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Huellas N.01, Enero 2025

PRIMER PLANO

¿Y si hay algo bueno ahí?

Esta pregunta ha desafiado siempre a la familia de Rafa y Belén. Cada vez que todo se ordenaba, aparecía un factor nuevo que les lanzaba un reto, porque «deseamos una vida grande más que una vida cómoda»

Fue dando un paseo. Los hijos ya habían crecido, la vida en casa no era tan exigente, todo era más “cómodo”. Pero curiosamente ese era el problema. «Deseábamos una vida grande más que una vida cómoda», sentencia Rafa recordando lo que solía decir Carras (Jesús Carrascosa, responsable de CL en España fallecido el año pasado). «En aquel paseo, los dos nos expresamos mutuamente el deseo de que nuestra vida no se aburguesara –recuerda Belén– y la realidad siempre nos ha ayudado en ese sentido. Cuando manifiestas un deseo bueno, el Señor no tarda en tomar la iniciativa». Al poco tiempo la madre de Rafa, con un Alzheimer incipiente, no podía seguir viviendo sola. «Vivió con nosotros cuatro años y medio y nos cambió la vida, exactamente igual que cuando llega un hijo», afirma Rafa, sin censurar nada de las dificultades y sufrimiento que les supuso ver sufrir tan cerca a una persona especialmente querida, «pero también nos ha regalado momentos muy bonitos. Ver disfrutar a tu madre como una niña te marca. Ella, que se entregó totalmente a sus seis hijos siendo viuda joven, lo miraba todo con una mirada de asombro que tú no tenías». Para Belén, tener a su suegra en casa «no solo no ha minado nuestra relación sino que la ha reforzado y ha renovado nuestra vocación».
El final de la enfermedad fue lo más duro, de hecho llegó un momento en que hubo que trasladarla a una residencia para que pudiera recibir la atención específica que necesitaba. Pero incluso allí se convirtió en un derroche de vida compartido entre todos sus hijos, hermanos, sobrinos y nietos. «Los últimos días ya estaba casi inconsciente y estábamos permanentemente con ella. Éramos plenamente conscientes de que nos acercábamos al momento en que por fin iba a encontrarse con Dios y con mi padre. Estábamos todo el tiempo rezando, hablando o cantando, con una serenidad asombrosa que nos hizo crecer y experimentar la unidad de la familia», afirma Rafa, que describe el funeral y la misa en el tanatorio como una auténtica fiesta que sorprendió a propios y extraños. «En ese momento no podíamos callarnos lo que vivimos, sería una traición». Y es que seguir una unidad de vida que les fascinaba es el rasgo que define la vida de Rafa Andreo y Belén de la Vega, que se hicieron novios después de una peregrinación a Czestochowa en 1985, «una experiencia de amistad bestial que nos hizo darnos cuenta de que con unos amigos así puedes ir a cualquier parte», dice Belén. De hecho, hicieron el camino de noviazgo siempre acompañados por amigos, con los que coincidieron incluso en el año de la boda.
Empezaron viviendo en Madrid de alquiler, pero al llegar el tercero de sus cuatro hijos empezaron a necesitar una casa más grande y comenzó la búsqueda. Varios amigos en su misma situación se acababan de mudar a Villanueva de la Cañada, un municipio a las afueras que no entraba en sus planes. Pero lo cierto es que ya habían tenido la experiencia de vivir en el mismo edificio con otra familia de amigos «y esa convivencia estrecha y cotidiana nos atraía mucho», reconoce Belén.
«Seguir viviendo en Madrid era la opción que ganaba por goleada pero poco a poco se fue colando el presentimiento de algo que aparece y que desafía la lógica mundana de la toma de decisiones», explica Rafa. Una lógica “ilógica” que se abre paso en forma de pregunta recurrente en los corazones de Rafa y Belén: «¿y si ahí hay algo bueno para nosotros, nos lo vamos a perder?».
«Vivir en Villanueva ha sido la posibilidad de crecer en un pueblo, no solo literalmente, sino en el pueblo cristiano. Nuestros hijos han crecido con amigos que eran como sus hermanos y nuestros amigos han sido padres y madres de nuestros hijos, como nosotros lo hemos sido de otros –describe Belén–. Crecer dentro de un ámbito familiar así convierte la vida en una aventura positiva, amable, con horizonte. Nos vamos juntos de vacaciones, vivimos juntos, y eso ha supuesto un atractivo tan grande que nuestros hijos desean vivir así con sus amigos». Este amor a la unidad de vida con otros ya forma parte del legado familiar, como el amor a la música, pero no como arte sino ante todo como servicio. En el caso de Rafa, «la música es parte de mi vocación, aunque no me gano la vida tocando la guitarra, sino que trabajo como ingeniero. Sin embargo, recibí desde niño esta pasión de mi padre y en el movimiento se ha potenciado la conciencia de que con ella podía prestar un servicio, algo que afectaba a la vida familiar porque implica una responsabilidad que lleva mucho tiempo», y que sus hijos también han heredado, participando siempre en el coro y los cantos en los diversos gestos del movimiento.
Con una pasión, no solo por la música sino por la vida, que está devolviendo a Rafa y Belén su propia paternidad, donde también se han dejado (y se siguen dejando) educar. «Conocimos a Franco Nembrini en un momento crucial –recuerda Belén–, agobiados existencialmente por la adolescencia de alguno de nuestros hijos, porque tenía amigos que no nos gustaban y no sabíamos qué hacer. Escucharle fue como quitarnos una losa de encima: confiar en el corazón de nuestros hijos fue como abrir una ventana a un panorama espectacular». «Y amar su libertad, incluida la libertad de equivocarse –añade Rafa–. Con el tiempo te das cuenta de que Dios ha querido que ellos hicieran su camino, han crecido y tú llegas a convertirte en hijo suyo. Estás deseando verles para que te cuenten cómo viven porque tienes mucho que aprender. Vienen a comer a casa y cuando se van nos quedamos en silencio. Nos reclaman a vivir con más conciencia nuestra propia vocación, nos reclaman a nosotros mismos por cómo ellos entregan su vida. Son una gran provocación. Así que no nos quedamos en el banquillo sino que nos han devuelto la pelota».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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