Una vida marcada aparentemente por la pérdida y el dolor genera a su alrededor un derroche de sentido, amistad y alegría
Conocimos a Claudia y a su madre Maria José en el hospital, en julio de 2023. Ingresada de urgencias, por una crisis de su enfermedad que le había dejado la mitad del cuerpo paralizada. Había tenido un tumor cerebral de baja malignidad siendo muy pequeña, al poco de ser adoptada por su madre, que acabó superando con radioterapia, pero del que arrastraba ciertas secuelas de coordinación motora, concentración… Entre medias, por una historia preciosa e inverosímil en la que Claudia es protagonista, se conocen María José y Pietro (natural de Savona, Génova) después de sendas biografías de búsqueda (en el compromiso con los desfavorecidos, la contestación, el budismo…). Terminan casándose y adoptando Pietro a Claudia. Finalmente, primero Pietro y luego Maria José con Claudia, acaban «volviendo a las tiendas de Abrahán», tal como él comenta. Retoman un camino de conversión y de pertenencia a la Iglesia y contraen el sacramento del matrimonio.
En ese camino, y un poco antes de aquel ingreso, conocemos casualmente a Pietro en mayo de 2023, a raíz de una exposición con motivo del centenario de Luigi Giussani. Después de charlar un rato con él y contarnos que conoció personalmente –¡y combatió!– a don Giussani en sus tiempos universitarios, le invitamos a un encuentro que teníamos al día siguiente con Carras (Jesús Carrascosa, entonces responsable de CL en España, fallecido el pasado 9 de enero de 2024). Desde entonces no ha faltado a la Escuela de comunidad.
El curso pasado, y una vez superada su crisis médica, tanto Claudia como María José empezaron a venir a la Escuela de comunidad con Pietro. A pesar de su mejoría, ese verano detectan en Claudia la reactivación del tumor de su infancia, ahora con el grado más elevado de malignidad. Tras dos hemorragias cerebrales y una quimioterapia fallida comienza un tratamiento experimental que les obliga a ir regularmente a Valencia, y que demuestra una cierta estabilidad, dentro de la enorme gravedad, pues poco a poco va pudiendo abandonar la silla de ruedas para moverse con bastón.
Es enero de 2024, justo cuando empezamos a hacer Escuela de comunidad también con los universitarios. Ella tenía entonces 26 años, así que, sin dejar de venir a la Escuela de adultos con sus padres, empieza a asistir a la de los jóvenes; incluso los días que tiene tratamiento en Valencia y habiéndose levantado antes de las seis de la mañana para estar a las ocho en el hospital de allí. También asisten los tres a los ejercicios espirituales de la Fraternidad en Ávila y este verano a las vacaciones de Masella, con su silla de ruedas y su bastón. ¡No se querían perder nada!
Claudia era una chica especial. A pesar de haber tenido una vida muy dura, marcada por el abandono de sus padres biológicos, la enfermedad, y las muchas limitaciones cognitivas que le causaba, era una chica diferente. Tal vez por eso tuvo que sufrir episodios de acoso y distanciamiento en los diferentes centros educativos por los que pasó. Pero al mismo tiempo era una persona profundamente alegre, positiva, luminosa. Su sensibilidad especial le hacía estar pendiente de cada uno, especialmente de las personas más necesitadas de cariño, por las que sentía una ternura natural extraordinaria. Era profundamente vital, quería vivir intensamente; consciente de sus limitaciones, quería superarlas, con natación, fisioterapia, etc. Le gustaba conocer y, a pesar de sus dificultades de concentración, se sacó un grado medio en jardinería y las últimas crisis le llegaron haciendo el grado superior de Paisajismo. Sabía los nombres latinos de multitud de plantas y árboles y le encantaba la música. Estaba hambrienta de vida, luchaba con sus limitaciones y su enfermedad, pero una lucha digna, haciendo un camino precioso de obediencia y aceptación. Y estaba esencialmente hambrienta de amor. Pero su hambre de amor era superada por su donación de amor.
Durante las exequias, en el tanatorio, su madre nos decía: «Claudia me ha dado todo. Primero el poder recuperar a Cristo, porque fue junto a ella y por ella por lo que volví a la Iglesia. Pero también la alegría que yo no tenía hasta que junto a ella iniciamos la formación de una familia a la que se unieron después Pietro y luego Maya, nuestra segunda hija adoptiva. Su alegría iba más allá de nosotros tres, pues ella siempre traía amigos a casa». Pietro contaba en el funeral: «He pasado muchos años enfadado; veía a mi hija sufriendo porque todo el deseo de amar y vivir que tenía se le negaba. Me rebelaba porque la vida parecía que la traicionaba. Pero he acabado entendiendo que Claudia ha vencido. Ella ha repartido amor y eso ha cambiado a las personas de su entorno». Durante el año pasado, un día llegó a decir en la Escuela de comunidad de universitarios que «la experiencia de fragilidad que experimento en la enfermedad me educa». Otro día nos confesó que «a través del miedo (a la enfermedad, a la muerte) comprendo el significado del Ser». Y uno de los últimos días del curso pasado, comentó: «Yo decido si quiero seguir. La obediencia se aprende en una amistad». Hace dos semanas, un chico dijo: «Todo este verano me ha venido a la cabeza el testimonio de Claudia cuando decía que la enfermedad era su “amiga”. Me lo tomé en serio y he estado verificándolo cuando mi jefe me fastidiaba en la pizzería».
Me conmueve escribir esto, viendo mis notas. Una niña que no ha pasado por la “fábrica” de CL, pero que –en su lucha dramática y digna– ha vivido de la fe. Hace apenas unas semanas su situación cambió dramáticamente. Un nuevo derrame en el cerebro y después de unos días ingresada la acaban mandando a casa con cuidados paliativos. Hasta que pierde absolutamente la conciencia, sigue serena y alegre, con ganas de volver a sus clases del centro de día, ir a la excursión de comienzo de curso con los universitarios, retomar sus clases de piscina… Un día, en su cama del hospital, dándome la mano y mientras la acariciaba, me decía: «te quiero, Carlos», y no me lo decía a mí. Era su forma de mirar a todos. Otro día añadía, cerrando los ojos: «somos una familia». Yo lo entendía tal cual explica san Pablo: «somos Su cuerpo, uno en Cristo Jesús».
Nos quedan muchas cosas en la memoria. Esencialmente su sencillez, una pobreza de espíritu que le hacía fiarse y seguir, llena de alegría, a Cristo presente dentro de una amistad, dando amor a todos. Su testimonio –como el de tanta gente cerca, pues nunca nos faltan– hace evidente la potencia del Señor («Dios, amante de la vida») por hacer grande la existencia cuando damos crédito y aceptamos permanecer dentro de la comunión que genera. Y es una ayuda para nuestra conversión, porque ves que es posible y deseable volver a empezar.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón