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Huellas N.11, Diciembre 2024

RUTAS

Al corazón de todo

Massimo Camisasca

A finales de los 60, en la tempestad de la revolución, don Giussani se siente llamado a reiniciar su obra. El libro del mes, con sus lecciones inéditas en el Centro Péguy

Hablando en público o en privado, he dicho muchas veces que lo que conocemos de Giussani solo es la punta del iceberg. En primer lugar porque debemos redescubrir todo lo que se ha editado –antes y después de su vida terrena– pues siempre desvela profundidades nuevas. Pero también porque todavía quedan muchos textos de don Gius, tomados de la conversación oral, completamente inéditos. Pero queda otra reflexión más: cada nuevo libro de Giussani obliga al lector, sobre todo al que está involucrado en el flujo de vida originado por el fundador de CL, a mirar los demás textos de una forma nueva, como buscando un nuevo centro.
El libro que nos ocupa constituye de hecho un centro, un punto de vista privilegiado, no solo para entrar en la realidad del cristianismo, sino también para comprender el valor de la obra de don Luigi, a caballo entre los años 60 y 70, cuando, en medio de la tempestad, fue capaz de encontrar el oro que salvó a miles de jóvenes. El libro que tenemos la gracia de leer ahora recoge varias intervenciones de los ejercicios espirituales que predicó en el Centro Péguy entre 1968 y 1970.
El Centro Péguy (del que habla largo y tendido Alberto Savorana en su biografía de Giussani, y yo también en mis libros sobre Comunión y Liberación) era un lugar físico y espiritual que acogía a gente que, en la vorágine de aquellos años, no quería perder la paternidad ni la enseñanza de Giussani, cuando cientos de amigos abandonaron la comunidad.
El Centro Péguy fue una barca que nos condujo hacia la madurez, a un momento que vio nacer los “grupos de comunión” que fueron el anticipo de las futuras confraternidades y luego la Fraternidad de CL. El inicio de un camino hacia el cumplimiento de una promesa. Giussani fue para nosotros un profeta que nos ayudó a leer lo que estaba sucediendo en él, en nosotros y en la sociedad.
Nos permitió vislumbrar caminos para vivir esa fascinación por Cristo en una comunidad que revolucionó nuestra juventud.
A finales de los 60 parecía que todo se diluía, sobre todo la fe. En esa época, Giussani se sintió llamado a recomenzar su obra. Tras el fin de GS, cuando estaba naciendo CL, providencialmente se vio obligado a llevarnos al corazón de todo, hacia esa “ontología” de la comunión que nos habla de Dios y del hombre, del origen y del destino, del tejido íntimo de cada cosa, de cada persona, de cada instante que pasará a ser eterno.
En los años en que Giussani pronuncia las lecciones recogidas en este libro, se está produciendo una profunda sacudida en la sociedad italiana (y en todo Occidente), sobre todo en las generaciones jóvenes.
Una auténtica revolución que afecta profundamente a don Giussani en su vida personal. Alejado de GS, se dedica al pueblo que le ha sido fiel, pero al mismo tiempo se da cuenta de que hace falta un nuevo punto de partida. Podemos seguirlo casi en directo con la lección introductoria del 1 de noviembre de 1968. Ya no se puede empezar –como pensaba antes– verificando la tradición. Para los jóvenes, el vínculo con el pasado ya se ha roto definitivamente. No para don Giussani, naturalmente.
Él sabe que todo nace de un Jesús histórico que vivió hace dos mil años, pero ahora hay que partir del presente, del Cristo resucitado, que luego nos permitirá rescatar todo lo anterior. Hay que partir del anuncio de una presencia cargada de promesa, de significado, de esa Presencia que hace que hasta mi persona sea presencia en los lugares de mi vida cotidiana. Giussani quiere volver a empezar, y vuelve a empezar por el presente para recuperar el pasado y abrirse al futuro. Las páginas de este libro –sus lecciones de entonces– nos muestran cómo era el cura de Desio en privado y en público. Son años decisivos en su vida. Siempre, en las diversas etapas de su existencia, sus palabras, sus pensamientos y reflexiones nacen de las circunstancias concretas de lo que ha vivido.
Cuando todo parece oscurecerse (¡cuántas veces encontraremos en estas páginas su expresión: «si nos fuéramos todos…»!), allí donde empieza el renacer es en un yo consciente del acontecimiento que le ha cautivado, consciente de la verdadera novedad que nace de la fe y que nadie le puede arrancar.
Ahora quisiera indicar ciertas claves fundamentales que aparecen frecuentemente en este libro y que me han impresionado especialmente. Todo el libro puede resumirse en torno a dos temas, como un doble foco de una única parábola: la comunión y el yo. Este último considerado como autoconciencia generada por el acontecimiento de la presencia de Cristo que hace del hombre una presencia en el mundo.

