Visitamos un consultorio que nació hace casi cincuenta años para ayudar a miles de padres, madres e hijos, donde las formas de acompañar no han dejado de transformarse y dar fruto
Empecemos por Raffaella, que va directa al grano. «Vosotros habéis sido como un puerto seguro donde atracar después de un acontecimiento como la llegada de mi hijo. Un acontecimiento maravilloso, pero también una tempestad que puso patas arriba todo lo que sabía de la maternidad hasta entonces». O Elena, que conoce muy bien este lugar. «Tengo cuatro hijos y no ha habido un parto en el que no pensara en vosotros, aunque solo fuera por un instante. Cuatro partos naturales, todos diferentes pero con un mismo juicio: “Tu cuerpo puede con esto, puedes atravesar este dolor”. Esas palabras me han salvado, y me las habéis dado vosotros». También Enza, que se dirige así a “sus” obstetras: «os habéis quedado enredadas entre mi razón y mi corazón, incrustadas en esa memoria que el cuerpo guarda en los momentos de mayor sensibilidad en la vida de una mujer». Tantas historias… como la de Federica, que a toda esa cadena de testimonios añade una frase que lo resume todo: «Para criar a un hijo hace falta un pueblo. Vosotros erais mi pueblo».
Ese pueblo está aquí: una fila de habitaciones repartidas en dos plantas con vistas a un barrio de clase media en la periferia milanesa. Salas de consulta, de espera, de lactancia, de juegos, de reuniones… Puertas y pasillos por las que pasan cada año más de dos mil personas, la mayoría mujeres en esa franja de edad en la que se hacen madres y casi siempre con una necesidad de ayuda que pasa por una visita médica o por el consejo de una matrona, pero que va más allá de eso. Que tiene que ver con la forma en que una se mira a sí misma, a sus hijos, a su familia… al mundo.
Así es este consultorio, que no en vano se llama “La familia”. La movida nocturna y la sede del gobierno regional no quedan lejos, la iglesia de Santa María de la Fontana está a doscientos metros. Se respira el clima propio de los barrios populares de antaño. Aquí es donde en 1976, a un grupo de familias vinculadas a CL y a la parroquia, se les ocurrió una idea tan sencilla como eficaz: juntarse para ayudarse y ayudar. Sobre todo a las mujeres y a las familias más jóvenes, muchas de ellas llegaban del sur, sin abuelos cerca ni nadie que les echara una mano. «Cursos de cocina, economía doméstica, sugerencias sobre cómo mantener una casa… en definitiva, ayuda para vivir», cuenta Piercarlo Giannattasio, empresario inmobiliario, hijo de una de aquellas familias históricas y miembro de la junta directiva del consultorio. «El apoyo sanitario fue tomando forma poco a poco gracias a un amigo médico». Así como fue creciendo el número de familias beneficiarias, a lo que contribuyó la acreditación regional en 2005, el paso a ONG de voluntariado en 2006 y la colaboración con la Fundación Maddalena Grassi en 2017.
Hasta convertirse ellos mismos en Fundación, dedicada a Luciano Lazzaroni, uno de los grandes apoyos en la historia de esta obra que a lo largo de su camino ha cambiado mucho, dando diversos frutos, pero que siempre ha mantenido intacta su raíz, que su presidente Stefano Portioli resume así: «Acoger a la gente con su necesidad, sin prejuicios. Eso es algo transversal al trabajo de todos, voluntarios o contratados, médicos que en cualquier otro sitio ganarían diez veces más. Buscamos un nivel profesional óptimo, pero la característica de fondo en todo lo que hacemos debe ser siempre un amor a la persona. Eso está antes que todo lo demás».
El consultorio ofrece varios servicios actualmente: ginecología, consulta con la matrona (preparación al parto y posparto, lactancia, destete, etcétera), atención psicológica, asesoría legal. «Y educación en el afecto. Todos los años damos cursos en colegios a más de dos mil chavales». Pero el corazón de todo ello siguen siendo las madres, actuales y futuras. Aquí encuentran una atención médica aunque no puedan pagarla. Así como una compañía humana que no las deja solas en uno de los momentos más delicados de su vida.
Las cifras hablan de más noventa mil prestaciones al año a gente que ya no solo viene de Milán. «Los que pasan por aquí se lo cuentan a otros». Hay quien llega buscando formas de ayuda mutua, como el “grupo de papás” que nació durante los meses del Covid, cuando las visitas presenciales se restringieron pero el consultorio puso en marcha las consultas online. «Nos dimos cuenta de que detrás de las mamás asomaba alguien más en la pantalla –cuenta Portioli– y les animamos a que se dejaran ver. Así empezamos con los papás». Junto a ellos surgió la idea de «hacer algo en masculino» y así se puso en marcha un grupo que se reúne cada mes y medio para intercambiar experiencias sobre los hijos, la familia y la educación. «Hace un par de meses organizaron aquí un aperitivo y no había manera de que se fueran». Señal de que se sentían en casa. «Y de que necesitan lugares donde juntarse para compartir la vida».
