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Huellas N.02, Febrero 2025

PRIMER PLANO

El mejor momento de la semana

Carmine Di Martino

Don Giussani y los universitarios. «Era exigente. Sentía por nosotros un afecto y una simpatía desarmantes, nos implicaba en su vida y nos animaba a arriesgar», recuerda uno de ellos, que siempre estuvo a su lado

Don Giussani sentía predilección por “el CLU” (Comunión y Liberación Universitarios) porque, como decía en 1978, «en el CLU» había visto «un renacimiento de experiencia tal como yo la siento, como yo la entiendo» (A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, p. 597). Su compromiso con los universitarios arranca en torno a 1975, con un grupito de la Católica, y durará más de veinte años, mientras su salud se lo permita (en 1998 participa por última vez en vivo en un encuentro nacional de responsables, llamado equipe). En ese arco de tiempo guía directamente esta experiencia y se implica en la vida de muchísimos de ellos, empezando por los responsables.
Para mí, las posibilidades de estar con Giussani se multiplican a partir de 1982, año en que me involucra en la guía (en el equipe de mayo me dijo: «Dima, estaría bien que te quedaras en la universidad investigando y que pudieras seguir la vida del CLU»). Desde entonces tuve la gracia de estrechar mi relación con él y poder verlo “en acción” en muchas situaciones: públicas, privadas, en grupos pequeños, en una mesa, trabajando, divirtiéndose, descansando, de viaje.
Giussani tenía un profundo sentido de la amistad y de la comunión, cuyo valor vivía y comunicaba. «Somos una sola cosa, Cristo nos ha puesto juntos como miembros del mismo cuerpo», decía citando a san Pablo. Sentía por nosotros una estima, un afecto y una simpatía desarmantes, nos implicaba en su vida y nos animaba a arriesgar.
Uno de los momentos en que esto se expresaba con mayor familiaridad era la comida semanal del CLU, a la que fue fiel hasta 1996. Nos veíamos todos los martes un par de horas, éramos unos quince responsables universitarios. «El mejor momento de la semana», decíamos. Comiendo y bebiendo, se discutía de todo. A Giussani le interesaba lo que pasaba en la vida de cada uno («¿cómo llevas la tesis?»), los pasos y problemas que surgían en las comunidades, profundizaba en los factores esenciales del camino y siempre estaba atento a lo que sucedía en el mundo. Todo ello mezclado con risas y bromas. De hecho, Giussani era un hombre muy simpático y dotado de un gran sentido del humor. El clima era familiar pero al mismo tiempo intenso, en tensión. Con él siempre estábamos como “en la cuerda floja” porque pasaba instantáneamente de una broma a una observación seria, a veces volvía sobre una cuestión que había dejado pendiente y nos interpelaba: «¿tú qué dices?». No te podías despistar, nunca aceptaba bajar el listón. Por su manera de estar con nosotros, respirábamos una unidad de vida y una tensión hacia el destino que no dejaba fuera nada. Notábamos su pasión por el cumplimiento de nuestra persona, por nuestro camino. Se preocupaba por nosotros más que nosotros mismos. Y nosotros respondíamos con una disposición filial abierta y apasionada, un deseo de identificarnos con la experiencia que él vivía, una profunda sed de relación que nos hacía buscar continuamente su compañía. Él no se retiraba. Se implicaba, se desgastaba, casi hasta languidecer por las limitaciones de tiempo y espacio.

Pero no solo era así con el grupito de responsables. Giussani entró en contacto personalmente con miles de universitarios. Se sabía el nombre de un montón de ellos y era asombrosa la cantidad de jóvenes con los que compartía la vida con una concreción sorprendente. No rehuía del peso de los problemas ni abandonaba al otro después de hablar con él, se preocupaba, buscaba la forma de salir discretamente al encuentro de su necesidad, ya estuviera relacionada con el estudio, la familia, la salud o el dinero, y movía cielo y tierra para ello («tal persona tiene esta necesidad, ¿la podrías ayudar?»). Tenía pasión por la felicidad de cada uno. Cuando hablaba en público no era raro oírle decir: «amigo, no te conozco, pero daría la vida por ti». Y era cierto. Muchos lo sabían por experiencia. Hablaba muchas veces de un misionero que conoció en uno de sus viajes a Brasil y que, en medio de la selva amazónica, arriesgaba su vida para llevar la comunión aunque fuera a una sola persona. Lo contaba para mostrar que el cristianismo se expresa como pasión por la felicidad de cada uno. Siempre que lo oía, pensaba: «ese es don Giussani, aunque no estemos en la selva amazónica». ¿De dónde nacía esa mirada? Lo entendí mejor cuando, en la memorable lección de los ejercicios del CLU en 1994, titulada “Reconocer a Cristo”, le oí decir esta frase: «La caridad es mirar a lo presente, cualquier presencia, con el ánimo cautivado de pasión por Cristo».

