«Para él, la vida era algo que Dios suscita en cada instante». El autor de la biografía de Giussani describe cómo miraba cada cosa que sucedía, hasta lo que para todos pasaba desapercibido
«Desde entonces, el instante dejó de ser banal para mí». Con estas palabras, don Giussani registra un descubrimiento que hizo a la edad de 15 años. «Yo era un joven seminarista, un joven obediente, ejemplar, hasta que un día sucedió algo que cambió radicalmente mi vida». Estaba empezando primero de liceo cuando un profesor suyo –se llamaba don Gaetano Corti– leyó y comentó el prólogo del evangelio de Juan: «El Verbo de Dios, o sea, aquello en lo que todo consiste, se ha hecho carne», es decir, «la belleza se ha hecho carne, la bondad se ha hecho carne, la justicia se ha hecho carne, el amor, la vida, la verdad se han hecho carne». Para Giussani, ahí está todo. «Mi vida se vio literalmente aferrada por aquello: ya fuera como memoria que golpeaba persistentemente mi pensamiento, ya fuera como estímulo para valorar de nuevo la banalidad cotidiana. Desde entonces, el instante dejó de ser banal para mí». Es un descubrimiento que explica en gran parte la humanidad de Giussani, tan vibrante delante de todo y de todos. «La grandeza de la fe cristiana, sin comparación posible con ninguna otra postura, es esta: Cristo ha respondido a la pregunta del hombre. Por ello tienen un destino común los que aceptan y viven la fe y los que, sin tener fe, se ahogan dentro de la pregunta, se desesperan en ella, sufren con la pregunta».
Para él, la vida era algo que Dios suscita en cada instante, solo hay que tener los ojos abiertos para interceptar los signos. Así lo documentan muchos episodios de su vida. Me limitaré aquí a citar algunos ejemplos relacionados con mi profesión. Aparte de haber sido él quien me hizo enamorarme de Cristo, don Giussani supuso para mí una auténtica escuela de periodismo. Pienso en su sentido de la “noticia”, en la atención que prestaba a los títulos de los artículos, al uso de las imágenes y de las palabras, hasta de los adjetivos.
Por mi trabajo, me he encontrado inmerso en un flujo vital del que me llegaban inputs continuamente. Encuentros y circunstancias que se quedaban grabados en su mirada, que marcaban su sensibilidad y la conciencia que tenía de cada persona y de cada cosa. Ya fueran hechos clamorosos o aparentemente insignificantes, ante sus ojos todo se llenaba de significado.
Recuerdo una de las muchas portadas de Huellas que muestran cómo Giussani sorprendía en el instante efímero el eco de algo grande. En el verano de 1995 se enteró de que acababa de nacer una comunidad de CL en Florida con unos cuantos jóvenes. Parecía nada, pero él no lo veía así. Por eso sugirió que la portada de julio-agosto se dedicara a esa noticia. También propuso la imagen –una playa– y un título: EN LA NADA. Y sin embargo algo nace. Entradilla: En la Florida violenta y festiva, un grupo de jóvenes ha descubierto “América”: existe una respuesta para la promesa de felicidad que habita en el corazón de todos los hombres. Y existe el “camino”.
Haciendo Huellas pude identificarme con la humanidad de don Giussani, que tenía un temperamento muy concreto y un particular tono de voz, que se entusiasmaba ante la noticia de que una chavalita de Novosibirsk se aprendiera y recitara de memoria las poesías de Leopardi después de conocer a unos Memores Domini que vivían en Moscú y en Siberia. «¡Te lo pido por favor! Tiene que ocupar dos páginas». Así que en el número de Huellas de marzo de 1997 salía aquella historia, titulada: GIACOMO LEOPARDI EN SIBERIA, y con el subtítulo: Por una nueva civilización.
Tal vez una de las cosas más imprevisibles de las que he sido testigo en mi trabajo fuera lo que sucedió en el año 2000. En el mes de enero, la comunidad moscovita de CL había impreso el primer número de Sled, la edición de la revista Huellas en ruso. Como iba a verle por otros motivos, le llevé aquella decena de páginas sin fotos, a la que tampoco había dado demasiada importancia. Giussani las hojeó, tradujo algunos titulares, recordándome complacido que en el seminario había estudiado algo de ruso, y después me dijo: «¡Escribe! “Santidad, nos permitimos enviarle este primer número de nuestra revista Huellas – Litterae communionis en ruso, realizada por nuestros amigos de Moscú. Con la fragilidad de una semilla que nace del Eterno y se clava en los corazones de los jóvenes creyentes”». Huelga decir que esta carta, con nuestras respectivas firmas, una vez enviada a Juan Pablo II, acabó publicada en Huellas con el título: Una semilla para toda Rusia.
