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Huellas N.01, Enero 2025

RUTAS

La ganancia de cada día

Fragmentos de la asamblea de Davide Prosperi con los responsables de las comunidades del movimiento en Eurasia, que se reunieron en Almaty (Kazajistán) del 15 al 17 de noviembre

Alfredo, Novosibirsk: Pongo dos ejemplos para empezar a responder a la pregunta: «¿Qué significa que soy llamado, y por tanto enviado, en las circunstancias cotidianas?». Cuando era pequeño, mi padre pegaba a mi madre, éramos 12 hijos y todos la defendíamos. De noche, cuando estábamos por fin en silencio: «Virgencita –decía aquel niño ahogando el llanto bajo la almohada– haz que papá y mamá se quieran como antes». La Virgencita escuchaba el llanto de súplica de aquel niño, dándole amigos, que nunca le faltaron, el encuentro con el movimiento a los 14 años y, en un momento dado, reconciliando también a sus padres, que volvieron a rezar juntos el rosario. Mi vocación nació como oración. Siendo un niño, no podía hacer más que rezar. Segundo ejemplo: ahora el mundo está en guerra y ese niño pervive en mí y sigue pidiendo. Y Él responde. Sorprendentemente, el Espíritu ha hecho florecer en medio del hielo siberiano un parterre: la amistad con un grupo de jóvenes. Si alguien me lo hubiera prometido no le hubiera creído. Es un acontecimiento único, al menos en el panorama ruso, y totalmente inesperado. La forma en que Cristo me responde y me llama al mismo tiempo es esta amistad. Me acordaba de cuando decía Giussani que la prueba de la preferencia es el deseo de compartir con todos lo que te sucede con algunos. Para terminar, tengo una pregunta. La chispa saltó al leer el tercer punto de la Jornada de apertura de curso, cuando habla de la autoconciencia y la misión, aparte de los libros Una revolución de nosotros mismos y Seguros de pocas grandes cosas, que retoman continuamente dos grandes temas: la “comunión” y la “personalización”. Me pregunto cuál es la relación entre personalización y autoconciencia. Me ha llamado la atención sobre todo cuando Giussani dice que «el problema es profundizar en nuestra personalidad en comunión» (Una revolución de nosotros mismos, p. 300). A la luz de todo esto, mi hipótesis de respuesta es que la manera adecuada de hacer el movimiento y la misión es la personalización de la fe en la comunión.

Davide Prosperi: Don Giussani en ese libro cita a san Pablo cuando dice: «no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Este es el nuevo paso que se nos pide». Lo decía entonces y sigue siendo verdad ahora: «la conciencia de que lo que me ha encontrado, el hecho con el que me he topado, que ha entrado en mí», y nos apremia a caer en la cuenta de que este es el nuevo paso que se nos pide. Lo decía entonces y sigue siendo verdad ahora: nos urge profundizar en la conciencia de que lo que me ha salido al encuentro, el hecho con el que me topado, ha entrado en mí y es la verdad más profunda de mí mismo, esa es la «autoconciencia nueva» (Una revolución de nosotros mismos, p. 211). En otro texto, El sentido de Dios y el hombre moderno, vuelve sobre este tema: «La fuerza del sujeto radica en la intensidad de su autoconciencia, es decir, de la percepción que tiene de los valores que definen su personalidad» (p. 151). Esto lo sabemos, porque la conciencia de mi pertenencia emerge aún más cuando uno no está físicamente con sus amigos. La fuerza de una amistad se ve aún más cuando los amigos no están. El punto de verificación es cómo cambia nuestra relación con la realidad, porque la pertenencia cambia nuestra personalidad. De otro modo la experiencia del movimiento y la pertenencia a la Iglesia se reducen a una inspiración pero luego decido los criterios según la mentalidad dominante. De hecho, dice Giussani que «la autoconciencia que tengo me incorpora a Cristo y al conjunto de los que él ha elegido, al misterio de la Iglesia, de esta unidad real en la historia» (Una revolución de nosotros mismos, p. 217). Yo me pregunto: en una situación como la vuestra, por ejemplo, ¿cómo podéis tener un juicio original sobre lo que estáis viviendo y también sobre la forma en que se os pide vivir vuestra vida cotidiana si no es por vuestra pertenencia a esta amistad? Es decir, ¿cómo se podría vivir una positividad en la vida cotidiana sin estar determinados por las circunstancias?