Eso es, un lugar donde compartir la vida, donde «también entre nosotros no solo se hable de casos, de personas, sino que se profundice en un camino común. Por eso es una gracia trabajar aquí», afirma Alessia Villa, encargada de comunicación. La directora sanitaria es Gabriella Bozzo, ginecóloga. Llegó en 1990 y asegura que encontró «un sitio que me apasionó porque implicaba acoger toda la pregunta que trae una persona: no solo sus síntomas, su enfermedad o la necesidad que tenga en ese momento. Detrás de quien viene pidiendo consejo, por banal que sea, se abre a veces un mundo entero». Recuerda a una mujer que llegó con una infección y que luego pidió ayuda psicológica. La bendición de «no tener la rigidez de 10 minutos por visita, como en el hospital». Tantos casos donde «si dejas abierta la posibilidad de acoger a la persona tal como llega puede nacer una relación. Tengo pacientes que conocí cuando esperaban a su primer hijo y que ahora tienen más de 65 años».
Al preguntarle si el perfil de las usuarias ha cambiado con los años, lo piensa un segundo. «Ahora veo menos conciencia. Por ejemplo, esta mañana ha venido una chica que estudia enfermería. Con 23 años, nunca había tenido una consulta ginecológica, pero toma la píldora del día después… Hay muchos casos así. También veo menos confianza en los vínculos, sobre todo afectivos. Hay mucha soledad». Ese es el origen de muchos dramas, «como el aborto. Nunca tiene una raíz económica. El problema es que la mujer suele enfrentarse sola a esa decisión. Incluso cuando tiene pareja, este le dice: “la decisión es tuya”. En realidad le está diciendo: “es tu problema”… pero el verdadero problema es que cada vez cuesta más caer en la cuenta de que ese hijo ya tiene una relación significativa contigo. Es como si no tuviera nada que ver con ellas, con lo que están viviendo. Sin embargo, cuando alguna paciente, haciendo el historial médico, me cuenta que ha pasado por eso, siempre añaden, sin excepción: “Doctora, he abortado. Pero…”».
Aunque a veces hay una conciencia muy grande. Una historia que todos recuerdan aquí es la de una madre con cuatro hijos que se presentó para hacerse una ecografía. «Estaba en el tercer mes y vi que el feto tenía problemas serios, la mandé al hospital. Presentaba una anomalía cromosómica grave. Pero decidieron seguir adelante. La pequeña murió justo al final del embarazo. Esos meses fueron para ellos la ocasión de reafirmar el sentido de su familia, de tener hijos, de mirar a la persona por el valor infinito que tiene. Tengo en casa la foto que se hicieron todos juntos después del parto, con la bebé en brazos y los otros cuatro hijos alrededor».
Pero esa no es la única foto que tiene. «Casi todas mis pacientes me acaban trayendo una foto de su hijo». Signo de un vínculo que va más allá de la clásica relación médico-paciente. Símbolo de lo que es este lugar, que nació de familias y para familias, y que hoy está guiado por un consejo directivo que, según Portioli, «me impresiona mucho por su método. Somos siete, todos muy diferentes y con un carácter fuerte. Hemos tenido que hacer un trabajo también en este sentido, pero ahora vemos el fruto de una comunión que marca la diferencia. Si falta eso, no vamos a ningún lado. Descubrirlo ha sido muy interesante».
Para ellos y para los de alrededor. «La otra noche vinieron los representantes municipales de la zona y tuvimos una conversación muy bonita. Con muchas preguntas provocadoras. “Si alguien quiere abortar, ¿cómo lo tratáis? ¿Y las parejas homosexuales?”. Nosotros les contamos nuestra experiencia: quiénes somos y qué es lo que nos mueve, mejor dicho, Quién nos mueve. Precisamente porque somos cristianos, acogemos a todos. Claro que un certificado para la interrupción de un embarazo es algo que nunca vamos a hacer. Pero la persona es mucho más que eso. Y es a la persona a quien queremos». Muchas chicas que han llegado con una cierta idea luego la han cambiado. «Cuando eso pasa es un milagro. Pero el paso lo dan ellas».
¿Y cuáles serán vuestros próximos pasos? «Nos gustaría introducir nuevas figuras –apunta Villa– como el pediatra, el nutricionista, porque las familias tienen problemas cada vez más serios de anorexia y demás». Tienen en marcha proyectos con otras entidades, como Tierra de Hombres, «para ayudar a familias en situación de pobreza social», o Portofranco, centro de apoyo escolar, «donde una de nuestras psicólogas va a empezar a trabajar con grupos de educadores». También quieren ampliar su “Casa Florida”, un proyecto que empezaron hace tres años para acompañar a madres que han perdido a su bebé durante el embarazo. Al principio solo era para las que habían tenido un aborto espontáneo, pero luego empezaron a llegar solicitudes de mujeres que se habían sometido a una interrupción voluntaria. «Lo pensamos mucho, a mí me chirriaba un poco –dice Portioli–. Lo comentamos con muchos amigos que trabajan en el hospital. Lo comprendí cuando uno de ellos me dijo: “ten en cuenta que todas acaban llorando”. Me cambió la mirada». ¿Cómo? «Hay muchas heridas abiertas, en todos nosotros. Debemos mirarlas con misericordia, empezando por las nuestras. Ya se ocupará Dios de juzgar».
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