A mediados de los años 90 los periódicos empezaron a publicar intervenciones de Giussani. Los temas eran de lo más variado y en muchos casos partían de las propias noticias. Esos textos acreditaban uno de los ejes del método educativo de Giussani, resumido en El sentido religioso y que él mismo encarnaba personalmente, exponiéndose delante de todos para que pudiéramos hacerlo nuestro: «¿Cuál es la fórmula para recorrer el itinerario que conduce hacia el significado último de la realidad? […] Vivir intensamente lo real […] sin cerrazón, es decir, sin renegar de nada ni olvidar nada».
El 1 de febrero de 2003, mientras estaba cenando con las personas que lo cuidaban, vio las imágenes de la nave espacial Columbia que explotó al regresar de una misión, causando la muerte a los siete miembros de su tripulación. Uno de los presentes comentó: «Después de todo les está bien empleado a los americanos, se creen los dueños del mundo…». Don Giussani lo cortó bruscamente: «¡No!». Puede que ese comentario inoportuno le empujara a intervenir públicamente en el Corriere della Sera, el 9 de febrero, con un artículo titulado Moisés y el Columbia.
Para Giussani, hasta los primeros albores de la primavera fueron la ocasión de publicar un artículo pascual en La Repubblica el 30 de marzo de 1997, El nuevo inicio de los hijos de Dios. Sentado en su sillón ante el gran ventanal de su despacho en Gudo Gambaredo, desde donde se veía un gran árbol, dictó estas palabras dirigidas a Ezio Mauro: «Querido director, delante de mi ventana veo algunas plantas que están todavía completamente destruidas por el hielo y el frío del invierno. Al observarlas, pensaba que todas las cosas acabarían así si no existiera esa fuerza, esa potencia creadora que las reaviva delante de mí con hojas verdes y nuevas». Esa imagen le recuerda la Pascua de Cristo, «la savia que desde dentro –misteriosa pero ciertamente– reverdece nuestra aridez y hace posible lo imposible […]. Una humanidad nueva, apenas esbozada, como el renovarse de la naturaleza amarga y árida».
En sus relaciones con periodistas surgen también rasgos inconfundibles de su personalidad, como indican sus propios interlocutores, por ejemplo Pierluigi Battista o Ezio Mauro.
A Pierluigi Battista, reportero del diario La Stampa, le pidieron que entrevistara a don Giussani. Los tiempos estaban muy medidos, de hecho el periodista debía volver inmediatamente a Roma. Se quedó impactado con la decisión de Giussani, que al saberlo quiso acercarse al aeropuerto de Linate para ahorrarle el trayecto de ida y vuelta en taxi hasta su casa. Hicieron la entrevista en un bar, rodeados de pasajeros, y se publicó el 4 de enero de 1996. Recordando aquel día, Battista comenta que «en medio de aquella gran confusión, sin apuntes, sin todos los ritos que habitualmente se producen entre el entrevistador y el entrevistado (“¿Quiere un café? ¿Nos sentamos?”, y demás chácharas)», Giussani mostraba una «extraordinaria capacidad de ir a lo esencial de las cosas. Es decir, una radicalidad, de forma pausada, para captar el núcleo de la cuestión. Pero el punto central de esa diferencia incomparable es que ahí identificaba y apuntaba a ese acontecimiento: la manifestación humana de la divinidad, si puede llamarse así. Me impresionó esa manera tan humana, nada sermoneadora ni solemne, de señalar lo central».
El director de La Stampa, Ezio Mauro, conoció a Giussani en la primavera de 1997, en el convento de las Suorine de Via Martinengo, en Milán. Así es como recuerda la humanidad de aquel almuerzo, cuando lo único que conocía de CL era lo que le llegaba por la información política: «Hablamos de todo, pero no de eso. Él me preguntó por mis hijos, por mi trabajo y mis amigos. Sabía cómo pensaba, conocía mis ideas laicas, pero estaba interesado en hablar. Recuerdo cómo miraba».
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