«Yo sigo el movimiento más que vosotros», decía. En los equipe se notaba, sobre todo en los momentos de asamblea y en la síntesis (una de las cumbres de su genialidad). Escuchaba atentamente cada intervención, tomaba nota de las expresiones, animándonos a veces a hacer lo mismo: «escribid esta frase, es crucial». Se enfurecía cuando notaba alguna distracción o cierta perplejidad indolente: «si no entendéis, ¿por qué no levantáis la mano y decís “no lo entiendo”? Porque si no, estamos perdiendo el tiempo». Se veía claramente que ese momento era decisivo para él, esa era la forma con que el Misterio le iba sugiriendo los pasos.
Giussani vivía guiado por el primado del acontecimiento, no por un esquema preconcebido, y a ese acontecimiento pertenecían también –sobre todo en esas ocasiones– las experiencias, descubrimientos, palabras y dificultades que los universitarios ponían sobre la mesa. Los frutos de esa atención se veían en la síntesis, donde valoraba las intervenciones, fórmulas o acentos que habían surgido entre nosotros (solía destacarlo, exagerando un poco: «todas estas frases las habéis dicho vosotros»). No se trataba de una pose ni de un intento de hacernos sentir importantes. Era que en muchos casos nuestras observaciones le devolvían algo que ya le habíamos oído decir, pero cuando esas cosas que nos decía pasaban a través de nosotros, para él se convertían en una auténtica sorpresa. Las expresiones de ciertas intervenciones entraban a formar parte del vocabulario de Giussani, que las seguía repitiendo con el paso de los años, casi igual que hacía con las citas de poetas y escritores. Su “pensamiento original” se desarrollaba a base de sugerencias y matices (también) de nuestra experiencia. Veíamos cómo él esperaba nuestras aportaciones y aprendía de ellas. Decía: «tenéis que aprender a aprender como yo».
No quisiera construir una imagen edulcorada. Don Giussani tenía una personalidad fuerte, corregía y también podía ser duro. A mediados de los 90, mientras le acompañaba en un trayecto en coche, entré por una calle distinta de la habitual y nos metimos en un pequeño atasco. «Me estás haciendo perder tiempo», me dijo irritado. ¡Y eso que solo fueron unos segundos!
Era exigente, muy exigente, sobre todo con los gestos comunes, como el equipe. Por la importancia que les daba, había que prepararlos al detalle. Cuando notaba cierta superficialidad o aproximación, tronaba: «¡no habéis trabajado!». No solo cuidaba los contenidos (el orden del día, el envío de contribuciones por parte de la comunidad, la lectura y preparación de la introducción por parte del responsable nacional, la selección de ciertas intervenciones iniciales para favorecer el diálogo, etcétera). Para Giussani no había distinción entre los momentos de palabra y los gestos “recreativos”, entre una asamblea y la comida. Todo debía expresar la misma tensión, pues servía para lo mismo. Recuerdo la última noche del equipe del verano de 1983 (duraba cinco días). Escuchamos el primer movimiento de la cuarta sinfonía de Brahms, luego hubo unos cantos y al final los frizzi (parodias de hechos y dichos sucedidos durante los días de convivencia, ndt). Hasta ese momento había sido un equipe muy fructífero, pero los frizzi fueron un desastre. Decidieron representar una especie de cabaret, con varias salidas de tono metiéndose con alguno de los presentes y sin un nexo real con lo que había sucedido esos días. Giussani se enfadó tanto que mandó al grupo de responsables a la última fila y dijo: «ahí los tenéis, es a ellos a quienes debéis pedir cuentas por el espectáculo indecoroso de esta noche». Así que también sabía corregir con dureza. La responsabilidad que nos pedía era a 360 grados: ni siquiera con los frizzi podíamos descuidarnos (desde entonces la cosa cambió).
En sus formas no había ni rastro de clericalismo o paternalismo. Apostaba por nosotros, confiaba en lo que pudiéramos aportar y por ello no dudaba en ser exigente y crítico, y nos invitaba a serlo también nosotros. Nos hacía partícipes de la aventura cristiana en la que nos había implicado y nosotros respondíamos con él, aparte de a él. Fueron emblemáticas sus palabras en el último equipe en el que participó en persona: «Desarrollad en vosotros este dinamismo, que hemos profundizado durante años, el dinamismo que surge de la razón principal de nuestra amistad». Fue como la entrega pública de un legado a sus hijos, hoy más vivo que nunca en una historia que continúa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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