rebeldes han dejado a su paso un reguero de miembros mutilados. La repulsión de estas atrocidades, que a nosotros los europeos nos recuerda pesadillas de siglos pasados, amenaza con ocultar el sentido de semejante horror. No se trata de una mera explosión de pulsiones primitivas, sino de una maniobra política deliberada. El mensaje es: «El presidente y los soldados nigerianos no son capaces de defenderos, como veis los más fuertes somos nosotros, someteos». Conscientes de la fragilidad de las instituciones políticas y de la disgregación social, los rebeldes no buscan una legitimación basada en el consenso, sino en el terror y en el poder del más fuerte. De los signos que hemos enumerado se deducen dos cosas. La primera es la naturaleza artificial del Estado moderno en Africa, construido por las potencias coloniales en virtud de entidades políticas y humanas para nada acordes con las actuaciones históricas y culturales locales. Los sujetos políticos africanos no han rechazado el Estado moderno; es más, han tratado de adueñarse de él para convertirlo en un instrumento de enriquecimiento personal y de grupo. Y aquí interviene la segunda constatación: en Africa, la guerra ha sustituido completamente a la política como instrumento para producir la legitimidad del poder y se ha convertido también en la base de cualquier actividad económica. Como escribió hace poco el Africanista francés Jean Françoise Bayart: «La estabilidad de la guerra... es un auténtico régimen que organiza la alternancia del poder, el acceso a las riquezas, la movilización política de los jóvenes, la legitimación de las autoridades, el cambio social en las relaciones entre los sexos y las diferentes generaciones, la modernización tecnológica, la afirmación de la economía monetaria, la integración en la economía mundial, la difusión de las modas culturales de la gran aldea global y su reinvención por parte de los actores locales».
Un Estado artificial
En la historia de Sierra Leona, desde la independencia hasta nuestros días, se encuentran todos los elementos a los que hemos aludido. Sierra Leona, que hasta 1961 era una colonia británica, nació como un Estado artificial porque es la unión de la capital Freetown y de las regiones costeras habitadas por esclavos originarios de toda el Africa occidental, provenientes de las Américas, con el territorio del interior habitado por etnias indígenas. Africanos «anglosajonizados» y africanos «puros» se encontraron conviviendo en un único Estado. Es el mismo problema que tiene Liberia y semejante al de Angola (afro portugueses e indígenas) y a los de todos los países del Golfo de Guinea: Togo, Benin, Nigeria, Camerún, etcétera. Países en donde entre los habitantes del norte y del sur hay tantas diferencias como entre un siciliano y un ruso.
Sierra Leona, por tanto, ha sido gobernada siempre como una periferia de Freetown, dominada por las élites anglosajonizadas que hacían sus negocios con los comerciantes libaneses y con las compañías mineras anglosajonas (diamantes). La guerra civil de la fronteriza Liberia ha contribuido a poner en crisis el precario equilibrio: para vengarse del apoyo Sierra Leones al presidente liberiano Samuel Doe, el jefe de los rebeldes, Charles Taylor, promovió el nacimiento de una guerrilla Sierra Leonesa, el Frente Revolucionario Unido (RUF). Para hacer frente a la guerra, Sierra Leona tuvo que aumentar los efectivos de su pequeño ejército, pero las malas condiciones de vida y los retrasos en los pagos de los salarios empujaron al agitado ejército a derrocar al gobierno civil y a tomar el poder. Se sucedieron varios gobiernos militares hasta que, hace dos años, fue restituido el poder a los civiles con elecciones libres que llevaron a la presidencia a Ahmed Tejan Kabbah. Éste trató de reducir la influencia de los militares y estos, por reacción, se aliaron a los viejos adversarios del RUF y tomaron el poder mediante otro golpe de estado.
La ofensiva
Entonces la comunidad de los países de Africa occidental intervino con una expedición, formada en el 90% por soldados nigerianos, que le devolvió el poder a Kabbah. Pero esto duró pocos meses: los guerrilleros y el resto del ejército golpista se reorganizaron y pasaron a la ofensiva. Lo demás forma parte de la historia de nuestros días.
En esta guerra, la balanza militar se inclina siempre hacia una parte o la otra dependiendo de las intervenciones exteriores. En el 95, la Junta militar había casi vencido al RUF gracias a la intervención de mercenarios sudafricanos, pagados después con concesiones mineras. A principios del 98 Kabbah, que había sido depuesto, volvió al poder gracias a las bayonetas nigerianas y al armamento y servicio de inteligencia británico.
La ofensiva del RUF y de los militares de enero fue posible gracias al apoyo de Charles Taylor, mientras tanto convertido en presidente de Liberia, que aportó armas y mercenarios ucranianos. Ahora ya sólo queda esperar el próximo asalto guerrillero de la que parece la guerra de los Treinta años africana. Igual que hace trescientos años en Europa, también hoy los Estados se construyen a base de hierro y fuego, sin tener en cuenta el sufrimiento humano.
Comunicado de prensa
Sierra Leona: CL pide a D’Alema y a Dini, al Parlamento Europeo y a la ONU que hagan todo lo posible por liberar a los misioneros secuestrados
Comunión y Liberación recoge la llamada de Juan Pablo II pronunciada durante la Audiencia general de esta mañana y la que acaba de llegar desde Sierra Leona de monseñor Giorgio Biguzzi, obispo de Makeni y presidente de la Conferencia Episcopal del país africano.
Juan Pablo II ha dicho: «Le pedimos a Dios con confianza renovada que allí donde abunda el odio haga sobreabundar su misericordia de Padre, despertando las conciencias de aquellos que guían el destino de los pueblos y moviendo el ánimo de todos hacia propósitos de paz. Un pensamiento de especial cercanía y solidaridad para el Arzobispo de Freetown y para las misioneras y misioneros secuestrados como rehenes por los combatientes en Sierra Leona a pesar de su infatigable dedicación al servicio de la población de ese país africano. Hago un llamamiento a los responsables para que, cuanto antes, sean puestos en libertad y puedan ejercer su ministerio de evangelización y de caridad».
Monseñor Giorgio Biguzzi ha lanzado este llamamiento: «Es imposible contar los muertos por las calles de la capital, pero son muchísimos. Familias enteras han sido desgarradas por la violencia y el terror. Recemos juntos por la paz con la certeza de que es un don que sólo Dios puede conceder. Pidamos también por el arzobispo monseñor Joseph Ganda y por todos los misioneros y misioneras secuestrados, para que el Señor les proteja en este momento de prueba y les conceda la gracia de la liberación. Pero pido también solidaridad para sacar del hambre a los centenares de miles de hombres y mujeres que están amenazados de muerte por inanición. Aquí en Freetown, la capital, escasean las medicinas y todo lo demás. Hay que darse prisa antes de que sea demasiado tarde. Aprovecho también la ocasión para dar gracias a todos aquellos que aman esta tierra y se están esforzando para que la reconciliación pueda sanar las heridas causadas por el odio y el egoísmo. Como obispo misionero no tengo oro ni plata, pero confío en la comunión con el Señor de los vivos y con todas las Iglesias de este continente y del mundo entero».
Por eso CL pide al Presidente del Consejo y al Ministro de Asuntos Exteriores italiano, al Presidente del Parlamento Europeo y al Secretario General de la ONU que hagan todo lo humanamente posible para obtener la liberación de los rehenes, para socorrer a la población víctima de la guerra y para devolver la paz a Sierra Leona. La petición al gobierno italiano la hacemos también como deber específico por los ciudadanos italianos implicados.
Oficina de prensa
Milán, 20 de enero de 1999.
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