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Huellas N.1, Enero 2005

CULTURA Grandes entrevistas / Pupi Avati

Toda persona es extraordinaria. Vivir es buscar la propia identidad

a cargo de Roberto Fontolan

Una vocación, la respuesta a una llamada. Esto es el talento que cada uno posee y debe descubrir. Es un poco como buscarse a uno mismo. Una búsqueda contra corriente, que fastidia al “sistema”. El cineasta Pupi Avati realiza una sincera introspección en esta entrevista

Pupi Avati nunca está de vacaciones, siempre trabaja. Tiene ahora una película a punto de estrenarse y en breve acometerá una nueva producción, de la que hablaremos más adelante. Los cineastas hablan siempre de lo que hacen; a Pupi Avati le gusta más hablar de los hallazgos de la vida («En mi laboratorio me uso sólo a mí mismo para mis experimentos») que después se convierten en cine, su “instrumento”. Es un cineasta prolífico y bulímico, ávido de existencia. En su biografía artística hallamos representados grandes momentos históricos, la intimidad de la familia, la psicología del amor o la provincia de Bolonia. A él, como decía Cioran, no le basta una sola vida. Y quizá el cine es una forma de acumular más vida, de vivirla más intensamente. Para lo que desde luego sirve es para indagar más en la propia y no perder ni siquiera un reflejo, ni una sola brizna. Y así, a los 66 años de edad, quiere reflexionar sobre la extraña e inusitada dicotomía pasión-talento. Y se verá a qué conclusiones llega la indagación de Avati. Este binomio es el corazón de una película, Ma quando arrivano le ragazze?, de inminente estreno, en cuyo reparto aparece un sorprendente Johnny Dorelli. Es la historia de dos amigos, dos músicos. Uno de ellos, todo talento; el otro, pasión. En la práctica, dos “Pupi Avati”: «Si a los 18 años me hubiera encontrado conmigo mismo a la edad que tengo hoy, si el Pupi Avati joven se hubiera encontrado con el Pupi Avati adulto, y este le hubiera contado lo que había aprendido de la vida, el joven habría ahorrado veinte años de ilusiones, alucinaciones, distorsiones y confusiones que lo han conducido hacia objetivos que no le eran propios, que nada tenían que ver con su identidad y su sensibilidad. El adulto le habría dicho: mira, hay una diferencia sustancial entre la pasión y el talento, la pasión no tiene nada que ver con el talento. Deseas ser un músico de Jazz, te gustan muchísimo las biografías de los músicos de jazz, te apasiona el jazz, te mueres por tocar el clarinete: no creas que es suficiente derrochar energía, determinación y obstinación para obtener un buen resultado. Si careces de talento, todo el esfuerzo y la energía que empleas no te servirán de nada. Te darás cuenta de ello cuando, de pronto, ante ti, aparezca alguien con talento y entonces el choque será inevitable, ineludible».

Resulta extraña esta separación, esta dialéctica. ¿Es que la pasión no enciende el talento? Pero, antes de nada, es necesario saber qué es el talento...
El talento es la vocación, la respuesta a una llamada. Y se expresa en ese “algo” que uno hace con extrema facilidad. El hecho es que cada uno, cada ser humano, es portador de talento. Todos somos extraordinarios, pero no lo sabemos. Es más, nadie nos lo hace saber. He aquí por qué Pupi Avati joven necesitaba encontrarse con Pupi Avati adulto: tendría que haber sabido que también él había sido escogido por Dios para algo, para “ese” algo, y no habría perdido ese tiempo de vida. Somos amados y la expresión de ese amor es el don que se nos concede. No usarlo es el mayor pecado que podemos cometer, no tanto contra Dios como contra lo humano: despreciamos lo más importante de lo que disponemos.

