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Huellas N.02, Febrero 2025

PRIMER PLANO

«En clase con Giussani»

Anna Leonardi

Nacido en Canadá y educado en el protestantismo, ahora da clase en Australia. El teólogo Taylor Glass nos cuenta cómo se cruzó en el camino del sacerdote de Desio

Cuando en el verano de 2003 don Giussani recibió la visita del teólogo baptista Archie Spencer, que llegaba desde Canadá para conocerlo, entusiasmado después de haber leído sus libros en inglés, nadie podía imaginarse que aquel encuentro tocaría años más tarde la vida de Taylor Glass. En esa época era poco más que un chaval que crecía en una familia evangélica de Vancouver. Ahora tiene 37 años y da clase de teología en la Universidad de Notre Dame en Australia, concretamente en Perth, donde vive con su mujer y sus tres hijos. Hace cinco años, después de un periodo de reflexión y luchas internas por una serie de acontecimientos nada desdeñables para él, se convirtió al catolicismo. Él los llama pull factors, factores de atracción que le empujaron a dar ese paso y que superaban en cantidad y en vivacidad todos los push factors, motivos por los que vivía con insatisfacción la tradición en la que había crecido.

¿Cómo empezó este camino y por qué razones?
Mi padre era pastor evangélico. Crecí yendo todos los domingos a la iglesia, mi familia era muy devota. Me gradué en historia y luego hice el máster en teología. Después estuve dos años yendo a un seminario anglicano porque me surgió el deseo de ser cura. Pero cuanto más estudiaba, más veía que no podía seguir adelante. Cuanto más me adentraba en la historia de la Iglesia, más intuía que debía volver al abrazo del catolicismo. Estaba en juego la plenitud de mi fe. Fue un proceso lento, sufrido, pero decisivo porque lo viví como una llamada que nacía del deseo de ser cada vez más fiel a Cristo. Hace poco mis padres también volvieron a la Iglesia de Roma. Fueron dando sus pasos en Canadá y mi padre dejó de ser pastor… pero esa es otra historia.

Volviendo a la suya, ¿cómo conoció a don Giussani?
Archie Spencer me dio clase en la Universidad de Vancouver. Era un tipo excepcional, de vez en cuando mencionaba a un tal Giussani y un movimiento eclesial que había nacido en Italia y que también estaba presente en Norteamérica. Lo dijo alguna vez de pasada, pues tampoco tenía mucho que ver con su asignatura, él daba Trinitaria. Después me mudé a Australia con la chica que más tarde sería mi esposa. En esa época leía al teólogo inglés John Milbank, de la Universidad de Nottingham, y descubrí el libro Teología protestante americana de Giussani. Cuál fue mi sorpresa al ver que el prólogo del libro lo firmaba mi antiguo profesor Archie Spencer. Pensé: «Qué pena no haberle preguntado más en sus clases por este sacerdote increíble». Porque me acordaba de que había hecho alusión a un encuentro personal con él.

¿Y no tuvo forma de preguntárselo?
No, porque poco después fue Giussani quien “volvió” a mi camino.

Cuente.
Todavía no me había convertido. Mi amigo y colega Tom me invitó a una conferencia sobre 1968. La daba un profesor de literatura italiana, John Kinder. Toda su lección era sobre don Giussani. Entonces decidí que tenía que conocerlo. Tanto a Giussani como a John, quiero decir. Cuando me presenté a John, lo primero que me dijo fue: «¿Eres de Canadá? Pues en el verano de hace unos años, durante unas vacaciones en Italia, conocí a un teólogo protestante que también era de Canadá, estaba allí porque quería hablar con don Giussani». Obviamente era Archie Spencer. Pensé qué pequeño es el mundo, pero también qué grande es la vida. Ahora con John y Tom, ambos de la comunidad del movimiento aquí en Perth, somos amigos y compartimos, aparte de la vida, este gran amor por Giussani.

¿Qué es lo que más le llamó la atención de su pensamiento?
No es fácil responder. Pero por encima de todo diría la confianza total con que mira al otro. El destino último de todo ser humano es encontrar y conocer el amor de Dios. Es un concepto agustiniano, pero en Giussani lo encuentro especialmente vivo. No le daba ningún miedo todo el itinerario de conocimiento que debe hacer la fe. Estaba absolutamente seguro de que el corazón del hombre llegaría a la verdad última. Por eso desafiaba a sus interlocutores. Era un gran conocedor de lo humano, alguien que comprendía todo el valor de la razón. Es un ejemplo al que me refiero continuamente en mis clases.

¿Cómo se desarrollan sus clases? ¿Qué sucede con sus alumnos?
Concibo mis clases sobre todo como una provocación. Doy dos cursos de teología en la universidad, uno para alumnos del máster y el otro es obligatorio para los estudiantes de todas las facultades. Los alumnos de este último curso, en el mejor de los casos, son bastante indiferentes a los temas que propongo. Muchas veces, sobre todo en los que vienen de colegios cristianos, veo incluso cierta hostilidad. Giussani me ha enseñado a estar delante de esto. Les reto a darme razones de todo lo que piensan. Les invito a usar la razón de un modo no convencional sino como apertura a todos los factores. Y también a ir al fondo de las palabras que usamos. Para descubrir su significado más original. Ellos se sorprenden al darse cuenta de que la religiosidad no tiene que ver con actos piadosos sino que es la actitud del hombre que vive en busca de su significado. De hecho luego me dicen: «pero si es así, entonces me interesa».

¿Y luego qué pasa? ¿Hay quien permanece en la indiferencia o el escepticismo?
Aparte de mostrarme que el primero que tiene que vivir la clase soy yo, don Giussani me ha enseñado que en una relación educativa la libertad lo es todo. No se trata tanto de ir de puntillas sino que cada uno debe dar sus propios pasos. En este sentido, como dice Giussani, es un riesgo. Por eso les invito a que me digan cuando no están de acuerdo con lo que yo les digo. Para verificar juntos si sus convicciones se mantienen en pie. No están muy acostumbrados a hacerlo, pero lo valoran. Si no se da esta libertad, la relación educativa se vuelve coercitiva, como un intento de dominio, que al final acaba llevando a la desesperación, a una mirada sin esperanza.

¿Algún hecho que le haya impactado especialmente?
El año pasado pedí a mis alumnos un trabajo sobre la película Vida oculta, de Terrence Malick, que cuenta la historia de Franz Jägerstätter, un joven campesino austríaco ajusticiado por los nazis por negarse a jurar fidelidad al führer. Una alumna hizo un trabajo excelente. Le di la máxima nota, pero al margen le puse: «Enhorabuena, pero no estoy de acuerdo con el contenido. Creo que no lo has entendido. Sería bueno que lo habláramos».

¿Y lo hicieron?
Sí. Ella afirmaba que Franz en el fondo era un egoísta. Porque decidió sacrificarlo todo, su vida, su mujer y sus hijos, en nombre de un ideal abstracto. Ahí arrancó nuestra conversación. No puedo contarlo ahora todo, pero lo que me impactó es que al final de curso me escribió una carta diciéndome que nunca se había sentido mirada así: «Usted no quiere que yo le dé las “respuestas correctas”. Tampoco le basta con evaluarme. Usted me anima a razonar a fondo, a no quedarme en la superficie. Me he sentido yo misma, reconocida por lo que soy». Cuando veo estas chispas que saltan, este yo que se despierta al acoger la realidad en toda su plenitud, doy gracias por haberme cruzado en el camino que dio comienzo con Giussani.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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