Simone, Moscú: En la Jornada de apertura de curso decían que solo podemos dar lo que hemos recibido. Esta frase ha abierto una brecha en mí, no solo porque la mayor parte de mis acciones, de mi quehacer, no parte de esto, sino porque me plantea la pregunta de qué es lo que he recibido. Un gran amor. Un bien para mi vida. Un encuentro que me está cambiando. Eso es lo que tengo que recordar. Debo mendigar esta conciencia todos los días: soy amado, y soy amado sobre todo porque existo. Yo creía saber esto. Y ciertamente “lo sé”, pero qué diferencia cuando lo ves, cuando lo experimentas. «Simone, no tienes que darme nada, yo te quiero porque existes». Necesito partir de aquí para vivir y para darme. No basta con creer que ya lo sé, necesito reconocerlo ahora. El último año ha sido como un acelerón en mi vida. Mi mujer y yo hemos cambiado de casa, ha nacido nuestro tercer hijo, con las dos mayores que en realidad aún son pequeñas… y todo eso sumado a los compromisos laborales, los amigos y la vida de la comunidad, que nunca hemos dejado ni nos ha dejado. Dicho esto, yo deseo descubrir cómo sirve lo que hago en mi vida cotidiana para construir el Reino de Dios. Me urge ver ese nexo, una unidad entre las cosas para que pueda verse cada vez más el vínculo con todo, con la vida, la muerte, la guerra y la paz. Tiendo a vivir dividido, como si cada cosa fuera por separado, y ante las grandes preguntas es como si no tuviera respuesta. Entiendo que la misión no consiste en salvar al mundo, pero necesito ver cada vez más que lo que pasa en mi vida no es algo de otro planeta, no es como una isla feliz, sino que está dentro del contexto actual, que es horrible y que nos lanza un desafío enorme.

Prosperi: La vida es así a todos los niveles, con sus pruebas, fatigas, dolores y contradicciones, continuamente. Teilhard de Chardin decía que la mayor tragedia que puede esperar el hombre de hoy no es una catástrofe nuclear o un terremoto sino la pérdida del gusto de vivir. Si hay algo a lo que el amor de Cristo tiene la pretensión de responder es justamente a esta tragedia. Porque esta tragedia es lo que te paraliza ante la necesidad de seguir luchando con todas las dificultades que plantea la vida. Tú decías antes: Cristo me ama, soy amado porque existo y necesito reconocerlo ahora. Esto es lo más verdadero, que existe un amor tan grande que uno puede ser libre en cualquier circunstancia de la vida. Las dificultades permanecen, a veces sentimos que nos faltan las fuerzas, pero estamos seguros por el afecto que nos sostiene. El problema es cuando decae esa certeza afectiva que mantiene unida la vida. ¿Cómo podemos amar a alguien de verdad, cuál es la condición para que el amor crezca y no decaiga nunca? Que haya Uno que esté contigo, que esté siempre contigo. Porque el amor disminuye si decae la familiaridad, si se pierde la cercanía. Eso significa que Jesús nos ama porque siempre está cerca, siempre con nosotros, nunca nos deja solos. Cuando nos sentimos solos es porque nos olvidamos de Él, que nunca nos deja solos, que está con nosotros. A veces tenemos signos más potentes de su presencia, con ciertas cosas bellas que suceden, con nuestra amistad, con los sacramentos, que son signos eficaces del hecho de que siempre, siempre está con nosotros.