¿Puede detenerse un instante en esta idea de ser elegidos?
Todos somos elegidos. Todos somos portadores de talento: es una revolución, un vuelco total de la mentalidad corriente. Si digo elegido, imaginamos a una persona, a alguien “tocado” de un modo especial. Es muy difícil encontrar dos elegidos de esa clase. Pero en realidad no se trata de ese tipo de elección. Cada uno de nosotros constituye una excepción, cada cual tiene algo excepcional que decir, que comunicar a los demás. Todos somos una anomalía del sistema. Pero nos hacen creer que el talento es como una lotería, un rasgo extraordinario. La revolución es que lo excepcional es el don que a cada uno se le otorga. Y se desarrolla en el trabajo, en las elecciones profesionales; no es cuestión de genio artístico. Debemos estar satisfechos de lo que hacemos. Se nos debe retribuir por nuestro trabajo, claro está, pero la primera forma de retribución debe venir a través de nuestra labor; es el primer reconocimiento. Por medio de lo que hacemos decimos a los demás quiénes somos y si el instrumento que usamos tiene que ver con nuestro talento.

Pero si el talento tiene relación con la vocación, con el placer, la felicidad, ¿por qué es tan difícil reconocerlo?
¿Quién se plantea hoy este problema? ¿Quién busca su propio talento? En nuestro mundo se confunde la pasión con el talento, el empeño con el talento. Considero horrenda, incluso ofensiva, la definición que se hace de profesionalidad. Cuando me dicen “eres muy profesional”, me ofendo, porque si hay algo que no quiero es ser profesional. Es una forma de homologación a lo estándar a la que todos pueden llegar; es justo a lo que me refiero, pasión y empeño, pero no talento. El talento va más allá de la profesionalidad: es interpretar de un modo totalmente individual, aportar algo personal, lo cual significa salirse de los cánones de la profesionalidad, que son los de la estandarización.

En suma, no nos cuentan la verdad: cada uno de nosotros posee algo excepcional, pero se nos pide homologación, adecuación...
El sistema no contempla el talento, lo excluye. Es la cosa más difícil de incluir en un sistema. Representa lo que no controlas, la alteridad radical del ser humano. Es una locura que en ningún nivel educativo, en ningún momento de la educación y la formación, ni la familia, la escuela, la Iglesia o el Estado hagan hincapié en el talento, no se ocupen de él.

Pero, ¿por qué? ¿Acaso el talento es la trasgresión de las reglas?
No, eso es distorsionar la realidad. Se entiende así porque se nos hace pensar en él como en una rareza, algo infrecuente. Si, en cambio, se nos educara en la idea de que cada uno de nosotros tiene derecho de manifestarse a los demás a través de lo que hace, se lograría también una conquista social, produciría beneficios. Además, identificar el talento de cada persona lleva a recuperar la idea del otro, del prójimo en cuanto sujeto. El ser humano se convierte en más persona.

¿En el trabajo?
Normalmente las personas conviven unos 35 años con un trabajo en el que no creen. No se lamentan por terminar su vida activa y consideran que deben ser compensados. En cierto sentido creo que es mejor equivocarse de mujer que de trabajo. En el momento en que puedo decir que me expreso a través de un instrumento que coincide con lo que soy, llego a ser útil, aporto algo al otro. No hay que dejar de buscarse, de manifestar quién se es. San Anselmo decía que había que buscar la propia identidad, nuestro nombre. A este punto he llegado yo solo, he buscado insistentemente el secreto del talento. Por ejemplo, he leído muchísimas biografías, ávidamente, buscando la página que me explicase el quid. Sería necesario trabajar sobre la orientación, no sé, en la escuela... Las familias no se preocupan del talento. Somos fruto de una educación que vive la profesión como una condena, como una condición penosa: se trabaja con dolor y pesar.

Se nos anima a secundar la pasión cuando deberíamos buscar el talento. ¿La pasión no tiene que ver, entonces, con el talento? ¿Cómo podemos darnos cuenta de que vamos por el camino equivocado?
Es como no sentirse correspondido en el amor. En mi relación con la música, que de mis “no talentos” es el más llamativo, he encontrado todo tipo de obstáculos. La música hacía todo lo posible por rechazarme. Cambié de ruta y experimenté que el nuevo instrumento, el cine, me respondía, aprendía: en realidad aprendes lo que ya sabes, porque ya lo sabes, una parte de ti está predispuesta. El mayor error que cometemos es el de no buscarnos, no interrogarnos en un cierto momento del camino. No es una cuestión de edad, sino de coraje: de preguntar, de buscar donde sea, de iniciar un viaje.