En primer lugar, la comunión. «Comunión significa implicar mi vida con la tuya y la tuya con la mía». Comunión es la Trinidad, «horizonte último del Misterio», y es también nuestra vida generada por ella, esa «contingencia pobre, humilde, en la que el Misterio vive en tu vida cotidiana». Esto es todo lo que tenemos que ofrecer al mundo, nuestra contribución a la historia de los hombres. Don Giussani se detiene a hablar de las dimensiones de la comunión, tal como describen los Hechos de los Apóstoles, como si viera en las personas que tiene delante el reflejo de la primera comunidad cristiana: la comunión tiene autoridad propia, nos indica los valores que guían la vida de la Iglesia, nos lleva a vivir los gestos habituales de la vida junto a los hermanos, nos enseña a compartir nuestros bienes y, por último, nos educa en un juicio común para afrontar la existencia. Nosotros estamos dispuestos a hablar con todo el mundo, dice Giussani en un momento dado, pero necesitamos una casa. Es otra forma de hablarnos de la comunión, de una llamada común, de una nueva amistad. Todos ellos términos en los que se refracta una insistencia recurrente. Razón por la que nacen los grupos de comunión. «La salvación ya está, pero se hace clamorosa a través de nuestra comunión». “Hacer” la comunión supone un neologismo interesante que aparece en estas páginas. No quiere poner en primer plano nuestra acción, la comunión es obra de Dios, pero sí nuestra responsabilidad.

La importancia de esta reflexión sobre la comunión se expresa también en el nombre que el movimiento adopta esos años: Comunión y Liberación. Pero el reclamo de Giussani no puede quedar reducido a su aspecto sociológico. La comunión nace de la fe. «Es la fe lo que buscamos… es la fe lo que queremos vivir. A nuestro alrededor parece que todo colabora, que todo está confabulado con una fuerza que se afana en contrastar esta fe, en eliminarla o vaciarla o reconducirla a categorías puramente racionales». La fe es reconocer la presencia de Cristo cargada de palabra, de propuesta, de significado para la vida. El cristianismo es el anuncio de esto, un anuncio que nos golpea y nos lleva a ser, nosotros mismos, anuncio para nuestros hermanos los hombres. Así entramos, casi sin darnos cuenta, en el otro foco de la parábola: la autoconciencia del yo.
Cuando esta dinámica se vuelve en nosotros autoconciencia permanente tocamos el umbral de la madurez. Caemos en la cuenta de algo que nunca nos podrán quitar: Cristo salvación de nuestra vida, Cristo esperanza de nuestra espera, paz de nuestras jornadas.
A medida que avanzan las páginas de esta meditación, se llenan de citas bíblicas, capítulos enteros de las Escrituras que Giussani, no pocas veces, invita a estudiar de memoria. Esta es otra aportación importante que este libro ofrece a nuestra existencia. A menudo olvidamos la fecundidad de la Escritura y cuánto acudía Giussani a ella, sobre todo a ciertas páginas de san Juan y san Pablo, para arraigarnos en lo esencial.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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