Darina, Vladimir: Después de la asamblea internacional de responsables de este verano, empecé el curso con mucho entusiasmo y un montón de proyectos: en el colegio donde trabajo, con los encuentros online para profesores, en la vida de la parroquia, en la comunidad... Pero en menos de un mes todo mi entusiasmo desapareció delante de la realidad. Todo empezaba a ser insoportablemente pesado. Me sentía como representando una “función”: como profesora debía ofrecer algo a mis alumnos, como subdirectora debía ofrecer algo razonable a todo el centro, como madre debía educar a mis hijos de una cierta manera, como responsable en la parroquia debía encargarme de su funcionamiento interno, como organizadora de los encuentros online debía pensar qué proponer a los profesores que no son del movimiento. Por todas partes “debo, debo, debo”. Pero en medio de todo eso, ¿dónde quedo yo, con mis preguntas y necesidades? ¿A quién le intereso yo, no por mi función sino por mi persona? ¿De verdad que mi misión pasa por ahogarme yo para que los demás respiren? Me avergonzaba preguntar estas cosas a mis amigos porque me parecía que había algo que yo no entendía pero que los demás lo tenían todo claro. Llegó octubre y teníamos que decidir cómo continuar con los encuentros online. Al final decidí exponer mis preguntas y mis dudas durante una reunión con amigos profesores, y cuál fue mi asombro cuando ellos, en vez de decirme lo ciega que estaba, sugirieron suspender los encuentros y quedar una vez al mes para ver juntos lo que nos ayuda a cada uno a no vivir solo desempeñando una “función”. Este diálogo fue para mí un primer paso hacia la renovación y la unidad.
Segundo ejemplo. Cada vez surgen más situaciones donde es como si este “sí” no fuera tan evidente para mí. El 4 de noviembre se celebra en Rusia la fiesta del Icono de la Madre de Dios de Kazan, y ese mismo día se celebra la Jornada de la Unidad del Pueblo. Una extraña combinación. En mi ciudad ese día se celebra desde hace años una especie de viacrucis de una iglesia a otra que acaba con una manifestación civil con varios representantes municipales. Este año era igual y, al acabar, abrimos las puertas e invitamos a entrar a la gente, que estaba helada. Entre ellos estaba una compañera mía con la que tengo una relación complicada. No me alegré mucho de verla, pero intenté recibirla como a los demás. Entró, encendió alguna vela, se detuvo delante de los iconos y después se giró hacia mí. En ese momento me impresionó la expresión de sus ojos: absolutamente humana y llena de nostalgia. Se acercó y me abrazó con fuerza. No era un abrazo formal sino un abrazo largo, de una persona que necesita amor y lo busca. En ese momento se derrumbaron mis prejuicios delante de una mujer que desea el amor de Cristo como yo, y que es amada por él como yo. ¿Qué estaría pasando en su corazón mientras me abrazaba olvidándose de que yo soy su subordinada? Inesperadamente sentí que amaba su rostro y su destino. Un bien que no lograba encontrar dentro de mí y que últimamente había pedido porque sentía que mi corazón se estaba volviendo de piedra. Este episodio fue como una pregunta directa de Cristo, como diciéndome: «¿Estás disponible para los que no te caen bien? ¿Estás dispuesta a dejar a un lado tus imágenes y proyectos para estar ahí sencillamente, dejándome hacer a mí?». No me resulta nada fácil dar este sí, requiere cada vez más conciencia y decisión. Es una auténtica lucha donde me gustaría ser vencida, pero me sigo resistiendo. ¿Cómo puedo aprender a “rendirme” a su amor en los momentos de dificultad y aridez, que a veces duran demasiado?

Prosperi: Sobre la aridez, don Giussani dice que para afrontarla y superarla hace falta una gracia, pero esa gracia hay que pedirla. La gracia como tal es un don gratuito. En el fondo, tarde o temprano siempre hay que atravesar una aridez, hasta Jesús tuvo que hacerlo en el huerto de los olivos. Para nosotros la aridez coincide con dejar de percibir su presencia y sentir entonces que todo lo que hacemos, todo lo que vivimos es como si fuera inútil, no tiene un destino. Porque lo que provoca la aridez es no reconocer el amor del amado, mientras que lo que sostiene la vida es un centro afectivo. O uno tiene el centro afectivo en sí mismo (y este es sin duda el signo de nuestro tiempo, el narcisismo) o bien uno tiene el centro afectivo en otro, otro que no es él mismo, alguien por quien se reconoce amado hasta el punto de que ese amor lo genera en su relación con la realidad. Pero a nosotros ese amor se nos ha dado, y se nos da continuamente dentro de la compañía de la Iglesia, en la comunión generada por el encuentro con Cristo. Entonces lo primero que debemos pedir es reconocer lo que hay, porque reconocer lo que hay es sentir todo el calor generador que ese amor infunde en mi vida.