El talento se ha malgastado, el tiempo se ha perdido. ¿Es irremediable atormentarse?
No quiero ser presuntuoso, pero me considero afortunado. No me he resignado a las primeras derrotas, no he renunciado al sueño que existe en cada uno de nosotros. Verás, cada ser humano lleva en sí una idea de inmortalidad; está convencido, ha vivido algún instante en la convicción de la inmortalidad. Hace falta reconocer este marco y partir de ahí. Yo lo comparo con la ascensión de una colina. Es una alegoría muy extendida en el mundo rural. La vida es como tener delante una gran colina: empiezas a subir sin saber qué hay al otro lado. Al principio de la ascensión te imaginas en las situaciones más fantásticas, sin pudor alguno. En un momento dado alcanzas la cima –eso no depende de la edad–. Desde ese momento, más que soñar e imaginar el futuro empiezas a recordar, a construir la vida a partir de los recuerdos y a disfrutar de ella. Es más: desde ese momento no se usa más la locución “para siempre”, mientras que antes la has usado impunemente, aplicándola a multitud de cosas. Tras haber alcanzado la cima, “para siempre” se aplica sólo a la muerte. La barquichuela comienza el viaje de vuelta a la casa del Padre y se inicia la ceremonia de los adioses.

¿Cree que no es necesario dar bandazos? ¿No es, quizá, indispensable perder esos veinte años?
No lo sé. Me pregunto por qué nadie reflexiona sobre el problema. Yo he llegado a estas conclusiones desde mi experiencia de hombre corriente: soy director de cine, sí, pero desempeño mi trabajo de un modo absolutamente normal, me mantengo a distancia de las lentejuelas y las candilejas. Acuden a mí muchos jóvenes, sobre todo para que les dé una coartada; me piden que les confirme algo que ya han decidido previamente: no hay ninguna posibilidad, se sigue adelante solo con subterfugios y recomendaciones. Quieren que les diga que el mundo es enemigo, que todo es terrible, que es imposible. Querría despertarles, hacer prender en ellos la idea del talento extraordinario. Esta idea vuelve a poner en marcha toda una existencia, vuelve a poner todo en juego.

¿Ha descubierto muchos talentos como director?
Yo no hago pruebas, me gusta tener encuentros. Hablamos de la vida, no de las películas. Me interesa más el ser humano que hay detrás del currículum.

¿Adónde le está llevando ahora su búsqueda? ¿Qué experimento está desarrollando en el laboratorio de sí mismo?
En febrero comenzaré a rodar una historia totalmente distinta: una historia de bondad ilimitada. He creado un personaje definitivamente bueno. También la bondad puede ser inmensa, no sólo la maldad. Piensa en una bondad inmensa: bueno, pues más aún.


BOX
Vida y obra
Paolo Perego

Giuseppe “Pupi” Avati nace en Bolonia
el 3 de noviembre de 1938. De familia burguesa, se licencia en Ciencias Políticas y seguidamente comienza a trabajar en una firma de congelados. En el tiempo libre se dedica apasionadamente a la música, en particular al jazz, como músico aficionado. Debuta en el mundo del cine en 1968 con el largometraje Balsamus, l’uomo de Satanas, una película un tanto al margen de la línea de producción cinematográfica italiana del momento, una mezcla de gótico y grotesco que se encuentra también en trabajos posteriores como Thomas (1969).
Del año 1976 es La casa con le finestre che ridono, insuperable filme de misterio ambientado en la llanura del Po.
Más tarde Avati trabajará en dos series televisivas de gran éxito, “Jazz band” (1978) y “Cinema!!!” (1979), de indudables rasgos autobiográficos con matices evocadores y nostálgicos: estos temas vuelven a aparecer en Le strelle nel fosso (1979), Una gita scolastica (1983) o en Festa di laurea (1985).
De 1980 es el filme Aiutami a sognare, gracias al cual Mariangela Melato fue galardonada con la Cinta de plata y el David de Donatello como mejor actriz.
Una de sus obras de mayor éxito fue Regalo di Natale (1986), de la que realiza una continuación en el 2003, La rivincita de Natale.
Otras obras importantes son Magnificat (1993), L’amico d’infanzia (1994), L’arcano incantatore (1997), Il testimone dello sposo (1997), La via degli angeli (1999), I cavalieri che fecero l’impresa (2001), soberbia adaptación de una novela suya, e Il cuore altrove (2003).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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