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Huellas N.11, Diciembre 2024

PRIMER PLANO

«Nos ama y nos espera»

Romano Christen

La última encíclica del Papa está dedicada al Corazón de Jesús, «allí donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar»

Más de treinta años de sacerdocio me llevan a decir que la experiencia más triste no es nuestro pecado diario, sino la distracción y superficialidad con que recibimos la pasión amorosa con la que Jesús viene a nosotros. Bien sabemos que Dios es amor, pero esa convicción parece marchitarse muchas veces, ya no da impulso a nuestras jornadas, no es la energía dominante que nos da coraje ante los desafíos de la vida. Sin embargo, ¡lo hemos encontrado! ¿Cómo no vivir a la altura de esta presencia tan imponente en nuestra vida?
El papa Francisco nos recuerda todo esto en su cuarta encíclica, titulada Dilexit nos (DN). Con ella nos invita a dirigir la mirada hacia Jesús, a Dios hecho hombre, a sus palabras y acciones. En cada una de ellas trasluce una pasión, una estima y un afecto excepcionales, un amor total. Eso es lo que conquistó el corazón de Simón Pedro, Juan, la Magdalena, la Samaritana, Zaqueo y tantos otros. En su compañía descubrieron el rostro de Dios.
«Nos amó. Su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones» (DN 1). El papa Francisco nos reconduce al corazón del hecho cristiano, es decir, a la persona misma de Jesucristo. La cumbre de este amor se revela en su Pasión y muerte en cruz. Cómo no recordar las palabras de Benedicto XVI en su mensaje por la Cuaresma de 2007: «En la cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. ¿Qué mayor “eros loco” que el que impulsó al Hijo de Dios a unirse a nosotros hasta el punto de sufrir las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?».

El Papa nos invita a contemplar el corazón traspasado de Jesús. Pero no solo eso. Nos invita a entrar en diálogo con el Amado del Padre (Mc 1,11) y decirle “tú” (DN 25). Delante de este cor soave (pensemos en la bellísima alabanza filipina que don Giussani nos descubrió) hace falta estar con nuestro propio corazón. Un corazón muchas veces herido, sí, pero movido siempre por una sed de infinito. Nadie mejor que don Giussani nos ha enseñado a tomar en serio nuestro corazón, con todas sus exigencias de verdad y belleza. El Papa también lo señala con fuerza. «En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones» (DN 9).
Ahora bien, este corazón nuestro está llamado a ponerse delante del corazón de Cristo, que se ha abierto a nosotros y se nos ha donado. Dentro de este diálogo de corazón a corazón, nuestra vida es abrazada, purificada y redimida. «Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano. Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar» (DN 30).
Más que las enseñanzas de los teólogos, fue el testimonio de ciertos santos y la piedad popular lo que contempló el Sagrado Corazón de Jesús. La encíclica del papa Francisco nos ofrece muchas citas de una profundidad extraordinaria –¡que merece la pena meditar con calma!– de grandes santos como Francisco de Sales, Teresita de Lisieux, Charles de Foucauld y muchos más. De sor Faustina Kowalska el Papa cita solo tres palabras. «La oración más popular, dirigida como un dardo al Corazón de Cristo, dice simplemente: “En Ti confío”. No hacen falta más palabras» (DN 90).
Contemplando el misterio de la Pasión, es impresionante descubrir en la sed que siente Jesús en la cruz su sed de amor por cada uno de nosotros, por mi bien, ¡para que yo pueda dejarme abrazar por él! ¡Tal es su amor por mí! De esta conmoción nace el «reconocimiento sincero de nuestras esclavitudes, los apegos, las faltas de alegría en la fe, las búsquedas vanas y, más allá de los pecados concretos, la no correspondencia del corazón a su amor» (DN 158). Sigue diciendo el Papa: «En esta contemplación del Corazón de Cristo entregado hasta el extremo somos consolados nosotros. El dolor que sentimos en el corazón abre paso a la confianza plena y finalmente lo que queda es gratitud, ternura, paz; queda su amor reinando en nuestra vida» (DN 161). Esto nos hace libres y capaces de amar también nosotros.
En este punto el Papa llega a hablar de una dimensión que ha dejado de resultar familiar para muchos de nosotros: la “reparación”. El amor siempre es dramático porque juega al nivel de las relaciones. El pecado es lo que hiere esas relaciones. El amor de Dios tiene la fuerza de sanarlas. ¡Pero no solo eso! Nos hace capaces de colaborar en su obra de reconciliación, en la reconstrucción de lo humano, para que también a través de nuestra vida el Corazón de Cristo «llegue a los demás y transforme el mundo» (DN 198), con «actos de amor fraterno con los cuales curamos las heridas de la Iglesia y del mundo. De ese modo ofrecemos nuevas expresiones al poder restaurador del Corazón de Cristo» (DN 200).
El amor de Cristo, cuando alcanza a nuestro corazón, siempre es capaz de relanzarlo, de llamarlo (¡vocación!) a colaborar en la difusión de su abrazo. «A la luz del Sagrado Corazón la misión se convierte en una cuestión de amor» (DN 208). Este es el último gran tema de la encíclica: «La misión exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida» (DN 209).
Ese ímpetu personal nunca es fruto de una autonomía, sino que brota dentro de una morada. «Si nos alejamos de la comunidad, también nos iremos alejando de Jesús. El amor a los hermanos de la propia comunidad es como un combustible que alimenta nuestra relación de amigos con Jesús» (DN 212). Esa amistad se nos da para comunicarla. «Hace falta que te dejes enviar por él a cumplir una misión en este mundo, con confianza, con generosidad con libertad, sin miedos. Si te encierras en tus comodidades eso no te dará seguridad, siempre aparecerán temores, tristezas, angustias. Quien no cumple su misión en esta tierra no puede ser feliz, se frustra. No olvides que él va contigo» (DN 215).
El Papa ha sorprendido a todos publicando esta encíclica dos días antes de la clausura del Sínodo de los obispos. ¿Casualidad? No creo. Tal vez quiera ser un reclamo a todos los bautizados para ir a beber de la única fuente que permite que aflore una verdadera renovación de la vida personal y de todo el pueblo de Dios. Este documento papal no dicta lo que hay que hacer, solo quiere recordar al corazón de cada uno el corazón del hecho cristiano: un amor total que se entrega gratuitamente y al que, conmovidos, podemos responder ahora y en cualquier circunstancia que estemos llamados a vivir.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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