Alyona, Moscú: Yo tengo dos preguntas. La primera se refiere al cuarto punto de la Jornada de apertura de curso, cuando dice Giussani: «Si yo te sigo, ¡debo dejarme a mí mismo! Si tengo que seguirte a Ti, debo abandonar mi posición. Por tanto, debo seguirte hasta […] negarme a mí mismo». Ante estas palabras siento como una contradicción. Por un lado, hay que tender a conocerse uno mismo tal como somos realmente, como Dios nos ha pensado, liberándonos de nuestra “coraza”. Por otro, hay que separarse de uno mismo para seguir a Cristo. ¿Cómo se puede entender esto? La segunda pregunta se refiere a la construcción de la Iglesia. ¿Por qué es necesario marcarse el objetivo de construir la Iglesia? ¿Por qué no basta con que la construya Cristo? ¿No es un objetivo demasiado grande para el hombre?

Prosperi: Se ve que estáis trabajando en serio las cosas que decimos y eso es muy importante para todo el movimiento, vais por delante de nosotros, eso lo veo claro. Yo entiendo así tu primera pregunta. Don Giussani cita las palabras de Jesús que dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24). Claro que con esta afirmación Jesús no está diciendo que tengas que renegar de tu humanidad porque el cumplimiento de tu humanidad es la razón por la que él vino. Pero para comprender verdaderamente quién soy, qué es lo que cumple mi humanidad, debo estar dispuesto a dejarme poner en cuestión delante de su presencia. En los ejercicios de la Fraternidad veíamos el ejemplo del joven rico en relación al tema de la esperanza, que es también la idea de la canción de Claudio Chieffo Monólogo de Judas: «No fue por los 30 denarios [es decir, no lo traicionó por una recompensa, por una pequeñez] sino por la esperanza que él había suscitado en mí aquel día». Judas había identificado la esperanza con una cierta imagen, estaba convencido de que Jesús liberaría al pueblo de Israel de la opresión de los poderosos. En cambio, Jesús había venido para liberar a los hombres de un poder más grande que el de los romanos (es decir, el poder del antiguo enemigo, de sus pecados) pero eso ya no le bastaba y por eso quiso ponerlo a prueba. Nosotros también hacemos eso muchas veces, queremos poner a Dios a prueba para que nos libre de las cosas que nos oprimen y lo medimos en función de esto. Mientras que para poder esperar de verdad en él hay que aprender a amar más su presencia que nuestra imagen. ¿Y qué ganamos con eso? La ganancia que nos promete Jesús es mucho más que lo que esperamos normalmente. De hecho, aunque hubiera liberado a los judíos del poder de los romanos, seguirían siendo esclavos del pecado, del mal, de todos los poderes que hay en la vida. Mientras que Jesús vino a liberarlos, a liberarnos, del poder más fuerte que hay en el corazón del hombre. Pero para reconocer esto hay que seguirlo hasta la cruz.
Segunda pregunta. ¿Por qué debemos construir la Iglesia? Porque es cierto que Jesús es quien construye la Iglesia y que estará siempre presente en el mundo (tal como prometió) pero lo hará a través de su Iglesia, es decir, de nosotros. La forma en que estamos llamados a colaborar en su misión, que es dar a conocer a todos los hombres el amor del Padre, es construyendo la Iglesia porque Jesús vinculó su presencia histórica a la Iglesia. En el podcast con los comentarios de don Giussani a los evangelios, don Giussani dice que Jesús tenía intuiciones –como todos los hombres– y en un momento dado tuvo la intuición de fundar su obra. Cuando Cristo dice: «yo estaré siempre con vosotros» y los apóstoles le preguntan: «¿pero cómo estarás presente?», él responde: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20), es decir, se vincula a una presencia física, histórica, material, es decir, a nuestra comunión. Nuestra comunión es más que nuestra comunidad. Nuestra comunidad es una expresión de nuestra comunión, nos permite vivir la comunión, pero la comunión es su misma presencia en la unidad de todos los que lo reconocen y lo aman en la vida de la Iglesia, en una comunión guiada donde hay signos eficaces de su presencia, que son los sacramentos. Es una presencia real. Construir la Iglesia significa participar de esta vida real e invitar a todos los que encontramos a participar de esto.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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